jueves, 13 de agosto de 2020

GLORIA Y MISERIA DE LA SALUD IMPERATIVA


En abril de 2017 publiqué en este blog un texto crítico con la deriva que estaba adquiriendo la salud, considerada, no de modo aislado, sino integrada en el paquete básico del estilo de vida en las nuevas sociedades de control. Su título es “Más limpios, más sanos, mástontos”. En este post evocaba la figura insigne de Moncho Alpuente, una persona que siempre defendió la buena vida, que en su generación fue perseguida por el franquismo. De ahí la importancia que atribuimos a la misma las gentes de aquella generación obligatoriamente bífida. Este es uno de los post más visitados de este blog. 

El Covid ha irrumpido poniendo de manifiesto la importancia de la protección de la salud, reforzando así el vector autoritario de la salud imperativa. Esta es la oportunidad de las castas que entienden la salud como la obediencia estricta a las normas puritanas que limitan la vida cotidiana, así como la autoprogramación para mantenerse longevo, entendiendo esto como un fin superior. El nuevo estado epidemiológico subordina las vidas a la epopeya de vencer al virus. Así se revalorizan los controles, las sanciones y las coerciones sobre las personas. Estas prácticas tienen cierto fundamento, en tanto el peligro de infección es factible.

El problema de fondo tras la irrupción del Covid, radica en que el nuevo poder salubrista fundado en sus sacerdotes y sus soldados, recurre a prohibir prácticas sociales y hedonistas, sancionando a los incumplidores, señalados como irresponsables. Desde mi perspectiva, sin negar la amenaza y las limitaciones inevitables de las vidas, el problema estriba en determinar qué prácticas gratificantes podemos conservar y en qué condiciones podemos realizarlas. Esta es una definición completamente distinta al del poder pastoral epidemiológico, que toma una deriva inquietante.

La prohibición de fumar en el espacio público, que comienza en Galicia y se extiende como una mancha de aceite por las autonomías, en tanto que los poderes políticos se encuentran en una situación de ceguera, multiplicada por los imperativos de la competencia política, que llegan a un nivel cómico en la atribución de los muertos al contrario. La escalada que anuncia esta prohibición es inquietante. La realidad vivida comienza a adquirir un tinte de tragedia, en tanto que la multiplicación de prohibiciones y castigos bloquea la factibilidad de vivir. En esta situación, la autodeterminación de las personas adquiere el nivel cero.

Por esta razón he decidido que es pertinente volver a publicar este texto, en el que se analizan los engranajes del concepto industrial de la buena vida. Coincido a veces con el arquetipo personal de esta galaxia en las colas de los supermercados. Su cesta de la compra indica una vigilancia sobre sí mismo y un concepto de cuerpo sano desmesurados, que solo puede equiparase con su desprecio por los demás y su rechazo a los fracasados en la noble tarea de estar sano en esta perspectiva. 


MÁS LIMPIOS, MÁS SANOS, MÁS TONTOS

En los últimos años se evidencia una revalorización de la salud positiva, la cual se muestra en todos los espacios públicos por parte de una legión de conversos que muestran su devoción a los sagrados preceptos que la inspiran. Pero esta emergencia de la salud no es un fenómeno aislado o ubicado en este ámbito parcial. Por el contrario, forma parte del paquete integrado que conforma las nuevas sociedades postdisciplinarias y de control. La salud perfecta es una parte sustancial de la creación de un sujeto que interioriza los imperativos de tan condición, desarrollando una vida sana de la que se siente responsable y protagonista. Tal vida implica la autovigilancia intensa y permanente; la posesión de un cuerpo trabajado que funciona como un referente individual; la adhesión a las normas de cuerpo y vida imperantes, y el desarrollo de un repertorio de prácticas que favorezcan el estado de salud. Toda la vida cotidiana se subordina a la gestión óptima de uno mismo y a su expresión social en el espacio público.

La explosión de la salud asociada a la vida buena saludable implica dependencias nuevas. Ya no son solo los médicos convencionales, aún a pesar de su reconversión hacia la asistencia al buen cuerpo, a la nutrición, al ejercicio y al mantenimiento del mismo para retrasar el envejecimiento. Junto a estos, emergen múltiples expertos en todas las áreas que conforman la nueva salud. Pero la dependencia creciente en estos radica en que no es obligatorio acudir a sus servicios, de modo que la relación con los mismos implica una secuencia de interacciones en la que el experto debe conquistar y mantener su preponderancia en el vínculo. La institución de la terapia se impone sobre la vieja medicina, detentando la hegemonía en las relaciones orientadas a la maximización de la salud.

La emergencia de la nueva salud se funda principalmente en la ocupación por los activistas de todos los espacios públicos; en la exposición permanente en las televisiones de los cuerpos trabajados de los adictos; en la adopción de las filosofías positivas por parte de los especialistas que tratan a los enfermos graves, banalizando lo patológico hasta extremos insólitos; en la condena moral a los incumplidores, a los enfermos irreversibles y a los ancianos irrecuperables, y también la reconversión terapéutica del estado postfordista. La salud perfecta se inscribe en la narrativa de progreso que acompaña a estas sociedades. El bienestar físico constituye el núcleo de la buena vida. El complejo de industrias y profesiones que lo inspiran se desarrollan impetuosamente. Las bioindustrias que producen los remedios adquieren un protagonismo incuestionable, así como los científicos que trabajan en sus productos prodigiosos. Los médicos son desplazados al segundo puesto en el ranking de la felicidad.

Pero, junto al optimismo delirante derivado de la expansión de la salud perfecta, se multiplican las enfermedades, las dolencias, las incapacidades y los malestares. La sociedad enferma crece paralelamente a los atletas de la buena salud. La asistencia médica se multiplica ante esta realidad sórdida. Los malestares de los pacientes múltiples son ocultados en los medios frente a la atención que suscitan los legionarios del cuerpo y la salud. Los políticos, los empresarios de moda, los científicos de guardia, los actores de las series de la seducción de hoy, así como otras especies que anidan en las pantallas, muestran su estilo de vida sano.  Las marchas matinales televisadas del señor Rajoy adquieren un tono patético, al ser tomadas como materiales de referencia para narrar la actualidad.

La nueva salud imperativa requiere la adhesión activa a sus normas y prácticas. Así conlleva un modelo de autodisciplina extrema y una renuncia a muchas de los placeres de la vida, que son administrados y racionalizados como excepciones en dosis minúsculas que garanticen la conservación de la salud, propiedad que es imprescindible maximizar. Pero, junto al nuevo ascetismo asociado al sacrificio de la novísima buena vida saludable, tiene lugar una explosión de su reverso nocturno. En los tiempos de excepción de vacaciones y fines de semana se constituyen espacios colectivos en donde los congregados compensan el rigorismo de la buena salud con múltiples prácticas hedonistas que terminan en la frontera de lo autodestructivo. Este mundo paradójico se expresa en los locales nocturnos en los que está prohibido fumar, pero en los que el consumo de alcohol adquiere una intensidad insólita, siempre acompañado de un repertorio programado de estímulos y drogas que se recombinan entre sí en los climas eufóricos en que se producen.

La explosión de la buena salud desposee gradualmente a grandes contingentes de personas de algunas de las cosas que hacían vivible la vida. Así, el tabaco, el vino, algunos alimentos deliciosos, el sexo espontáneo y la calma cotidiana, adquieren el estatuto de la sospecha o la condena. Pero la multiplicación de los fundamentalismos asociados a la mística de la salud, no impiden que grandes contingentes de personas experimenten gratificaciones que compensan los estragos producidos en la vida por la epidemia de la salud. En particular la motorización representa un momento en la vida diaria de repliegue a una cabina cerrada en donde no rigen las normas sociales. Así se conforma un espacio de huida a un lugar confortable que termina en una adicción compensatoria frente al estado de movilización colectiva impulsado por la salud perfecta y su repertorio de conminaciones y reglamentaciones.

En 1988 Moncho Alpuente publicó un libro en Arnao Ediciones, que con el título “Solo para fumadores”, incluía varios trabajos que expresaban la resistencia ante la gran explosión de la salud, que invadía todas las esferas de la vida mediante un catálogo de prescripciones salubristas fundados en la condena de los “factores de riesgo”, siempre asociados a distintas prácticas sociales. Su obra expresa la resistencia de los desahuciados por el vendaval de la salud. Uno de los trabajos se denomina precisamente “Más limpios, más sanos, más tontos”.  Reproduzco una parte del texto en tanto que desde la perspectiva que otorga el presente puede estimular la reflexión y las distintas interpretaciones susceptibles de definir este fenómeno epidémico.

“ El joven del año 2000 correrá al menos una vez al mes en multitudinarias maratones populares; se alimentará de salvado, avena, alfalfa y otros piensos naturales; beberá zumos de frutas y derivados lácteos; acudirá al trote ligero a su centro de trabajo; será monógamo, abstemio y no fumador, y en sus ideas políticas se mostrará moderado, pragmático, conservador y liberal.

Detestará las emociones fuertes y los cambios de ritmo imprevistos; tendrá los dos pies sobre el suelo, y cultivará con celo su cuenta de ahorros. La salud y el dinero serán sus valores supremos; en el sexo preferirá la fecundación in vitro y los embriones congelados; será narcisista e individualista dentro de un orden, firme partidario de los mecanismos de control social; amará la regla frente a la excepción; desconfiará de los rebeldes y de los profetas, y rendirá culto a los sondeos y pleitesía a las estadísticas.

El éxito profesional será su meta, y su carrera hacia la cumbre la realizará en solitario y mostrando los dientes a sus adversarios; no tendrá compañeros sino competidores, y su participación en movimientos de tipo reivindicativo se limitará a la defensa del salario y puesto de trabajo siempre amparado en el anonimato de una mayoría confortable. Será tibio en cuestiones religiosas, ambiguo en temas políticos, agnóstico en materias sexuales y ecléctico en gustos artísticos, que obedecerán a los criterios mayoritarios”.

El texto evidencia la relación de la salud positiva con el paquete en la que se encuentra integrada. Se trata de la fabricación de un sujeto que entienda la vida como un conjunto de programaciones articuladas mutuamente, todas ellas sujetas a la observación y medición, lo cual permite su control. No he podido evitar una sonrisa al transcribirlo, pues yo mismo, ahora en 2017, estoy tomando germinados de alfalfa en mis ensaladas. Los momentos desprogramados y placenteros de la vida diaria, en los que las pequeñas maravillas de la vida pueden aparecer, dando lugar a sorbos de bienestar, son reintegrados en una programación racionalizada cuyo objetivo es la optimización de la salud.

El título del texto, que equipara el cuerpo limpio forjado por obligaciones y la salud suprema con la condición de tontos, me parece sugerente. Los contingentes de jóvenes de distintas generaciones que conforman el núcleo de la movilización por la salud positiva, se encuentran desplazados a una educación forzada de temporalidad sin fin que antecede a su relegación laboral. Se trata de un grupo crecientemente marginado en las empresas y las organizaciones. Las tasas de subempleo y desempleo, así como sus condiciones de vida representan un retroceso con respecto a las de las generaciones anteriores. 

Un requisito para que este retroceso social sea efectivo es la multiplicación de los tontos que es la consecuencia del paquete integrado de la sociedad emergente de la salud perfecta y el nuevo control social. En este el sujeto (sano) se emancipa de lo colectivo, representado por un conjunto de instituciones, que pierden su generalidad para transformarse en haces de relaciones en las que participa directamente. La disolución de las viejas instituciones es la condición necesaria para la individuación de la que resulta el sujeto sano y relegado en cuestiones fundamentales de lo común y colectivo. En esta situación, aquellos que agotan sus energías en la gestión óptima del sí mismo liberándose de lo colectivo, devienen inevitablemente en una rica gama de tontos. Mi sentencia es favorable a la propuesta de Moncho Alpuente:  Sí, más limpios y sanos, pero más tontos.

Vivo entre portadores de cuerpos sanos ajenos a las instituciones. Por eso es inevitable el recuerdo de Moncho Alpuente. En este mismo libro, uno de sus textos “Pesadilla light” describe agudamente algunas personas y contextos de la nueva salud incompatibles con cualquier inteligencia. Como paseante empedernido me encuentro con los caminantes programados múltiples, en cuyas marchas ha desaparecido cualquier dimensión gratificante asociada a los sentidos. Son los cronometrados, los que cuentan calorías, pasos y otras especies. Me inquieta interrogarme acerca de sus mentes.

En las palabras de Moncho " Alrededor de la zona acotada pupulaban niños rubios y adolescentes esbeltas, atletas musculosos, amas de casa con atuendo deportivo y jubilados sonrientes de trotecillo corto y sonrisa beatífica; grupos de disciplinados gimnastas repetían infatigablemente sus tablas de ejercicios bajo la supervisión de monitores expertos, se escuchaban a través de altavoces cuidadosamente disimulados entre las frondas que, a breves intervalos, repetían las consignas del Ministerio de Salud Pública --nadie quiere a los gordos, Aprenda a respirar correctamente. Salud es belleza. Un cuerpo para toda una vida...--".


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