miércoles, 29 de mayo de 2019

LOS RIDERS EN EL BARRIO DE SALAMANCA DE MADRID




En la calle Goya, en la intersección con la calle Alcalá, custodiados por los edificios del Corte Inglés, se concentran al atardecer docenas de riders acompañados de sus grandes mochilas con la imagen de Glovo o Deliveroo. Esperan las llamadas de los encerrados en sus hogares-fortaleza para comprar comida que les permita cumplir sus exigentes obligaciones con Netflix y otros traficantes de relatos audiovisuales. En el último año no puedo evitar visitarlos para contemplar el espectáculo producido por este conglomerado humano,  congregado en torno a sus bicis, y en el que cada cual es una entidad rigurosamente individual pendiente de su pantalla, en espera de una señal que anticipe la realización de un servicio a un enclaustrado videoespectador doméstico.

Las calles de la ciudad experimentan un vaciamiento progresivo según avanza la tarde, cuando declinan los desplazamientos de sus industriosos moradores, ocupados en tareas requeridas por el sacrosanto mercado de trabajo y de las múltiples actividades informalizadas que lo acompañan. Al caer la noche, en las calles solo reina la excepción de los bares, que también acusan el impacto de la gran reclusión doméstica en los hogares, transformados en sedes de ocio claustrofilico en torno a una variedad de pantallas y sistemas de comunicación. Los bares constituyen la sede de la resistencia al encierro doméstico, facilitando la relación entre los cuerpos de los presentes en este espacio.

El consumo de productos audiovisuales conforma un mercado gigantesco que se ha desmasificado integralmente, de modo que cada cual dispone de un menú de productos que le segmentan de sus próximos domésticos. Así se cierra la tradicional pugna familiar por el mando a distancia, último elemento de cohesión parental. Ahora cada cual se recluye en su rincón focalizado en su pantalla individual para satisfacer sus necesidades audiovisuales y relacionales. El hogar informatizado de la era Netflix representa un salto prodigioso en la individuación. Su espacio es la suma de los rincones donde cada cual puede ejercer su autonomía comunicacional con sus proveedores, sus redes personales y sus mundos sociales.

Los relatos audiovisuales adquieren una centralidad absoluta en las comunicaciones y las relaciones sociales. Así devienen en una obligación que comporta exigencias de tiempo muy considerables. Para cumplir con estos quehaceres es preciso generar un tiempo disponible que solo puede ser logrado mediante la transferencia de otras actividades. En este caso la alimentación es el espacio susceptible de ser liberado de las tareas de compra, cocina, consumo y limpieza de los utensilios. El sujeto encerrado en su palacio de comunicaciones deviene en comprador de comida rápida y barata que le libera del ciclo temporal de la cocina. Así hace factible el cumplimiento de sus obligaciones en las redes sociales y el consumo de series, videos, películas, retransmisiones deportivas y otros relatos audiovisuales.

El resultado es la conformación de un próspero mercado de sujetos encerrados en sus domicilios consumidores compulsivos de productos audiovisuales, acompañados por las comunicaciones que se derivan de estos. Este es el espacio sobre el que se asientan Glovo, Deliveroo y sus socios, que ofertan un servicio barato y fundado en el cumplimiento estricto del tiempo de respuesta a la demanda. El enclaustramiento doméstico para el consumo audiovisual y de intercambio de mensajes, se hace factible por la liberación de las obligaciones culinarias, así como de las búsquedas de productos de consumo mediante el desplazamiento físico a pie por los comercios. Amazon tiende a reemplazar esta función y redimir a los sujetos de la misma, generando tiempo disponible para el sagrado deber del consumo audiovisual en la sociedad postmediática.

Esta galaxia de empresas emergentes liberadoras de tiempo para los  compulsivos cumplidores de los nuevos deberes audiovisuales, altera sustancialmente la relación laboral, instituyendo una precarización que alcanza la plenitud. Los esforzados ciclistas que hacen factible el cumplimiento del servicio en el tiempo requerido por el cliente, se encuentran en el exterior de las instituciones de aquello que fue denominado como la “seguridad social”. Cada cual se conforma como un ente individual que ejecuta un servicio low cost, cuyos costes son necesariamente bajos. La gran crisis del trabajo ubicada en la transición al postfordismo, genera un excedente de sujetos predispuestos a ganarse la vida mediante la obtención de unos ingresos parcos.

Me ha conmovido el accidente de Barcelona, en el que murió un ciclista de Glovo, destapando una tenebrosa historia de subcontratación. El fallecido no era el titular del servicio, sino un arrendatario que cobraba una parte del menguado precio de este, no más de dos euros. Así se destapa el oscuro mundo de sobrevivencia de grandes contingentes de jóvenes, involucrados en transacciones de una economía miserable, y obligados a sumar cantidades de dinero ínfimas para sobrevivir, que proceden de distintas fuentes y actividades. Este es uno de los muchos submundos que habitan aquellos que tienen la imperativa necesidad de sumar algo, como ocurre con el mundo de los cuidados semimonetarizados y otras actividades informalizadas. Estos se encuentran fuera de las estadísticas y de los supuestos que conforman los saberes oficiales, que alcanzan su máxima distorsión cuando se refieren al mercado de trabajo. 

Me gusta conversar con estos habitantes de un mundo completamente ajeno al mío. Me llaman la atención sus cuerpos cuidados, muchos de ellos esculpidos en otro de los mercados gigantes de la época, los gimnasios. También sus estéticas personales y sus modos de estar. Muchos proceden de la gran selección  derivada de la multiplicación de las titulaciones, que expulsa de su campo a muchos de los candidatos. En la mayoría de los casos la espera a la llamada que anticipa el servicio se hace en silencio, sin comunicarse con los próximos. En esta ocupación el concepto de compañero se encuentra difuminado, siguiendo la pauta principal que inspira el tránsito a una sociedad neoliberal avanzada: Cada cual a lo suyo. 

En mis conversaciones con los riders confirmo su lucidez. En general son plenamente conscientes de la naturaleza de su trabajo, de las relaciones que comporta y de los beneficiarios del mismo. Esta comprensión se acompaña de una alta dosis de fatalismo, en tanto que la desconfianza en que sea factible un cambio es plena. Nadie piensa en un futuro colectivo mejor y cada cual se apresta a construirse una fuga de su realidad laboral en términos de prácticas de vida lo más gratificantes que sean posibles.

Cuando en una de estas conversaciones se suscita la idea del futuro aparece un rechazo absoluto. Todos descartan pensar en el futuro, en la esperanza difusa de que el azar salvará a cada cual, generando una alternativa cuyo origen se encuentra fuera del propio mundo vivido. En alguna ocasión se ha generado tensión cuando les he preguntado si es factible continuar así después de los cuarenta años. El distanciamiento de su propia realidad se erige en una defensa psicológica de gran consistencia. Así se controla el malestar derivado necesariamente de ocupar una posición social de esta naturaleza.

Me pregunto acerca del dolor que puede emanar de la posición social rider. El mecanismo de distanciamiento de su propia situación es un poderoso antídoto para el dolor. Así las personas se evaden de su propia situación y el dolor se difumina, transformándose en un malestar difuso que emerge cuando un acontecimiento lo activa. La muerte del ciclista de Barcelona es uno de esos eventos que transforma estos entes individuales en seres sociales en un tiempo fugaz, compartiendo el sentimiento de rabia e indignación por su propio universo cotidiano. 

Mientras tanto, la galaxia del estado sigue conociendo el mundo mediante sus propios esquemas cognitivos que ignoran lo emergente. Los discursos de las élites políticas son manifiestamente distorsionados y disparatados y excluyen múltiples situaciones de la vida social. La disminución drástica de los productores se acompaña de la explosión de los repartidores a domicilio, convertido en sede de la actividad social que tiende a acaparar un tiempo desmesurado en las vidas de tan avanzados súbditos-ciudadanos. La pregunta más estúpida que se puede formular hoy a una persona es la convencional ¿estudias o trabajas? Ese dislate solo lo hacen los ejecutores de la encuesta de la población activa.

sábado, 25 de mayo de 2019

EL CONGRESO DE LOS SEGREGADORES Y EL DIPUTADO SEGREGADO


La sesión de inauguración de la legislatura celebrada esta semana concitó la presencia de múltiples cámaras y periodistas, ávidos por narrar un acontecimiento cuyo guion se encontraba escrito. Los actores principales de esta película eran los políticos presos, los ultraderechistas emergentes y otras especies generosas con la producción de imágenes, titulares, que alimentan la confrontación política convertida en la guerra permanente de los zascas y los memes. Las rivalidades personales de los vencedores y perdedores de los últimos episodios de las contiendas políticas, son puestos en escena profusamente, para nutrir a las audiencias congregadas por este magno espectáculo.

En este contexto un hecho relevante pasó inadvertido, al no formar parte del relato audiovisual en curso. Se trata de la incorporación al Congreso de Pablo Echenique, diputado que vive con una discapacidad que restringe su movilidad. Su presencia puso de manifiesto que el venerable salón de los plenos acumula varias barreras físicas. Así, tuvo que ser ubicado en lo que se denomina como “gallinero”, espacio que desempeña la función de acoger a los representantes de partidos minoritarios, así como a los degradados por los partidos centrales. El caso de Tania Sánchez en la pasada legislatura es paradigmático, privada de visibilidad tras una columna por sus desavenencias con sus dirigentes, asentados en los lugares en los que pueden ser acariciados por las cámaras.

El gallinero es un lugar oscuro en el que se concentran los castigados de distintas clases, que son excluidos de las retóricas visuales que en este tiempo componen los relatos. Esta es una forma de marginación severa, que se asocia a los perdedores de las disputas que tienen lugar en los cuadriláteros mediáticos frente a las audiencias. Así se evidencia el lado oscuro de esta institución que se decanta por privilegiar la representación de las mayorías. No formar parte de estas, conlleva una exclusión manifiesta. El máximo grado de degradación es el grupo mixto y el espacio en el que son ubicados los eliminados.

La presencia de Echenique en el gallinero puso de manifiesto la identidad invariable de esta venerable institución. Esta es la sede de los representantes de las clases privilegiadas y de las instituciones que albergan a las distintas clases de noblezas de estado. La irrupción de algunos representantes de las clases trabajadoras no alteró sustancialmente la cultura de esta organización. El acceso de los diputados de Podemos conllevó una conmoción, que fue absorbida por la institución, acreditada en el arte de pluralizar las vestimentas y suavizar los portes de los recién llegados.

La imagen del desplazamiento de la urna al gallinero, evidencia la posición de esta institución con respecto a la incapacidad. Sencillamente no estaba previsto. Pero las barreras físicas para los discapacitados nunca se encuentran solas. Por el contrario, son acompañadas por barreas culturales, que son mucho más discriminatorias que las primeras. El edificio es el símbolo de la comunidad que lo habita, cuya cultura se funda en un supuesto perverso que excluye a los discapacitados físicos. Este hecho puso de manifiesto el carácter veleidoso de los discursos políticos al uso, así como la ausencia de sensibilidad compartida por los distintos contendientes por el gobierno.

Lo peor radica en que el mismo Echenique no estuvo a la altura de la situación que le tocó vivir. Ni una palabra, ni un gesto de desaprobación de esta institución representativa de los fuertes. Asimismo, en las divisiones mediáticas, y en el conglomerado de columnistas en particular, apenas pasó apercibido este acontecimiento, que desvela el alma de una democracia discapacitada en la función de la representación de todos los ciudadanos. En su caso, si hubiera reprobado públicamente a la institución y sus moradores por esta marginación, seguramente se hubiera reforzado su estigma. En este caso el contenido del estigma es inequívoco en los términos que lo enunció Goffman , se trata de “inferioridad moral”.

Esta atribución de inferioridad moral presupone que se va a callar, que no va a tener la capacidad de alzar la voz para denunciar esta discriminación, sus ejecutores y el entorno cultural en que se produce. El problema de fondo radica en que apenas existen en España movimientos sociales autónomos que movilicen sus propias energías para defender sus propias definiciones. El panorama de las asociaciones es desolador, en tanto que son colonizadas por distintos profesionales que imponen sus definiciones. Así, conforman un entorno obediente a los poderes políticos y profesionales.

Esta no es una cuestión baladí. Se trata de la esencia de la democracia en una sociedad plural y fragmentada. Lo que se denomina como “minorías” tiene una importancia incuestionable. Una sociedad que subordina y margina a distintas minorías no puede ser definida como democrática. Es menester inventar formas políticas que privilegien la intervención de las distintas categorías sociales minoritarias. Así se puede debilitar el monopolio de los políticos,  de los profesionales y los mediadores mediáticos.

Por estas razones, yo, Juan Irigoyen, mayor de edad, repruebo públicamente a los trecientos cincuenta diputados, Echenique incluido, así como a los capturadores de imágenes y creadores de relatos mediatizados que los acompañan. También a las audiencias aturdidas que los escoltan. Mi petición puede sintetizarse en una palabra: Democracia. Es urgente dar pasos hacia la democracia en todas las esferas. Una de ellas es precisamente el edificio-templo que alberga a los representantes de las mayorías de ciudadanos-votantes-espectadores.

martes, 21 de mayo de 2019

LA FASCINACIÓN DEL CUADRILÁTERO COMO DEGRADACIÓN DE LA DEMOCRACIA


Uno de los contrasentidos más visibles en las sociedades del presente radica en la contraposición entre una creciente y manifiesta despolitización y la adopción de la política como contenido privilegiado por parte de las televisiones, que la convierten en uno de los temas  que concitan a un público amplio. El tratamiento televisivo de la política se ajusta a las  características de este medio. La principal consecuencia es la invención de un relato en el que los actores protagonistas adquieren una preponderancia extraordinaria, definiéndose como un juego en el que ganar es una obligación. Los públicos seguidores de los contendientes son convertidos en hinchadas, al estilo del juego dominante, el fútbol.

Las campañas electorales devienen en una confrontación mediática entre los cabezas de cartel que concitan toda la atención. Las televisiones reducen sus discursos a síntesis expresadas en titulares, imágenes y zascas. Así se construye una narrativa dirigida a los votantes-hinchas, que es animada mediante las encuestas, que desempeñan un papel análogo al de las apuestas en los juegos deportivos. Los candidatos cabeza de cartel son convertidos en gladiadores que actúan frente al público para ganar o perder.

La metáfora más ajustada para definir esta extraña competición es la del boxeo. Las pantallas presentan el espacio mágico del cuadrilátero. Allí, entre las doce cuerdas, los contendientes se enfrentan bajo la mirada de un público excitado por los lances de la competición. Aquellos combates que se dirimen por escasos puntos tienen su morbo y estimulan al gran público. Pero las victorias por KO, en las que un luchador derriba a su oponente y lo noquea, también avivan al público. Los espectadores-electores son conformados así como “el respetable”, al que se le concede el privilegio de tener la razón inapelable.

De este modo, las campañas electorales constituyen un acontecimiento cuya naturaleza difiere sustantivamente de lo que se puede considerar como una democracia.  El juego se resuelve entre muy pocos actores y los espectadores-electores son apelados, pero carecen de participación. En mis años de profesor en una facultad de sociología, preguntaba con frecuencia a los estudiantes sobre el nombre de los diputados de su circunscripción electoral. Los resultados eran demoledores. Nadie conocía a los representantes locales, solo a los líderes nacionales. El resultado era casi cómico.

Las campañas electorales suponen una destitución ciudadana. No se producen encuentros de pocas personas en los que se haga factible una conversación pausada. Los miembros de los partidos son expropiados de esta función. Lo pequeño es difuminado drásticamente. Por el contrario, los afiliados y simpatizantes son convocados para realizar tareas de apoyo a los actos en los que intervienen los líderes mediatizados y en la que los líderes locales actúan como teloneros. En las últimas elecciones generales no hubo actividad alguna de los mismos candidatos a senadores, expulsados del cuadrilátero mediático. Su silencio sepulcral es paradigmático.

En este contexto se produce el ascenso de una nueva categoría política compuesta por los árbitros del juego. Los periodistas televisivos que promueven las peleas entre candidatos adquieren una relevancia desmesurada. Ellos son los jueces de este juego. Así se produce una deformación democrática de gran envergadura. Los mediadores televisivos reclaman para sí la función del control del juego en nombre de lo que ellos llaman “la ciudadanía”, pero que no es otra cosa que el respetable o la grada. 

Los debates culminan este extraño juego de competición entre las personas-sigla frente al gran público que simula el cuadrilátero mediante las pantallas rectangulares. Estos son constituidos según las reglas de la televisión. Se trata de un espectáculo de confrontación en el que los participantes tienen que acreditar su capacidad de seducir, de castigar a sus rivales y de encajar los golpes. Lo importante es aprovechar las oportunidades que aparezcan, revertir las situaciones adversas y poner en escena las retóricas no verbales que maximicen los apoyos de la grada.

Los mediadores-intermediarios terminan por imponer sus reglas manifiestamente. De este modo conforman una casta televisiva cuyo protagonismo es manifiesto. Se arrogan la función de control de los litigantes, lo cual les permite fijar las reglas de los debates-combates. Esta preponderancia de estos exóticos jueces conduce a actuaciones en las que el sadismo se hace presente. En los debates organizados en los días pasados por el País, imponían un juego al que los luchadores tenían que someterse. Este consistía en responder los colores de cada línea del metro de Madrid en el mapa. La gran maestra de esta nueva casta es Ana Pastor, de la Sexta, que se atribuye la licencia de interrogar a los juzgados en unos términos insólitos.

Esta casta televisiva construye los juegos de palabras en el modo de una fábrica de la palabra. Su mundo es es el de la síntesis violenta, que se especifica en imágenes y titulares que admiten pocos matices. Cualquier problema complejo es reducido a una respuesta limitada a uno o dos minutos. Así, un debate incluye veinte o treinta temas sobre los que cada contendiente debe hablar un minuto. El resultado es una torre de Babel insólita, en la que lo que cuenta es la escenificación y la fuerza de los candidatos para sobreponerse a los sucesivos fracasos que aparecen cada vez que un tema complejo es sometido a semejante destrucción. Todo termina en el mitológico minuto de oro en el que cada cual debe expresar su síntesis-titular.

El resultado es la explosión de una estulticia sin límites. Me parece terrible este acontecimiento que cuestiona la época presente. En verdad se trata de una fábrica de necedad, en la que la inteligencia es severamente devaluada. Los competidores con mayor espesor por su capacidad de pensar y argumentar son homologados con los impostores o los aventureros avezados en las estrategias basadas en la astucia. En esta comedia, los temas de fondo no pueden ser incluidos en la sucesión de minutos, zascas y escenificaciones que buscan impactos emocionales. Siempre me acuerdo de los pobres universitarios, de la educación o de la atención primaria de salud, entre otros temas, que son reducidos a terribles clichés en estos encuentros en los cuadriláteros.

En este escenario son desplazados aquellos que proponen métodos democráticos basados en las conversaciones inclusivas de muchos actores. Quiero recordar aquí a gentes como Pablo Carmona, Monserrat Galcerán y otras personas dotadas de espesor democrático, que son expulsadas de los cuadriláteros por este burdo juego de estimulación de las emociones movilizadoras del graderío. En este medio tóxico solo sobreviven los dotados de motivación para dominar, que terminan por eliminar a sus posibles competidores internos para ocupar la plaza de luchador en el cuadrilátero mediático. De esta forma los partidos son destruidos, en tanto que se conforman como una aglomeración de respaldo al gladiador de turno.

En estas condiciones se puede afirmar que la democracia es imposible. Todo esto es muy poco democrático. La complejidad social, las alternativas programáticas, las políticas públicas, todo termina por someterse a la lógica del juego de tronos. Así las deformaciones cesaristas inquietantes del sanchismo, el susanismo, el riverismo-arrimadismo, el pablismo-irenismo, el carmenismo-errejonismo y otras variantes perversas de lideragmo tóxico.  No quiero provocar a nadie, pero he de decir que me sorprende la pasividad monástica de la inteligencia ante esta perversión general. En el mejor de los casos espero que, en un futuro no muy lejano, nos encontremos de nuevo en las plazas, cuya forma geométrica es el círculo, que como es sabido es diferente al cuadrilátero.



viernes, 17 de mayo de 2019

MARINA GARCÉS Y LA DENEGACIÓN DE LA INTELIGENCIA



La intervención de Marina Garcés como testigo en el juicio del Procés no puede pasar inadvertida. El comportamiento del presidente con respecto a su persona es paradigmático. Utilizó la fuerza que le confiere su posición en esta institución congelada, manifestando una falta de respeto antológica a la figura de Marina, que representó la dignidad de la inteligencia, el pensamiento y el compromiso con los movimientos sociales. Este episodio hace patente una tensión fundamental derivada del cambio social, poniendo en escena la colisión entre lo instituido-congelado y lo instituyente.

En los años de ejercicio docente insistí de forma perseverante en la relevancia de un juicio como acontecimiento social que muestra la relación de dicha institución y la sociedad. En la sala se hacen presentes las distintas ceremonias y liturgias que acompañan a las relaciones sociales, así como, de forma clamorosa, las diferencias sociales. Una sesión de un juicio es un compendio de sociología que incluye todos los elementos presentes en una situación social, en la que lo macrosocial adquiere una visibilidad inequívoca. Este es un territorio en el que los actores muestran inexorablemente sus equipamientos estructurales asociados a sus posiciones sociales.

Se puede entender, desde la lógica de la institución,  la actuación del presidente del tribunal reclamando que los testigos se remitan a los hechos, limitando sus intervenciones valorativas. Pero su proceder en el caso de la declaración de Marina Garcés desvela el orden de los supuestos y sentidos de esta institución gélida, cercada por los cambios sociales inexorables. Marchena utilizó un tono contundente y tosco, cuya pretensión era la de intimidar a la testigo, de modo que pudiera minimizar la expresión de sus consideraciones. De este modo, trataba de neutralizar su aportación. 

El interrogatorio a la filósofa se produjo en unos términos muy diferentes al de los acusados en los numerosos procesos por corrupción. En estos, tanto acusados como testigos gozan de la potestad de hacer consideraciones generales en las que se incluyen sus propias valoraciones. Esta licencia se otorga por la alta consideración de la que gozan las personas que proceden de los negocios, en los que han conseguido una posición reconocida por la cuantía de sus bienes materiales. Así el dinero deviene, para confirmar la regla, en poderoso caballero. De este modo se conforma la excepción de estos caballeros que pueden producir discursos en su defensa. En estos casos no puedo evitar el recuerdo de las puestas en escena judiciales de Mario Conde.

Marina Garcés representa otra cosa que el dinero. Por el contrario, encarna el símbolo de la inteligencia, del pensamiento comprometido y del vínculo con los movimientos sociales. Su figura ha adquirido una relevancia creciente en los últimos años, basada en su obra escrita, sus iniciativas y su presencia distante y crítica en los medios de comunicación. Sus actuaciones sin estridencias mediáticas remiten al valor de la reflexión. Sus intervenciones suponen aportaciones a un mundo definido por la multiplicidad de las crisis, que se retroalimentan mutuamente generando una situación de gran complejidad. En una situación así se revaloriza el pensamiento y la inteligencia resultante de este.

En estas coordenadas cabe interpretar la ruda actuación de Marchena con Garcés. Su tono autoritario, su menosprecio a la persona, su ritualismo, su falta de consideración. Lo que se dilucidaba en la sala era el tratamiento de la inteligencia asociada al compromiso cívico. El presidente actuó contundentemente, poniendo de manifiesto que la testigo representaba un valor marginal con respecto a los poderosos poseedores de recursos materiales y éxitos en los negocios. En la sala se hizo patente un factor persistente esencial en España, la denegación de la inteligencia crítica. Esta se ubica en varias generaciones de perdedores, poetas, escritores, filósofos y otras especies que cultivan la inteligencia.

En la confrontación entre inteligencias que sucedió en la sala, Marchena no logró intimidar a Marina. Por el contrario, esta se sobrepuso a las ásperas conminaciones del presidente. Al final pudo aludir a los efectos catastróficos de las actuaciones violentas de la policía sobre el tejido social. Su dignidad salió intacta del interrogatorio y su inteligencia no pudo ser avasallada. Este episodio confirmó las turbulencias inevitables asociadas a un juicio tan manifiestamente político como este. La cuestión de fondo remite a la naturaleza de la modernización española. En el caso del sistema judicial se ubica en la comparecencia de los ordenadores y el aire acondicionado. Pero perseveran los rasgos invariantes de la institución.





martes, 14 de mayo de 2019

COMPLUDOG: TERAPIA PARA ESTUDIANTES EN LA SOCIEDAD PSI





COMPLUDOG es un programa concertado por la Universidad Complutense de Madrid y lafundación Affinity para tratar a los estudiantes del estrés y ansiedad derivada de los exámenes. Este programa no es un hecho casual ubicado en la educación, sino que, por el contrario, remite a una nueva forma de individuación que se consolida paralelamente al impetuoso avance de una nueva sociedad de control. La terapia se instala progresivamente en distintas parcelas de la vida para afianzar a un nuevo arquetipo personal, un sujeto débil e incrementalmente dependiente, asistido por un conjunto de dispositivos expertos

La terapia deviene así en una institución fundamental en la que cada sujeto debe aprender a reconfigurarse en la relación permanente con un experto, psi principalmente. Así, esta institución emergente desplaza a las viejas agencias en el ejercicio de la autoridad, obligándolas a remodelarse según las nuevas reglas dialógicas en el ejercicio del poder. Los sujetos destinatarios son remodelados en una relación dialógica que sustituye a los monólogos característicos de la autoridad en el orden social declinante. La empresa, la consulta médica, la familia y la educación, son reestructuradas según el modelo de ejercicio de la autoridad de la terapia, en la que los destinatarios son esculpidos en la interacción cara a cara con la autoridad experta.

La expansión de la terapia actúa en favor del proceso de psicologización que se apodera de toda la vida. Este actúa de modo concertado con otros procesos esenciales, tales como el de medicalización, el de customización como consumidor y el de conversión en un recurso humano para la producción. El nexo común a todos estos procesos lo aporta la terapia-institución, en la que cada sujeto participante actúa sometiéndose a las reglas que dictaminan los expertos. Así se genera un poder participativo, que tiene que generar la capacidad de manejar una relación interpersonal a favor de sus objetivos. El resultado es la conformación del nuevo orden que se puede definir como más allá de la somatocracia enunciada por Foucault. Este es el reinado de la terapiocracia.

La terapia se instala en los territorios de la educación. El estudiante que resulta de la actuación concertada de estos procesos es un ser social en continua circulación y sometido a los imperativos de una temporalidad definida por la ausencia de un final. La larga etapa de la educación sin fin desemboca en la “inserción” intermitente en un mercado laboral incapaz de absorber a todos los contingentes de acreditados. De ahí resulta una situación social que se expresa en el concepto de cola. El estudiante es un ser social inserto en una cola sin fin, en la que tienen la obligación de adquirir méritos para competir todos contra todos. Este sistema implica perversiones de gran envergadura, en tanto que en cada selección se imponen diferencias que se pueden contar según sistemas muy sofisticados que se dirimen en centésimas.

Toda la educación termina difuminando sus sentidos a favor de este orden fundado en la producción de diferencias que cristalizan en centésimas. Así se multiplican y se diversifican las pruebas y los trabajos a los que se someten los esforzados aspirantes para dirimir el peso de sus cestas de méritos. Un efecto indeseable es el de orientar el trabajo hacia las actividades que son cuantificadas para la sagrada institución de la evaluación. El trabajo de los estudiantes experimenta así un vaciamiento y un extrañamiento, en tanto que los objetivos se polarizan a las pruebas determinadas por los criterios de evaluación de los agentes. Se trabaja para las agencias en detrimento del sí mismo.

Así se esculpe a los aspirantes a la “inserción” en el mercado de trabajo. Estos quedan ubicados en la antesala de la precariedad, que es el atributo más relevante de un mercado de trabajo que instituye la rotación entre los contendientes-aspirantes. Así se construyen sujetos débiles, que se comportan pragmáticamente para cumplir con los requerimientos de los evaluadores. Estos no pueden confiar en sus propias fuerzas, más bien deben adaptarse a los requerimientos de los directores-capataces. Así se constituye una subjetividad domesticada, congruente con un ser social en situación de eterna dependencia en el proceso sin fin de contraste de las diferencias.

En coherencia con lo dicho hasta aquí, parece obvio constatar que muchos de los contingentes de estudiantes que no obtienen éxitos en esta competición, experimentan sufrimientos psicológicos incrementales. Estos son los perdedores que este perverso sistema recupera mediante la terapia asistida con perros. El estrés y la ansiedad generada por el sistema gerencial/psi, que se funda en el principio de que el éxito es la única alternativa, se instala en los numerosos contingentes de perdedores en esta trepa educativa. Se trata del coche-escoba de las carreras ciclistas que recoge a los que abandonan, que señala con acierto Guillermo Rendueles.

La terapia es una institución para reorganizar a los rezagados de las grandes colas que genera este sistema de selección para la gran inserción laboral, que en realidad es la rotación laboral eterna de los seres sociales debilitados por un mercado de trabajo que no necesita a todos. Así se escribe un capítulo de la historia del presente que remite a los superfluos, a los no necesarios, a aquellos de los que se espera que su contribución se limite al consumo. Este es un síntoma de la sociedad fatal de la gestión y del crecimiento.



domingo, 5 de mayo de 2019

LOS HOSPITALES ENTRE EL DESLIZAMIENTO Y EL ENCIERRO




Mi perplejidad es estimulada en esta hermosa mañana de primavera. Leo que el servicio de Pediatría del Hospital de Orihuela ha adquirido un cochecito eléctrico para que los niños y niñas ingresados puedan desplazarse a otras unidades para realizar pruebas u otras intervenciones médicas pilotando dicho automóvil. Se pueden hacer distintas lecturas de este episodio que queda reflejado en la imagen. La mía se focaliza en la conmoción experimentada por los pequeños pacientes al vivir simultáneamente una experiencia de encierro y otra de deslizamiento, que significa justamente lo opuesto. Este es un misterio del trance permanente que se asocia a aquello que se denomina como humanización de esta vieja institución.

El hospital es una organización que vive el desencuentro continuado entre su naturaleza inapelable, esta es la de ser un centro de tratamiento médico a pacientes graves, que al ingresar tienen que ser imperativamente homologados, y un entorno en el que la personalización adquiere la naturaleza de un mito esencial del mercado total. La dificultad de compatibilizar ambas cuestiones es patente. Así, este sistema de máquinas, operaciones y flujos se encuentra en una crisis permanente de legitimidad.

El hospital, como organización específica, asume inevitablemente los modelos y discursos dominantes en la época. Este es un tiempo en el que la capacidad de la producción es inmensa, de modo que los consumidores son imprescindibles para comprar el inmenso repertorio de productos y servicios. Así, el consumo ha adquirido una centralidad incuestionable. El principal efecto es el extraordinario desarrollo del marketing y la publicidad, que han terminado por desplazar a las viejas ciencias sociales. El resultado es la exaltación de cada consumidor individual, que es liberado de sus atributos sociales para ser considerado como una unidad autónoma susceptibles de ser alcanzada por la gran multitud de proyectos comerciales.

Las ideologías de la comunicación se abren paso en esta gigantesca captura de ese ser social que es el cliente, participante en los estados de emociones y efervescencias colectivas que promueven las empresas devenidas en máquinas de comunicar. Al mismo tiempo el cliente es un ser solitario en sus elecciones, que en muchos casos, se encuentran definidas por la veleidad. En este espacio se instalan los dispositivos de estimulación del crecimiento, que son las del crédito, que adquiere la condición de sagrado.

De estos factores resulta un tipo de capitalismo rigurosamente nuevo, que es definido en distintas versiones. El capitalismo afectivo en la versión de Alberto Santamaría, la happycracia de  Edgar Cabanas y Eva Illouz, o el capitalismo de ficción de Vicente Verdú, constituyen aportaciones muy valiosas para comprender el devenir de las sociedades del mercado total. Uno de los factores que comparten estas teorizaciones es la expansión de la ficción. Esta adquiere un protagonismo insólito en todas las esferas de la vida y la sociedad. El pensamiento positivo genera un estado de éxtasis que contribuye a licuar las realidades sólidas, configurando a cada sujeto como susceptible de ser asaltado por las múltiples empresas que se fundan en estos saberes y métodos. 
  
Los hospitales terminan por asumir estos supuestos imperantes en este entorno de capturas de personas desconcertadas producidos mediante refinados métodos industriales. El paciente-cliente es un ser susceptible de ser influido en detrimento de su experiencia. De ahí que en un entorno de listas de espera, carencias de personal, limitación de las prestaciones y otros factores que configuran la asistencia sanitaria, se practiquen métodos que apelan a la fantasía y terminan en delirios institucionales en nombre de la humanización.

Recuerdo en mis tiempos de Granada en los que el Hospital Virgen de las Nieves lanzó una campaña sobre la elección del menú y la contratación por una semana de cocineros mediáticos, que alcanzaba el umbral del delirio. Carmen mi compañera era ingresada todos los meses para suministrarle un tratamiento que duraba varias horas y tenía que permanecer muchas horas en ayunas. En muchas ocasiones se demoraba por ausencia de personal de enfermería, que había experimentado una trayectoria inversa a la de los menús. En estas condiciones el discurso de la magia gerencial, fundada en fantasías gastronómicas, era más que desmesurado.

No me cabe duda de que los niños hospitalizados requieren de una atención especial y un acomodamiento de su entorno hospitalario. Pero la idea de convertirlos en conductores que experimentan los goces del deslizamiento por los pasillos es disparatada. Así se hace patente la desorientación y el descentramiento de los directivos del hospital, involucrados en la prodigiosa expansión de ficciones que acompañan la trayectoria del mercado total. En este territorio de la humanización es muy fácil extraviarse y perder la orientación.

Lo positivo de esta experiencia es su vertiente comercial. Los pequeños pacientes se experimentan como sujetos de deslizamiento que se inician en el misterio del desplazamiento por el espacio. Así son configurados como ciudadanos conductores aspirantes a una movilidad sin barreras. Esa sí que es una contribución a la gloria de la industria del automóvil.