sábado, 15 de agosto de 2020

GOBIERNO PASTORAL, PUEBLO IMPÍO Y LAGO DE FUEGO


Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y arrepiéntete. 
Apocalipsis  3:19
 Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia y paz para quienes han sido entrenados por ella.
Hebreos 12:11

La deriva de la pandemia del Covid-19 remite a una situación de catástrofe cronificada, en la que las sinergias entre el gobierno pastoral, la miseria de las instituciones y la incapacidad de autogestión de las gentes, tiene como resultado una situación inmanejable. La multiplicación de los contagios contrasta con la inmovilidad de las organizaciones del sistema sanitario y los servicios sociales, que manifiestan inequívocamente su bloqueo, que se encuentra determinado principalmente por la ineptitud de los gobiernos y las instituciones políticas, que dedican sus energías a transformar los problemas en argumentos acusatorios a los rivales. Los acontecimientos críticos denotan un inmenso vacío, tras el que resplandece una desinteligencia colectiva, que alcanza proporciones cósmicas.

En esta situación, los gobiernos tratan de liberarse de responsabilidades de su pésima gestión, en la que los objetivos –restaurar la economía principalmente- se desmoronan estrepitosamente en períodos de tiempo muy breves. El modo que adopta esta ausencia de responsabilización, es la transferencia de culpabilidad a la población, en tanto que una parte de la misma recupera la vida sin asumir condicionantes y precauciones suficientes, cumpliendo así el designio fatal de ser dirigidos por un mecanismo de imposición de normas y castigos, que siempre tiene como consecuencia la infantilización de los conducidos. En esta hecatombe de la inteligencia tiene lugar el fulgor inusitado de los expertos epidemiólogos, virólogos, salubristas y especialistas en urgencias y emergencias. Sus monólogos en las pantallas ocultan el inmenso vacío de la inteligencia en una sociedad desbordada.

En toda la crisis del Covid, los gobiernos han asumido el papel de promulgar normas y determinar los castigos por su incumplimiento. Este gobierno pastoral nunca se ha planteado movilizar a lo sociedad, que significa apelar a sus capacidades, que solo pueden desarrollarse mediante formas de autogestión o cogestión. Por el contrario, el dirigismo se ha acentuado de forma manifiesta. En vísperas de la reanudación del sistema escolar, este desastre es inminente, en tanto que solo movilizando la iniciativa y la creatividad de centros, maestros, docentes, padres y alumnos se puede compensar los condicionantes de la pandemia.

Se pueden rescatar episodios de situaciones desastrosas, en las que los gobiernos convocan a las poblaciones a crear y hacer. Me viene a la memoria la defensa de Londres en 1940, cuando fue atacada por la aviación alemana. El gobierno de Churchill promulgó directrices comunes e incentivó el espíritu de la defensa activa, apelando a la red de organizaciones sociales a movilizarse y promover iniciativas de defensa y reconstrucción. La respuesta fue general, promoviéndose múltiples formas de cooperación y autogestión, en las que el gobierno desempeñaba la tarea de coordinación.

Pero aquí y ahora, los gobiernos y las altas instituciones del estado no creen en las capacidades de las personas y las organizaciones. Las entienden como súbditos que deben obedecer las instrucciones precisas del complejo experto ajeno a la vida que ha ascendido a los cielos del estado epidemiológico en esta crisis. La antropología en la que se sustenta, es la de considerar a los súbditos como seres propensos a desobedecer, siendo sensibles a los efectos de los castigos. Así, los imaginarios gubernamentales de los gobiernos y los expertos salubristas se asemejan a los de las viejas religiones monoteístas. En estas, el pueblo es definido siempre por la tentación de la impiedad, necesitando ser corregidos por el poder pastoral mediante el castigo. Por esta razón estoy recuperando el arsenal bíblico para conceptualizar los imaginarios epidemiológicos-estatales punitivos.

El modelo seguido es el de la supresión de cualquier modelo que tenga relación con la democracia. No se convoca a nada positivo, sino que desde la cúspide de los gobiernos, parlamentos y altas instancias del estado, se promulgan catálogos de prohibiciones y castigos para los incumplidores. Se podría recurrir a movilizar el potencial de todas las organizaciones sociales de todos los niveles, promoviendo iniciativas y formas de autogestión en las que pudiera aportar mucha gente. Sin embargo, se ha optado por reforzar la verticalidad y la jerarquía, inmovilizando la sociedad, convertida durante el encierro en espectadora obligatoria del espectáculo político y sanitario.

En esta línea, los nuevos púlpitos en los que se señala, se hostiga y se clama por el castigo a los impíos, que en un alarde de percepción selectiva mayúscula se ubica solo en la noche, son los platós de televisión. Estas son las sedes de los nuevos expertos, en los que dictan las homilías y comunican su contrariedad por los incumplimientos de los impíos múltiples, que comparecen en imágenes de fiestas o actos sociales en ambientes de euforia.  Las condenas adquieren un vigor inusitado, y, tras ellas, se formula la amenaza para todos del confinamiento. Estas divinidades mediáticas realizan un peritaje de la vida cotidiana que comporta un ascetismo equivalente al de los profetas más esencialistas bíblicos. Los periodistas y tertulianos rivalizan en el clamor por el castigo de los habitantes de una Sodoma y Gomorra imaginaria, facturada en los platós por los novísimos anacoretas.

La expansión de los contagios remite a la intensificación de las gestualidades gubernamentales e institucionales para liberarse de la responsabilidad, transfiriéndola a un culpable tangible, que es el pueblo impío, que, como el relato de Moisés puso de manifiesto, es propenso a abandonar la disciplina y la debida obediencia, entregándose a actividades veleidosas. Así se va reconfigurando la idea de castigo y el imaginario del encierro para los pecadores de la salud. Las reprimendas expertas y mediáticas van incrementando su volumen, y remiten a un furor punitivo creciente. Los impíos deben ser castigados, y la policía tiene que incrementar su papel. Las personas vulnerables de Las Delicias en Zaragoza empiezan a experimentar esta situación. Nunca los visitaron los servicios sociales ni sanitarios, pero ahora el estado muestra su interés y envía a los agentes.

Esta apoteosis creciente del castigo me ha llevado a recurrir al  libro del Apocalipsis de San Juan. En él, aparece la imagen inquietante del lago de fuego, como lugar en donde expulsar a los malos de la época. Juan lo define así “Pero los cobardes, incrédulos, abominables, asesinos, inmorales, hechiceros, idólatras y todos los mentirosos tendrán su herencia en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” Apocalipsis 21:8. Ese lugar simbólico en el que se castiga a los culpables, es restaurado en esta nueva edad media epidemiológica, en la que la incapacidad para detener la pandemia suscita la necesidad de descargar la ira sobre un culpable tangible. Así se va reconstituyendo la versión en la era tecnológica de la mitología del lago de fuego.

Los discursos expertos mediáticos responden al código de promover temor. No convocan a la liberación de la inteligencia colectiva para conservar lo que sea posible de la vida social, sino que recurren a las sinergias de los miedos: A la enfermedad, a la muerte, al castigo de las fuerzas de seguridad, a las sanciones y a la reprobación mediática. Así, se presentan enfáticamente los casos del Covid permanente, que permanece instalado en el cuerpo generando problemas y trabas a la vida normal. El código es el mismo que el de Juan cuando apela a la muerte segunda. Se trata de un sufrimiento perenne, que no tiene fin. Así se espera paralizar a los jóvenes para suprimir temporalmente la vida, en espera del equivalente al día del juicio final, que es la llegada de la mitológica vacuna, entendida como un milagro liberador.

En estas condiciones, el otoño se cierne como un horizonte inquietante, en tanto que la interacción entre la persistencia de la pandemia, las restricciones crecientes a la vida, el desgaste del gobierno autoritario, la acción de los sectores políticos ubicados en la derecha más montaraz, la crisis económica monumental y la decepción de muchos sectores populares desengañados por la evaporación del escudo social imaginario, que tan excelentemente vende la maga Yolanda en las pantallas, así como el desfondamiento de las multitudes del consumo penalizadas por situaciones de carencia, convergen en una situación explosiva.

Lo peor radica en que la inteligencia es devaluada drásticamente por un modo de gobierno autoritario que se funda en las prescripciones de los expertos epidemiólogos, privando así al conjunto social de la posibilidad de pensar, decir, deliberar, dudar, conversar, discutir… En este escenario es seguro que van a converger varias iras sociales que alimentan movilizaciones negativas y violencias inusitadas. Este es el caldo de cultivo de lo peor, en tanto que un pueblo conducido estrictamente desde el gobierno autoritario de los expertos, puede respaldar aventuras políticas que conllevan múltiples peligros.

Y es que la inteligencia solo prospera en un medio en la que es convocada y practicada, y en una situación así es inevitable el pluralismo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario