martes, 20 de marzo de 2018

LAS MANIFESTACIONES DE JUBILADOS DEL 17 M EN MADRID:


La doble manifestación de jubilados en Madrid de ayer fue una señal portadora de un mal augurio. Esta hizo visible la división en el campo de la izquierda política en un momento de crucial importancia. La de la mañana estaba patrocinada por los sindicatos convencionales acompañados por el pesoe. Allí se encontraban las direcciones de estas organizaciones, así como la izquierda mediática “honorable”: artistas, músicos, tertulianos y notables acompañados por la sexta, que les proporcionaba cobertura audiovisual. La asistencia fue muy modesta y la composición humana remitía a las gentes sobrevivientes del gran naufragio de la izquierda política y sindical del régimen del 78. La energía de los participantes fue muy menguada y la puesta en escena se caracterizó por una austeridad simbólica patente. El contraste entre los esfuerzos de sus tutores para convertirla en hecho audiovisual-político y las retóricas funerarias prevalentes entre los participantes era ostensible.

La manifestación de la tarde fue convocada por la coordinadora estatal de las pensiones, bajo la que se amparaba Podemos. Pero esta concitó la asistencia de una buena parte de la izquierda sufrida, que congregó a una gran cantidad de personas, muy superior al desfile oficial matutino, lo cual apunta al mérito de los sindicatos, que han construido laboriosamente su propia desafección general en los mundos del trabajo. La envergadura de esta manifestación era muy considerable, en contraste con la orfandad oficial y mediática que la acompañaba. Las grandes televisiones no le otorgaron licencia y la trataron disolviéndola en el conjunto de manifestaciones que tuvieron lugar en distintas ciudades. Lo que sí pude constatar es que había, con toda seguridad,  más gente que los ciento quince mil manifestantes de Bilbao. Después de las siete de la tarde, el espacio entre Neptuno y Sol se encontraba totalmente abarrotado, en tanto que la cabeza llegaba a Cibeles. 

El balance de mi experiencia como manifestante en ambas citas, se puede sintetizar en la vivencia de una importante intervención del sistema político y mediático en un acontecimiento específico, tratando de reconfigurarlo para maximizar su aportación a sus intereses. La activación de un capital político-electoral que portan los jubilados, recompone el campo electoral,  suscitando el interés de los partidos contendientes y sus extensiones mediáticas. Así, la congelación de las pensiones, que es un elemento central en un proceso histórico general de desposesión de la antigua y nueva clase trabajadora, queda subordinada a las tácticas cortoplacistas de los aspirantes para incrementar sus cuotas institucionales. Las significaciones de estas movilizaciones son reconfiguradas.  Asimismo, la escasa autonomía del colectivo de los jubilados propicia que sobre su espacio distintos poderes sociales depositen sus anclas. 

En la gran manifestación vespertina, la enorme cantidad de personas participantes se mostraba desangelada. Apenas existía conexión con el núcleo convocante. La imponente multitud se diseminaba por todo el espacio físico del itinerario. La desconexión con la cabecera era patente y apenas se gritaban lemas en el exterior del núcleo convocante y su círculo inmediato. En la composición de la marcha predominaba la izquierda sufrida, es decir, los trabajadores industriales y de servicios desalojados gradualmente del sistema productivo en los últimos treinta años, constituidos en un segmento de población blanco de las acciones de disolución del estado de bienestar. Sus itinerarios biográficos sintetizan la fusión de los años gloriosos del esplendor del trabajo regulado, el estado de bienestar, el estatuto de consumidor y la condición de votantes, con los años de plomo de la desindustrialización, la regresión y el comienzo de la desposesión que se define a sí misma como la crisis.

La multitud de participantes hacía gala una frugalidad manifiesta en su energía y expresividad. El contraste con la manifestación feminista del 8M, las del No a la Guerra o el ciclo del 15 M se hacía patente. Muchos pequeños grupos exhibían carteles confeccionados a mano con estéticas cutres y lemas parcos. El sentimiento de indignación presidía todas las expresiones. También  se podía percibir un cierto orgullo por la reanimación de su memoria histórica. La mayoría de los presentes revivía experiencias ubicadas en un pasado lejano. La casi totalidad de los concentrados se encuadraba en la generación de más de cincuenta años. Apenas había jóvenes. Me resultó chocante, y hasta casi hilarante,  la presencia de dos jóvenes vendiendo pitos a tres euros en la calle Alcalá, frente al ministerio de Educación.

El aspecto más relevante de la manifestación fue su estado de dispersión física. Los manifestantes se diseminaban por todo el recorrido, desconectados manifiestamente de la cabecera. La debilidad de la cohesión se encontró reforzada por la gran manipulación derivada de su fusión con otra manifestación de protesta contra la ley mordaza. Además, algunos grupos de la vieja izquierda, siguiendo las viejas tradiciones de la correa de transmisión, exhibían carteles, pegatinas y lemas ajenos al contenido de la convocatoria. En particular proliferaron  los referidos a la monarquía y la tercera república. De este modo, muchas personas se sintieron confundidas en este conglomerado de contenidos. Algunos jubilados protestaban por este caos simbólico. Ciertamente, se percibían varios intentos de manipulación en un colectivo carente de organización.

La ausencia de dirección favoreció la puesta en marcha de estrategias territoriales aprendidas por múltiples manifestantes y sancionadas en la gran marcha de las mujeres el 8 M. Así, numerosísimas personas se ubicaron desde el principio en la intersección con Gran Vía, desde donde pudieron ver la llegada de la cabeza a este punto. Pero esta multitud formó una riada de gente compacta que marchó por delante de la cabecera, siguiendo hasta el final, lo cual les proporcionó buenos sitios en el acto final de Neptuno. Toda la marcha se disgregaba en  distintos segmentos que competían por buenas posiciones, que siempre se encuentran por delante de la cabeza.

Así, los numerosos contingentes que llegaron después de las seis por Sol o Gran Vía, tenían que sumarse al gran tapón que se formó en el punto de partida. Pero la inmovilidad en este lugar propició que numerosos grupos se escindieran por la Carrera de San Jerónimo, desembocando en el Paseo del Prado  por distintos atajos para ubicarse en los lugares buenos. En Cibeles apenas había sitio desde el comienzo. Desde allí los concentrados avistaban la marcha de la manifestación. Las nutridas gentes que disciplinadamente se ubicaron detrás de la cabeza, fueron penalizadas en los sucesivos tapones que se formaban por la lentitud de la marcha y los movimientos de los no resignados a la inmovilidad. Estos vivieron la manifestación restringidamente y no pudieron llegar al final. 

El aspecto más singular de estas manifestaciones consistió en el contraste manifiesto entre una gran muchedumbre de personas afectadas por los sentimientos asociados a la quiebra del imaginario de progreso que ha presidido sus trayectorias biográficas, y la comparecencia de sus múltiples herederos que competían entre sí para apropiarse de la energía política derivada de la movilización. La pluralidad de las manipulaciones se hacían perceptibles. La contienda entre los herederos, que exhibían sus maquinarias expertas y mediáticas, se sobrepone a la cuestión esencial. Esta es que las pensiones, al igual que otros componentes básicos del estado del bienestar, son inexorablemente reducidas por la decisión política de las fuerzas que impulsan la gran reestructuración neoliberal. 

La devaluación de las pensiones se corresponde con un proceso general de desposesión, cuya punta de lanza es la desregulación del trabajo que se manifiesta en la severa precarización. Este proceso se encuentra determinado por una imponente rebelión de los beneficiarios de la economía especulativa, de los favorecidos por los bajos salarios, por los usufructuarios de las privatizaciones y los agraciados por la economía de los suelos. Este complejo de intereses y categorías sociales, extraordinariamente amplio, es quien ha decidido devaluar las pensiones. Pero esta verdad permanece oculta en los relatos que los actores convencionales respaldan sancionados por las representaciones televisivas.

Así, todo parece que se reduzca a una cuestión de la intervención de algún maligno, como Rajoy y otros del pepé o ciudadanos, tal y como muestran los crepusculares carteles exhibidos. Pero no se trata de esto. Si es una rebelión de los pudientes, no cabe esperar a ningún salvador magnánimo. Por el contrario se trata de un episodio en un conflicto político muy relevante, que solo puede resolverse mediante la constitución de una fuerza social global que disuada a los poderosos de la inviabilidad de su proyecto oculto. Los jubilados y la cuestión de las pensiones dignas solo son una parte de este macroconflicto. El requisito para avanzar consiste en visibilizar lo oculto, que es el proyecto global de los beneficiarios del crecimiento. 

Este proyecto, pernicioso para grandes sectores sociales, se oculta y se muestra por la voz de la expertocracia. Son los expertos los que proponen la resignación ante lo técnico que oculta los intereses de los beneficiados por este modelo de crecimiento. Hasta que no vea en las manifestaciones lemas creativos que parodien a los expertos múltiples, no creeré en la viabilidad de la movilización de los marginalizados, porque ahora, sus propias voces son expropiadas por los expertos depredadores que anidan en las televisiones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario