sábado, 25 de mayo de 2019

EL CONGRESO DE LOS SEGREGADORES Y EL DIPUTADO SEGREGADO


La sesión de inauguración de la legislatura celebrada esta semana concitó la presencia de múltiples cámaras y periodistas, ávidos por narrar un acontecimiento cuyo guion se encontraba escrito. Los actores principales de esta película eran los políticos presos, los ultraderechistas emergentes y otras especies generosas con la producción de imágenes, titulares, que alimentan la confrontación política convertida en la guerra permanente de los zascas y los memes. Las rivalidades personales de los vencedores y perdedores de los últimos episodios de las contiendas políticas, son puestos en escena profusamente, para nutrir a las audiencias congregadas por este magno espectáculo.

En este contexto un hecho relevante pasó inadvertido, al no formar parte del relato audiovisual en curso. Se trata de la incorporación al Congreso de Pablo Echenique, diputado que vive con una discapacidad que restringe su movilidad. Su presencia puso de manifiesto que el venerable salón de los plenos acumula varias barreras físicas. Así, tuvo que ser ubicado en lo que se denomina como “gallinero”, espacio que desempeña la función de acoger a los representantes de partidos minoritarios, así como a los degradados por los partidos centrales. El caso de Tania Sánchez en la pasada legislatura es paradigmático, privada de visibilidad tras una columna por sus desavenencias con sus dirigentes, asentados en los lugares en los que pueden ser acariciados por las cámaras.

El gallinero es un lugar oscuro en el que se concentran los castigados de distintas clases, que son excluidos de las retóricas visuales que en este tiempo componen los relatos. Esta es una forma de marginación severa, que se asocia a los perdedores de las disputas que tienen lugar en los cuadriláteros mediáticos frente a las audiencias. Así se evidencia el lado oscuro de esta institución que se decanta por privilegiar la representación de las mayorías. No formar parte de estas, conlleva una exclusión manifiesta. El máximo grado de degradación es el grupo mixto y el espacio en el que son ubicados los eliminados.

La presencia de Echenique en el gallinero puso de manifiesto la identidad invariable de esta venerable institución. Esta es la sede de los representantes de las clases privilegiadas y de las instituciones que albergan a las distintas clases de noblezas de estado. La irrupción de algunos representantes de las clases trabajadoras no alteró sustancialmente la cultura de esta organización. El acceso de los diputados de Podemos conllevó una conmoción, que fue absorbida por la institución, acreditada en el arte de pluralizar las vestimentas y suavizar los portes de los recién llegados.

La imagen del desplazamiento de la urna al gallinero, evidencia la posición de esta institución con respecto a la incapacidad. Sencillamente no estaba previsto. Pero las barreras físicas para los discapacitados nunca se encuentran solas. Por el contrario, son acompañadas por barreas culturales, que son mucho más discriminatorias que las primeras. El edificio es el símbolo de la comunidad que lo habita, cuya cultura se funda en un supuesto perverso que excluye a los discapacitados físicos. Este hecho puso de manifiesto el carácter veleidoso de los discursos políticos al uso, así como la ausencia de sensibilidad compartida por los distintos contendientes por el gobierno.

Lo peor radica en que el mismo Echenique no estuvo a la altura de la situación que le tocó vivir. Ni una palabra, ni un gesto de desaprobación de esta institución representativa de los fuertes. Asimismo, en las divisiones mediáticas, y en el conglomerado de columnistas en particular, apenas pasó apercibido este acontecimiento, que desvela el alma de una democracia discapacitada en la función de la representación de todos los ciudadanos. En su caso, si hubiera reprobado públicamente a la institución y sus moradores por esta marginación, seguramente se hubiera reforzado su estigma. En este caso el contenido del estigma es inequívoco en los términos que lo enunció Goffman , se trata de “inferioridad moral”.

Esta atribución de inferioridad moral presupone que se va a callar, que no va a tener la capacidad de alzar la voz para denunciar esta discriminación, sus ejecutores y el entorno cultural en que se produce. El problema de fondo radica en que apenas existen en España movimientos sociales autónomos que movilicen sus propias energías para defender sus propias definiciones. El panorama de las asociaciones es desolador, en tanto que son colonizadas por distintos profesionales que imponen sus definiciones. Así, conforman un entorno obediente a los poderes políticos y profesionales.

Esta no es una cuestión baladí. Se trata de la esencia de la democracia en una sociedad plural y fragmentada. Lo que se denomina como “minorías” tiene una importancia incuestionable. Una sociedad que subordina y margina a distintas minorías no puede ser definida como democrática. Es menester inventar formas políticas que privilegien la intervención de las distintas categorías sociales minoritarias. Así se puede debilitar el monopolio de los políticos,  de los profesionales y los mediadores mediáticos.

Por estas razones, yo, Juan Irigoyen, mayor de edad, repruebo públicamente a los trecientos cincuenta diputados, Echenique incluido, así como a los capturadores de imágenes y creadores de relatos mediatizados que los acompañan. También a las audiencias aturdidas que los escoltan. Mi petición puede sintetizarse en una palabra: Democracia. Es urgente dar pasos hacia la democracia en todas las esferas. Una de ellas es precisamente el edificio-templo que alberga a los representantes de las mayorías de ciudadanos-votantes-espectadores.

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