lunes, 2 de octubre de 2023

LA REPROBACIÓN DE LOS PERDEDORES Y EL ESPECTRO DEL SISTEMA MAYORITARIO

 

Si el éxito está al alcance de todo el mundo, y si basta con querer para poder, es evidente -nos explican- que los que no tienen éxito no han comprendido los mensajes, o no han aplicado las recetas correctas, o, finalmente, no han hecho suficientes esfuerzos. En suma, la culpa es suya, o bien porque son incapaces, o bien porque se apartan de las normas.

Michela Marzano

En este mundo despiadado solo sobreviven los fuertes, los triunfadores de la batalla económica (la guerra no tiene fin, cada victoria sirve para exacerbar aún más la competencia). El éxito sirve de máscara al valor supremo, el poder, y por eso las empresas hacen apología de sus héroes.

Nicole Aubert y Vicent de Gaulejac

 

La reciente investidura fracasada de Feijóo ha puesto de manifiesto la prevalencia del valor de la victoria, así como la reprobación de la derrota, en las instituciones representativas del sistema político, y en el ecosistema mediático en el que se sustentan. Se discute acerca de quién resultó ganador en las recientes elecciones, lo que conlleva que los demás adquieren la denigrante condición de perdedores. Esta es convertida en el peor epíteto posible en este sistema que se asemeja a unos juegos olímpicos, en los que frente al falso mito de que lo importante es participar, se trata de ganar de la forma que sea. Fuera del medallero solo existe desolación y olvido.

Recuerdo que en los años noventa en el parlamento de Andalucía, me escandalizaba el abuso de que hacía gala el PSOE como ganador, arrojando sobre sus rivales la calificación de perdedores, en unos términos que lo convertían en una maldición. Así, ganar lo justificaba todo, y perder significaba el equivalente de ser hecho prisionero. Cualquier planteamiento enunciado por un perdedor, parecía carecer de validez. En esta cuestión estriba el comienzo de la decadencia estrepitosa del sistema representativo, que ha terminado fatalmente para los antiguos ganadores, que ahora detentan la ignominiosa condición de perdedores, asociada a la obligación de susurrar sus propuestas, en trance de callar frente a la apoteosis de los ganadores.

El origen de esta apoteosis del triunfo remite a la nueva empresa postfordista, nacida en los años ochenta y que ampara a la institución central de la gestión. Esta no es un modo de dirección más, sino una poderosa institución que crea significados que extiende por toda la sociedad. En este tiempo del fulgurante mercado se remodelan todas las organizaciones e instituciones según el modelo de la rutilante empresa y gestión. De ahí las dos citas que encabezan este texto, que expresan el imperativo de vencer, triunfar, derrotar, rendir, dominar, someter o subyugar. La eterna competencia abre el camino a la victoria como necesidad categórica e ineludible.

La esfera del mercado y la empresa exporta sus culturas y modelos, haciéndolos universales. El resultado es la demonización de los no ganadores. Guillermo Rendueles utiliza la elocuente metáfora del coche escoba para definir la función de varias psicologías. Estas conforman dispositivos asistenciales para recoger a aquellos que abandonan con el objetivo de repararlos y ubicarlos en espacios sociales subalternos. Los perdedores son desplazados a mundos institucionales definidos por este autor como “prótesis”, en los que la competencia de todos contra todos ha sido desplazada por el asistencialismo.

Volviendo al sistema político, en estos atribulados días, comparece una nueva versión de la cantinela de los ganadores y los perdedores. Pero esta significa la denigración de la democracia, en tanto que esta resalta el concepto de representación. Así, un partido representa la voluntad expresa de un determinado número de ciudadanos. Esta supuesta representatividad avala el respeto a cada contendiente. Las profundas transformaciones derivadas del asentamiento de la videopolítica, determinan que la velocidad del juego institucional erosione el concepto mismo de representación. Ante cada situación, el sistema consulta la opinión mediante sondeos, sustituyendo la esencia de la representación de los intereses.

De estos procesos resulta la transformación de una actividad de representación en una actividad que se asemeja a un juego que se desarrolla en episodios consecutivos. Como tal competición deportiva lo decisivo es ganar en todas las ocasiones en que sea posible. De este modo, cada legislatura se asemeja a una liga, en la cual todo se dirime partido a partido. Este sentido de competición deportiva, refuerza el estigma del perdedor, que es agraviado y vejado públicamente en los medios. Perder por poco significa la exclusión total del gobierno. Vencer supone reapropiarse del gobierno, la Administración y el sector Público, las relaciones múltiples con el mercado y la presencia hegemónica en los medios de comunicación.

Siguiendo esta lógica instaurada en el sistema, perder en un congreso partidario, como Errejón en Vista Alegre o Susana Díaz frente a Sánchez, significa la cancelación de la actividad pública y la inserción en un espacio de exclusión política. No importa la proporcionalidad, perder con un 40% de apoyo significa perder toda la voz. Los perdedores son denostados y ocultados. Múltiples casos ilustran esta práctica manifiestamente antidemocrática. Recuerdo la retirada de Odón Elorza en silencio requerido. También la Eduardo Madina o Clara Serra. Todo perdedor es expulsado del escenario en el que se dirime el juego.

Por estas razones me parecen patéticas las disquisiciones acerca de quién ganó o perdió, así como las consecuencias de este veredicto. Desde siempre he defendido posiciones minoritarias y he reclamado respeto por las mismas, así como el derecho a ser escuchadas. Las nuevas democracias de opinión pública, fundamentadas en la idea de victoria y la cancelación de los perdedores, constituyen un nuevo autoritarismo inquietante. Cuando alguien señala a otro como perdedor, le requiere silencio y le deniega su derecho a hablar. El sistema político termina por asemejarse al sistema futbolístico, donde los dos o tres grandes se sobreponen a los pequeños invisibilizándolos y silenciándolos. Es una verdadera lástima contemplar el desprecio sobre los miembros del estigmatizado grupo mixto.

El sistema proporcional (corregido) que adoptó la constitución del 77 salta por los aires con la generalización de las significaciones de ganador/perdedor, que remiten a un implacable sistema mayoritario, en el que, en cualquier circunscripción electoral, solo triunfa uno y la mayor parte de la representación se pierde. Tras los largos años del sistema político vigente, comparece el fantasma del sistema mayoritario y la devaluación de las minorías. En una sociedad fragmentada en la que los intereses son múltiples y diversos, los más débiles son eliminados aplicando brutalmente la fórmula mayoritaria que implica la determinación del vencedor y la sanción para el perdedor.

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