viernes, 5 de abril de 2019

LA GESTIÓN POLÍTICA DE LOS HABITANTES DE LOS FRAGMENTOS COMUNICATIVOS VIRTUALES


En varias ocasiones he presentado textos de Tiqqun en este blog. Vivo intensamente la demolición del pensamiento contemporáneo mediante su readaptación a los medios de comunicación y las industrias culturales. La incapacidad para comprender los procesos que operan en este tiempo es manifiesta. En esta situación proliferan las teorizaciones fragmentarias de todo a cien que caracterizan a los analistas simbólicos omnipresentes en el espacio público-mediático y pseudoacadémico. La emergencia de Tiqqun constituye una excepción clamorosa. Sus textos contribuyen a recuperar los discursos críticos respecto a un sistema que pretende hacerse opaco a las miradas de los expertos que detentan el monopolio de la voz en los escaparates de la fábrica de la charla.

Lo que se puede definir como nueva sociedad postmediática alcanza su madurez en estos años. Las pantallas primero ocuparon los cuartos de estar de las viviendas para expandirse a los bares y otros lugares de uso colectivo. La informatización recombinó las pantallas de la televisión con las de uso individual, creando las condiciones para una fragmentación inédita. El advenimiento del Smartphone y la 2.0 representa un salto gigantesco de las pantallas que se instalan en toda la vida. Cada persona construye su burbuja relacional y vive conectado a ella las 24 horas. La tecnología hace posible la liberación del lugar en que se encuentren localizados.

Toda la sociedad experimenta una transformación colosal que se puede sintetizar en la multiplicación de los mundos virtuales frente a la decadencia de un número cada vez mayor de los lugares físicos como sedes de las relaciones. De esta revolución digital nace un nuevo poder majestuoso, una nueva sociedad ultrafragmentada y un nuevo sujeto desanclado de los lugares e hiperconectado y dependiente de su burbuja relacional virtual. Aún a pesar de que los cambios son reconocidos uno a uno, el resultado en términos de la reestructuración social resultante permanece en estado de semialfabetización.. Prevalece el optimismo de cada sujeto usuario que puede componer su burbuja relacional y gestionarla, así como la adhesión de muchas personas críticas, fascinadas por las ventajas de sus conexiones a tiempo real con sus homólogos.

En varias ocasiones me han preguntado en alguna intervención pública el porqué de no estar en las redes sociales. Mi respuesta remitía a que si en twitter Sergio Ramos tiene 16 millones de seguidores, este no es el sitio adecuado para mí. Cuando hace un par de años abrí una cuenta, algunos amigos me preguntaron por mis razones. Mi respuesta sigue siendo la misma: estoy experimentando mi insignificancia determinada por el exiguo tamaño de mi fragmento en relación a los que detentan los privilegiados mediatizados. Las escalas son elocuentes y no admiten ninguna discusión. Habitar mi fragmento me puede aliviar la insignificancia, proporcionándome alguna gratificación comunicativa en ocasiones solemnes, lo que se contrapone a la inmensidad de los fragmentos que conforman mi exterior, de los que me encuentro separado por unas fronteras tan consistentes como aquellas que mitológicamente se denominaron como “telón de acero”.

Por esto presento un fragmento del libro del Comité Invisible “Ahora”, publicado en Pepitas Ed. Se trata de un texto lúcido acerca de la composición de la nueva sociedad y sus mitologías. Su valor reside en la lucidez con la que define la fragmentación virtual acompañada por la desconexión con lo real-vivo.  De ahí nace un nuevo poder digital que opera maximizando la lógica de la hiperconexión en la fragmentación, acompañada por la desterritorialización que constituye a las personas como entes flotantes.

El <<encapsulamiento>> no constituye solo una técnica de guerra psicológica que las fuerzas de seguridad francesas han importado tardíamente de Inglaterra. El encapsulamiento es una imagen dialéctica del poder actual. Es la figura de un poder despreciado, deshonrado, que lo único que hace ya es retener a la población en sus redes. Es la figura de un poder que ya no promete nada y que no tiene más actividad que echar el cerrojo a todas las salidas. Un poder al que ya nadie se adhiere positivamente, del que cada cual trata de fugarse a su manera, y que no tiene otra pavorosa perspectiva que la de mantener en su estrecho seno todo aquello que incesantemente se le escapa. Dialéctica, la imagen del encapsulamiento lo es porque también reúne aquello que tiene vocación de encerrar. En ella se producen encuentros entre aquellos que tienen vocación de desertar. (pag. 35)

De un lado está el programa de restauración fascistizante de la unidad, del otro está el poder mundial de los mercaderes de infraestructuras: lo mismo Google que Vinci, igual Amazon que Veolia. Quienes crean que es o bien el uno o bien el otro. tendrán los dos. Pues los grandes constructores de infraestructuras tienen los medios de aquello de lo que los fascistas no tienen más que el discurso folclórico. Para ello, la crisis de las antiguas unidades es ante todo la oportunidad de una nueva unificación. En el caos contemporáneo, en la disgregación de las instituciones, en la muerte de la política,  hay un mercado perfectamente rentable para las potencias infraestructurales y los gigantes de Internet. Un mundo perfectamente fragmentado sigue siendo por completo gestionable cibernéticamente. Un mundo fraccionado es incluso la condición de la omnipotencia de quienes gestionan sus vías de comunicación. El programa de tales potencias consiste en desplegar, detrás de las fachadas agrietadas de las viejas hegemonías,  una nueva forma de unidad, puramente operativa,  que no tenga que preocuparse por la fastidiosa producción de un sentimiento de pertenencia siempre vacilante,  sino que por el contrario sea capaz de operar en lo «real»,  reconfigurándolo. Una forma de unidad sin límites y sin pretensiones,  que prefiere construir bajo la fragmentación absoluta  el orden absoluto. Un orden que no pretende nunca fabricar una nueva pertenencia fantasmática,  sino que se contenta con proveer, mediante sus redes, sus servidores, sus autopistas, una materialidad que se impone a todos incuestionablemente.  Ninguna otra unidad ya salvo la uniformización de los interfaces,  de las ciudades,  de los paisajes; ninguna otra continuidad salvo la de la información. La hipótesis de Silicon Valley y de los grandes mercaderes de infraestructuras es que ya no hace falta fatigarse poniendo en escena una unidad de fachada: ellos pretenden crear la unidad en el mundo mismo,  incorporada a sus redes,  fundida en su cemento. Es evidente que no nos sentimos miembros de una «humanidad Google»; pero esto le viene muy bien a Google siempre y cuando nuestros datos le pertenezcan. En el fond,  por poco que aceptemos vernos reducidos a la triste condición de «usuarios»,  todos pertenecemos a la nube,  que no tiene necesidad alguna de proclamarlo. Dicho de otro modo: por sí misma la fragmentación no nos previene contra una tentativa de reunificar el mundo por los «gobernantes de mañana»: para ellos es incluso la condición y la textura ideal. Desde su punto de vista,  la fragmentación simbólica del mundo abre el espacio de su unificación concreta. La segregación no se opone a la configuración de redes; le ofrece,  por el contrario,  su razón de ser. La condición del dominio de los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) es que los seres, los lugares, los fragmentos de mundo continúen sin tener contacto real. Allí donde los GAFA pretenden «vincular al mundo entero», lo que hacen por el contrario es trabajar por el aislamiento real de cada uno. Inmovilizar los cuerpos. Mantener a cada uno recluido en su burbuja significante. El golpe de fuerza del poder cibernético consiste en procurar a cada uno la sensación de tener acceso al mundo entero cuando en realidad cada vez está más separado de él, de tener cada vez más «amigos» cuando cada vez es más autista. La multitud serial de los transportes colectivos siempre fue una multitud solitaria, pero nadie transportaba consigo su burbuja personal, como ocurre desde que aparecieron los smartphones. Una burbuja que inmuniza contra todo contacto, además de constituir un perfecto soplón. Esta separación querida por la cibernética se dirige de manera no fortuita hacia la constitución de cada fragmento como pequeña entidad paranoica, hacia un proceso de deriva de los continentes existenciales en el que el extrañamiento que reina ya entre los individuos de esta «sociedad» se colectiviza ferozmente en mil pequeños agregados delirantes. Contra esto, hay que salir de nuestra casa, ir  al encuentro, echarse al camino, trabajar en la ligazón conflictiva, prudente o feliz, entre los pedazos de mundo. Hay que organizarse. Organizarse verdaderamente nunca ha querido ser otra cosa que amarse.)pags.50-53)

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