miércoles, 25 de mayo de 2016

LA FIESTA DEL CORPUS Y LA SOCIEDAD SUMERGIDA DE LA LIMOSNA

Las fiestas del Corpus en Granada han comenzado. Una masa considerable de personas residentes en municipios de la provincia circulan por el ferial, el desfile de la Tarasca el miércoles, la procesión religiosa del jueves y las actividades derivadas de la fiesta. Los festejos instauran un estado de excepción provisional, en el que la energía festiva se disemina desigualmente por la ciudad, en espera de que los visitantes participen de la moderada euforia colectiva mediante la ampliación de los consumos asociados las actividades festivas. Tras su conclusión, se harán públicos los gastos realizados, siendo comparados con los del pasado año a efectos de certificar el principio sagrado del crecimiento. Tamaño acontecimiento supone la preparación de las calles para acoger a los ilustres visitantes-compradores.

La preparación del acontecimiento pone en marcha varios procesos de limpieza para preparar los escenarios de la fiesta. Uno de ellos es la activación de la policía municipal, con el fin de expulsar de los espacios públicos a los distintos contingentes de pedigüeños que pueblan las calles en los tiempos habituales. En un post anterior, “elogio de la posmendicidad”, aludí a la nueva generación de personas que piden en las vías públicas, procedentes del terremoto laboral que desencadena la gran desposesión en curso. De ahí resulta la aparición de una nueva generación de posmendigos, que se desplazan a los distintos barrios renunciando a competir en los puestos de la ciudad histórica, comercial y turística. Estos se presentan bien vestidos y aseados y terminan convirtiendo su puesto en un foco de relación de ayuda a los viandantes y residentes, afectados por el tsunami que debilita las estructuras convivenciales y convierte la calle en un lugar de paso asocial. Así invierten la relación, que adquiere la naturaleza de un intercambio.

En la semana anterior a las fiestas, la policía municipal ha desterrado de las calles implacablemente a los mendigos. No queda ni uno de los habituales. En los días de fiesta, la calle es monopolio de las personas normalizadas con biografías planas y exteriores blanqueados. La expulsión de los mendigos se lleva a cabo con una eficacia absoluta. Soy un ser urbano errante, y en mis tránsitos incesantes, he presenciado numerosos ciclos de expulsiones y reapariciones en la ciudad semisumergida de la limosna. Tras un tiempo en el que los puestos de mendicar están reservados a personas habituales, siendo en algunos casos regulados por micromafias, algún acontecimiento desencadena la actuación de la policía para desplazar a esta población hacia el subsuelo.

Las fiestas del Corpus son uno de esos acontecimientos. Las autoridades municipales ejecutan la gestión simbólica de la fiesta y el reciclaje de los espacios públicos, aseados para el uso de los visitantes-inversores. Así, la policía es requerida para desalojar a los que solicitan limosna. Esta ejecuta las órdenes en coherencia con la lógica de esta institución. Su funcionamiento se basa en responder a las conminaciones de las autoridades, las cuales fijan los objetivos inducidas por los medios de comunicación. Cuando un acontecimiento genera alarma social, se moviliza a la policía, que interviene, ejecutando un conjunto de acciones cuyos resultados son presentados a sus mandos. Una vez calmada la situación, mediante la cuota de actuaciones correspondientes, todo regresa a la normalidad, en espera de nuevas alarmas que requieran nueva intervenciones, en tanto que el problema de fondo sigue incólume.

Así, la policía tiene un funcionamiento cíclico. La formidable serie de televisión The Wire ilustra este modo de operar sometido a un verdadero estado de percepción. Cualquier evento es leído por las élites y las instituciones en términos de exigencia de respuestas. La policía realiza un conjunto de acciones que presenta para normalizar la situación. Así se genera una cuota de actuaciones que se intensifican en el tiempo inmediato en el que son requeridos. Una vez acreditada la respuesta por la cuota de intervenciones, los controles se relajan y el problema se restaura en espera de la alerta siguiente.

Pero, además,  las actuaciones policiales están dotadas de una lógica autónoma. Los policías comparten un conjunto de valoraciones, ideas preconcebidas y esquemas de interpretación acerca tanto de las transgresiones de las ordenanzas o los delitos, como de las personas que los ejecutan.  Así, su actuación es coherente con estos supuestos. En el caso de los pedigüeños, se privilegian a aquellos que están en una situación física deplorable y muestran sus miserias. Los degradados o portadores de heridas físicas son privilegiados respecto a aquellos de aspecto normalizado. Así se conforma un gradiente de menesterosos en el que los posmendigos son penalizados.

Recuerdo que en el principio de los años noventa, tres personas pedían todos los días limosna en Puerta Real, muy cerca del teatro. Iban ataviados al estilo de lo que el imaginario colectivo identifica como hippies. Eran húngaros, muy educados y cordiales. Sabían establecer la distancia justa con los viandantes. Representaban una función de arte callejero cuando alguien les daba una moneda. Con el paso del tiempo algunos transeúntes los percibíamos de modo entrañable y conversábamos con ellos. Sabían defenderse muy bien de las violencias de las buenas gentes. Recuerdo haber presenciado como un tipo vestido de traje estimulaba a su perro agresivo contra el inofensivo perro de los húngaros. Su respuesta fue un compendio de inteligencia y capacidad de manejarse en situaciones de inferioridad.

El mundial de esquí del año 95 terminó con ellos. Las autoridades catetas granadinas, que entendían este evento en términos similares a un prodigioso milagro económico, dieron la orden de limpiar las calles de menesterosos. La policía municipal actuó con sus esquemas predefinidos y eliminó a los que, en su sistema de percepción, eran indeseables. Los hippies, los extranjeros y aquellos portadores de un físico estereotipado como infraciudadanos, que en alguna ocasión anterior les habían replicado generando algún conflicto. Un día desaparecieron súbitamente de la calle. Algunos nos preguntamos sobre su destino. Ellos vivían en una infravivienda cercana al Hospital Real. Su ausencia fue comentada. No había rastro de ellos. Todavía los recuerdo  cuando paso por esa extraña plaza sobre la que se han abatido el cemento y otros materiales, de modo que ha adquirido una estética deplorable. Lo peor fue confirmar que en esos días del Mundial, los mendigos de peor aspecto estaban en las puertas de las iglesias y los monumentos de la ciudad histórica.

Cuando deambulo por Puerta Real, miro los árboles cercados y amenazados y añoro a los detectives Jimmy McNulty y Lester Freamon,  de The Wire, que tan paciente y creativamente trataban de neutralizar las necias órdenes de las autoridades de Baltimore, presas en la intersección de los campos políticos, mediáticos e institucionales. Entonces me pregunto cuál será el siguiente acontecimiento que termine en expulsiones de distintos contingentes humanos que comparten biografías críticas.

La sociedad oficial de las instituciones, las élites y las poblaciones acomodadas, se contrapone con la ciudad de los desagües sociales, poblada por los que viven situaciones de exclusión. Este es el espacio de la sociedad sumergida de la limosna. Está conformada por flujos de poblaciones expulsadas del mercado de trabajo y ajenas a los imperativos de la productividad. Esta construye rutas, pasarelas, itinerarios, rincones, escondites, posadas, agujeros, túneles, viviendas de acogida, callejones y lugares protegidos de las miradas de la sociedad oficial. La relación entre ambas ciudades  se realiza mediante la policía y los servicios sociales. Ambas sociedades protagonizan una confrontación espacial que tan bien define el sociólogo francés Loïc Wacquant. Los castigados de la ciudad viven bajo el entramado de las poblaciones vinculadas al mercado de trabajo.

El mundo de los integrados define las fronteras frente al contramundo de los desechados de las economías ilegales, las mafias y los clanes. La subsociedad de la limosna congrega a distintos perdedores. Es el estrato más bajo de las distintas economías ilegales. Así la calle adquiere una naturaleza de frontera social. La comparecencia de los pedigüeños constituye un iceberg de esta subsociedad. Por eso se moviliza a la policía para hacer desaparecer la mendicidad los días grandes de fiesta de la sociedad oficial.

Tras la fiesta grande del jueves, los ciudadanos festivos abandonan la ciudad para concentrarse en la costa, para adorar a la divinidad emergente del sol que se hace presente todos los días en la playa. Este tránsito de religiosidades conforma una de las paradojas más insólitas del tiempo presente. La concentración playera para realizar los rituales de la adoración del sol desplaza los consumos a los municipios de la costa, en donde la sociedad sumergida de la limosna apenas existe. Espero que en esta ocasión el gasto medio diario de cada adorador del sol sea lo suficientemente importante para confirmar el crecimiento.




2 comentarios:

  1. Los limites son día a día más difusos. Los implorantes de la misericordia ajena están pasando de la calle y los atrios eclesiales a los tajos, y a las ventanillas del renovado "auxilio social" encargado de gestionar el empobrecimiento 2.0. Mendigar un salario o implorar una ayuda social aparecen como renacidas modalidades del limosneo. Las calles están rebosantes de tullidos con todas las extremidades intactas.

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  2. Gracias Antonio. Las calles registran el crecimiento y diversificación de las poblaciones necesitadas. Me parece lúcido lo del empobrecimiento 2.0. Todos los días presencio signos anunciadores de empobrecidos que pueblan los edificios del sistema educativo, también con todas las extremidades intactas.

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