lunes, 30 de octubre de 2023

LA UNIVERSIDAD POSACADÉMICA

 He leído recientemente un libro lúcido y clarificador, que recoge una conversación entre Zugmunt Bauman y Leonidas Donskis. Su título es “Maldad líquida”. Ambos autores conversan sobre los efectos derivados de un tiempo en el que no existen alternativas a la catarata incesante de proposiciones e imposiciones de la megamáquina gobernante. La desaparición fáctica de disyuntivas restringe severamente el papel de las personas y crea una situación en la que se producen situaciones de impotencia de los actores sociales, obligados a seguir pasivamente los imperativos de los dispositivos de gobierno. El resultado es la emergencia y proliferación de nuevos tipos de maldad que adquieren una forma difusa.

En la primera conversación, Donskis define, en el contexto de estos procesos políticos, lo que denomina como universidad posacadémica, que ha mutado sus antiguas finalidades y misiones, para convertirse en una instancia que desempeña un papel simétricamente inverso a lo que representa el esclarecimiento, frente a la opacidad de la situación histórica global. La confusión es tan importante, que una líder como es la izquierda de Podemos, Ione Belarra, ignora integralmente el tipo de imperio en el que se encuentra, y pide que se apliquen  a Israel sanciones económicas equivalentes a las que se han adoptado contra Rusia, uno de sus principales enemigos exteriores. Esta propuesta, implica un grado de desorientación con respecto a la situación global que adquiere una naturaleza cosmológica. La ingenuidad queda sepultada por la ignorancia suprema.

Este desorden de las cogniciones de los actores políticos, se encuentra influido por la disipación de la universidad convencional, y su reemplazo por la novísima universidad posacadémica, que muestra impúdicamente su subordinación total a los poderes establecidos, así como a la especialización total, de modo que el signo de la época y los procesos que la configuran se han convertido en una cuestión experta, que concierne solo a aquellos especialistas que se encargan de ella entre el gran mosaico de las disciplinas académicas, orientadas a sus propios objetivos internos. El conocimiento es desmenuzado y clasificado en esta extraña factoría del saber, que adopta la forma de una empresa paradigmática como Amazon, que individualiza y empaqueta sus productos para ser comprados por los consumidores.

Esta es la definición, en palabras de Donskis de la universidad posacadémica

En Ceguera Moral, tú y yo , Zygmunt, hablábamos de un fenómeno que yo llamaría universidad posacadémica. Una desmañada amalgama de ritual académico medieval, especialización, negación descarada y contundente del papel de las humanidades en la sociedad moderna, gerencialismo y superficialidad sirve de escenario perfecto para el despliegue de la universidad posacadémica en la que interactúan las enormes presiones ejercidas por fuerzas tecnocráticas disfrazadas de genuinas voces de libertad y democracia. Las primeras y más destacadas de estas fuerzas serían ciertas formas de determinismo y fatalismo orientadas al mercado que no dejan margen alguno a la posibilidad de concebir alternativas, ni siquiera del pensamiento crítico y el autocuestionamiento.

La misión y la razón de ser de la universidad posacadémica parecen radicar en la manifiesta superficialidad de esta, así como en su flexibilidad, su sumisión a las élites directivas y su adaptabilidad a los llamamientos y los encargos provenientes de los mercados y las élites políticas. Palabras huecas, retórica vacía y juegos y más juegos de estrategia representan la forma prototípica de esta especie de tiranía de la superficialidad que la universidad posacadémica encarna como nadie. Es una estrategia sin estrategia, pues toda ella termina siendo un mero juego de lenguaje. El concepto wittgensteiniano de juegos lingüísticos fue aplicado por Gianni Vattimo para describir cómo la tecnocracia operaba disfrazada de democracia, o cómo la política actual estaba desprovista de política real, reducidas ambas (democracia y política) a una serie de juegos lingüísticos […]

El ámbito académico es la Nueva Iglesia de nuestros días. De ahí que la función de disentimiento, de la heterodoxia laica y de la alternativa en este mundo nuestro resulte mucho más problemática y compleja de lo que puede parecer a simple vista.”

 

Ciertamente, la fábrica de conocimiento ha alterado los sentidos de la universidad convencional. La dimensión más importante de este vaciamiento remite a la cuestión del compromiso. La nueva universidad posacadémica se compromete únicamente con el sistema productivo mediante la potenciación de lo que se denomina como “transferencia de conocimiento”. En una situación como esta, las viejas disciplinas inscritas en lo que se entiende como “las humanidades”, quedan relegadas imperativamente, de modo que son reconfiguradas con el modelo de las ciencias positivas que abastecen a la industria y los servicios. Este es el preludio de un cataclismo que la conversación entre Bauman y Donskis esclarece portentosamente.

El resultado de este nuevo contexto, constata el papel determinante que los nuevos saberes asociados a las tecnologías de la información y a la nueva empresa posfordista, sobre el conjunto de las disciplinas, convertidas en áreas del conocimiento. Las viejas ciencias humanas y sociales son sometidas a terapias de choque con el objeto de ser drásticamente reestructuradas. Así, por poner un ejemplo, la vieja psicología humanista es desplazada por un conjunto de psicologías definidas por el contexto de aplicación. Lo mismo ocurre en todas las ciencias sociales. Siendo profesor pude vivir en primera persona el acta de defunción de la sólida Sociología del Trabajo, para ser sustituida por la nueva y flamante Sociología de los Recursos Humanos. Obviamente, este cambio no remitía a un cambio de etiqueta, sino que, por el contrario, representaba el efecto del tsunami derivado de la implantación de la nueva universidad posacadémica.

El declive del viejo pensamiento es inevitable y se hace fatalmente manifiesto. La Filosofía es arrinconada en la Enseñanza Media, así como en un confortable guetto académico, aislado de las productivas disciplinas orientadas a sus mercados. En estas condiciones, lo que Donskis denomina como “superficialidad” es inevitable y se deriva de la naturaleza de la misma universidad posacadémica. El espesor se difumina en favor de un saber que apela a la hegemonía de lo audiovisual. Recientemente, un grupo de ilustres profesores de varias universidades europeas han publicado un manifiesto alertando sobre las consecuencias perniciosas de no leer libros o textos largos. Terminan manifestando que si disminuyen los lectores jóvenes, en un plazo de veinte o treinta años tampoco habrá lectores mayores.

La universidad posacadémica ha instaurado una depuración de las disciplinas sometidas a la facturación por créditos y equivalencias. Esta transformación se ha ejercido con una brutalidad semejante a la realizada por los productores de petróleo con los vetustos agricultores y ganaderos que labraban las tierras bajo las que se encontraba el oro negro. Pero, en esta sigue sobreviviendo residualmente la función de localización de causas políticas y sociales, algunas de ellas caracterizadas como “causas perdidas”. Así, en algunas facultades proliferan actividades y espacios de encuentro de las mismas. Esta forma residual representa una resistencia minúscula, que contrasta con el carácter neutro de las actividades convencionales dotadas de un valor medido en créditos. Estas están regidas por una suerte de asepsia sólida, consistente en un utilitarismo contundente que excluye toda aquella materia susceptible de ser calificada como “de opinión”.

Así, las aulas se autorregulan como espacios libres de contaminación ideológica o política, neutralizando cualquier pretensión de establecer vínculos con realidades del presente. La universidad posacadémica ha sido vaciada por la transferencia de sus funciones de pensar acerca del presente, y problematizar sus enigmas, a un conjunto de organizaciones creadas por los poderes globales, tales como fundaciones, think tanks, cátedras patrocinadas, universidades de verano, cursos especializados y otras formas de producir y difundir el conocimiento global coherente con los intereses de los dispositivos del poder global.

Ciertamente, algunos profesores siguen escribiendo exponiendo sus razones y alternativas en libros que alimentan los segmentos de mercado de sus actividades. Pero las aulas, las programaciones y las tareas rutinarias académicas han sido sometidas a una limpieza que las blinda a los productos-libro de ese mercado secundario. Desde esta perspectiva se puede comprender que a día de hoy, en un presente definido por dos guerras bestiales, estas no susciten problematización alguna en esa universidad posacadémica, tan eficazmente anestesiada y reemplazada por la red de nuevas organizaciones constituidas por los poderes empresariales y trasnacionales.

En términos macrosociales, la universidad ha sido desplazada a segundo plano por la otra institución apocalíptica encargada de la imprescindible tarea de aturdir y ocultar: los medios de comunicación. Ambas se reparten la tarea de opacar el escenario histórico vivido por sus usuarios. Esclarecer, resulta en esta situación una cuestión esencial, que termina por ser subversivo. El resultado de la implementación de esta nueva universidad es el debilitamiento de la visión global de tan aturdidos ciudadanos, Así que las nuevas élites sean reclutadas en las escuelas de gestión empresarial, de comunicación, o equivalentes. El principal indicador que ilustra la realidad de la misma es que no se haya producido ninguna discusión pública, ninguna, entre dos profesores universitarios acerca de los dilemas de las dos grandes guerras en curso. Cada uno a lo suyo, a sus indicadores, a sus áreas de conocimiento y a sus clientes externos.

martes, 24 de octubre de 2023

LA EXPIRACIÓN DE LA ESCUELA ANDALUZA DE SALUD PÚBLICA: UN HOMICIDIO DOLOSO CON SEDACIÓN FINAL

 

Es mejor quemarse que apagarse lentamente
Kurt Cobain

No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.

E.M. Cioran

 

La muerte de la EASP adquiere la forma de una expiración que culmina una última etapa de vida asistida, que se asemeja a la de los pacientes ingresados en las unidades de cuidados intensivos. El desenlace ha sido el óbito inexorable, planificado y preparado cuidadosamente desde el nuevo gobierno del PP, que ha movilizado las ingenierías del desmontaje de las organizaciones públicas que habitaron el espacio de los viejos estados del bienestar. Los saberes y las prácticas acumulados durante décadas para desmantelar las grandes empresas industriales, y también aquellas que formaban parte del sector público, han sido aplicados con un rigor encomiable sobre esta organización nacida en 1986.

La EASP constituyó una excepción con respecto a las organizaciones, empresas, agencias y fundaciones que conformaron lo que se denominó como “administración paralela” en Andalucía. Su fundación estaba impulsada por un proyecto compartido por varios grupos salubristas, así como de las primeras promociones de médicos de familia. Este se desarrolló en los años siguientes, fusionándose con los proyectos extranjeros sustanciados, tanto en las especialidades médicas hospitalarias como en las industrias biomédicas. En esta simbiosis la EASP conservó una parte sustantiva de su proyecto salubrista originario, lo que le ha otorgado una identidad organizacional, que fundamenta su singularidad y su diferencia con respecto al conglomerado de la administración paralela.

Esta especificidad, fundada en una identidad propia resultante de procesos de intercambio cultural con otros proyectos, generó, a lo largo de toda su historia, tensiones con el poder político regional, que se manifestaron de distintas y sutiles formas. Así se forjó una paradoja que acompañó a esta organización durante toda su existencia, consistente en que formando parte del orden organizacional del poderoso patrón que fue el gobierno andaluz del PSOE, supo establecer cierta distancia, administrando su obediencia debida mediante una rica y variada gama de matices.  Se puede afirmar que, en la mayoría de tiempos de existencia de la escuela con distintas direcciones, su obediencia no fue mecánica, y que de forma subrepticia comunicaba su aspiración a mayor autonomía.

La llegada del PP al gobierno andaluz, tras varias décadas de estar confinado en la oposición, propició la demolición gradual y controlada de la administración paralela, que fue despiezada y abatida paulatinamente. Gran parte de las organizaciones desmanteladas, se corresponden con lo que se denomina en este tiempo como chiringuitos, es decir, organizaciones carentes de un proyecto propio. En el caso de la EASP, no sólo no se consideró la excepción, sino que esta fue considerada como una poderosa razón para abatirla. El proyecto mestizo de la escuela, que incluía algunos importantes elementos neoliberales, que se manifestaban en el vigor en la adopción de versiones radicales del gerencialismo de este tiempo, no fue excusa para ser salvada y debidamente reconvertida. Desde el primer momento, el nuevo gobierno manifestó su firme convicción de terminar con ella. Por eso resalto su final como homicidio doloso.

La sobrevivencia de un proyecto propio, aún acosado por los poderosos gobiernos regionales, así como la naturaleza híbrida de este, hizo posible la coexistencia de distintas especies profesionales y discursos, en el que se encontraban presentes muy distintas fuentes.  De este modo, en el equipo de la EASP siempre hubo cierto pluralismo y heterogeneidad. A pesar de que nunca hubo discusiones públicas, se reconocieron distintas voces y enfoques. En mi caso tengo que agradecer que pudiera exponer mis críticas al gerencialismo o a las representaciones mágicas asociadas al salubrismo, incubadas en las organizaciones sanitarias globales de forma desinhibida en módulos en los que desfilaban gerentes duros contando sus relatos prodigiosos acerca de los milagros de la gestión, así como los portadores de herramientas que se mostraban como remedios universales para resolver los problemas. Estoy persuadido acerca de que este nivel de conversación fue también una excepción en el unánime y monolítico ambiente de los foros profesionales.

En varias entradas que he escrito en este tiempo final de la escuela, he recurrido a la metáfora de las serpientes constrictoras. Se trata de matar lenta y pausadamente, debilitando a la víctima incrementalmente hasta su expiración final, descartando el efecto rápido del veneno letal. El calendario del homicidio comienza mediante la imposición de una directora, una persona considerada un peso pesado en el partido, que nunca dialogó con el proyecto. Su acción ha consistido en crear las condiciones óptimas para un discreto final referenciado en un relato que omita el proyecto, la historia y los vínculos de la organización y lo reformule en los términos de que se trata de salvaguardar los intereses de un grupo de personas consideradas como aptas para ser recolocadas en otros espacios de la administración. También el factor localista que priva a Granada de una agencia que produce sustanciosos beneficios en su transporte y hostelería.

Una vez instalada una administradora colonial se procede al vaciado del proyecto, mediante una congelación de presupuestos que impide desarrollar proyectos nuevos. El resultado es el inicio de una diáspora de la inteligencia, de modo que se debilita la cohesión del colectivo. La ingeniería de las jubilaciones termina por romper las simetrías de la plantilla. El proyecto que ha sustentado la escuela, es debilitado hasta su extinción progresiva, terminando por convertirse en un remedo de lo que fue. La agonía del proyecto debilita el sistema de relaciones profesionales con el exterior, constituyendo así el preludio del desmoronamiento.

El último acto radica en que, una vez que la organización funciona de forma asistida, al modo de los cuidados intensivos, se espera el momento oportuno para asestarle el golpe final, semejante a la desconexión. Así se logra que este homicidio organizacional tenga un coste político cero. Después de tanto tiempo ubicados en la galería de la muerte, los sobrevivientes se encuentran extremadamente debilitados, y supongo que esperanzados en su nueva ubicación. Me parece que es menester reseñar la ausencia de respuestas de los antiguos pobladores de la escuela en los medios. La desproporción entre el valor de la actividad realizada por la escuela y la casi total ausencia de réplicas es descomunal. Pero este es el signo del tiempo, en tanto que los mismos métodos se están ensayando en el pausado debilitamiento del sistema público sanitario, cogestionada entre gobiernos progresistas y conservadores.

No puedo concluir sin aludir a un problema político de primer orden. La alternancia inexorable de los gobiernos implica la demolición de la totalidad del espacio organizativo que estos han construido. No hay excepciones. De este modo, la democracia adquiere un inquietante perfil de tránsito de patrones, que se relevan en largos períodos de tiempo. Los proyectos sobreviven por la presencia de sus patrocinadores. En estas condiciones, el sector público se encuentra fatalmente destinado al bloqueo, y las relaciones políticas a la relación entre las cúpulas de los gobernantes.

En estas geometrías fatales, la EASP ha constituido un ejemplo de rescatar lo oblicuo, tratando de escapar de la lógica de las grandes configuraciones simétricas características de este sistema político. En este sentido hubiera merecido, al menos, una muerte mejor que la de la desconexión y la adulteración de su propio relato. Porque para una organización productora de conocimiento la existencia de un proyecto y una dosis de pluralidad es imprescindible. Desde luego, en España, no abundan los ejemplos.

 

 

 

 

miércoles, 18 de octubre de 2023

GUERRA, UNIVERSIDAD POSACADÉMICA Y SISTEMA MEDIÁTICO

 

Los acontecimientos acaecidos en Israel y Gaza, que sancionan una guerra de nuevo tipo, en la que los mismos ejércitos tienen una situación de riesgo menor que a la población civil, son interpretados por toda una serie de comentaristas promiscuos, estrellas audiovisuales, expertos de ocasión, cómicos múltiples, frikis mediáticos y una pléyade de gentes que expresan el tránsito histórico del predominio de los antiguos intelectuales, que conformaban la intelligentsia, a la ascensión de las gentes que constituyen lo que se entiende como los famosos, caracterizados, tanto por su sobreexposición mediática como por su frivolidad. La decadencia de la prensa escrita tiene como consecuencia que sea más escuchada una persona como Carmen Lomana que un filósofo como Emilio Lledó. Los efectos demoledores en la opinión pública de esta mutación son manifiestos. Cada evento con impacto genera una tribalización emocional, en la que las partículas de la masa mediática se posicionan férreamente en torno a su bando.

Esta transformación se encuentra determinada por la confluencia de dos instituciones apocalípticas que dominan el presente: la universidad posacadémica y los medios de comunicación audiovisuales. La primera neutraliza eficazmente a las humanidades y las ciencias sociales, quebrando los lazos que estas tenían con la sociedad. Cada disciplina es conformada como área de conocimiento que gestiona una empresa orientada radicalmente a su interior. El silencio de la institución Academia determina que la deliberación pública acerca de los problemas sociales se ejecute desde los medios audiovisuales. Pierre Bourdieu, en su libro sobre la televisión, apunta a que los académicos se orientan a comparecer en la pantalla, al estilo de los expertos, los salubristas o epidemiólogos en la pandemia. La televisión deviene en institución central que administra el conocimiento social, así como el tratamiento de los acontecimientos.

Las significaciones del sórdido conflicto de Oriente Medio, en estas condiciones, son administradas desde las empresas multimedia, en las que anidan los nuevos soberanos de la opinión pública. Asisto fascinado a la centralidad que en esta cuestión adquieren gentes como Ana Rosa Quintana y otras estrellas televisivas, que ostentan una autoridad incuestionable sobre amplios segmentos de la audiencia. El resultado es un desastre de grandes proporciones, inseparable de las destrucciones generadas por la mismísima guerra. El silencio de la intimidad de las áreas de conocimiento de la universidad posacadémica, se contrapone con el ruido ubicuo que se deriva de la ebullición de las pantallas y las redes. De ahí resulta un estado de polarización acompañada por una confusión sorprendente.

En los años noventa tuvo lugar el salto que debilitó la prensa escrita en favor de la constelación de la televisión y el naciente internet. Recuerdo que en mi facultad de Sociología de Granada, el periódico El País comenzó a regalar los ejemplares del día, con la pretensión de capturar lectores. Todas las mañanas desembarcaban dos grandes fardos con los periódicos. La respuesta de los estudiantes fue contundente. Nadie cogía un periódico. Solo los profesores retirábamos discretamente un ejemplar. A última hora, los montones de periódicos testificaban el fracaso mayúsculo de una estrategia comercial imposible. Después llegó El Mundo con el mismo resultado. La grafosfera mostraba inequívocamente su estado decrépito ante la emergencia de la videosfera.

En mis años de estudiante en los años setenta una parte considerable de los estudiantes leíamos afanosamente periódicos. Era normal ver a estos como parte del equipaje de mano de los alumnos. Recuerdo que había periódicos matutinos y vespertinos. Algunos de estos estaban prudentemente orientados a la incipiente democracia y publicaban noticias y artículos que había que leer entre líneas. Algunos esperábamos  a mediodía, hora en que aparecían los diarios Informaciones y Madrid. Veinte años después, cuando llegué como profesor no vi ni un periódico en manos de un estudiante en las aulas y los pasillos. Sin embargo, cuando se instalaba un stand de una empresa que ofrecía buenas condiciones de uso de internet, se generaban colas de estudiantes ansiosos por disfrutar de lo que entendían como un chollazo.

El tránsito a la nueva videosfera tenía otras manifestaciones. Las pantallas proliferaban en las aulas. Las viejas transparencias, que eran resúmenes de textos, pronto dieron lugar al reinado del Power Point, que introducía elementos visuales y las técnicas de composición de textos y multimedia. Este es el emblema de la pantallización y la apoteosis de los audiovisuales. El auge del multimedia llevó los videos a las aulas. En mis últimos años, estos tenían un protagonismo creciente. El bautizo académico de un comprador de créditos de la era de la reforma de Bolonia era su primera presentación pública, en la que exhibía sus competencias audiovisuales, en muchas ocasiones arruinando los contenidos de la presentación. La lectura iba retrocediendo inexorablemente. Cuando un profesor recomendaba bibliografía era requerido para aclarar qué es lo que había que leer, en espera de lo que me gustaba llamar “las primeras rebajas de lecturas”. Las presiones para disminuir el menú de lecturas eran sofisticadas y formidables.

Google terminó reemplazando la vetusta bibliografía y la lectura se minimizó adquiriendo la forma de apuntes, esquemas, resúmenes y otros géneros leves. Cuando ponía un trabajo escrito era requerido para determinar su extensión en páginas. La “extensión mínima” constituía el núcleo de comunicación entre el profesor y el alumno. El viejo imperio de la letra escrita mostraba su obsolescencia en vísperas de su cancelación, para ser adaptado al imperio de lo que Bifo denomina como infoesfera. En ese vibrante y extenso mundo, la lectura y escritura tienen un papel, si no residual, secundario.

Contemplo asombrado la consolidación del Power Point, que adquiere centralidad absoluta en los informativos de las televisiones y en cualquier presentación científica, profesional o social. Se ha multiplicado la extensión de las pantallas, que se sobreponen a las esbeltas figuras de los presentadores televisivos, o los diminutos oradores con audiencias físicas, ubicados debajo de un sistema de pantallas gigantescas y múltiples, lo que convierte sus intervenciones en un espectáculo visual. Este dispositivo multimedia contribuye a que cada oyente, instalado en un sistema de filas y columnas, experimente su propia infinitud, al ser arrojado a un espacio en el que predomina la uniformidad y que se encuentra diseñado a una escala muy inferior al ponente de guardia. Tengo muy claro que esta forma de conformar los auditorios es el preludio de un nuevo totalitarismo, en el que los habitantes de las escalas grandes, sustentados en sus dispositivos audiovisuales macroscópicos, dominan a los almacenados en un espacio masificado y oscuro.

La nueva infoesfera tiene un efecto determinante sobre la recepción de la información. Esta adopta la forma de una secuencia de imágenes que aspiran a capturar la sensibilidad y la promoción de emociones del aturdido espectador mediante su composición y presentación. Durante muchos años practiqué como profesor el Power Point llegué a la conclusión de que las diapositivas terminaban por emanciparse de la totalidad de la intervención, socavando la unidad del tema presentado. Ciertamente, eso es lo que ocurre con los informativos televisivos. Más que clarificar, aturden estimulando emociones primarias. Así se puede explicar el desastre de la dirección férrea de la opinión pública por parte de los poderes establecidos, imbricados con los intereses del complejo militar industrial o con opciones geoestratégicas inamovibles.

En mi última entrada resaltaba la convicción de Anders acerca de que el principal problema de la era atómica radica en la transformación del mismo ser humano. Todas estas tecnologías de la información contribuyen a generar una conciencia difusa. Un indicador inquietante que manifiesta este estado confusional es el momento en el que los reporteros de la calle de los programas se encuentran cara a cara y con las cámaras grabando con alguna partícula de la audiencia cocinada laboriosamente a fuego lento. Esta muestra impúdicamente su distanciamiento de la realidad y su incapacidad de exponer con coherencia su posición. Esto es leído en clave de humos por los conductores del programa.

Este estado de confusión, derivado de la secuencia infinita de diapositivas y la charla múltiple incesante en las pantallas, permite a los actores bélicos ocultar sus movimientos y fabricar coartadas sostenibles. Así, si cualquier guerra es una tragedia, lo es aún mayor un sistema mediático orientado a sostener las carencias cognitivas y personales de grandes contingentes de audiencias. Cada vez que escucho a un periodista advertir acerca de las “imágenes impactantes” que va a presentar, o requiere un titular a cualquier interviniente en esa aristocrática y gris conversación, me echo a temblar. Es inevitable recordar los grandes reportajes, crónicas e informes escritos de la generación de reporteros de la guerra, como Leguineche y otros, que ayudaban a algunos contingentes de lectores, a enriquecerse y posicionarse frente a los eventos. Pero ese tiempo ya pasó. Ahora los informadores-testigos se presentan con casco en un escenario preparado y a la hora requerida de la conexión con el programa, para proporcionar una información en un minuto, y avalada por un testimonio o imagen crítica. Lo dicho, una tragedia informativa.

 

viernes, 13 de octubre de 2023

GUERRA, TERRORISMO Y REGRESIÓN AUDIOVISUAL

 La confluencia de barbaries terroristas en el conflicto entre Israel y Palestina remite más allá de su significación localizada. El progreso tecnológico ha contribuido a una nueva generación de herramientas de destrucción de alta eficacia que se emplean con saña por parte de los actores o sujetos político-militares en Oriente Medio, pero también en Ucrania o en cualquier guerra de baja intensidad de las que proliferan en las periferias del sistema-mundo actual. La imagen acuñada por algunas inteligencias críticas de una nueva Edad Media tecnológica se hace patente. El terrorismo convencional se renueva y las respuestas de los ejércitos tecnológicos se sitúan en un nivel de excelencia en su eficacia para producir masacres de poblaciones civiles. Ambos hacen gala de su renovada capacidad de destrucción, así como de la ausencia de cualquier consideración ética. Impera una suerte de prêt-á-porter de las armas, listas para mostrar su utilidad letal.

También tiene lugar una escalada inquietante en el tratamiento de los medios de comunicación, que muestran su sublimidad en el arte de reconstituir una realidad profundamente sesgada sobre los acontecimientos bélicos, estrictamente encuadrada en el campo de intereses de su bloque. Así se sigue la estela iniciada en las guerras de Oriente Medio, en las que se ensayó todo un modelo informativo a la altura de las novísimas herramientas de la imagen, que han acreditado un rango equivalente al de las prodigiosas armas. En estos días fatales, se sucede un alud de imágenes y testimonios de los allegados a las víctimas de las acciones terroristas de Hamas, en tanto que se trata con naturalidad a lo que se puede filmar en el infierno de fuego en Gaza, que son las ruinas de los edificios, algunos de los cuales tienen el privilegio de ser grabados en el mismo momento de su destrucción, de modo que formarán parte de la institución central de este tiempo: la hemeroteca.

Tanto la capacidad destructiva de la nueva generación de armas como de la competencia del sistema comunicativo de las televisiones y las agencias de información, remiten inevitablemente a un grado de perversidad que supone un salto con respecto a las dos últimas guerras mundiales del siglo XX. Ahora se han disipado los viejos reporteros que enviaban sus crónicas, la generación Kapuscinski, quien afirmó, sintetizando el espíritu de estos testigos de las guerras múltiples, que “estos son los únicos momentos en que siento la soledad verdadera: cuando uno se enfrenta a la violencia impune”.

La información de los acontecimientos tiene lugar mediante una analogía con los cascotes de los edificios derribados, que se diseminan por los suelos formando distintas figuras. La información consiste en un montón nutrido de fragmentos audiovisuales, proporcionados, bien por profesionales, agencias informativas y militares contendientes o personas ubicadas en los entornos inmediatos de las imágenes, que tienen la capacidad de devenir en informadores amateurs, siempre en búsqueda de que sus grabaciones terminen adquiriendo la condición mágica de viral, que en el presente significa el momento de gloria favorito de los nuevos depredadores audiovisuales.

La información suministrada por las televisiones adquiere la forma de una serie interminable de fragmentos audiovisuales encadenados, que los cocineros de cada casa administran según sus posicionamientos e interpretaciones. El problema resulta de la dificultad del espectador para adquirir una visión general del acontecimiento. Esta está encomendada a los expertos de las televisiones, que, dada la naturaleza del medio, exponen en pequeños sorbos, asegurando así su presencia en los días siguientes. Me disculpo de nuevo por recurrir a Kapuscinski, quien afirma lúcidamente que “El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”.

La manipulación mediática total refuerza las predisposiciones de los espectadores, de modo que se instala una gran indignación por las víctimas de Hamás, que se compatibiliza con una indiferencia moral cósmica con respecto a la población de Gaza, que es exterminada de un modo todavía más eficaz y cruel que los judíos en el guetto de Varsovia. Comparecen múltiples gentes que representan distintas versiones de lo pérfido: expertos de guardia; políticos próximos a la izquierda woke; diputados dotados del abolengo de la derecha, así como otras especies motivadas por permanecer en este escenario de los platós a cualquier precio.

Se puede afirmar que esta confrontación bélica representa la materialización de algunas de las advertencias de Gunter Anders. En particular, este afirma que la peor catástrofe radica en la transformación de la condición humana. Las transformaciones producidas en los frentes por la acción de tan eficaces armas, es naturalizada por los medios y se asienta en los espectadores, de modo que es imperceptible su capacidad destructiva. En este caso, las masacres a poblaciones civiles. El precepto enunciado por Anders consistente en que cuanto más crece nuestro poder tecnológico más pequeños nos volvemos, comparece en primer plano mostrando la levedad de los espectadores encuadrados en grandes empresas comunicativas.

Me ha impresionado de sobremanera contemplar múltiples videos de gran circulación en Tik Tok y otras redes sociales, en los que aparecen mujeres soldado israelíes mostrando sus dotes y competencias teatrales homologadas por la institución central de la publicidad. La generalización de los bailes y la optimización corporal en la sobreexposición a las cámaras se sobrepone a los rigores de la guerra. Esta multiplicación de la trivialidad que se contrapone con la severidad de la contienda bélica y sus tragedias personales asociadas forma parte del ADN de los medios, que colonizan el espacio privado fomentando el mito de la vida privada. Se trata de llenar a la gente de músicas, cosas divertidas y charlas incesantes, para ser liberada de la reflexión personal.

La publicidad, con sus estados de euforia inducidos, se reconvierte en el paradigma de la felicidad humana. El cuerpo flexible y vigoroso es el principal activo, imperando en todas las ocasiones y formateando a cada cual como un actor de su vida. El mítico estado de felicidad individual se expresa mediante los gestos y las expresiones del cuerpo. La avanzadilla está constituida por los hombres y mujeres del tiempo, dotados de la plasticidad corporal necesaria para ejercer como maestros de los aspirantes a mostrarse como sujetos felices. La libertad deviene en una virtud que se expresa corporalmente. Las mujeres soldado alcanzan en estos días altas cotas en el arte de la expresividad y la administración del humor y la ironía.

Así se confirma una de las cuestiones planteadas por Anders, que propone un juego de coherencias y equivalencias entre el poder destructivo militar supremo, lo que se puede nombrar como la tecnología destructiva sobrenatural, y las industrias de la conciencia, especializadas en ocultar el poder destructivo supremo de las nuevas generaciones de armas, así como en la fabricación del arquetipo individual compatible con la ausencia de control social de las tecnologías militares. El poder atómico, se corresponde con la red macroscópica de industrias culturales, grupos transnacionales de comunicación, satélites e instituciones de producción del conocimiento. Este conglomerado se hace impetuosamente presente en estos días desarrollando varias estrategias simultáneas. Además de las de persuadir y manipular, cabe destacar las de la banalidad, que tan bien expresan en sus vídeos las mujeres soldado israelitas.

 

  

            

lunes, 2 de octubre de 2023

LA REPROBACIÓN DE LOS PERDEDORES Y EL ESPECTRO DEL SISTEMA MAYORITARIO

 

Si el éxito está al alcance de todo el mundo, y si basta con querer para poder, es evidente -nos explican- que los que no tienen éxito no han comprendido los mensajes, o no han aplicado las recetas correctas, o, finalmente, no han hecho suficientes esfuerzos. En suma, la culpa es suya, o bien porque son incapaces, o bien porque se apartan de las normas.

Michela Marzano

En este mundo despiadado solo sobreviven los fuertes, los triunfadores de la batalla económica (la guerra no tiene fin, cada victoria sirve para exacerbar aún más la competencia). El éxito sirve de máscara al valor supremo, el poder, y por eso las empresas hacen apología de sus héroes.

Nicole Aubert y Vicent de Gaulejac

 

La reciente investidura fracasada de Feijóo ha puesto de manifiesto la prevalencia del valor de la victoria, así como la reprobación de la derrota, en las instituciones representativas del sistema político, y en el ecosistema mediático en el que se sustentan. Se discute acerca de quién resultó ganador en las recientes elecciones, lo que conlleva que los demás adquieren la denigrante condición de perdedores. Esta es convertida en el peor epíteto posible en este sistema que se asemeja a unos juegos olímpicos, en los que frente al falso mito de que lo importante es participar, se trata de ganar de la forma que sea. Fuera del medallero solo existe desolación y olvido.

Recuerdo que en los años noventa en el parlamento de Andalucía, me escandalizaba el abuso de que hacía gala el PSOE como ganador, arrojando sobre sus rivales la calificación de perdedores, en unos términos que lo convertían en una maldición. Así, ganar lo justificaba todo, y perder significaba el equivalente de ser hecho prisionero. Cualquier planteamiento enunciado por un perdedor, parecía carecer de validez. En esta cuestión estriba el comienzo de la decadencia estrepitosa del sistema representativo, que ha terminado fatalmente para los antiguos ganadores, que ahora detentan la ignominiosa condición de perdedores, asociada a la obligación de susurrar sus propuestas, en trance de callar frente a la apoteosis de los ganadores.

El origen de esta apoteosis del triunfo remite a la nueva empresa postfordista, nacida en los años ochenta y que ampara a la institución central de la gestión. Esta no es un modo de dirección más, sino una poderosa institución que crea significados que extiende por toda la sociedad. En este tiempo del fulgurante mercado se remodelan todas las organizaciones e instituciones según el modelo de la rutilante empresa y gestión. De ahí las dos citas que encabezan este texto, que expresan el imperativo de vencer, triunfar, derrotar, rendir, dominar, someter o subyugar. La eterna competencia abre el camino a la victoria como necesidad categórica e ineludible.

La esfera del mercado y la empresa exporta sus culturas y modelos, haciéndolos universales. El resultado es la demonización de los no ganadores. Guillermo Rendueles utiliza la elocuente metáfora del coche escoba para definir la función de varias psicologías. Estas conforman dispositivos asistenciales para recoger a aquellos que abandonan con el objetivo de repararlos y ubicarlos en espacios sociales subalternos. Los perdedores son desplazados a mundos institucionales definidos por este autor como “prótesis”, en los que la competencia de todos contra todos ha sido desplazada por el asistencialismo.

Volviendo al sistema político, en estos atribulados días, comparece una nueva versión de la cantinela de los ganadores y los perdedores. Pero esta significa la denigración de la democracia, en tanto que esta resalta el concepto de representación. Así, un partido representa la voluntad expresa de un determinado número de ciudadanos. Esta supuesta representatividad avala el respeto a cada contendiente. Las profundas transformaciones derivadas del asentamiento de la videopolítica, determinan que la velocidad del juego institucional erosione el concepto mismo de representación. Ante cada situación, el sistema consulta la opinión mediante sondeos, sustituyendo la esencia de la representación de los intereses.

De estos procesos resulta la transformación de una actividad de representación en una actividad que se asemeja a un juego que se desarrolla en episodios consecutivos. Como tal competición deportiva lo decisivo es ganar en todas las ocasiones en que sea posible. De este modo, cada legislatura se asemeja a una liga, en la cual todo se dirime partido a partido. Este sentido de competición deportiva, refuerza el estigma del perdedor, que es agraviado y vejado públicamente en los medios. Perder por poco significa la exclusión total del gobierno. Vencer supone reapropiarse del gobierno, la Administración y el sector Público, las relaciones múltiples con el mercado y la presencia hegemónica en los medios de comunicación.

Siguiendo esta lógica instaurada en el sistema, perder en un congreso partidario, como Errejón en Vista Alegre o Susana Díaz frente a Sánchez, significa la cancelación de la actividad pública y la inserción en un espacio de exclusión política. No importa la proporcionalidad, perder con un 40% de apoyo significa perder toda la voz. Los perdedores son denostados y ocultados. Múltiples casos ilustran esta práctica manifiestamente antidemocrática. Recuerdo la retirada de Odón Elorza en silencio requerido. También la Eduardo Madina o Clara Serra. Todo perdedor es expulsado del escenario en el que se dirime el juego.

Por estas razones me parecen patéticas las disquisiciones acerca de quién ganó o perdió, así como las consecuencias de este veredicto. Desde siempre he defendido posiciones minoritarias y he reclamado respeto por las mismas, así como el derecho a ser escuchadas. Las nuevas democracias de opinión pública, fundamentadas en la idea de victoria y la cancelación de los perdedores, constituyen un nuevo autoritarismo inquietante. Cuando alguien señala a otro como perdedor, le requiere silencio y le deniega su derecho a hablar. El sistema político termina por asemejarse al sistema futbolístico, donde los dos o tres grandes se sobreponen a los pequeños invisibilizándolos y silenciándolos. Es una verdadera lástima contemplar el desprecio sobre los miembros del estigmatizado grupo mixto.

El sistema proporcional (corregido) que adoptó la constitución del 77 salta por los aires con la generalización de las significaciones de ganador/perdedor, que remiten a un implacable sistema mayoritario, en el que, en cualquier circunscripción electoral, solo triunfa uno y la mayor parte de la representación se pierde. Tras los largos años del sistema político vigente, comparece el fantasma del sistema mayoritario y la devaluación de las minorías. En una sociedad fragmentada en la que los intereses son múltiples y diversos, los más débiles son eliminados aplicando brutalmente la fórmula mayoritaria que implica la determinación del vencedor y la sanción para el perdedor.