martes, 28 de noviembre de 2023

GAZA: EL ENSAÑAMIENTO CON LOS SOBREVIVIENTES

 

El club con más socios del mundo es el de los enemigos de los genocidios pasados. Sólo tiene el mismo número de miembros el club de los amigos de los genocidios en curso.”  

Jean-François Revel

La paz no es simplemente la ausencia de conflicto; la paz es la creación de un entorno en el que todos y todas podemos prosperar.

Nelson Mandela

El castigo apocalíptico que el estado de Israel está infligiendo a la población de Gaza se instala como espectáculo audiovisual en el centro de la actualidad, en espera de completar su inexorable ciclo de crecimiento, declive, y, finalmente, reemplazo por el siguiente espectáculo motivador para tan volátil audiencia. Tanto los informativos como los programas de tertulia seleccionan imágenes espeluznantes que se renuevan a diario. Pero, la ausencia de reporteros gráficos de las televisiones sobre el terreno limita la capacidad de las cámaras. Lo más sustantivo de este episodio letal es la gran distancia existente entre las imágenes obtenidas y la destrucción en grado supremo que impera en la realidad.

Las fotografías y videos disponibles remiten a testigos o sobrevivientes ubicados en un paisaje de destrucción resultante de los bombardeos. Los sobrevivientes deambulan entre las ruinas de los edificios portando sus cuerpos desprovistos de cualquier atisbo de heroicidad. Se trata de gentes recién bombardeadas, que muestran su finitud frente al torrente destructivo del fuego que viene desde el cielo. Solo en el caso de los hospitales, se disponen de algunas imágenes de médicos y pacientes sometidos a una presión demoledora. Lo que tiene lugar en Gaza es una destrucción y masacre humana en la que los combates representan una ínfima proporción. En este sentido, se trata de la ejecución en diferido de una venganza programada.

El conflicto es tratado de modo superficial, en tanto que se constata el déficit de imágenes y de informantes. De ahí que se consolide una tendencia perversa, como es sustraerle su propia especificidad a los hechos, que quedan minimizados frente a la activación de los estereotipos. Así, en las tertulias, tienen lugar interpretaciones centradas en las viejas etiquetas, por lo que suelen terminar reconvirtiendo los posicionamientos a los clichés de la política nacional. Así, esta tragedia pierde su sustancia y su singularidad, convirtiéndose en una moneda para la puja entre gobierno y oposición en España.

Uno de los indicadores de la esquematización y reduccionismo por parte de los operadores mediáticos, remite inexorablemente al declive de los textos escritos. En guerras anteriores se prodigaron variados repertorios de géneros periodísticos, en los que reportajes e informes desempeñaban un papel fundamental. Ahora, los textos escritos cumplen un papel de apoyo a imágenes, o se inscriben en el género de la columna de opinión, lo cual facilita su reconversión a la política local. Así, proliferan las declaraciones orales de bustos parlantes cuyas breves alocuciones se confrontan mutuamente para conformar la eterna confrontación por ocupar las posiciones preeminentes en el estado.

En estas condiciones, parece inevitable lo que Bauman denominaría como licuación de la información. Esta tiende a establecer simplificaciones que contrastan con el espesor de los hechos. La dimensión principal de esta manifiesta futilidad de la información, es la reducción de la masacre a una dimensión principal, tal y como es el número de muertos. Esta es la medida con la que se atribuye un valor a la destrucción. Pero esta interpretación monocausal, sustrae la verdadera magnitud de la catástrofe. En mi opinión, la fatalidad más relevante de este episodio, radica en la completa destrucción de los edificios e infraestructuras, lo que convierte a la población en refugiados forzosos, habitantes de un sórdido campo de concentración.

Por eso he seleccionado la inteligente frase de Mandela. El aspecto más sustantivo de la gran carnicería en curso, es la crueldad, precisamente con los sobrevivientes. Cuando concluyan las operaciones militares, estos se encontrarán privados de un suelo sobre el que sea factible reconstituirse, así como con los recursos necesarios para sustentar una vida aceptable. De ahí que lo que está ocurriendo en Gaza sea un nuevo tipo de genocidio sobre una población, que a la destrucción física incorpora algunos elementos de la limpieza ética y del apartheid. El objetivo no declarado es promover la huida de los que puedan. Los demás se encuentran abocados a una suerte de exterminio en campos de concentración sórdidos, cuya principal función es ser visibilizados por el panóptico securitario israelí.

La destrucción televisada de la población palestina remite a la persistencia de algunos de los supuestos que inspiraron al colonialismo, en este tiempo paliado por la parodia que tiene lugar en las organizaciones globales, y la ONU en particular, que instrumenta el simulacro del gobierno mundial. El poder militar inmenso que se abate sobre esta población, sanciona una forma de exterminio que se inspira en la desratización. Las toneladas de bombas tienen el propósito de destruir sus estancias para hacerlas salir a la superficie. Por eso me impresiona contemplar a los seres humanos que deambulan entre las ruinas pensando en sobrevivir el día siguiente. La tragedia de la población de Gaza no tiene techo.

Esta masacre sin apenas combate alimenta la espiral del terrorismo. Imagino la impotencia vivida repetidamente por los niños sobrevivientes, carentes de cualquier futuro aceptable. Parece inevitable que la venganza se configure como el móvil de sus vidas. La impotencia vivida frente a los aviones, los tanques y los soldados blindados alcanza cotas inimaginables. La crueldad es convocada por esta situación de masacre racionalizada a una población sin capacidad de defensa. Parece inevitable recurrir a Günther Anders y su concepto de “ceguera del apocalipsis” para comprender la información sobre esta masacre convertida en un espectáculo audiovisual que se referencia en los viejos discursos heroicos que sustentaron el colonialismo y que en este tiempo se reinventan bajo otras máscaras.

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

EL NUEVO GOBIERNO Y EL SÍNTOMA DE LA PASARELA

Al día siguiente de su constitución, el nuevo y flamante gobierno progresista se pone a sí mismo en escena mediante una presentación mediática espectacular en la Moncloa. El primer Consejo de Ministros tiene lugar según los cánones ortodoxos de la telerrealidad. Frente a una concentración nutrida de cámaras ubicadas en la entrada del palacio, los ministros comparecen individualizados, con intervalos de varios minutos entre ellos, mostrando su cuerpo en movimiento y su rostro profusamente, como si se tratase de un bautismo icónico. Esta ceremonia, minuciosamente programada, indica la centralidad absoluta de la imagen en la videopolítica.

Este episodio significa el final de la pluralidad estética resultante del acceso a las instituciones de los recién llegados desde 2014, procedentes de distintos espacios sociales. Recuerdo los días de constitución del Congreso de los Diputados, en los que algunos parlamentarios conservadores contemplaban atónitos las indumentarias de los nuevos diputados, ataviados de distintas formas, de modo que rompían la uniformidad imperante, mediante la proliferación de atavíos y prácticas extrañas a tan noble institución. Los noveles bárbaros llegaron incluso a introducir una bebé en los escaños, que simbolizó un cambio en los repertorios del saber estar y el comportamiento.

Por esta razón, la presentación del nuevo gobierno en formato de pasarela, remitió a la normalización de las instituciones, sancionando el retorno a la uniformidad y a los cánones convencionales de las vestimentas. Una vez liberados de las excepciones que representó Podemos, los novísimos ministros de Sumar expresaron su adhesión a la estética imperante, mediante el traje oscuro para los varones y los atuendos elegantes y sofisticados para las mujeres, siguiendo la estela de su lideresa suprema, YolandaDíaz, dotada de las competencias sublimes del mercado,  como son las de elegir y cambiar, de modo que prodigarse se convierte en un arte menor.

En el camino hacia la mitad del siglo XXI, se manifiesta la competencia indumentaria entre la derecha y la izquierda. Esta no es una cuestión baladí, sino que refleja un proceso de adaptación de los recién avenidos, al tiempo que muestra la capacidad de absorción de las instituciones políticas. Desde la primera lectura me fascinó el libro de Robert Michels “Los partidos políticos”, que conceptualiza las trayectorias de las élites partidarias y su reconversión en oligarquías según su célebre Ley de Hierro. Por esta razón me asombra la evolución de los cánones estéticos de la generación del 2014, que acompañan a su absorción institucional.

Así, contemplo embelesado la mutación de la imagen en la gran mayoría de ellos. El caso de Yolanda Díaz se produce paralelamente al de Montero, Belarra y otras. No puedo olvidar la pauta indumentaria prevalente en la élite del PSOE de los ochenta, que alternaba los trajes y corbatas de la actividad oficial con los atavíos para los mítines de las chupillas que muestran el desclasamiento por un día. Me ha impresionado mucho contemplar las cuidadas vestimentas de barrio en declive social de Belarra, Montero y Serra una reciente manifestación en favor de Palestina. El recuerdo de la Ley de Hierro de Michels ha sido imperativo. Se puede hablar de homologación de trayectorias estéticas de las distintas élites de la izquierda, que son análogas a la gradual adopción del estilo de vida de clase media de las élites sindicales narrado por Michels.

En cualquier caso, este acontecimiento de la plenitud estética del nuevo gobierno muestra la centralidad de la imagen, referenciada en dos de las instituciones esenciales del nuevo orden social: la televisión y la empresa postfordista, que fusiona la producción con la comunicación. Se trata de ofrecer imágenes poderosas de los nuevos ministros que se instalen en los imaginarios de los telespectadores reafirmando sus equivalencias. Los programas espesos son desplazados por los cuerpos en movimiento que adquieren vida digital como portadores de eslóganes, siempre respaldados por la adecuada expresividad de los rostros, nucleados en la sonrisa.

En estas coordenadas me interrogo acerca de la capacidad de ese conjunto cuidado y preparado de cuerpos y rostros para abordar un programa de transformación social. Desde luego, esta apoteosis estética no está dirigida a promover la acción de sectores de la población, sino, por el contrario, se ubica en el campo de la seducción comercial. En este, lo decisivo es inducir al acto de la compra del producto. En el caso del alegre y elegante gobierno, la finalidad es la obtención del voto. Para ello es menester gustar y agradar. Las cuestiones programáticas adquieren un papel subalterno a la imagen. La comunicación visual representa el frenesí electoral. Cada político debe responder al imperativo estético que cimenta la relación efímera entre los mismos y sus electores.

Esta transformación de la política recupera y reestructura las viejas instituciones de la pasarela y la comitiva. Recuerdo que, en la inauguración del nuevo hospital Zendal de Madrid, un prodigio semiológico, en tanto que la sobredosis de su puesta en escena se contrapone a su indefinición sanitaria radical, Ayuso hizo grabar un video, de casi dos horas de duración, con su paseo por el mismo, que glorificaba la comitiva como grupo de privilegiados subalternos que acompañaban a la lideresa en el trayecto. El misterio de esta práctica consiste en saber aprovechar la cercanía a esta en un momento, bien para comentar, informar o pronunciar palabras agradables a la misma, o bien para ser fotografiado en posición cercana a la presidenta, lo que puede ser explotado en su currículum fotográfico.

En la comitiva hay que saber estar, asentarse bien, pujar discretamente por obtener una posición cercana al número uno, de modo que haga posible estar presente en las sucesivas imágenes que los fotógrafos obtienen incesantemente. He sabido que recientemente las universidades ofrecen cursos de artes escénicas a los compradores de créditos. Estas se despliegan en distintas situaciones sociales, pero la comitiva va adquiriendo un papel esencial. Las televisiones filman ahora la entrada de los diputados en las sesiones solemnes. El tratamiento del cuerpo en movimiento sigue la pauta de la pasarela, renovando las competencias de los líderes políticos.

No puedo terminar esta entrada sin expresar mi curiosidad acerca de quién manda en el gobierno, así como el margen tolerado de disidencia con respecto a estas prácticas de pasarela. ¿Puede alguno de los ministros negarse a participar en esta liturgia? ¿Cómo se preparó este acto solemne? ¿existen normas de exposición a las cámaras en el Consejo de Ministros? Desde luego, en el siguiente episodio de propuesta de reforma del régimen político vigente, propondré la abolición de los paseíllos y pasarelas, insistiendo además en el pluralismo indumentario. La uniformización y los uniformes no son independientes de los contenidos institucionales.

 


domingo, 19 de noviembre de 2023

EL BLACK FRIDAY COMO FANTASMAGORÍA COMERCIAL DIGITALIZADA

 En tanto que las industrias del imaginario, los medios de comunicación audiovisuales en particular, presentan las ardorosas contiendas entre los aspirantes a ubicarse en el gobierno, lo que proporciona cierto control del aparato del estado y del espacio empresarial asociado a este en el tiempo vigente, los dispositivos comerciales incrementan su presión sobre los consumidores, en el camino de establecer un estado de excepción comercial todos los días del año. La publicidad conquista todos los territorios de la vida cotidiana y sus sistemas de comunicación interactiva entre las personas. El Black Friday es el último recién llegado a esa galaxia, diseñado para ejercer la primera presión comercial de una dilatada cadena temporal que ya llega hasta casi los tres meses.

No cabe duda acerca de que la publicidad es el astro dominante en este sistema interplanetario de campos sociales. Ella moldea las comunicaciones, reestructura a los receptores, aísla a los renuentes y reconvierte los sistemas de comunicaciones según sus propios códigos. Se impone un flujo de comunicación fundado en mensajes cortos con textos hiperbreves e ingeniosos, acompañados de imágenes sugestivas, y con la finalidad disruptiva para el destinatario. Esta fórmula comunicativa se produce en forma de cadenas de mensajes que tienen como propósito la inundación de cada uno de los receptores, que ante los sucesivos impactos alcanzan cierto estado de anonadamiento.

Esta es la forma específica de debilitar al espectador pasivo, minimizando sus capacidades racionales, siendo reemplazadas por las emociones derivadas de la cadena de incesante de impactos. Me pregunto cómo es posible que en un programa de televisión largo y con contenido intelectivo espeso, lo que requiere cierta erudición, intercale varios tiempos de publicidad que derogan los estados reflexivos de las personas, introduciendo códigos y formas de comunicación extranjeras.

Este proceso de ruptura de las comunicaciones presuntamente importantes, mediante las pausas publicitarias, tiene como consecuencia el reforzamiento de un estado mental de cierta dispersión entre los átomos que conforman la audiencia. De este modo, todos los géneros serios, se reconvierten gradualmente a los códigos comunicativos de la publicidad. La vieja política se descompone en múltiples fragmentos audiovisuales listos para ser exportados a las redes sociales. Entre estos reinan los zascas, que adquieren una preponderancia incuestionable, en tanto que se trata de comunicaciones breves destinadas a producir impactos en el receptor.

La reciente investidura de Pedro Sánchez, refleja esta riada de mensajes esculpidos por los códigos publicitarios. Así, un evento episódico como la reacción de Ayuso ante la alusión del presidente a la cuestión del negocio de las mascarillas, ha ocupado una centralidad inquietante en las informaciones televisivas, sino que ha terminado por instalarse en la mismísima Asamblea de Madrid, reconvertida en un prosaico “me gusta la fruta”, que suscitaba risas y desataba las pasiones. Pero, aún más, Las mismas intervenciones de Sánchez y Feijoo derivaron en rosarios de zascas, completamente insólitos en las primeras legislaturas de la flamante democracia española.

No puedo olvidar que en los años setenta, en algunas salas de cine, se pateaban y abucheaban los spots publicitarios introducidos antes de la película. Esta sensibilidad se ha transformado, tantos años después, en otra radicalmente asimétrica, en la que los mismos periodistas progresistas que pronuncian los sermones del día, anuncian su interrupción para pasar a lo que se presenta con los amables diminutivos de “la publi” o “la promo”. El estado de confusión de la audiencia propicia que esta metamorfosis de la realidad sea aceptada. Me siento muy antiguo cuando repito incesantemente la gran verdad de que, en tanto los contendientes pujan por la verdad de los hechos y condenen pomposamente las coerciones ideológicas, acepten acríticamente que los mensajes comerciales son aproblemáticos y neutrales. Me impresiona la creciente publicidad de fármacos y productos destinados a incrementar la salud, que se fundamentan en falsas verdades o mitologías incompatibles con la realidad empírica.

Por eso, perseguido por las erupciones comunicativas derivadas de los frágiles equilibrios políticos derivados del resultado de las últimas elecciones; alcanzado inevitablemente por los flujos del espectáculo del parlamento y de las calles; privado de un espacio social blindado a la torrencial comunicación política caracterizada por una apoteosis de trivialidad, el Black Friday actúa como un catalizador comunicativo que refuerza mi infinitud frente a estos monstruosos dispositivos comunicativos.

La nueva festividad sagrada, es introducida y aceptada por los consumidores como una primera cata comercial del otoño en vísperas de las navidades. Significa la primigenia incursión sobre las áreas comerciales que termina mediante la selección de la primera oleada de paquetes. Esta supone la consumación de un tiempo de cálculos acerca de la cuantía de los ingresos totales en el azaroso tiempo de fin de año. Estos cálculos se proyectan a la red social de cada portador de paquetes, que debe decidir imperativamente acerca de los destinatarios y la cuantía de estos regalos. Así se complejiza este período decisional que reconvierte a los espectadores anonadados en activos calculadores y decisores.

El resultado del Black Friday es la complejización del período temporal comercial decisorio, en el que cada cual se convierte en un activista. Todo empieza en esta fecha insigne de noviembre. Tras ella comparece el gran puente de diciembre, las Navidades, los Reyes, y, por último, las Rebajas, que ya se descomponen en períodos temporales de primeras, segundas y liquidación final. Entre finales de noviembre y primeros de marzo, se instituye un tiempo de compra que remite a las pasiones compulsivas de la compra, que sanciona los rangos en el sistema de relaciones sociales y de cada cual.

La constelación de instituciones asociadas a las compras y sus sistemas de comunicaciones, presionan a cada uno, desbordando los recursos que determinan las capacidades de compra. Así, no pocos de los activos calculadores terminan recurriendo a otra de las instituciones centrales de este tiempo: el crédito. Se multiplican las compras a crédito y se calientan los objetos esenciales que porta cada cual: las tarjetas de débito y crédito. De ahí resulta la expansión de los endeudados, que cumple, entre otras funciones, el imponderable cometido de debilitar la autonomía de los múltiples endeudados. El sujeto endeudado es la obra de arte más relevante del sistema.

El Black Friday representa un excedente de la presión sobre un consumidor debilitado por los poderes comerciales, que gobiernan sus reflexiones e hiperestimulan sus emociones. Sus decisiones son el resultado de la acción concertada de estas poderosas maquinarias que formatean lo que Foucault denomina como “gobierno de sí”. También constituye un elocuente indicador de la conciencia colectiva, determinada por las industrias del imaginario y las corporaciones globales. En el curso de mi vida, he podido constatar el debilitamiento, hasta la fáctica extinción a día de hoy, de la resistencia a las instituciones de la compra, en los últimos tiempos devenidas, en una gran parte, en productoras de servicios y bienes inmateriales.

Recuerdo que, en las clases en la universidad, señalaba que uno de los cambios más decisivos del final del siglo XX era la reformulación de los aparatos comerciales en las emergentes sociedades postmediáticas. Esta gran mutación, se materializa en la extinción de un modo de compraventa en el que el vendedor tiene que buscar al comprador y persuadirlo cara a cara. La apoteosis de la expansión de internet, asociada con la prodigiosa transformación de la individualización de las pantallas, derivada de la generalización total del smartphone, ha propiciado la inversión de la compra. Ahora es el comprador quien busca compulsivamente a un vendedor que transfiere su persuasión a los soportes de su comunicación. De esta forma se configura lo que Bifo denomina como “capitalismo semiológico”.

En estas coordenadas se puede comprender la emergencia del Black Friday. Todos buscando afanosamente las ofertas espectacularizadas en el espacio virtual. No puedo concluir sin expresar mi ánimo a los buscadores de gangas, que, en un período tan largo y comercialmente tan intenso, se desvalorizan, convirtiéndose muchas de ellas en quimeras efímeras. De ahí el título de este texto. En realidad, se trata de fantasmagorías dotadas de poderes anímicos de sugestión. Lo que más me preocupa es la presión continuada sobre cada cual en el conjunto del tiempo transcurrido desde aquí hasta primeros de marzo. Después, tras una breve pausa llega la primavera, que antecede a la segunda divinidad de esta galaxia: el verano, que renueva las fantasmagorías comerciales.

martes, 14 de noviembre de 2023

LA CONVULSIÓN DE LOS ENJAMBRES POLÍTICOS

Libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír.

George Orwell.

En estos convulsos días se manifiestan distintas erupciones políticas resultantes del equilibrado resultado de las elecciones del 23 de julio, que estimularon la imaginación de los contendientes políticos respecto a sus posibilidades de formar gobierno. El pacto que ampara la investidura de Pedro Sánchez termina con las simetrías políticas características del régimen del 78, amparado en la alternancia de los grandes bloques de la derecha y la izquierda. Se prodigan las movilizaciones de masas al tiempo que se simplifican los imaginarios políticos estimulados por la contienda. Salen a flote, para la gloria de las cámaras, las pasiones ideológicas ocultas en el subsuelo y encarnadas en arquetipos personales que trascienden las caricaturas, y que conforman los deshechos de los bloques contendientes. El populismo adquiere todo su esplendor.

La agudización de las tensiones en el campo político tiene lugar en un sistema que se encuentra en un estado de regresión. En los últimos treinta años, aumenta el poder de los partidos políticos, al tiempo que estos relevan a sus viejas élites mediante el reemplazo por generaciones esculpidas en el interior de los mismos. El efecto de este proceso de relevo es catastrófico. La nueva clase política es el resultado de una autopoesis radical que la aísla de su entorno, y, en vez de absorber energías de este, transfiere sus supuestos y cogniciones a este mediante el potente aparato de comunicación audiovisual, en el que los gabinetes de comunicación de los partidos colonizan a los corresponsales y reporteros de las televisiones. Estos, a su vez terminan por conformar los contenidos de los medios por simbiosis con los habitantes de los platós, presentadores de programas, tertulianos, expertos de guardia y auxiliares que prestan sus cuerpos para consagrar los contenidos sintetizados en las grandes pantallas multimedia para la gloria del power point.

De este proceso resulta lo que se puede definir como “papilla mediática”, que es la síntesis realizada por la comunión de las especies que conforman el sistema político de las nuevas democracias resultantes de la maduración de la videopolítica. Esta papilla tautológica y empobrecida, no necesita de aportaciones externas, sino, por el contrario, requiere adhesiones de todos los actores, con la obligación imperativa de mantenerse estrictamente en el interior de las interpretaciones emanadas por las cúpulas partidarias y sus gabinetes de comunicación.

La “papilla mediática” tiene como efecto la generación de un estado de confusión mayúsculo, que estimula la uniformidad de bloque y el imperativo de obediencia debida a la autoridad política y mediática del pétreo bloque de pertenencia. Así, todos son movilizados para reforzar la unanimidad en torno a unas interpretaciones tan austeras, abreviadas y simplificadas, que, inevitablemente, promueven las emociones colectivas. El confusionismo siempre termina adquiriendo la forma de gresca. Se puede pronosticar que la vida política en los próximos meses adquirirá la forma de distintos episodios de alborotos.

En este estado de caos de las cogniciones y activación de las emociones, los dos conglomerados que se disputan el gobierno, sustentados en varias docenas de miles de candidatos a ocupar las posiciones de los gobiernos y las organizaciones públicas, enmascaran sus finalidades y recurren a relatos que falsean radicalmente las realidades. De este modo, el objeto semántico que ha desencadenado la confrontación y sus erupciones, la amnistía, no tiene una significación en sí misma, sino que resulta la única forma de alcanzar un acuerdo que propicie un gobierno que se denomina a sí mismo como progresista. Así se hace inteligible que la unanimidad suscitada en los directivos del PSOE antes del 23 de julio en su negación, haya mutado en la dirección contraria.

Este enmascaramiento determina la activación de emociones negativas en amplios segmentos del electorado que trascienden a la derecha político-sociológica. Al tiempo, genera una situación de polarización extrema, que tiene como consecuencia el refuerzo de la unanimidad de bloque. Cada cual, debe expresarse reafirmando la posición de su bloque de pertenencia. De lo contrario, puede ser literalmente linchado por los suyos exaltados por la contienda y férreamente identificados con los argumentarios de los partidos. El espectro de la traición se cierne sobre cualquiera que se atreva a expresar su propio criterio. Se trata de alinearse nítidamente con el ardiente posicionamiento de las cúpulas.

Recuerdo nostálgicamente los años de la transición política, en los que la multiplicidad y variedad de voces fue denominada como “la sopa de letras”. Cada tema suscitaba un aluvión de interpretaciones, matizaciones y observaciones que se retroalimentaban mutuamente. Los distintos periódicos y revistas diseminaban múltiples cogniciones sobre los acontecimientos. La “sopa de letras”, que era en realidad la multiplicación de los actores, fue sustituida por la homogeneidad de las nuevas cúpulas partidarias, que reestructuraron el sistema mediático reduciendo drásticamente los actores y las voces. Todo culminó con la llegada de las televisiones y su selección de expertos de guardia que muestran su dependencia de los programadores.

Esta situación concluye mediante la activación de un populismo frenético. Una autora tan relevante como Eva Illouz, afirma en su último libro publicado en castellano, “La vida emocional del populismo”, en Katz, que “Si queremos entender por qué algunos marcos pueden llegar a distorsionar nuestra percepción del mundo social, por qué somos incapaces de nombrar correctamente un malestar real, debemos llevar el pensamiento de Adorno a nuevos terrenos y captar con más firmeza que él el entrelazamiento del pensamiento social con las emociones. Solo las emociones tienen el poder multiforme de negar la evidencia empírica, dar forma a la motivación, desbordar el propio interés y responder a situaciones sociales concretas”.

Efectivamente, en las narrativas guerreras de los estados mayores de los gabinetes de comunicación, lo empírico es severamente relegado, para satisfacer las emociones primarias de las masas de espectadores movilizados por los estados mediáticos de expectación generados y patrocinados por los mismos. La confusión es un prerrequisito imprescindible para un estado de movilización general sustentado en el raquitismo de las cogniciones. Así los dos grandes enjambres políticos adquieren un vigor inusitado por activación emocional de sus múltiples participantes concentrados y contiguos, alimentados por el flujo mediático.

En estas condiciones, deseo un buen espectáculo de investidura, y que continúe la exhibición en las televisiones de los materiales humanos que sustentan los museos de los viejos inconscientes políticos de la primera parte del agitado siglo XX. Mientras tanto, seguiremos visionando el homicidio concertado de lo empírico y la feria de las virtuosas exposiciones de los escasos actores que hablan para la gloria de todos nosotros. ¿Quién dijo democracia?

 

 

 

 

 

 


lunes, 6 de noviembre de 2023

LA MONARQUÍA Y LAS MULTITUDES APLAUDIDORAS

 

La reciente jura a la Constitución de la princesa Leonor ha desencadenado un huracán mediático formidable. Las televisiones se han desatado para promover y conducir una conversación centrada en las cualidades de la nueva estrella mediática en detrimento del análisis político. La antigua prensa de papel hubiera promocionado dossiers específicos en los que hubieran participado los autores reconocidos, incluidos algunos distanciados, incluso algún robinson crítico. En la nueva videosfera, el cuerpo de la insigne princesa estalla en una variedad de planos y atuendos múltiples, focalizando el grueso de las tertulias, informativos y programas especiales. El resultado de este tratamiento mediático es la consolidación de una homogeneidad contundente.

Mis relaciones biográficas con esta monarquía son borrascosas. En los días siguientes a su proclamación como sucesor por las Cortes de Franco en 1969 fui detenido en Madrid por repartir un texto crítico. Esta incidencia terminó en mi procesamiento y condena a un año de prisión por el inefable Tribunal de Orden Público. En las décadas siguientes, en las que se asentó la flamante democracia española, cuya clase política, medios de comunicación e inteligencia sacralizaron al nuevo Rey, siempre he manifestado mi posición rotundamente crítica a esta institución, definida por su coeficiente histórico singular, así como mi perplejidad creciente por el devenir de sus prácticas institucionales liberadas de cualquier atisbo de censura de tan benevolente clase dirigente.

En varias ocasiones he manifestado en este blog mi disgusto al sentirme cercado por un dispositivo mediático tan omnipotente que hace difícil eludirlo. En las campañas electorales, los grandes acontecimientos políticos, los crímenes de clase vip o los clásicos entre el Barça y el Madrid, se activa un artefacto prodigioso que ocupa todo el espacio de la vida. La banda sonora de mi vida privilegia los sonidos de los telediarios en mi adolescencia, que con sus tonos pomposos y graves llegaban hasta los rincones en los que trataba de refugiarme. En estos días he experimentado el agobio de la multiplicación de imágenes de Leonor, que llegaban hasta mí sin petición de consentimiento alguna. Me he sentido aplastado por su tsunami propagandístico.

Junto a los operadores mediáticos, en estos días de exaltación monárquica vuelve a comparecer otro de mis fantasmas favoritos: las multitudes aclamadoras. Estas son gentes que se congregan en los exteriores de los lugares en los que pasan fugazmente los grandes señores para vitorear, aclamar y exhibir con un énfasis inusitado la práctica más sustantiva de la era de la imagen: aplaudir.  Leonor ha concitado distintas multitudes aplaudidoras en la secuencia de actos mediatizados en los que se ha exhibido en estas semanas. Su estancia en la Academia Militar, que no ha llegado a los dos meses, ha generado un álbum de imágenes y videos interminable, que pueblan profusamente todos los canales de comunicación de la nueva sociedad postmediática.

Las liturgias de las multitudes aclamadoras permanecen invariables con el paso del tiempo. Recuerdo mi atormentada juventud, en la que se prodigaban multitudes de una dimensión colosal en torno a la figura de Franco. Estas fueron mucho más cuantiosas que las posteriores producidas en la democracia. La dictadura es el hábitat adecuado para la concentración de las masas adictas. Hace un par de meses visioné un video en Bucarest de una manifestación colosal de apoyo al infausto Ceaucescu. En el caso de Franco, la paradoja estribaba en que no existía correspondencia entre las competencias orales y teatrales del dictador y el fervor de sus multitudes aclamadoras. La parquedad del dictador se compensaba con la teatralidad de las multitudes congregadas en su apoyo.

Durante muchos años el sentido más relevante de mi militancia política en la oposición al franquismo fue obtener concentraciones y manifestaciones nutridas. Recuerdo algunos 1 de mayo en Atocha, en los que el dispositivo masivo de la policía intimidaba a los manifestantes y convertía en un acto de heroísmo la asistencia por el riesgo de ser detenido o apaleado. En estas la masa nunca llegaba a constituirse materialmente por la intervención de los grises. También algunas manifestaciones estudiantiles muy numerosas en momentos de conflicto. En el juicio de Burgos en diciembre de 1970, en Madrid proliferaron manifestaciones en distintos puntos de la ciudad que carecían de convocatoria pública para evitar la presencia de la policía. En cada lugar participaban no más de doscientas personas que cortaban el tráfico durante unos minutos hasta la llegada de los proactivos grises.

La transición política propició un movimiento sísmico en las masas, de modo que las multitudes que despidieron desconsoladas a Franco en 1975 devinieron en 1977 en públicos de los mítines de la campaña de 1977, en los que los partidos conseguían concentraciones formidables. Aquí radica uno de los misterios de la vida política, la metamorfosis de las multitudes aclamadoras. Porque las múltiples concentraciones y manifestaciones que se prodigaron en los primeros años del postfranquismo ya no eran reivindicativas, sino aclamadoras de los nuevos profetas recién llegados a las nuevas y flamantes instituciones. Recuerdo que, hasta un partido tan minoritario como la ORT, llenaba en Madrid una plaza de toros con un público entusiasta y entregado a los rituales de las multitudes movilizadas.

Sloterdijk, un lúcido filósofo alemán del presente, me ha ayudado a comprender los sentidos de las movilizaciones de masas. En su libro “El desprecio de las masas”, revisa la aportación de Elías Canetti. En síntesis, entiende que la estructura social ejerce constricciones severas sobre cada posición social y sus ocupantes. La vida de cada uno conlleva una serie de encuentros cara a cara con personas que ocupan posiciones de autoridad, de modo que cada persona experimenta su finitud. Las concentraciones y manifestaciones de masas suponen una descarga, en la que cada persona se alivia al vivir en un medio en el que todos son iguales. Esa descarga genera un clima de euforia que alberga distintas prácticas espaciales, gestos, coros y otros rituales liberadores de la tensión acumulada en la vida diaria.

Pero las multitudes aclamadoras son otra cosa distinta a las reivindicativas. Se congregan para generar un clima de exaltación de la autoridad superior homenajeada. Representan la forma suprema de adhesión incondicional y conformismo. Estas masas son inmunes a las fluctuaciones del sistema mediático. Así, El rey emérito Juan Carlos es aclamado cuando comparece en un muelle para participar en una regata, con independencia de su devenir mediático y judicial. Los aclamadores crean un clima que se sobrepone a cualquier racionalización. Conozco varias personas ultracatólicas, extremadamente rigoristas y reaccionarias, que aclaman al Papa actual liberándose de cualquier cuestionamiento.

Los climas de exaltación colectiva de los aplaudidores son inconmensurables y se sobreponen a cualquier consideración. De ahí resulta un clima que se puede definir como místico. Recuerdo que, hace algunos años, en el comienzo del ciclo crítico que capitalizó Podemos, en un acto típico del entonces flamante y recién llegado Felipe VI en Pamplona, entre un nutrido grupo de la claque de aplaudidores, una mujer joven increpó firme, pero serenamente, al Rey. Este se acercó a ella en una distancia corta que permitía a las cámaras grabar imagen y sonido, y le espetó una frase que condensa el sentido aristocrático y antidemocrático de la regia institución. Le contestó sin considerar el mensaje crítico emitido por esta mujer, diciendo “Ya has tenido tu minuto de gloria”. Efectivamente, esta mujer ya había ingresado en la venerable institución de la hemeroteca, encontrándose disponible para cualquier operador que en el futuro quiera rescatar ese video.

Esa cantinela del minuto de gloria, expresa nítidamente la estructura de la relación entre ambos. Tú un minuto y yo todos los minutos, porque soy el propietario del espacio mediático. Después de tu minuto te espera la muerte mediática, y a mí la gloria de seguir presente entre los vivos que pueblan las pantallas creando las condiciones para ser aclamado en cualquier lugar en el que desembarque. Esta superioridad se labora, no tanto en la vida política, sino por la acción molecular permanente realizada por la llamada prensa del corazón, que tiene la excelsa competencia de desproblematizar al personaje y presentar su vida como una dulce versión de “La vie en rose”. El goteo permanente de la positividad del personaje real, termina calando en la conciencia colectiva, con una eficacia encomiable.

Desde esta perspectiva se puede comprender el alud mediático del devenir de la princesa Leonor por la Academia Militar, el Congreso de los Diputados y el ilustre colegio donde realizó sus estudios. Se trata de inundar la conciencia colectiva de una riada de lo positivo. En coherencia con este análisis, las palabras más emblemáticas que ha pronunciado ante sus distintos públicos aplaudidores, son las que profirió en un acto en Asturias, afirmando que “Es hora de que aprenda a escanciar la sidra”. Un fuerte aplauso para tan trabajada  alteza real.

 

 

miércoles, 1 de noviembre de 2023

LA DESINFORMACIÓN PLANIFICADA DE LA GUERRA DE PALESTINA. LA MEMORIA DE MANU LEGUINECHE

 

El viejo “historiador del presente”, el gran reportero de antaño, con su olfato, su estilo sus experiencias acumuladas, se convierte en el anónimo de “nuestro equipo in situ”, con su conexión vía satélite programada. Ahora todo es ahora y no hay porqué diferir la codificación de una información en lenguaje visual o escrito, pues las cosas vistas, en cuanto que están disponibles en el mismo instante, no requieren ya un talento o un aprendizaje especial. Descualificación de los profesionales de la mirada o la palabra. Con el video ligero, el ilustrador como mediador de lo visible, el escritor o el periodista como mediadores de la historia pierden su antigua primacía, en beneficio del presentador para el que llega la actualidad.

Regis Debray

La guerra que tiene lugar ahora en Palestina se inscribe en el nuevo paradigma imperante en los grandes grupos de información audiovisual, que se puede sintetizar en la fórmula de “ocultar mostrando”. Así, un enorme caudal de conexiones, informantes, imágenes, fragmentos de texto, testimonios personales, así como otras informaciones, se acumulan sobre el aturdido espectador, que solo puede disponer de la interpretación de la ínclita claque de tertulianos y expertos seleccionados por los medios, que muestran impúdicamente una valoración monolítica. El resultado de estos procesos de fabricación y administración de la información es la desinformación de la audiencia, avasallada por el torrente de fragmentos audiovisuales, que termina por desorganizar la mirada de tan esculpido receptor, objeto de repetidos impactos visuales que desbordan sus capacidades de sintetizar frente al acontecimiento.

El diluvio de escombros audiovisuales priva a los apabullados espectadores de una visión unitaria del acontecimiento, así como de su relación con el contexto histórico en el que se produce. Por esta razón, se puede hablar en rigor de desinformación organizada, que fuerza a los receptores a movilizar sus emociones activadas por los impactos visuales que recibe, que son seleccionados por los operadores mediáticos. La desorganización programada de la gran fragmentación informativa, devienen en la constitución de un espectador débil, en el que predomina la confusión, de modo que necesita ser asistido por las máquinas de ver. En este sentido, se puede hablar en rigor de totalitarismo mediático, calificando esta forma bochornosa de informar.

Este modo de operar contrasta con el de los actores del conflicto. Tanto Hamas, que filma y distribuye sus distintos ataques, recuerdo las imágenes de su ataque a un concierto musical, como Israel, que distribuye fotografías y videos de destrucción de los edificios arrasados por sus aviones, tienen la voluntad de mostrar su potencial destructor. Así constituyen una versión avanzada de las calamitosas destrucciones de la segunda guerra mundial, en la que los actores se esmeraban en ocultar las imágenes de devastación resultantes de sus prácticas guerreras. En particular, los genocidios promovidos por los nazis, y los efectos sobre las poblaciones de Hirosima y Nagasaki de las bombas atómicas norteamericanas, extraño símbolo de las democracias triunfantes.

Pero este modo perverso de comunicar significa una regresión con respecto al pasado inmediato. Las lúcidas palabras de Debray que abren este texto sintetizan el cabio operado. El antiguo corresponsal de guerra, definido como “historiador del presente” y “mediador con la historia”. Estos reporteros representaban en sus crónicas una conexión con el contexto histórico específico, e, inevitablemente, con el pasado. Sus textos tenían la finalidad de ayudar al lector a hacerse una composición global del acontecimiento. El objetivo era comprender, esclarecer, mostrar las dimensiones del evento y sus relaciones. Por esta razón, sus sucesivas crónicas terminaban con frecuencia en libros que significaban el refuerzo de una interpretación integrada del acontecimiento, dirigidos a un público más exigente.

He mostrado aquí mi admiración por los libros de una figura periodística del espesor de Kapuscinski. En el plano español, es menester citar a Manu Leguineche, periodista que representa la condición de autor, por encima del medio que lo emplee en cada ocasión. También una pléyade de reporteros autores, entre los que se incluyen algunos corresponsales de radios y televisiones inolvidables, que en sus conexiones presentaban densas síntesis en forma de textos orales. Esta generación ha sido suplantada por un ejército móvil de reporteros ocasionales que destacan por su renuncia a la interpretación general, en favor de las “imágenes impactantes” o los testimonios parciales en favor del posicionamiento del medio.

Así pierden su condición de autores y se reconstituyen como piezas de un dispositivo informativo centralizado y homogéneo. Los corresponsales in situ del presente me suscitan un horror inenarrable. No se puede esperar de ellos un estímulo para repensar el acontecimiento o alimentar interpretaciones distintas, o nuevos alineamientos o visiones. Todo es tan pétreo, uniforme y unitario que se integra en una suerte de papilla informativa privada de cualquier pluralidad. Así se constituye una audiencia asistida y manipulada, sustentada en el manejo de emociones que termina en una infantilización destructiva. Bajo la apariencia de dualidad de las conversaciones dirigidas, las tertulias, subyace la apoteosis de lo idéntico. Así se ayuda a completar el proceso de identificación de los espectadores con una de las dos formas establecidas de lo posible, en sus versiones estereotipadas de progresistas y conservadores. O Antonio Naranjo o Verónica Fumanal.  La miseria de la información resultante, se hace patente.

En estas coordenadas se puede entender la confusión existente con respecto al acontecimiento Guerra en Palestina. La desinformación programada estimula la movilización activa de los distintos segmentos de audiencia posicionados férreamente con anterioridad. Así la comunicación termina configurando una suerte de intifada en lo que se intercambian son pedradas. En esa situación, proliferan los más combativos que se vuelcan sobre las redes sociales, que adquieren la naturaleza de las hondas, que amplían el radio de impacto de las pedradas.

El resultado de esta mutación es la cristalización de un nutrido contingente de gentes que aspiran a ejercer como presentadores, en detrimento de quienes se proponen comprender mejor los acontecimientos. Esta degradación se puede definir como el debilitamiento de la inteligencia en beneficio de la democratización del oficio de presentar. Así el éxito de Tik Tok o Instagram: cada uno puede ejercer ahí de presentador y anunciar imágenes espectaculares. Me impresionan mucho los periodistas que presentan videos patéticos en Tik Tok como la misma Fumanal, Ana Pardo de Vera y otros próceres progresistas, en los que ensayan formas agresivas de comunicación no verbal, realizando la ensoñación de ser "presentadores por un día". Entonces me acuerdo de los viejos reporteros y de los corresponsales de la televisión, que aquí tan bien sintetiza Manu Leguineche.