viernes, 22 de marzo de 2019

LA UNIVERSIDAD COMO ESPACIO SOBRENATURAL E INCONMOVIBLE





El caso del máster de Cristina Cifuentes se encuentra en su desenlace final. Tras el ruido mediático, el resultado es que todos los actores de esta tragicomedia académica contemporánea se encuentran en sus puestos, bien como profesores,  o como directivos o funcionarios, con la excepción de Cifuentes. Este episodio muestra la incapacidad de cambiar desde afuera esta institución, que se convierte así en una deidad, en tanto que sus élites poseen la licencia de burlar cualquier control externo, perpetuando su poder y sus prácticas perversas. Si un evento de esta naturaleza no genera transformaciones efectivas, no sólo el cambio queda reducido a una quimera retórica, sino que la frustración de quienes aspiran a este deviene en monumental.

El hecho es que, una vez desencadenada la noticia del Diario.es, se pone en marcha una tormenta mediática en la que proliferan los comentarios y las imágenes. Pero esta efervescencia carece de la capacidad de modificar los comportamientos de silencio y complicidad de los profesores, involucrados en un equilibrio de intercambios en el que se sustenta el orden de esta institución. En este blog comenté la pertinencia de la definición de la universidad como “quietud absolutista”. El silencio ritual de los profesores se refuerza con las movilizaciones débiles de los estudiantes, ahora convertidos en compradores de créditos. Los contenidos de las manifestaciones de esa universidad madrileña se ajustaban a esta condición. No pedían una regeneración de la institución, sino la restitución del valor del mercado del título que compraban.

El desenlace tenía un final predeterminado. Las tormentas mediáticas siempre concluyen, restaurando el buen tiempo, que precede a las siguientes tormentas. Así se confirma que los medios de comunicación, así como sus escoltas, las redes sociales, no son un agente de cambio competente que pueda contribuir a generar fuerzas de cambio sólidas en el mundo real de las organizaciones. Su efecto es el de modelar el conflicto macropolítico entre los contendientes globales, los partidos políticos, que se distribuyen los paquetes de votos fluctuantes que requiere el acceso al gobierno mediante una contienda permanente basada en la presentación y el tratamiento de acontecimientos localizados.

Aquí radica el factor clave por el que tiene lugar el milagro de la reproducción del orden tras las tormentas. Las élites afectadas solo tienen que esperar a que los tribunales restablezcan la demora eterna tras el momento vertiginoso de lo mediático. Los medios solo crean efervescencias sucesivas que se reemplazan anulando la anterior, que adquiere el estatuto de realidad cancelada almacenada en el espacio funerario de la hemeroteca. Su corta e intensa vida ha tenido la utilidad de un impacto en eso que se denomina como “opinión pública”, que es una entidad fantasmal que determina los movimientos de los paquetes de votos, configurando las expectativas de los partidos.

Ahora que se han apagado las luces de las cámaras, la universidad continúa su inconmovible sendero hacia su propia reproducción.  De nuevo la tranquilidad que proporciona la penumbra en este espacio divino, en tanto que existen distintos  grupos de interés, pero solo un dios verdadero: la reproducción del orden organizacional a favor de las distintas élites presentes. Después de la tempestad siempre viene la calma. El portavoz de la CRUE, que compareció ante las cámaras para neutralizar las energías críticas suscitadas por la emergencia de este caso, ha mostrado su sabiduría.

Se trataba de conseguir una demora que disipase los fantasmas del estado de censura. Así se confirma la influencia determinante de la organización matriz que hace un arte sacro de la conservación del orden interno: La Iglesia Católica. En este sentido, las organizaciones contemporáneas devienen en iglesias. En el caso de la universidad, los cardenales y los obispos no son una metáfora. Se pueden construir vínculos sólidos entre las prácticas de los claustros y los sínodos y conferencias episcopales. En ambos casos la deliberación nunca es pública y predominan las liturgias sobre los contenidos.

El problema radica en interrogarse acerca de la posibilidad de un cambio en la sagrada institución eclesiástica de la universidad. Parece evidente que este es solo posible mediante una gran conmoción y que solo puede adquirir la forma de ruptura. Porque las organizaciones sagradas no evolucionan. Esta es la gran cuestión. Los últimos años descartan la posibilidad de generar un proceso evolutivo que genere una alternativa a las estructuras sinodales universitarias que amparan la proliferación de las malas prácticas, que adquieren un esplendor inusitado, como en el caso que nos ocupa.

La universidad es una realidad oscura, que ampara una imagen fuertemente distorsionada, que solo es movilizada como acontecimiento tratable por alguno de los contendientes por el gobierno del estado, como material de apoyo a sus intereses. Mientras tanto, decenas de miles de estudiantes, becarios, profesores insertos en las distintas clases de interinidad y precariedad crónica, e investigadores desregulados, conforman el nuevo proletariado en la era de la producción inmaterial y la expansión del trabajo cognitivo. Así se puede afirmar que las castas académicas -de derechas y de izquierdas, en tanto que en el orden sagrado se fusionan místicamente todos los involucrados- se solapan con las poderosas castas agrarias, industriales y financieras. Así se configura el capitalismo académico como umbral del capitalismo cognitivo, que desde otra perspectiva adquiere el nombre de sociedad de la información y el conocimiento. 


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