domingo, 31 de marzo de 2019

DESPUÉS DEL 8M


El movimiento feminista experimenta en los últimos años una expansión sustancial. Se multiplican los discursos, los repertorios de acción, la pluralidad de sus agencias, la diseminación de sus efectos por todos los espacios sociales, así como la intensidad de su presencia en el espacio público.  En las dos últimas ediciones del 8M,  se manifiesta la enorme energía puesta en marcha por el movimiento. Desde hace muchos años en esta fecha se producen movilizaciones que concitan amplios apoyos, pero los dos últimos años se puede constatar un salto considerable que trasciende el techo tradicional del movimiento, compuesto por las distintas asociaciones, movimientos y mujeres pertenecientes a distintas organizaciones.

La escalada del movimiento feminista lo confirma como excepción en un entorno dominado por varios procesos de transformación en la dirección de una sociedad neoliberal avanzada. Sobre todos ellos predomina la gran precarización, que desborda el locus del trabajo para instalarse como un sistema precario de relaciones sociales débiles en la totalidad de la vida.  La nueva individuación es su soporte fundamental. Junto a él la mediatización total, que desterritorializa a las personas desplazándolas hacia mundos virtuales en los que se difuminan las realidades asociadas a sus posiciones sociales inexorables. 

Estos procesos avanzan encontrando distintas resistencias. Los movimientos de protesta frente a la oleada de transformaciones neoliberales adquieren una condición defensiva y a la contra. Se expresan en movilizaciones en las que los temores se hacen patentes y la imaginación y la energía creativa se reduce a mínimos. En estado menguante de las resistencias, el movimiento feminista resalta por su originalidad, generando una energía social que se transfiere a todas las resistencias definidas por su estado de estancamiento y el déficit de escala de respuesta en relación a las reformas neoliberales.

De esta situación resulta una paradoja. Esta se puede definir en los siguientes términos: El movimiento feminista es inevitablemente mitologizado, convirtiéndose en una referencia que compensa el vacío resultante de la impotencia de las resistencias, al tiempo que todos los agentes sociales vivos lo reinterpretan tratando de importar energía a sus causas. Pero el problema radica en que, en tanto que el feminismo consigue abrir transformaciones sociales específicas, estas tienen un signo inverso a aquellas que se derivan del avance de la gran reestructuración neoliberal, sustentado en el conjunto de instituciones de la nueva individuación y mediatización.  De este modo se generan tensiones sociales que no son bien inteligidas. Así se conforma uno de los dilemas que afectan al devenir del movimiento feminista, que se puede expresar en la idea de que los cambios que suscita solo pueden resolverse en un escenario asimétrico al que se está configurando.

La emergencia feminista expresada en la movilización del 8M se constituye en un acontecimiento que proporciona grandes oportunidades a las cámaras. Pero la conversión audiovisual de la movilización implica su redefinición mediática. Un movimiento múltiple y heterogéneo, compuesto por los sentidos y las acciones de numerosos microgrupos es reducido mediante una resignificación que se adecúa a los avatares de la  contienda por la distribución del poder político. De este modo las múltiples microacciones se difuminan  en favor de una totalidad que los partidos políticos se esfuerzan en capitalizar comunicativamente para sus intereses inmediatos. En el espectáculo mediático se hacen invisibles las diversidades del movimiento, cristalizando así una distorsión considerable.

Las grandes manifestaciones del 8M devienen en una experiencia vivida por cientos de miles de mujeres de todas las condiciones. Su concentración en las calles genera un sentimiento de liberación, en contraste con el de los distintos escenarios en los que se desenvuelven sus vidas. Por eso, siguiendo la interpretación de Canetti, la vivencia de una multitud en una manifestación es un momento que contrasta con la situación de la vida ordinaria.Dice “Solo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia…En la descarga, se elimina toda separación y todos se sienten iguales. En esta densidad, donde apenas cabe observar huecos entre ellos, cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se consigue un inmenso alivio. En busca de este momento dichoso, en donde ninguno es más, ninguno mejor que otro, los hombres devienen en masa”.

Desde esta perspectiva se puede afirmar que tras el gran acontecimiento del 8M cada mujer regresa a su vida que se encuentra inserta en distintos microescenarios. El movimiento feminista ha modificado muchos de estos escenarios, pero una buena parte de ellos no se encuentran afectados por este cambio. De ahí la desigualdad intensa de las condiciones de vida de las mujeres. Las que ostentan un buen nivel educativo y laboral viven en microcontextos favorables a su empoderamiento gradual. Esta es una conquista histórica del feminismo. Pero una gran mayoría tiene que vivir su cotidianeidad en microcontextos poco o nada afectados por esta ola de cambios. 
Muchas de ellas en condiciones que pueden ser definidas en rigor como dramáticas.

El problema radica en que las primeras son quienes conforman la voz del movimiento en condiciones de monopolio. Son aquellas que producen discursos optimistas que se adecúan a las condiciones de los microescenarios en los que habitan. Por el contrario, los grandes contingentes de mujeres que moran en hábitats adversos, carecen de voz. Estas son representadas por los discursos universalistas de las mujeres privilegiadas. La diferencia entre estar domiciliada en un departamento universitario, un centro de salud o una empresa innovadora, y un supermercado, un taller de trabajo informalizado o un trabajo doméstico es abismal. Me atrevo a afirmar que las mujeres vencedoras de la clase A generan discursos delirantes en torno al empoderamiento, en tanto que su pretensión es tener validez general.

La distorsión de la mirada sobre la vida de las mujeres es monumental. Esta se acompaña de la gran deformación de las representaciones sociales acerca de lo laboral. Uno de los procesos centrales de la instauración de una sociedad neoliberal es la transformación del trabajo. Solo una parte menguante de este puede ser considerada como trabajo formalmente libre, definido por unas condiciones aceptables, autonomía de los trabajadores y capacidad efectiva de negociar. Por el contrario, crece aceleradamente lo que se denomina como trabajo coaccionado. Este se instala en todas las partes del mercado de trabajo. El trabajo doméstico es su máxima expresión, pero este modelo de subalternidad radical llega hoy hasta el trabajo cognitivo. Pienso en los pobres doctorandos y doctores y sus modelos de riguroso vasallaje. La mistificación acerca del mercado de trabajo que realizan a diario los medios y los expertos que los pueblan es monumental.

Las mujeres conforman una mayoría aplastante del trabajo coaccionado y casi el monopolio del trabajo de cuidados. En estas condiciones hablar de de empoderamiento es sumamente problemático. Pero, además, las representaciones y prácticas asociadas al poder masculino tradicional han adquirido  la capacidad de retirarse discretamente para permanecer. En cuestiones de género, apariencia y realidad se contraponen intensamente. El machismo se instala en un subsuelo confortable en espera de sus oportunidades. Se multiplican los ambientes dominados por una extraña sororidad a la inversa. De este modo, muchos de los cambios son aparentes y las condiciones para una reversión se encuentran presentes. Los juegos dialécticos entre representantes políticos lo ilustran. Muchos de los adversarios de los cambios feministas adoptan un comportamiento veleidoso que oculta su posición real. Así, cuando algunos de ellos salen a la superficie, producen fragmentos discursivos antológicos. Es imposible no citar al bueno de Adolfo Suárez.

Así se pueden explicar los temores colectivos que comparecen en las manifestaciones feministas. Este es un proceso de transformación social que se encuentra con obstáculos ocultos de gran envergadura. El problema radica en que el monopolio del conocimiento se encuentra en las sedes de los contingentes “nobles” del feminismo. Por esta razón quiero elogiar el manifiesto de la Comisión Organizadora. Su mirada de se extiende sobre todas las mujeres y tanto el concepto de huelga feminista, que evoca a la totalidad de los escenarios habitados por mujeres, como el concepto central “mujeres libres en territorios libres”, confirman una lucidez demostrada.

Las críticas latentes y manifiestas que ha suscitado el manifiesto remiten al feminismo arraigado en hábitats confortables, así como a aquellas que se encuentran en posiciones contrarias ocultas. Pero, el concepto de huelga feminista, cuya primera versión se encuentra demasiado influida por la huelga obrera tradicional en una sociedad salarial, remite a la transformación de los microcontextos sórdidos en los que se desenvuelve la vida de una gran parte de las mujeres. Este manifiesto es esperanzador desde la perspectiva de la construcción de una inteligencia colectiva que pueda remover los grandes obstáculos al cambio.

Escribiendo este texto he acudido a comprar alimentos a una conocida cadena de supermercados. Las cajeras se encuentran sometidas a un control minucioso y unas instrucciones que remiten a un siglo atrás. Su controlador es un capataz que las interpela cuando se forman colas. Este tipo es una memoria viva de la fábrica. Salí pensando que nunca podrán ser libres si no lo son los varones que pueblan las estancias del trabajo coaccionado, o los consumidores programados, o los mediatizados compulsivos manipulados por las industrias del entretenimiento. Al caminar hacia la casa he vuelto a pensar en el manifiesto 8M.

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