miércoles, 29 de mayo de 2019

LOS RIDERS EN EL BARRIO DE SALAMANCA DE MADRID




En la calle Goya, en la intersección con la calle Alcalá, custodiados por los edificios del Corte Inglés, se concentran al atardecer docenas de riders acompañados de sus grandes mochilas con la imagen de Glovo o Deliveroo. Esperan las llamadas de los encerrados en sus hogares-fortaleza para comprar comida que les permita cumplir sus exigentes obligaciones con Netflix y otros traficantes de relatos audiovisuales. En el último año no puedo evitar visitarlos para contemplar el espectáculo producido por este conglomerado humano,  congregado en torno a sus bicis, y en el que cada cual es una entidad rigurosamente individual pendiente de su pantalla, en espera de una señal que anticipe la realización de un servicio a un enclaustrado videoespectador doméstico.

Las calles de la ciudad experimentan un vaciamiento progresivo según avanza la tarde, cuando declinan los desplazamientos de sus industriosos moradores, ocupados en tareas requeridas por el sacrosanto mercado de trabajo y de las múltiples actividades informalizadas que lo acompañan. Al caer la noche, en las calles solo reina la excepción de los bares, que también acusan el impacto de la gran reclusión doméstica en los hogares, transformados en sedes de ocio claustrofilico en torno a una variedad de pantallas y sistemas de comunicación. Los bares constituyen la sede de la resistencia al encierro doméstico, facilitando la relación entre los cuerpos de los presentes en este espacio.

El consumo de productos audiovisuales conforma un mercado gigantesco que se ha desmasificado integralmente, de modo que cada cual dispone de un menú de productos que le segmentan de sus próximos domésticos. Así se cierra la tradicional pugna familiar por el mando a distancia, último elemento de cohesión parental. Ahora cada cual se recluye en su rincón focalizado en su pantalla individual para satisfacer sus necesidades audiovisuales y relacionales. El hogar informatizado de la era Netflix representa un salto prodigioso en la individuación. Su espacio es la suma de los rincones donde cada cual puede ejercer su autonomía comunicacional con sus proveedores, sus redes personales y sus mundos sociales.

Los relatos audiovisuales adquieren una centralidad absoluta en las comunicaciones y las relaciones sociales. Así devienen en una obligación que comporta exigencias de tiempo muy considerables. Para cumplir con estos quehaceres es preciso generar un tiempo disponible que solo puede ser logrado mediante la transferencia de otras actividades. En este caso la alimentación es el espacio susceptible de ser liberado de las tareas de compra, cocina, consumo y limpieza de los utensilios. El sujeto encerrado en su palacio de comunicaciones deviene en comprador de comida rápida y barata que le libera del ciclo temporal de la cocina. Así hace factible el cumplimiento de sus obligaciones en las redes sociales y el consumo de series, videos, películas, retransmisiones deportivas y otros relatos audiovisuales.

El resultado es la conformación de un próspero mercado de sujetos encerrados en sus domicilios consumidores compulsivos de productos audiovisuales, acompañados por las comunicaciones que se derivan de estos. Este es el espacio sobre el que se asientan Glovo, Deliveroo y sus socios, que ofertan un servicio barato y fundado en el cumplimiento estricto del tiempo de respuesta a la demanda. El enclaustramiento doméstico para el consumo audiovisual y de intercambio de mensajes, se hace factible por la liberación de las obligaciones culinarias, así como de las búsquedas de productos de consumo mediante el desplazamiento físico a pie por los comercios. Amazon tiende a reemplazar esta función y redimir a los sujetos de la misma, generando tiempo disponible para el sagrado deber del consumo audiovisual en la sociedad postmediática.

Esta galaxia de empresas emergentes liberadoras de tiempo para los  compulsivos cumplidores de los nuevos deberes audiovisuales, altera sustancialmente la relación laboral, instituyendo una precarización que alcanza la plenitud. Los esforzados ciclistas que hacen factible el cumplimiento del servicio en el tiempo requerido por el cliente, se encuentran en el exterior de las instituciones de aquello que fue denominado como la “seguridad social”. Cada cual se conforma como un ente individual que ejecuta un servicio low cost, cuyos costes son necesariamente bajos. La gran crisis del trabajo ubicada en la transición al postfordismo, genera un excedente de sujetos predispuestos a ganarse la vida mediante la obtención de unos ingresos parcos.

Me ha conmovido el accidente de Barcelona, en el que murió un ciclista de Glovo, destapando una tenebrosa historia de subcontratación. El fallecido no era el titular del servicio, sino un arrendatario que cobraba una parte del menguado precio de este, no más de dos euros. Así se destapa el oscuro mundo de sobrevivencia de grandes contingentes de jóvenes, involucrados en transacciones de una economía miserable, y obligados a sumar cantidades de dinero ínfimas para sobrevivir, que proceden de distintas fuentes y actividades. Este es uno de los muchos submundos que habitan aquellos que tienen la imperativa necesidad de sumar algo, como ocurre con el mundo de los cuidados semimonetarizados y otras actividades informalizadas. Estos se encuentran fuera de las estadísticas y de los supuestos que conforman los saberes oficiales, que alcanzan su máxima distorsión cuando se refieren al mercado de trabajo. 

Me gusta conversar con estos habitantes de un mundo completamente ajeno al mío. Me llaman la atención sus cuerpos cuidados, muchos de ellos esculpidos en otro de los mercados gigantes de la época, los gimnasios. También sus estéticas personales y sus modos de estar. Muchos proceden de la gran selección  derivada de la multiplicación de las titulaciones, que expulsa de su campo a muchos de los candidatos. En la mayoría de los casos la espera a la llamada que anticipa el servicio se hace en silencio, sin comunicarse con los próximos. En esta ocupación el concepto de compañero se encuentra difuminado, siguiendo la pauta principal que inspira el tránsito a una sociedad neoliberal avanzada: Cada cual a lo suyo. 

En mis conversaciones con los riders confirmo su lucidez. En general son plenamente conscientes de la naturaleza de su trabajo, de las relaciones que comporta y de los beneficiarios del mismo. Esta comprensión se acompaña de una alta dosis de fatalismo, en tanto que la desconfianza en que sea factible un cambio es plena. Nadie piensa en un futuro colectivo mejor y cada cual se apresta a construirse una fuga de su realidad laboral en términos de prácticas de vida lo más gratificantes que sean posibles.

Cuando en una de estas conversaciones se suscita la idea del futuro aparece un rechazo absoluto. Todos descartan pensar en el futuro, en la esperanza difusa de que el azar salvará a cada cual, generando una alternativa cuyo origen se encuentra fuera del propio mundo vivido. En alguna ocasión se ha generado tensión cuando les he preguntado si es factible continuar así después de los cuarenta años. El distanciamiento de su propia realidad se erige en una defensa psicológica de gran consistencia. Así se controla el malestar derivado necesariamente de ocupar una posición social de esta naturaleza.

Me pregunto acerca del dolor que puede emanar de la posición social rider. El mecanismo de distanciamiento de su propia situación es un poderoso antídoto para el dolor. Así las personas se evaden de su propia situación y el dolor se difumina, transformándose en un malestar difuso que emerge cuando un acontecimiento lo activa. La muerte del ciclista de Barcelona es uno de esos eventos que transforma estos entes individuales en seres sociales en un tiempo fugaz, compartiendo el sentimiento de rabia e indignación por su propio universo cotidiano. 

Mientras tanto, la galaxia del estado sigue conociendo el mundo mediante sus propios esquemas cognitivos que ignoran lo emergente. Los discursos de las élites políticas son manifiestamente distorsionados y disparatados y excluyen múltiples situaciones de la vida social. La disminución drástica de los productores se acompaña de la explosión de los repartidores a domicilio, convertido en sede de la actividad social que tiende a acaparar un tiempo desmesurado en las vidas de tan avanzados súbditos-ciudadanos. La pregunta más estúpida que se puede formular hoy a una persona es la convencional ¿estudias o trabajas? Ese dislate solo lo hacen los ejecutores de la encuesta de la población activa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario