viernes, 16 de junio de 2023

IRENE MONTERO Y LOS CAZADORES DE CABEZAS (POLÍTICAS)

 

Una vez hubo un matemático que dijo que el álgebra era una ciencia para la gente perezosa, puesto que uno no conoce el valor de X, pero opera con él como si lo conociese. En nuestro caso, X representa a las masas anónimas, al pueblo. La política es el arte de hacer operaciones con esta X sin preocuparse por conocer su naturaleza real, mientras que hacer historia consiste en dar a X el valor exacto que debe tener en la ecuación.

 Arthur Koestler,  El cero y el infinito

El descalabro de Irene Montero constituye un acontecimiento cuya significación va mucho más allá de su persona. Estamos asistiendo a una verdadera caza de brujas sin parangón en el los largos años del postfranquismo. Con independencia de mi valoración sobre el papel que ha desempeñado, que es extremadamente crítico, asisto perplejo a su cruenta venganza. La forma en que esta es ejecutada, es la propia de las grandes mafias, que señalan a la víctima, después la apartan y la conducen a un espacio invisible para los demás, y allí la ejecutan y la hacen desaparecer. La brutalidad con que la nueva izquierda está ajusticiando a Montero, alcanza la condición de terrorífica, y se puede definir, en rigor, como una desaparición.

Hasta hace dos semanas, Irene detentaba la condición de ministra de igualdad, defendiendo persistentemente su Ley del “Sí es Sí” contra sus reformas, concitando el apoyo público de su partido, así como del exótico conglomerado parlamentario y gubernamental, encabezado ahora por su Verduga Yolanda Díaz. Ni una sola voz  ha surgido de este entramado político. Sin embargo, cuando se hacen públicas las listas de Sumar, ella se encuentra eliminada, y, ante las preguntas de algunos miembros de Podemos, las portavoces de esta extraña coalición se niegan siquiera a responder o aludir a las razones de su cese y de la respuesta a la pregunta de quién, dónde, cómo y porqué se ha decidido excluirla.

En el conglomerado Sumar no existe un comité ejecutivo u otro órgano público que tome decisiones y se responsabilice de ellas. De este modo, cuando algún reportero pregunta, se contesta reproduciendo la forma ensayada en la vieja III Internacional cuando desaparecían disidentes en los años treinta y cuarenta. No hay respuesta, eso es un secreto. Las lideresas más emblemáticas de esta enigmática decisión, Yolanda Díaz o Mónica García, responden afirmando que este tema no tiene interés.  Por esta razón, considero que estamos asistiendo a una desaparición. Montero ha sido juzgada y condenada por un clan político que actúa amparado en el secreto y la complicidad de sus extensiones mediáticas.

Es inevitable recordar el origen de los clanes presentes en Podemos y sus propuestas y actuaciones en esos compulsivos y esperanzadores años. Sus programas significaban una enmienda a la totalidad de las deterioradas instituciones del régimen del 78, así como a sus eternos moradores, la clase política inserta en una trama de relaciones con distintos poderes económicos e institucionales. Esta era “la casta”. Los nuevos reformadores invocaban las elecciones primarias, la circulación de los cargos representativos, la reforma de la ley electoral, la transparencia en la toma de decisiones, así como otras reformas radicales.

Tras tres años de crecimiento, este conglomerado de clanes consiguió tenazmente la reducción de sus apoyos electorales de modo significativo. Pero su menguada representación constituyó una pieza imprescindible para obtener una mayoría en torno al PSOE. Así, llegaron al gobierno. Su nueva posición gubernamental generó un conjunto de delirios articulados en torno a una idea perversa: la evasión de la realidad, en el sentido de que su acción se ve constreñida por su exiguo peso electoral. No obstante, como cambiar las realidades parece una tarea, en esas condiciones, imposible, se centraron en la producción creativa de una comunicación fantasiosa que encubriera las realidades.

Pero durante estos prodigiosos (semiológicamente) años, tiene lugar un proceso de fragmentación inaudita del conglomerado inicial. Tras su comienzo aparentemente exitoso se producen luchas intestinas de una ferocidad inimaginable para quienes no han participado nunca en sectas políticas. Recuerdo en esos primeros años en Granada, algunas conversaciones con personas que tenían responsabilidad en Podemos, que narraban cosas terribles del aparato, entonces controlado por Errejón y capitaneado por Sergio Pascual. Así se produjo lo inevitable: la ruptura en distintos grupúsculos unificados por su cainismo y canibalismo.

 Se puede establecer una analogía con los distintos cazadores de cabezas que han circulado en distintos tiempos y las luchas intestinas de la izquierda postcomunista. Cortar la cabeza al enemigo vencido significaba matar a su alma. Esto es exactamente lo que el clan vencedor, el del cazador mayor más acreditado, Pablo Iglesias, realizó con un éxito estremecedor. Primero los errejonistas, después los anticapitalistas, y con ellos múltiples grupos instalados en las comunidades autónomas. En ese tiempo de guerra civil, Irene Montero se acreditó como una letal cazadora de cabezas, especializada en matar a las almas de sus antiguos compañeros.  Pero, a diferencia de las grandes cacerías ejecutadas por la III Internacional en los años treinta y cuarenta, los vencidos y desaparecidos están vivos, teniendo la oportunidad de reaparecer en el escenario,

El proyecto de Yolanda Díaz se sustenta en recomponer dieciséis pedazos de esta tragedia bajo su férrea dirección personal, eliminando a los antiguos vencedores, recolectores de cabezas de sus víctimas. El resultado de esta mutación del equilibrio interno de este conglomerado político, siempre movilizado para la eliminación de sus enemigos internos, es la imprescindible desaparición de Irene, que representa, junto con Iglesias, el carisma originario de este convulso movimiento nacido en 2014. El carisma de Yolanda no es equivalente al de Iglesias. Este nace de las encuestas y de sus generosos padrinos políticos y sus extensiones mediáticas. Este se fusiona con la fuerza de los contingentes sobrevivientes a las desoladoras guerras internas y que aspiran a desempeñar cargos. Eso genera ilusión y esperanza fundada en un elemento de las encuestas: la valoración que atribuyen a la lideresa. Cuando esta se repite, todos los culos disponibles sueñan con aposentarse en algún cómodo sillón.

La endeblez de este proyecto, y las limitaciones del carisma de su promotora, imprimen a la lucha interna una ferocidad inusitada. Es imprescindible castigar a los rivales desplazados para advertir a los cabezas de los dieciséis partidos acerca del funcionamiento de este tinglado electoral. Así se explica la sórdida eliminación de Montero, que representa una buena parte del capital simbólico de Unidas Podemos en estos años de quimeras políticas y fantasías programáticas. Si alguien puede explicar el efecto electoral de lo que denominan pomposamente como “escudo social”, incapaz de detener el ascenso de las derechas, se lo agradecería.

Desde las coordenadas de este análisis se hace inteligible la crueldad de Díaz y sus eventuales acompañantes con el símbolo principal de la izquierda en el gobierno más progresista de la historia. Ni unas palabras de agradecimiento, ni un gesto amistoso, ni un recuerdo amable. Esta ha sido despedida al estilo de la institución-precariedad reinante en la sociedad neoliberal avanzada del presente. Al igual que Trotski, Zinoviev, Kamenev, Bujarin y otros dirigentes de la revolución rusa, ha sido sacada de las fotos. Las imágenes de los abrazos y besos prolíficos ante las cámaras, con los cadáveres de los vencidos ocultos detrás, pasan a mejor vida. Irene Montero es ahora denegada mediante el silenciamiento, alegando que no es objeto de interés para tan sofisticada opinión pública. Ha suspendido en las encuestas y, por consiguiente, su mismo nombre es impronunciable y ha sido ejecutada por aquella que tiene una valoración mejor.

La ideología de los Recursos Humanos, basada en la competencia sin trabas, ha alcanzado a la extraña coalición Sumar, en la que su mismo nombre es una paradoja. El asesinato político de Montero tiene un efecto disciplinante para los pomposos partidos de la coalición Sumar. Casi nadie conoce los nombres de sus dirigentes, de modo que no serán valorados en la tómbola de las encuestas. Cuando alguno destaque en este índice, se constituirá como cazador de cabezas para matar el alma de Díaz.

Los procesos de eliminación y desapariciones tienen lugar en un cuarto oscuro, inaccesible para las cámaras. En este ámbito ha sido ejecutada la exministra de Igualdad.  Un crítico, pero respetuoso recuerdo a Irene Montero. Ahora asistiremos al insigne espectáculo de la remodelación de la X de Koestler que abre este texto. Todavía no puedo vislumbrarlo, pero Yolanda nos da una pista esencial con respecto al proyecto. Dice algo referido a la relación de la gente con las personas. Muy ilustrativo.

 

 

2 comentarios:

  1. Suscribo lo escrito por Juan Irigoyen respecto a la forma en que la "extraña coalición" liderada con puño de hierro por Yolanda Díaz y formada por nada menos que 15 grupos, cada uno de su madre y de su padre, se ha deshecho de Irene Montero. Tampoco es que me entusiasmara su gestión al frente del Ministerio de Igualdad pues cometió errores graves. A mi entender, se trata de una vendetta en toda regla, ajustes de cuenta personales y rencillas entre facciones que se disputan los despojos de Podemos y los escaños que dejara libres. La gente del 15M iba a cambiar la manera de hacer política. No pudieron o no supieron. Deprimente! Al menos, de ahora en adelante, sabemos a qué atenernos, a lo mismo de siempre, la alternancia PP-PSOE con sus respectivas muletas a su derecha e izquierda o nacionalistas, en caso de que no logren suficientes escaños para gobernar en solitario. Una apreciación personal: no sé muy bien cuál puede ser la diferencia entre el PSOE y SUMAR, casi se solapan y compiten por el mismo nicho de votos. Puedo estar equivocado. Un saludo.

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  2. Cuando todo se fía a la 'videopolítica' y se recurre al primitivismo emocional, se instala con fuerza el delirio y la ruindad para sostener la ambición enaltecida y los réditos de la inversión emocional. El que se entrega al espectáculo ya solo puede competir por un espacio visual en el engaño.

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