martes, 31 de mayo de 2016

MAYORES EN ARRESTO DOMICILIARIO

Esta entrada pretende ser una intrusión en una realidad cuya visión se encuentra distorsionada, principalmente por su ubicación en una extraña zona de luces y sombras. Me refiero a la situación de una parte muy importante de las personas mayores, que se encuentran relegadas y marginadas en un grado creciente. Si pudiera sintetizar su situación en una imagen, esta es la de su inmovilización paulatina en sus domicilios, víctimas de la conjunción de varios procesos de cambios social, cuyos efectos se recombinan para  limitar su presencia en los espacios públicos. Su espacio vital se contrae progresivamente hasta alcanzar el estatuto de un verdadero arresto domiciliario.

El envejecimiento de la población es un fenómeno muy complejo, en el que se simultanean varias ambivalencias. La emergencia de los viajes y las actividades de ocio de los mayores; la reutilización de su potencial para cuidar a los nietos; el poder adquisitivo de las pensiones en relación con los salarios menguantes; la proporción creciente en el total de la población, que los configura como una potencia electoral para los dispositivos de gobierno; su estado de salud decreciente que sostiene un sector sanitario expansivo, así como las industrias que lo acompañan. Todo coexiste en este segmento de población. Pero se hace manifiesto que, en términos globales, se impone la valoración de que representan una carga social insostenible en las sociedades de mercado infinito, en las que los cuidados personales menguantes se encuentran en declive. Así, los mayores se conforman  como una población percibida como una amenaza.

La complejidad de la situación de la población mayor, suscita un conjunto de interpretaciones que devienen en ideologías específicas que alcanzan el límite de lo patético. En otra ocasión analizaré algunas formulaciones como “poder gris” o “pacto intergeneracional”. Lo cierto es que grandes contingentes de mayores han quedado atrapados en situaciones difíciles, que remiten a valoraciones negativas. El rasgo más relevante de su situación es el de una invisibilidad construida, que oculta las distintas situaciones de carencias múltiples mediante las imágenes producidas por los discursos familiaristas y asistencialistas al uso. Estos son amplificados por los dispositivos de comunicación ocultando las situaciones críticas.

La situación de los mayores resulta de la combinación de varias mutaciones entrelazadas. La industrialización y la urbanización realizada en los últimos cuarenta años  en varias fases,  ha dispersado territorialmente a las viejas familias y comunidades. Muchas personas mayores han quedado enclavadas, bien en distintos espacios urbanos, bien en espacios rurales en declive. Las siguientes generaciones se han diseminado por otras zonas residenciales, movilizadas por las distintas etapas de la expansión  de las ciudades, que convocan  a poblaciones jóvenes mediante los precios del suelo más asequibles en las periferias. De estos procesos resulta la diferenciación por edades en los espacios urbanos. Muchos mayores quedan atrapados y anclados en zonas en declive que se remodelas para otros usos del suelo-maná.

De este modo el entorno de los ancianos cambia súbitamente. El éxodo de muchos de sus antiguos vecinos; la decadencia y reconversión del viejo comercio del barrio, así como de los bares; los nuevos negocios; la modificación de las calles en función del nuevo sistema total de tráfico, así como otros cambios que modifican radicalmente el espacio público tradicional. Los mayores atrapados en ese nuevo entramado comienzan a experimentar su nueva condición de extraños al nuevo espíritu de la ciudad, que sanciona las calles como lugares de paso hacia actividades especializadas. Esta adquiere la condición de  radicalmente motorizada, de modo que la condición de peatón adquiere una nueva naturaleza definida por su discriminación. Las islas peatonales son programadas como entornos de las zonas comerciales y de ocio de los centros históricos, concebidas como lugar de atracción a los visitantes, turistas y residentes en zonas privilegiadas de las periferias dotados de automóviles.

Así, el encuentro familiar se produce en intervalos de tiempo cada vez más largos, siendo desplazado de la cotidianeidad. Pero los esforzados ciudadanos-consumidores de las sociedades del presente adquieren múltiples obligaciones vinculadas al estilo de vida adoptado. Su restricción del tiempo disponible es patente y el fin de semana es un tiempo de concentración de  obligaciones e intensificación de su consumatividad. Este tiempo va en detrimento de las visitas a los familiares mayores atrapados en sus domicilios convencionales. Los encuentros son más dilatados y más rápidos.

Los mayores atrapados por el extrañamiento de su novísimo entorno y el distanciamiento familiar, tienden a hacer un uso instrumental de la calle y replegarse a su hogar. En este se mediatizan intensamente. Sus consumos televisivos los conforman como una audiencia fidelizada, alimentada de fabulaciones y ficciones mediáticas que movilizan sus emociones por los eventos sucedidos tras las pantallas. Pero también los temores colectivos y el miedo inducido constituyen el guion que se abate sobre estas poblaciones semiaisladas, que perciben y registran la multiplicidad de los males y amenazas  presentes en el exterior. Las conversaciones en las tiendas de alimentación, los portales o en las ocasiones que sus hijos se hacen presentes, remiten al asesino de guardia y otras figuras del mal oculto, que pueden hacerse presente en cualquier momento.

Pero el peor extrañamiento resulta de su desconexión con la vida colectiva. Esta se articula en torno a un conjunto de novedades que se producen incesantemente, afectando a todas las esferas y que se suceden a una velocidad prodigiosa. Estas novedades conforman el presente, siempre en tránsito. Los jóvenes están instalados en el mismo, en tanto que lo viven y se adaptan a sus continuos vaivenes. Los mayores se encuentran orientados al pasado y conservan sus representaciones y prácticas vitales, lo cual les aleja del presente, situándolos en una desconexión irrecuperable. La sucesión y acumulación de los cambios aumenta la distancia entre los que viven y poseen el presente y los rezagados. Así se convierten en extraños ajenos a la tensión del presente.

Los rezagados son considerados como una carga que constriñe los encuentros, cada vez más dilatados, de las visitas o la concurrencia del fin de semana. El encuentro familiar representa la concurrencia de mundos cada vez más distantes. La conversación unitaria es imposible por la presencia de los rezagados, que adquieren la naturaleza de sospechosos de formular quejas acerca del mundo y de su propia situación ante tan positivos descendientes entregados a vivir su vida guiada por el presente continuo. Así se reducen las actividades que antaño realizaban en conjunto.

El progresivo encierro domiciliario de los mayores remite a la emergencia de lo que la socióloga Helena Béjar denomina como la familia pública. Las políticas públicas compensan así el declive de las relaciones familiares y de los cuidados a los mayores fortificados. Los servicios sociales y los sanitarios despliegan distintos dispositivos para generar prótesis convivenciales que suplan al ocaso de la familia amplia, las redes amistosas convencionales y la comunidad local. El viaje al centro de salud y la presencia en la casa de personas pertenecientes a distintos sistemas de servicios personales, adquieren una importancia inusitada en la vida cotidiana de los inmovilizados.

Pero la familia pública no puede suplir a los familiares, amigos y vecinos. Sin ánimo de entrar aquí en esta cuestión espinosa, quiero recordar el riesgo de ser definidos como hiperfrecuentadores en los servicios sanitarios, que significa la cima en la acumulación de descalificaciones. En el caso de los servicios domiciliarios municipales, una pauta establecida es la de hacer rotar a las empleadas para evitar el contagio afectivo. Así las descalificaciones incubadas en su ámbito familiar se extienden a los sistemas de atención. El perfil negativo atribuido a los solitarios forzosos, resulta de los intereses de las familias privada y pública, que los definen tratando de limitar la carga que representan.

El resultado de estos procesos es la constitución de extraños seres humanos que están deseando dar afectos a quienes se pongan a su alcance, esperando que puedan devolverles alguna migaja de reconocimiento y cariño. Así recorren todas las estaciones de su vida cotidiana: el supermercado del barrio, las tiendas sobrevivientes a la modernización, los escasos vecinos que pueden pararse a conversar, la sala de espera y las consultas en el centro de salud o las empleadas que se hacen presente en sus casas. Incluso los intensos afectos catódicos preparados y puestos en escena para públicos de avanzada edad.

Algunas mujeres que trabajan cuidando a mayores dicen que sus contratadores  les insisten en que “lo más importante es que le quieras”. Esta paradoja ilustra acerca de las ambigüedades del progreso. En el plano convivencial los declives personales terminan, en la mayoría de los casos, en el exilio familiar, bien siendo ingresado en una institución, bien siendo confinados  en su propio domicilio. Así terminan por ser extrañas víctimas del renacimiento de la vida cotidiana de sus herederos. Este es un problema que esclarece la manifiesta debilidad de la inteligencia colectiva y el descentramiento de los imaginarios sociales.

Esta noche he soñado que miles de ancianos formaban un movimiento social para defender sus intereses y romper su arresto domiciliario. Contrataban a abogados y notarios para hacer un acto colectivo de desheredar a sus familiares. Las alarmas mediáticas se dispararon y los expertos adecuados proponían declararlos incapacitados cognitivamente. Durante unos días el miedo había cambiado de bando y de generación, y algunos se preguntaban si este acontecimiento constituía un síntoma.




miércoles, 25 de mayo de 2016

LA FIESTA DEL CORPUS Y LA SOCIEDAD SUMERGIDA DE LA LIMOSNA

Las fiestas del Corpus en Granada han comenzado. Una masa considerable de personas residentes en municipios de la provincia circulan por el ferial, el desfile de la Tarasca el miércoles, la procesión religiosa del jueves y las actividades derivadas de la fiesta. Los festejos instauran un estado de excepción provisional, en el que la energía festiva se disemina desigualmente por la ciudad, en espera de que los visitantes participen de la moderada euforia colectiva mediante la ampliación de los consumos asociados las actividades festivas. Tras su conclusión, se harán públicos los gastos realizados, siendo comparados con los del pasado año a efectos de certificar el principio sagrado del crecimiento. Tamaño acontecimiento supone la preparación de las calles para acoger a los ilustres visitantes-compradores.

La preparación del acontecimiento pone en marcha varios procesos de limpieza para preparar los escenarios de la fiesta. Uno de ellos es la activación de la policía municipal, con el fin de expulsar de los espacios públicos a los distintos contingentes de pedigüeños que pueblan las calles en los tiempos habituales. En un post anterior, “elogio de la posmendicidad”, aludí a la nueva generación de personas que piden en las vías públicas, procedentes del terremoto laboral que desencadena la gran desposesión en curso. De ahí resulta la aparición de una nueva generación de posmendigos, que se desplazan a los distintos barrios renunciando a competir en los puestos de la ciudad histórica, comercial y turística. Estos se presentan bien vestidos y aseados y terminan convirtiendo su puesto en un foco de relación de ayuda a los viandantes y residentes, afectados por el tsunami que debilita las estructuras convivenciales y convierte la calle en un lugar de paso asocial. Así invierten la relación, que adquiere la naturaleza de un intercambio.

En la semana anterior a las fiestas, la policía municipal ha desterrado de las calles implacablemente a los mendigos. No queda ni uno de los habituales. En los días de fiesta, la calle es monopolio de las personas normalizadas con biografías planas y exteriores blanqueados. La expulsión de los mendigos se lleva a cabo con una eficacia absoluta. Soy un ser urbano errante, y en mis tránsitos incesantes, he presenciado numerosos ciclos de expulsiones y reapariciones en la ciudad semisumergida de la limosna. Tras un tiempo en el que los puestos de mendicar están reservados a personas habituales, siendo en algunos casos regulados por micromafias, algún acontecimiento desencadena la actuación de la policía para desplazar a esta población hacia el subsuelo.

Las fiestas del Corpus son uno de esos acontecimientos. Las autoridades municipales ejecutan la gestión simbólica de la fiesta y el reciclaje de los espacios públicos, aseados para el uso de los visitantes-inversores. Así, la policía es requerida para desalojar a los que solicitan limosna. Esta ejecuta las órdenes en coherencia con la lógica de esta institución. Su funcionamiento se basa en responder a las conminaciones de las autoridades, las cuales fijan los objetivos inducidas por los medios de comunicación. Cuando un acontecimiento genera alarma social, se moviliza a la policía, que interviene, ejecutando un conjunto de acciones cuyos resultados son presentados a sus mandos. Una vez calmada la situación, mediante la cuota de actuaciones correspondientes, todo regresa a la normalidad, en espera de nuevas alarmas que requieran nueva intervenciones, en tanto que el problema de fondo sigue incólume.

Así, la policía tiene un funcionamiento cíclico. La formidable serie de televisión The Wire ilustra este modo de operar sometido a un verdadero estado de percepción. Cualquier evento es leído por las élites y las instituciones en términos de exigencia de respuestas. La policía realiza un conjunto de acciones que presenta para normalizar la situación. Así se genera una cuota de actuaciones que se intensifican en el tiempo inmediato en el que son requeridos. Una vez acreditada la respuesta por la cuota de intervenciones, los controles se relajan y el problema se restaura en espera de la alerta siguiente.

Pero, además,  las actuaciones policiales están dotadas de una lógica autónoma. Los policías comparten un conjunto de valoraciones, ideas preconcebidas y esquemas de interpretación acerca tanto de las transgresiones de las ordenanzas o los delitos, como de las personas que los ejecutan.  Así, su actuación es coherente con estos supuestos. En el caso de los pedigüeños, se privilegian a aquellos que están en una situación física deplorable y muestran sus miserias. Los degradados o portadores de heridas físicas son privilegiados respecto a aquellos de aspecto normalizado. Así se conforma un gradiente de menesterosos en el que los posmendigos son penalizados.

Recuerdo que en el principio de los años noventa, tres personas pedían todos los días limosna en Puerta Real, muy cerca del teatro. Iban ataviados al estilo de lo que el imaginario colectivo identifica como hippies. Eran húngaros, muy educados y cordiales. Sabían establecer la distancia justa con los viandantes. Representaban una función de arte callejero cuando alguien les daba una moneda. Con el paso del tiempo algunos transeúntes los percibíamos de modo entrañable y conversábamos con ellos. Sabían defenderse muy bien de las violencias de las buenas gentes. Recuerdo haber presenciado como un tipo vestido de traje estimulaba a su perro agresivo contra el inofensivo perro de los húngaros. Su respuesta fue un compendio de inteligencia y capacidad de manejarse en situaciones de inferioridad.

El mundial de esquí del año 95 terminó con ellos. Las autoridades catetas granadinas, que entendían este evento en términos similares a un prodigioso milagro económico, dieron la orden de limpiar las calles de menesterosos. La policía municipal actuó con sus esquemas predefinidos y eliminó a los que, en su sistema de percepción, eran indeseables. Los hippies, los extranjeros y aquellos portadores de un físico estereotipado como infraciudadanos, que en alguna ocasión anterior les habían replicado generando algún conflicto. Un día desaparecieron súbitamente de la calle. Algunos nos preguntamos sobre su destino. Ellos vivían en una infravivienda cercana al Hospital Real. Su ausencia fue comentada. No había rastro de ellos. Todavía los recuerdo  cuando paso por esa extraña plaza sobre la que se han abatido el cemento y otros materiales, de modo que ha adquirido una estética deplorable. Lo peor fue confirmar que en esos días del Mundial, los mendigos de peor aspecto estaban en las puertas de las iglesias y los monumentos de la ciudad histórica.

Cuando deambulo por Puerta Real, miro los árboles cercados y amenazados y añoro a los detectives Jimmy McNulty y Lester Freamon,  de The Wire, que tan paciente y creativamente trataban de neutralizar las necias órdenes de las autoridades de Baltimore, presas en la intersección de los campos políticos, mediáticos e institucionales. Entonces me pregunto cuál será el siguiente acontecimiento que termine en expulsiones de distintos contingentes humanos que comparten biografías críticas.

La sociedad oficial de las instituciones, las élites y las poblaciones acomodadas, se contrapone con la ciudad de los desagües sociales, poblada por los que viven situaciones de exclusión. Este es el espacio de la sociedad sumergida de la limosna. Está conformada por flujos de poblaciones expulsadas del mercado de trabajo y ajenas a los imperativos de la productividad. Esta construye rutas, pasarelas, itinerarios, rincones, escondites, posadas, agujeros, túneles, viviendas de acogida, callejones y lugares protegidos de las miradas de la sociedad oficial. La relación entre ambas ciudades  se realiza mediante la policía y los servicios sociales. Ambas sociedades protagonizan una confrontación espacial que tan bien define el sociólogo francés Loïc Wacquant. Los castigados de la ciudad viven bajo el entramado de las poblaciones vinculadas al mercado de trabajo.

El mundo de los integrados define las fronteras frente al contramundo de los desechados de las economías ilegales, las mafias y los clanes. La subsociedad de la limosna congrega a distintos perdedores. Es el estrato más bajo de las distintas economías ilegales. Así la calle adquiere una naturaleza de frontera social. La comparecencia de los pedigüeños constituye un iceberg de esta subsociedad. Por eso se moviliza a la policía para hacer desaparecer la mendicidad los días grandes de fiesta de la sociedad oficial.

Tras la fiesta grande del jueves, los ciudadanos festivos abandonan la ciudad para concentrarse en la costa, para adorar a la divinidad emergente del sol que se hace presente todos los días en la playa. Este tránsito de religiosidades conforma una de las paradojas más insólitas del tiempo presente. La concentración playera para realizar los rituales de la adoración del sol desplaza los consumos a los municipios de la costa, en donde la sociedad sumergida de la limosna apenas existe. Espero que en esta ocasión el gasto medio diario de cada adorador del sol sea lo suficientemente importante para confirmar el crecimiento.




jueves, 19 de mayo de 2016

LA INVERSIÓN MEDIÁTICA DEL 15 M

La celebración del quinto aniversario del 15 M muestra prístinamente el tránsito entre un acontecimiento político y social de gran impacto y su reapropiación por el sistema político-mediático, que continúa ejecutando el proceso de desposesión a distintos sectores beneficiarios de la expansión económica, cerrando así el ciclo político iniciado el 78. El último acto tiene lugar en la misma Puerta del Sol, en la que se asienta un plató de la televisión que convierte a los congregados en espectadores de la prodigiosa reconversión del acontecimiento en un componente del espectáculo de renovación de las élites políticas y sus retóricas visuales y orales. El 15 M es insertado en el orden mediático, lo que implica su inversión, para ser convertido en un fragmento de la historia oficial.

El plató fue instalado en el centro de la plaza, en el que unos cientos de personas increpaban ritualmente a los actores del espectáculo. El cuadro era patético y remitía a la célebre frase de Marx acerca de que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. La energía prodigiosa del 15 M; su carácter generador y autoorganizativo; su significación inequívoca de acto de la toma de la palabra de los relegados; la aparición de los invisibilizados del subsuelo social y mediático del que fue testigo la plaza, deviene en su contrario. Ana Pastor representa el formato mediatizado de una conversación severamente construida según las reglas audiovisuales y restringida a los pocos actores de las cúpulas políticas. Una conversación de pocos, pero que es mirada-escuchada por muchos pasivos. El plató se erigía en símbolo de la regresión democrática que se expresa en las tensiones artificiales que produce el inexorable cumplimiento del guion de la desposesión, que son relatadas en los platós ante la mirada distante de las poblaciones penalizadas consumidoras ahora de ficciones político-mediáticas.

La realidad formidable de los cuerpos concentrados, de la creatividad, de la energía producida, de la heterogeneidad y multiplicidad, de la ausencia de jerarquías, de la prodigiosa espontaneidad, de la reversión de las instituciones y de la autoorganización, se disipa en esta reversión, en la que el acontecimiento es arrancado de su contexto y reconstituido como un discurso icónico que termina por remitirse a sí mismo, evacuando los sentidos sociales que fueron inventados en las plazas. El plató simbolizaba la recuperación de la palabra por parte de las élites promotoras de la desposesión, de sus acompañantes, así como los recién llegados al nuevo espectáculo, devenidos en comandantes icónicos, portadores de las alternativas en el espacio ficticio de las imágenes, los sondeos y otras simulaciones que conforman a las personas como parte de las audiencias en el espacio artificial de la televisión y las redes.

Cinco años después, en las plazas reina el orden, en el que adquieren especial preponderancia las máquinas mecánicas que albergan a los seres móviles que se deslizan por las infinitas rutas urbanas. Entre estas máquinas y los peatones se interfieren los semáforos. Los trayectos peatonales están presididos por finalidades. Todos se encuentran de paso, para, como dijo el presidente Rajoy sintetizando acertadamente la cuestión, lo importante es “hacer cosas”. En alguna de las plazas se asientan efímeramente algunos contingentes de poblaciones desechadas por los imperativos de la productividad y la consumatividad, que están allí sin una finalidad explicitada. Todos ellos desfilan bajo la mirada de las cámaras de seguridad que representan el valor creciente de la misma en tan misteriosas sociedades.

La versión mediática del 15 M constituye una gran metamorfosis que trastoca sus sentidos y devalúa a sus protagonistas. Estos se han diseminado en bifurcaciones múltiples. Algunos se encuentran esparcidos por el sistema-mundo, ejerciendo la autoría de un nuevo guion en el que se sintetiza la sobrevivencia, la espera, el trabajo  o la cualificación. Otros protagonizan múltiples microiniciativas locales, que construyen un fértil campo que abre un camino al futuro. También aquellos conectados con los universos políticos que se fundan en el 15 M y los que nutren distintos movimientos sociales y causas sociales. No pocos han regresado a la vida ordinaria, en la que incuban, en las audiencias o las redes, la esperanza de un cambio en la dirección del propuesto por el 15M.

Los participantes en los acontecimientos de las plazas y sus extensiones eran personas activas que desarrollan múltiples iniciativas en un horizonte de esperanza. En este tiempo generaron múltiples prácticas sociales, situaciones compartidas, relaciones y canales vivos de comunicación. En la versión mediática presente las personas son convertidas en aplaudidores de los actores restringidos que protagonizan la realidad mediática: los políticos, los expertos; los periodistas, los tertulianos y sus séquitos acompañantes. En el orden comunicacional que se encuentra tras las pantallas, reina un realizador que conduce el espectáculo. Así, los espectadores-aplaudidores obedecen a las conminaciones del realizador. Las estatuas que conforman la escenografía televisiva movilizan sus manos para aplaudir, cuando estas son requeridas para la regulación de las emociones.

El espectáculo de la política que ponen en escena las televisiones se funda en la falacia del ciudadano. Este es elogiado como portador inequívoco del bien y la verdad. Sin embargo, es relegado a la fantasmática condición de unidad muestral, que antecede al día grande en el que adquiere la condicción de votante, tras la que retorna al estado de espera para ingresar en otra muestra. La encuesta es lo contrario a una conversación. Las preguntas y las respuestas están programadas por los realizadores del estudio. La conversación para persuadir a las unidades muestrales que votan en el día grande la jornada electoral los excluye integralmente. Así adquieren su condición de sujetos estimulados, conducidos y seducidos.

La función del 15 M que se representó en la plaza fue dirigida por Ana Pastor. Esta periodista lleva al límite la ficción del ciudadano como ser racional decisor dotado de virtudes cívicas. Esto le permite arrogarse la función de representarlos frente a los políticos, erigiéndose así en una figura equivalente a un juez severo. La periodista-justiciera despliega distintos golpes de efecto audiovisuales, que representan la puesta al día de la versión clásica del “Zorro”, figura mitológica que se rebela frente al poder perverso para restaurar la situación del poder bueno. El argumento de los ciudadanos en estado de santidad, diseminados en las autopistas de las encuestas y votantes por un día, carentes de representación en el sistema político, es patético. Así puede arrogarse su representación en la función televisiva. Esta es una gran perversión del sistema audiovisual que produce una catarsis política fundada en la ficción.

El día del quinto aniversario del 15 M, se representó en la plaza una simulación mediática de este acontecimiento, en el que la princesa de los mudos, de la humanidad que solo puede decir mucho-bastante-poco-nada o sí-no-nosé, se reapropiaba del mismo, en el espacio físico y simbólico del evento y relegando a los nostálgicos presentes a la condición de gentes de grada, privados de voz pero con capacidad de manifestar sus sentimientos y emociones. Así se ofreció un espectáculo inédito, en el que el público-estatua no estaba subordinado a las órdenes imperativas del realizador. Por lo menos espero que alcanzase una audiencia considerable.

Mientras tanto, las autoridades europeas globales se disponen a imponer nuevas restricciones para continuar por la senda de la desposesión, al tiempo que se multiplican los casos de corrupción dando lugar a una explosión cleptocrática que adquiere la forma inequívoca de gran saqueo. Pero su relato televisivo implica su recepción en una situación de saturación de los esforzados ciudadanos-espectadores, cuyas mentes y sentidos castigados por el exceso de flujos mediáticos críticos, no discriminan en la valoración de la actual situación de convergencia de corrupciones, que significa inequívocamente un salto en la situación. Si no se produce una respuesta a esta situación de excepción, será una tragedia cuando los aplaudidores descubran que los milagros no se encuentran en el horizonte. Menos mal que dentro de unos años se pueda hacer una serie de televisión homóloga a “Cuéntame cómo pasó”.



domingo, 15 de mayo de 2016

VICENTE MANZANO: UNA PROPUESTA PARA OTRA UNIVERSIDAD

A veces me siento inquieto e incómodo en los movimientos de oposición a la actual universidad. Mi posición crítica va mucho más allá del mantenimiento de las becas, los profesores y su estatuto laboral, la conquista de cuotas en instancias académicas entre otras cuestiones. La reforma en curso es más que la precarización de los docentes y la conversión de la institución en una empresa que manufactura productos docentes y de producción de conocimiento, cuya eficiencia determina la selección de los estudiantes, acrecentando la expulsión gradual de los contingentes de alumnos con menor renta. Además, se implementa una institución que se subordina drásticamente a los intereses de las grandes corporaciones industriales, grupos financieros y mediáticos globales. Una de las consecuencias principales del proceso de reforma es la denegación  de aquello que se ha denominado como las humanidades, representando un factor de progreso en todas las épocas.

Pero este proceso de reformas conforma una nueva institución portadora de un proyecto de individuación radical, que debilita y pervierte las relaciones interindividuales e intergrupales en su interior. Una de las cuestiones más problemáticas de la universidad-empresa es la construcción selectiva de su propio entorno, que sanciona en exclusiva a los intereses empresariales. La sociedad total, que integra al conjunto de la población portadora de distintos problemas, déficits, necesidades y potencialidades, es rotundamente eliminada para privilegiar las esferas de la producción y el consumo de élite. Las transferencias tienen como objetivo a la trama empresarial en detrimento de lo social. Así se reforma también el ethos  y los sentidos universitarios convencionales.

La nueva universidad construye una fortificada frontera frente a lo social deteriorado, focalizando su interés en el mundo de la producción y sus beneficiarios. De esta operación resulta una brecha de gran dimensión, que afecta a la inteligencia colectiva concentrada en las tecnologías, los productos y en la sociedad de la calidad, que es sólo una de las sociedades existentes. Esta distorsión favorece la configuración de una inteligencia colectiva menguada y portadora de varias cegueras combinadas. El monopolio de la inteligencia orientada a lo tecnológico priva a lo social y convivencial de recursos. El imaginario resultante es portador de un marcado extravío humano que conforma un lado oscuro del progreso tecnológico en curso.

Vicente Manzano es un profesor de la universidad de Sevilla. Su voz crítica en favor de otra universidad tiene una especial relevancia en el contexto de los silencios institucionales vigentes frente a las sociedades penalizadas por el proceso de reestructuración social-global en curso. Su obra y su modo de estar en la universidad constituye una esperanza fundada en la posibilidad de otra universidad que reutilice la inteligencia colectiva y la producción de conocimiento para restaurar la relación con el entorno total de la institución, activando los vínculos con las poblaciones desplazadas al exterior de la mítica calidad de vida. Su voz y su presencia es un signo anunciador de un nuevo tiempo, en el que en el seno de la universidad-empresa se incuba otra institución radicalmente diferente. Esta emergencia implica la convergencia de discursos críticos, nuevas prácticas emancipadoras alejadas de la razón productivista individual, así como relaciones interpersonales inéditas hoy.

La aportación de Vicente Manzano se inscribe en un nuevo horizonte  en el que se pueda reconstituir sobre otros supuestos una institución tan deteriorada por la acción concertada de distintos poderes. Su proyecto implica la generación en el tiempo-ahora de una nueva realidad a partir de las prácticas de los profesores y los alumnos. No ese trata solo de imaginar el futuro, sino de iniciar el camino liberando espacios de las lógicas perversas que conforman la cotidianeidad académica. Su idea fuerte implica la articulación del pensar, decir y hacer, todo ello en el presente.

Este proyecto es distinto al modelo de la pasividad en la institución combinada con movilizaciones puntuales con el objetivo de cambiar algunas leyes. Esta estrategia es la que me incomoda, como decía al principio del post. Actuar solo en el campo político, constituyendo una fuerza que se proyecte sobre los operadores legislativos, es manifiestamente insuficiente. Si no se conquistan espacios internos en los que se pueda experimentar el cambio y generar una comunidad que lo impulse, esta transformación no es posible. Se trata de hacer también en los espacios cotidianos.

Tuve noticia de su disidencia en su universidad mediante un colega. Su carta abierta me pareció muy sólida en sus argumentos, pero tras ella, así como en todos sus escritos, subyace una fuerza intelectual y ética que solo es posible forjar en la discrepancia con grandes poderes. La lucidez, acompañada de la superioridad moral, derivada de la inferioridad frente al poder, conforma una fértil disidencia. Me parece un privilegio leer su carta, que reproduje en este blog. Así se produce un capital cívico en el seno de la megamáquina universitaria desbocada en la dirección de intensificar su propia producción.

Vicente viene invitado por el Instituto de la Paz y los Conflictos de la universidad de Granada. La primera sesión es el jueves 19 a las 19h en el salón de actos de la Escuela Técnica de Edificación, en los Paseos Universitarios del Campus de Fuente nueva. El tema es “la universidad comprometida con el bien común”.

El viernes 20 a las 12h., en el aula López Asúa del Centro de Documentación Científica, en la calle Rector López Argüeta, junto a la facultad de Políticas. El tema es la evaluación de la actividad académica. Muy pertinente para los productores de méritos ubicados en los doctorados, máster o en la selva de los becarios de investigación.

En los dos enlaces siguientes se puede acceder a su obra.
El primero es una página personal en donde están sus textos de acceso directo.
http://personal.us.es/vmanzano/publicaciones.htm

 El segundo es un vídeo muy elocuente en el que sintetiza su posición.



El futuro solo es factible partiendo del pensamiento y la acción de los discrepantes que problematizan y cuestionan las instituciones vigentes. Este es un factor invariante en todas las épocas. En la actual, aún más, en tanto que la opacidad es inducida por el mismo poder. Vicente es uno de los precursores de un futuro más esperanzador. Bienvenido a Granada.



jueves, 12 de mayo de 2016

LAS CONSULTAS-SUBMARINO


                                               DERIVAS DIABÉTICAS

La consulta médica es una instancia rigurosamente definida según un diseño institucional en la que se produce un encuentro entre el médico y el paciente orientado a resolver un problema del mismo, mediante la intervención del profesional que moviliza sus recursos y saberes. El paciente es un consultante, pero en la enfermedad crónica, y la diabetes en particular, la consulta de revisión está polarizada a la actualización del estado de la enfermedad, que determina la confirmación o revisión del tratamiento, o bien a la aparición de algún problema específico que requiera el dictamen de un especialista. En una situación así la preponderancia del médico es incuestionable.

En este contexto, la vida puede ser apelada en la conversación, pero tiene un estatuto de subordinación al estado de la enfermedad. En general, en el ciclo de consultas, algunas cuestiones de la vida comparecen  en la conversación, pero no se encuentran registradas y son resueltas mediante su reducción a estereotipos generales. De ahí resulta una rutinización en la conversación, que, en la mayoría de los casos, induce al paciente a no plantear sus problemas de forma abierta. Esto significa una renuncia implícita que tiene una gran importancia. La limitación del tiempo contribuye a la construcción de lo que me gusta denominar como “el muro de la vida”.

La vida cotidiana es el contexto en el que se instala la enfermedad, que es inexorablemente vivida mediante la comparecencia de múltiples microacontecimientos cotidianos que requieren respuestas. La conducción de la vida cotidiana con la mochila de la enfermedad es una cuestión delicada, que requiere renovar las decisiones incesantemente. El proceso de la vida cristaliza en estados personales que se remiten a equilibrios inestables, en los que los sentimientos y emociones se alternan y suceden. No me gusta decir estados psicológicos, porque si los enfermos crónicos son relegados por la medicina, en el caso de las psicologías se encuentran con una descalificación descomunal, de la que resulta un sujeto en estado de sospecha permanente que tiene que ser rigurosamente dirigido en detrimento de su autonomía personal.

Para un diabético, la vida es una sucesión de situaciones que dificultan el cumplimiento de las prohibiciones. Estas nunca se resuelven y las situaciones críticas se renuevan cíclicamente. La intensidad de estas depende de lo activa que sea la vida. Pero la enfermedad se encuentra siempre presente, amenazando el equilibrio de la vida y estimulando los temores a los riesgos derivados de los incumplimientos. La diabetes impone una dictadura permanente sobre la vida, que solo se puede aliviar mediante la movilización de la inteligencia práctica y el conocimiento fundado en la propia experiencia, así como la de otros enfermos.

De ahí resulta en la mayoría de los casos un distanciamiento entre la vida y la consulta. Una frase de un  filósofo alemán tan sólido como Nicolás de Cusa, me ha ayudado en muchas ocasiones a entender distintas situaciones, así como el núcleo del oficio de sociólogo. Dice “Dondequiera que se halle el observador, pensará que está en el centro”. Los sesgos asociados a la posición desde la que miras adquieren un volumen desmesurado en múltiples situaciones de la vida. Una de ellas es la consulta médica. El profesional se encuentra en el centro de ese espacio singular, en el que controla el estado de la enfermedad, que se hace manifiesto mediante los resultados brindados por las máquinas que les sirven. Pero con respecto a la vida del paciente, se puede afirmar que no están en el centro y que se encuentran en un rincón. Su ángulo ciego es muy voluminoso y les remite a la periferia de la vida.

Desde esa posición se puede ver poco y la distorsión es inevitable. Si las cosas de la vida pueden ser habladas pero no son almacenadas ni organizadas en un documento equivalente a la historia, cuando son aludidas, remiten a la frágil memoria, que deriva inevitablemente a su encaje en tipos muy generales, que no explican las singularidades derivadas e la combinación de las circunstancias personales. Así, en el curso de la relación con un profesional en consultas rápidas, la vida del paciente es congelada en una etiqueta simple. Esta no tiene el rigor biológico de una etiqueta diagnóstica. Se trata de un lugar común engañoso y difuso.

Así se puede enunciar la metáfora del submarinista. El médico, en el territorio de la consulta, se encuentra en estado de inmersión, en el que su visión de la vida del paciente se hace con las limitaciones de un periscopio. Puede ver cosas generales, pero su visión es restringida, en tanto que no se encuentra en la superficie. El volumen de lo oculto a su mirada es muy importante, así como su capacidad de procesar información, debido a la ausencia de categorías pertinentes y sistematizadas para comprender las personas, las vidas y las diversidades.

El rigor de las categorías clínicas contrasta con la ambigüedad de las categorías de la vida, a las que se asigna un estatuto de evidencia. Esta se contrapone con la gran diversidad existente en las vidas. Así se generan un conjunto de malentendidos y acontecimientos incomprensibles a los ojos de los profesionales, que carecen de categorías adecuadas para comprender el estado de la vida de los pacientes portadores de la enfermedad. En estas condiciones, la conversación es casi imposible. Un diabético ilustre por su profesión y proyección pública, comentaba que había recorrido las consultas de distintos endocrinos para conversar acerca de su enfermedad. El resultado fue que solo uno accedió a dialogar, en el sentido de abrir un proceso en el que ambas partes puedan contrastar y explorar sus acuerdos y sus diferencias. No quiero contar en el caso de médicos de atención primaria, colonizados por el aparato experto que se sobrepone sobre ellos para acotar el sentido de su trabajo, convirtiendo cada encuentro en un conjunto de dígitos que alimentan el ogro estadístico de los sistemas de información. Además, la restricción del tiempo favorece la automatización de la relación.

Cuando debuté con la insulina, después de mi cetoacidosis, me enfrenté a una situación en la que necesitaba resolver problemas diarios que requerían información. En el centro de salud el médico me recibía en su consulta cuando estaba terminando con el anterior. Cuando llegaba a su mesa ya estaba el siguiente dentro, detrás de mí esperando. Era imposible hablar nada. Me fui a la consulta de endocrino del hospital. Me puse en la puerta vestido de corbata para el asalto. Cuando lograba ser recibido, mis preguntas simples sobre la vida eran recibidas como inoportunas. Las respuestas estaban regidas por el incremento de los tonos severos. Recuerdo que, en una de las ocasiones, una endocrina muy reputada, cuando le planteé problemas prácticos de las insulinas para un viaje, en un tono de enfado me dijo que las llevase en el coche en un sitio que no les diese el sol. El tono fue tan subido que renuncié a decirle que mi viaje no era en coche, sino en autobús. En estos episodios aprendí las sanciones que aplican a los pacientes cuando se salen del paquete básico conformado por la suma del tratamiento más las normas básicas. Entiendo que en ese submarino las cuestiones básicas de las vidas de los pacientes les parecen miserables.

En estos meses me encuentro sobrecargado de clases y sometido a tensiones. Mis condiciones de vida son desastrosas en los horarios y las comidas. En una consulta es imposible plantear esta cuestión independientemente de una prueba. Pero si lo suscitas, el profesional responde desinteresado, en tanto que no es el territorio en el que se siente fuerte. La vida tiene que acomodarse a la óptica del submarino, donde todo se encuentra dividido en compuertas, como los documentos que el profesional tiene que cumplimentar para la diosa información. La relación global entre el estado de la enfermedad y los ciclos de la vida queda desplazada al paciente.

El resultado es una relación incompleta, que favorece el aprendizaje de los silencios asociados a la soledad del paciente crónico, diabético en particular. Después de la consulta, cuando subes a la superficie, confirmas la grandeza del mar (vida), que es  minimizada en el periscopio. Entonces la soledad y la vulnerabilidad se hace patente. No, el médico no está en el centro y sus observaciones son parciales, en tanto que está desplazado, en un estado biológico de inmersión.

domingo, 8 de mayo de 2016

EL SUPERMERCADO ACADÉMICO

                       Lo único que interfiere con mi aprendizaje… es mi educación
                                                                      Einstein
El supermercado es una de las instituciones fundamentales de la época. En este sentido, trasciende la esfera de la alimentación para proporcionar su código genético organizativo a otras organizaciones e instituciones. El cliente deambulando entre miles de productos para practicar el sagrado imperativo de la elección. Este es el principio que articula esta institución y que sucede a los vetustos puntos de venta, los ultramarinos, en los que la oferta era limitada y el vendedor era un intermediario importante en la compra. Su extensión a todas las compras ha configurado la emergencia del centro comercial y los espacios comerciales, que confirman la apoteosis del cliente en marcha tomando decisiones de compra mediante un conjunto de estímulos programados en los que declina la figura del vendedor físico.

La universidad es remodelada para ser adaptada a las exigencias de los poderes de la época. Así, los saberes y las viejas disciplinas son fragmentadas en múltiples partes, que son envasadas en formatos atractivos, para ser vendidas como productos autónomos a los clientes. Las reformas de Bolonia han intensificado la demolición de las viejas disciplinas y han instaurado un zoco académico en el que cada cual puede configurar su compra, eligiendo entre los distintos productos que conforman la oferta. En este novísimo bazar se pueden elegir asignaturas envasadas meticulosamente. Cada una lleva su prospecto indicando las características del producto, que son las guías docentes.

El resultado de la nueva lógica imperante es la desintegración de los núcleos duros de las viejas disciplinas. Estos se difuminan en distintas asignaturas-producto que recomponen los contenidos siguiendo el modelo de los yogures, las cervezas u otros productos. Se puede afirmar que las nuevas asignaturas se encuentran en diseño 0% de densidad, en beneficio de los consumidores de productos ligeros. En cada envase-guía docente se indican distintas actividades que alivian la carga teórica. Así, cada unidad se descompone en un conjunto de actividades que sancionan el principio de descomposición de la materia científica. Así se sortea el escollo de la distinción entre teoría y práctica de la declinante ciencia cartesiana-newtoniana. Las prácticas son dispersadas en las asignaturas múltiples y sus escaparates.

El resultado de este proceso de desintegración de la materia científica, multiplicación de los productos desnatados y reducción de calorías es sencillamente catastrófico para los estudiantes-compradores. Estos son sometidos a múltiples actividades desprovistas de cualquier espesor y exigencia, las cuales no aportan nada de valor en términos de incrementar sus capacidades y conocimientos. Así se instaura un extraño orden académico fundado en la dispersión, cuyo efecto principal es la ocupación total del tiempo y la energía del estudiante. De este modo resulta una verdadera desposesión del mismo, siempre sometido a una dieta blanda.

La demolición de las disciplinas implica la concentración de sus residuos en almacenes, con el objeto de ser reutilizados en las numerosas actividades segmentadas. Cualquier elemento-cascote teórico puede ser integrado en las numerosas actividades desmenuzadas. De este modo es privado del sistema de significación general en que se inscribe. Los grandes sociólogos que han aportado una obra escrita consistente, son denegados mediante el despiece de sus libros, que dan lugar a esquemas triviales y lugares comunes que atentan contra su integridad. Algunas presentaciones power point son los monumentos de la decadencia de la universidad-bazar.

El aspecto más negativo de la conversión de la teoría en productos de cero calorías, radica en la reducción del nivel del trabajo del comprador de créditos. El supermercado académico lo determina, mediante la exigencia de realizar múltiples tareas repetitivas que carecen de coordinación, la limitación de la reflexión. En estas condiciones nadie dispone de tiempo para coordinar e integrar los conocimientos. En un post anterior califiqué este sistema como “taylorismo académico”. Todos los días me enfrento a víctimas de este sistema que han perdido totalmente el sentido de su trabajo o formación. Solo esperan ser conducidos en actividades programadas que garanticen su composición light  0%.

En esta extraña cadena de montaje predomina la repetición de las tareas. Cualquier idea nueva es rechazada, en tanto que amenaza la carga total de actividades desprovistas de sentido, que son ritualizadas. Así los compradores de créditos son objeto de una verdadera lapidación académica. En los años de estancia en el súper universitario van a recibir el equivalente en pedradas de los clásicos y contemporáneos, pero el mismo sistema que los apedrea con sus cascotes no les permite leerlos. Un estudiante de sociología se encuentra desde primero con fragmentos de Durkheim, Weber, Simmel, Parsons, Bourdieu y otros. Pero no podrá hacer una lectura reposada de ninguno de ellos, en tanto que su tiempo está completamente programado en las tareas de la cadena de montaje de las asignaturas.

De este diseño fragmentado de las disciplinas resulta un estado de dispersión verdaderamente
monumental. Un cascote teórico puede ser sometido a un proceso de reutilización que conforma una cadena que lo va degradando según se acumulan sus usos. Al final comparece en estado máximo de vulgata. Así se conforma el declive de lo académico frente al imperio de lo mediático audiovisual. Los saturados clientes del zoco universitario terminan por renegar de la erudición. El plagio adquiere todo su esplendor en los encuentros entre proveedores académicos y compradores de créditos, cuyo sentido es la acumulación de méritos en ambos casos. En este comercio se impone la lógica de la utilidad en ausencia de sentido.

De este modo, la última versión de lo que se denomina como educación, no solo se contrapone a un verdadero aprendizaje, tal y como reza la frase con la que abro el post, sino que modela la inteligencia y pone límites al crecimiento de las capacidades.  En algunas ocasiones cuento mis posiciones a algunos estudiantes a propósito del aprendizaje. Cuando escuchan que el sentido de todas las actividades académicas es equivalente a la transferencia entre una fuente y su mente, y, en consecuencia, su trabajo es seleccionar y organizar los contenidos para ser acomodados en su esquema referencial, la distancia personal se hace abismal. La etiqueta friki es inevitable. Soy testigo de la invarianza de los apuntes, que es justamente lo contrario a la transferencia. Todos los días tengo una tensión cuando alguien me dice apuntes y le tengo que corregir diciendo papeles personales.

El perverso bazar universitario no es producto de la casualidad, sino que, por el contrario, responde a la lógica global que remodela las distintas esferas, antaño dotadas de autonomía, como la educación. Todo es resignificado y reformado en la perspectiva del mercado total. Por esta razón entiendo que no es viable una contrarreforma desde el interior de la esfera educación,  si no se inscribe en el horizonte de otro modelo social. La pertinencia del enfoque de Chomsky sobre la (des)educación como proceso programado, en coherencia con los requisitos del mercado expansivo, es manifiesta. La fabricación de un perfil acrítico, en el que lo técnico detente en exclusiva los contenidos de la formación, es patente.

Algunos días, cuando salgo de la facultad y camino hacia mi casa, recuerdo las palabras de un tío mío cuando decidí estudiar sociología. Este era un ingeniero de caminos muy reputado en su época y con una brillante carrera profesional. Me dijo “eso es una carrera de chicas. Además, eso es filosofía, y a los filósofos debían instalarles un cuerno en la cabeza para que los niños les tirasen piedras por la calle”. La barbarie oscura que representaba mi tío ha devenido en una extraña metamorfosis de barbaries.  Entonces añoro la universidad en la que fui estudiante en la que solo había clases y exámenes. Quedaba tiempo para aprender y también para vivir, que es inseparable.

jueves, 5 de mayo de 2016

LA PRECARIEDAD COMO VIAJE PARADÓJICO

La precariedad se puede representar como un largo y extraño viaje,  en el que el pasajero se desplaza por los distintos territorios de lo social-laboral, conformándose como un ser radicalmente individual mediante una socialidad restringida. Su ilusión radica en la llegada al destino final. La metáfora poética de Kavafis en su “viaje a Itaca” ilustra la paradoja del mismo. El destino final va cediendo su lugar al periplo mismo. El final se va disipando a medida en que se avanza en el recorrido por las misteriosas estaciones de lo laboral. Dice el poema

                    Ten siempre a Itaca en tu mente.
                         Llegar allí es tu destino.
                      Mas no apresures nunca el viaje.
                         Mejor que dure muchos años
                          y atracar, viejo ya, en la isla,
                     enriquecido de cuanto ganaste en el camino
                     sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
                     Itaca te brindó tan hermoso viaje.
                   Sin ella no habrías emprendido el camino.
                         Pero no tiene ya nada que darte.
                   Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
                  Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
                      entenderás ya qué significan las Itacas”

Los viajeros son hijos de trabajadores industriales, de los servicios y de las profesiones expansivas, que han experimentado una movilidad social ascendente con respecto a sus padres. Así conforman una sociedad optimista fundada en su propia experiencia, que genera expectativas al alza para sus vástagos, socializados en la burbuja de la abundancia de los consumos. El imaginario de tan ilustres generaciones se funda en el precepto del progreso sin fin, del que se supone que serán beneficiarios sus propios descendientes. Cualquier acontecimiento que lo cuestione se sobreentiende como un receso provisional al  que se denomina crisis, que finalmente se disipará restaurando la recuperación de los saltos generacionales.

En este ambiente optimista el viaje comienza en el sistema escolar. Los pasajeros son inducidos a elegir destinos profesionales de rango superior al de sus esperanzados progenitores. El sistema educativo se masifica y la universidad se expande sin fin. Esta es reformada para acogerlos como futuros expedicionarios laborales. En el espacio universitario son iniciados en el misterio del viaje. En el largo tiempo de estudios atraviesan distintos grupos de asignaturas trocales y optativas, grupos de prácticas, libre configuración y programas de movilidad. Los estudios representan el viaje iniciático en el que cada uno es programado como una unidad que se desplaza entre distintos colectivos que se renuevan en cada jornada y que mutan totalmente cada cuatrimestre.

Tras los estudios de licenciatura,  ahora grado,  los titulados emprenden un periodo en el que se acrecienta la movilidad. Ahora se desplaza inevitablemente en una trayectoria en la que se deniega lo local. El imperativo de la acumulación de méritos en un sistema que multiplica las credenciales, las cuales se diseminan por la versión de los posgrados por el sistema mundo de la tecnología, la empresa, la investigación y los ciclos formativos sin fin, adquiere el carácter de imperativo. Es en este período en el que internaliza los requerimientos del trabajo inmaterial. En el tiempo de los primeros ciclos su obligación era conseguir un promedio alto. Ahora tiene que conformar un currículum competitivo mediante la acumulación de productos académicos y profesionales, cuyo valor se fundamenta en un sistema de valencias múltiples y no siempre explícitas.

En las actividades académicas de los ciclos superiores lo socializan en los misterios del intercambio desigual. Pero es en las denominadas prácticas en las empresas, donde descubre la naturaleza del trabajo que conlleva la condición de becario. Tras largos años de tránsito por las tierras de la educación y de la antesala al mercado de trabajo, el viajero ya es un ser rigurosamente individualizado, cuya vida se encuentra polarizada a la producción de méritos, en la esperanza de acercarse a un destino final. Su subjetividad se encuentra programada por las maquinarias de los recursos humanos y las agencias anónimas todopoderosas que gobiernan los espacios fronterizos entre lo educativo y lo laboral.

En el curso del viaje aprende a manejarse en las distintas estaciones con los demás transeúntes arribados provisionalmente allí. Las relaciones sociales son efímeras, siempre en vísperas de la partida hacia el siguiente destino. El largo viaje lo distancia culturalmente de sus abuelos inmóviles, así como de sus padres, cuyas vidas están determinadas por una movilidad restringida. El desplazamiento sin fin configura una existencia sin raíces, en la que la estación final se va desdibujando en beneficio de la próxima.

En el curso del desplazamiento es sometido a múltiples situaciones de abuso en las que tiene que asumir su inferioridad. Pero no guarda rencor, en tanto que acepta como inevitable la superioridad de las gentes localizadas que los emplean a cambio de credenciales imprescindibles para alcanzar la estación final. Se entiende como un ser solitario y flotante, que existe sobre un fluido que recorre lo social-laboral. Este es el fundamento de la indefensión aprendida, que comparte con otros seres móviles, como los emigrantes. Pero la circulación permanente alivia las arbitrariedades y los atropellos a que es sometido. Su inevitable partida resuelve provisionalmente el conflicto y le proporciona un sentimiento de libertad, como las antaño poblaciones nómadas.

La primera señal de alarma se manifiesta cuando arriba a una estación en la que ya ha estado anteriormente. Entonces puede percibir su condición de rotante y la circularidad del viaje. Pero se anima con las informaciones de otros viajeros con los que ha coincidido en otras estaciones y que han llegado a su destino final. Sin embargo, vive la paradoja del peso de su ya sobrecargada mochila- currículum, que adquiere magnitudes desproporcionadas en relación a sus destinos siempre provisionales. Entonces se hacen manifiestas sus dudas con respecto al fin del viaje. Sus mismos ascendientes comienzan a manifestar inquietudes acerca del mismo.

También la provisionalidad comienza a pasar factura. Se acumulan los efectos de la circulación sin fin, la rutinización del currículum, el decrecimiento de las esperanzas y las fuerzas, la percepción de las primeras señales que le envían sus empleadores y los expertos que los acompañan acerca de la calificación a la baja de sus méritos, apuntando a un horizonte final de su viaje diferente al que le ha estimulado. Entonces experimenta la amenaza de ser calificado como un sujeto reciclable, que es una forma de ser ubicado en el espacio social de los desechables.

El final amenazador provoca desordenes en la vida que afectan a la salud. La primera señal es el sueño, que antecede a otros problemas que lo desplazan a las poblaciones consumidoras de medicamentos. En esta fase, su proverbial indiferencia hacia lo político y social sobre la que se sobrepone su viaje, se transforma convirtiéndose en un esperanzado espectador del devenir político, en el que parece factible que algún comandante providencial lo rescate de su situación. Es el momento en el que comienza a considerar otras opciones vitales ancladas en el espacio. Le invade un sentimiento de distanciamiento del mítico final que ha presidido su vida.

Es entonces cuando Kavafis se hace presente de nuevo

                                      Cuando emprendas tu viaje a Itaca
                                      pide que el camino sea largo,
                               lleno de aventuras, lleno de experiencias.
                                No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
                                            ni al colérico Poseidón,
                                 seres tales jamás hallarás en tu camino,
                                  si tu pensar es elevado, si selecta
                             es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
                                 Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
                                       ni al salvaje Poseidón encontrarás,
                                          si no los llevas dentro de tu alma,
                                            si no los yergue tu alma ante ti.

En el tramo final se comienza a remodelar su interior y a identificar los lestrigones, cíclopes y otros seres antropófagos que ha encontrado en su largo camino y le han pasado inadvertidos. Los circuitos del capitalismo cognitivos contienen a estas poblaciones que tienen un  nivel insólito de biodiversidad. Entonces adquiere súbitamente la condición de víctima en un viaje paradójico por lo social-laboral.