viernes, 23 de octubre de 2020

EL AGGIORNAMENTO EPIDEMIOLÓGICO EN LA SEGUNDA OLA DE LA COVID

 


En estos días en los que avanza lo que se denomina como segunda ola de la pandemia se confirman cambios muy importantes con respecto a la primera. En aquella, la sorpresa fue un factor determinante, que contribuyó a la neutralización de los distintos actores sociales, lo que facilitó la apoteosis del estado devenido en una somatocracia bajo la codirección del dispositivo epidemiológico. El confinamiento fue un tiempo de gloria para los ingenieros de la salud de la población, en tanto que situación factible de ser administrada como si de un videojuego se tratara. Cualquier decisión o movimiento de la autoridad tenía un impacto inmediato perceptible en la realidad.

La salida del confinamiento y las distintas fases de la enigmática nueva normalidad ha desembocado en una situación completamente diferente. Ha aparecido el factor ineludible en todos los procesos sociales, que se puede especificar en la t, el tiempo. La fiesta epidemiológica, cuya debilidad se encuentra en su naturaleza manifiestamente sincrónica, ha cesado por la impetuosa reacción de lo diacrónico. Esto significa que los actores sociales han reaccionado tras los primeros meses de la pandemia. Estos movilizan sus recursos, ejercen presiones subterráneas a las autoridades, desarrollan acciones para defender sus intereses y corrigen las decisiones tomadas por las autoridades, que, tras su momento epidemiológico de los meses críticos de marzo, abril y mayo, manifiestan su propensión a la concertación con todas las fuerzas presentes.

El efecto del regreso de los actores sociales a sus posiciones reactiva dos fuerzas dotadas de una potencialidad extraordinaria: la economía y la vida, entendida como el impulso a vivir plenamente el presente. Así se configura un campo de decisión mucho más complejo que aquél que comparece en la superficie. Las presiones de los agentes económicos y de los contingentes de las gentes que vuelven a la vida ordinaria, son manifiestamente eficaces. El dispositivo médico-epidemiológico sigue pesando en las decisiones, pero se evidencia una situación en la que  las decisiones de salud van cediendo a los imperativos de las fuerzas presentes en todo el campo de decisión.

Las decisiones que se vienen tomando, muestran vacilaciones y falta de consistencia, lo cual disminuye su eficacia. El largo verano ha legado una situación epidemiológica que deviene explosiva, por acumulación de infectados, hospitalizados y fallecidos. No hace falta ser ningún experto para pronosticar un desastre en una situación de incidencia acumulada sostenida de más de 250 casos. Sin embargo, las medidas proporcionales a la gravedad de la situación epidemiológica, parecen cada vez más difíciles de tomar. Pero aún más, las decisiones son manifiestamente versátiles y ellas mismas construyen los caminos para ser eludidas. El confinamiento perimetral implica libertad de movimiento en el interior de este espacio, así como la realización de múltiples actividades. Todas las decisiones tienen esta naturaleza veleidosa. Cuando se anuncia el toque de queda de doce a seis, esta comunicación es acompañada de un comentario que alude a que la hostelería podrá estar abierta hasta esa hora.

La decadencia médico-epidemiológica es manifiesta. Conservan su preponderancia formal en los oráculos sagrados de las televisiones pero sus decisiones no se corresponden con rigor a la lógica epidemiológica. Así se forja un vínculo de las somatocracias del presente con algunas teocracias. Las castas rigoristas iniciales, muy poderosas e los comienzos, van aggiornándose en las etapas sucesivas. Estas no son desplazadas de su preeminencia simbólica, pero sus decisiones son corregidas por la acción subrepticia de las fuerzas presentes en el campo. Las prédicas epidemiológicas en las televisiones tienen un impacto cada vez menor, alcanzando la plenitud como sermones moralizantes sin consecuencias.

El aparato asistencial sanitario sigue una deriva semejante. De la condición de héroes en los meses fatales de la primavera, pasa a una situación de bloqueo y minimización en el campo. La verdad es que el sistema se encuentra gravemente colapsado, pero, al tiempo, pierde posiciones en el campo político y social. Me parece terrible escuchar a múltiples portavoces profesionales pronunciar unas palabras que devienen en una letanía litúrgica sin efectos en la realidad. Me refiero a las sagradas palabras  ”hay que reforzar la atención primaria y los servicios de salud pública”. Porque ¿qué significa esto? En la hipótesis mínima una multiplicación de sus recursos y dispositivos que solamente puede ser abordada mediante un plan que secuencialmente vaya más allá del corto plazo. Los profesionales se muestran agarrotados, repitiendo el verbo reforzar, que es vaciado de significado manifiestamente. Simultáneamente, no se producen decisiones coherentes con el refuerzo. No llega ni un euro adicional fuera de los recintos sagrados de los cuidados intensivos.

Mientras tanto, la sociedad se muestra extremadamente activa, conformándose según una lógica dual. De un lado los temerosos autoconfinados –mayores y enfermos- , así como aquellos posicionados en el temor colectivo ante la deriva de la pandemia, que asisten perplejos al espectáculo de renacimiento de la vida, protagonizado por los sectores que actúan a favor de recuperar las prácticas de la vida. Estos conquistan territorios y tiempos en los que se disuelven las distancias personales y que son regidos por las euforias del deseo de vivir.  En tanto que las calles y las actividades productivas muestran su declive atravesadas por los temores colectivos, los bares y los espacios liberados de los fantasmas víricos renacen con una vitalidad encomiable. Los actores muestran su iniciativa y su rápida respuesta a las reglamentaciones. La prohibición de servir en las barras es respondida en 24 horas con la implantación a lo largo de las barras de taburetes y mesas altas que no están vetadas. De ahí resulta una situación cómica, en la que los clientes reducen las distancias personales, dado el pequeño diámetro de tan elegantes mesas.

En este contexto se toma la decisión del toque de queda, pero este es una coartada dirigida a proporcionar una apariencia digna. La verdad es que la operación nuclear de la estrategia epidemiológica es el rastreo. Y este, en general,  ha fracasado estrepitosamente por ausencia de un dispositivo de apoyo. Su bloqueo implica un efecto dominó que desactiva todas las medidas adjuntas. Así se explica que los decisores vayan a remolque de la incertidumbre de las cifras. La consecuencia fatal es el riesgo de un nuevo confinamiento global. La debilidad del rastreo permite a cada autoridad manejar las cifras según su interés. Así, el ocio nocturno y la hostelería desempeñan el rol de malvado en esta ficción. Y nadie se infecta en el transporte, en actividades productivas ni escolares.

Las fuerzas presentes en el campo decisional, tales como los grupos de interés en la galaxia de la hostelería, los viajes, el ocio y otros, así como una gran masa crítica de jóvenes convocados por las múltiples praxis de vivir, se hacen presentes en el campo político, en el que distintas fuerzas consideran sus intereses. De este modo se rompe la unanimidad necesaria para respaldar las decisiones. Así el cierre perimetral de Madrid durante dos semanas, que apenas ha tenido efecto sobre la evolución de la pandemia. En estas condiciones se pueden inteligir las vacilaciones de las autoridades y el caos resultante. Las autoridades son devoradas por las propias fuerzas políticas.

En este cuadro se puede comprender el aggiornamento epidemiológico. La dupla Illa/Simón traga con todo y retroceden ante la oposición de los portavoces de los intereses económicos y vitales vivos en el campo social. Los epidemiólogos y portavoces claman en las televisiones a favor de medidas más drásticas, pero sus advertencias pasan desapercibidas para una gran parte de las gentes. Escribo este texto el viernes al caer la tarde, rodeado de personas que se aprestan a salir de Madrid para gozar de un finde gratificante tras las dos semanas absurdas de reclusión en la ciudad. El gobierno elude tomas decisiones que generen costes electorales y transfiere a las comunidades autónomas las mismas. Estas toman las decisiones a regañadientes. De ahí resultan situaciones antológicas. Navarra, en una situación epidemiológica explosiva, espera el cierre de la comunidad a que pase la caravana de la vuelta ciclista a España.

Estas medidas se inscriben en el universo de los hermanos Marx, cuya gracia reside en que muchas de las palabras que pronuncian son contradichas por sus gestos. Hoy ha hablado en la tele el pomposo y astuto presidente Pedro Sánchez, para pronunciar un discurso apelando místicamente a la responsabilidad individual. Pero los oyentes pueden percibir las grietas de su discurso. Está claro que quien tome medidas contundentes se quema. Así, el proceso decisional se dispersa y tiende a evadirse. El gran peligro de esta situación radica en que se van a tomar medidas duras dirigidas a los más débiles en el campo político. Madrid es una premonición. Mano dura en los barrios populares y guante de seda en Núñez de Balboa.

Las televisiones son las instituciones centrales de la época. En el tiempo de la segunda ola representan los temores colectivos imperantes en la pandemia en los informativos y géneros similares. En ellos, la casta sacerdotal epidemiológica clama por las restricciones y apela a la responsabilidad. Los presentadores reclaman castigos a los incumplidores y glorifican a la policía. Al mismo tiempo, en los realitys y géneros de ficción apuestan por las emociones de las citas ciegas y los misterios de los amores prohibidos. Firs Dates y La Isla de las Tentaciones satisfacen los deseos de una masa de espectadores deseosa de vivir en primera persona las aventuras del amor enlatado e incierto. Los programas de la televisión no son inocentes. Los programadores muestran los guiones sociales a los espectadores. La consecuencia es la multiplicación de los encuentros forjados en los portales de citas online. He querido experimentar y he probado en uno. En cuatro horas tenía ocho mujeres disponibles para una cita.  Todas ellas fuera de mi zona de salud. Me ha dado miedo pensar que alguna de ellas fuera epidemióloga y se suscitase una tensión inmanejable en el encuentro cuando descubriese que mi cuerpo es la sede de varios riesgos.

 

 

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