lunes, 26 de junio de 2023

CIORAN Y EL FANATISMO POLÍTICO

 

Contemplo alucinado el devenir de la campaña electoral, en la que se multiplican los hechizos y las ensoñaciones, puestas en escena ante un público entregado a los oradores, que comulga con los discursos de la milagrería política. Así, el “Vamos a Ganar”, así como aclamar como presidente al candidato de turno, significa, en muchas ocasiones, multiplicar por tres, cuatro o cinco los resultados obtenidos en las recientes elecciones de mayo. Enfrentados a una grada vociferante e incondicional, cada uno pone en marcha su fantasía prodigiosa para prometer medidas portentosas en un presente plagado de miserias y límites. No quiero poner ejemplos concretos aquí, pero la campaña electoral es cada vez más un acto de hechicería que expulsa lo empírico de los discursos, auditorios y platós.

Lo más fascinante de esta feria de las ensoñaciones radica en los públicos aplaudidores y aclamadores. Estos son inasequibles al desánimo y terminan por sustituir al conjunto del electorado, que se muestra distante con este espectáculo, y solo participa en él en tanto que representa un sufragio que dictamina a unos vencedores y unos vencidos, que se confrontan según los métodos hegemónicos de la telerrealidad, es decir, como un juego de egos. En este ambiente, es ineludible repensar el problema de la incondicionalidad, llevada al extremo del fanatismo. De ella resulta la paradoja del distanciamiento de grandes sectores sociales de la política, que se simultanea con la fanatización de los menguantes públicos que pueblan los actos partidarios y componen los fondos de las fotos.

Sin embargo, y pese a las evidencias, los operadores de la videopolítica imperante, funcionan mediante modelos de mercado que priorizan la captura de un público caracterizado por su fidelidad a la marca. Este, es el principio que constituye el proceso de fanatización. Los medios operan en esta dirección y han suplantado a antigua la intelligentsia, que ahora aspira a expandirse en los rincones del sistema mediático con su nueva máscara de expertos. De esta manera se disuelven los contrapuntos. Los tertulianos y columnistas digitales se adscriben a un partido en liza, para transformarse en una parte de él.

Me hace pensar la decadencia de la vieja izquierda. Un personaje como Yolanda Díaz mantiene unos discursos de un nivel argumentativo desolador. Se presenta en actos partidarios en los que están presentes varios cientos de pobladores en distritos de varios cientos de miles de votantes, y en los que sus resultados, en la serie de votaciones anteriores, nunca ha superado el 10%. Al afirmar que “vamos a ganar”, acompañado de viejas liturgias de exaltación colectiva compartidos por los cofrades presentes, supone que la magia va a multiplicar por cuatro los resultados anteriores. Lo peor no es que los emocionados súbditos participen en ese sortilegio político, sino que todos se arrogan la representación del barrio o distrito, en un acto de trasmutación de la realidad que ya quisieran para sí algunas de las viejas religiones históricas.

Pero el aspecto más negativo radica en que el discurso de la lideresa hurta cualquier reflexión sobre la cruda realidad, así como escamotea la afloración del proyecto real, que queda sumergido. Cuando dice “Vamos a Ganar” se está refiriendo a la posibilidad de una cosecha de votos que contribuya a una mayoría de la suma de las izquierdas con los nacionalistas. Ese es el verdadero significado de ganar. De ese modo se hurta a la gente la posibilidad de pensar acerca de cuál es el camino para fraguar un proyecto que obtenga unos apoyos mayoritarios, que es la garantía de implementar transformaciones sociales efectivas. La razón política queda zambullida bajo una efervescencia de emociones inducidas por métodos comerciales.

El fanatismo se hace presente esplendorosamente en la campaña. Este queda relativamente maquillado por las tertulias y otras actividades mediáticas que ocultan el verdadero rostro del mismo. En las redes comparece más explícitamente. Pero esta versión del fanatismo es la mínima, resultante de un proceso de sucesivas readaptaciones. Conceptualizar el fanatismo en su versión máxima, descubriendo sus códigos, implica reinsertarla en varios contextos históricos, a efectos de comprender las sucesivas formas que va adoptando.

Soy visitante asiduo de un excelente blog que selecciona textos de distintos autores, de una calidad insuperable. Este es Bloghemia. Uno de los últimos, remite al fanatismo y está escrito por Cioran. Este es un autor que siempre me ha estimulado, y recomiendo su relectura desde el contexto histórico vigente, en el que la conexión con su inteligencia es sorprendente. En este escrito, Cioran enuncia lo que se puede considerar como la versión máxima del fanatismo, que describe sus códigos genéticos y desvela sus aspectos ocultos. Es un texto reconfortante, en tanto que su lectura se realice acompañada por un distanciamiento del escenario videopolítico de estos compulsivos días. Reproduzco algunos párrafos del mismo, recomendando su lectura en https://www.bloghemia.com/2023/06/que-es-el-fanatismo-por-emil-cioran.html


¿QUÉ ES EL FANATISMO?

Artículo del filósofo de origen rumano Emil Cioran, publicado originalmente en el libro "Précis de décomposition" .

 

En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo, pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado…

Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas. Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses. […] Incluso cuando se aleja de la religión, el hombre permanece sujeto a ella; agotándose en forjar simulacros de dioses, los adopta después febrilmente: su necesidad de ficción, de mitología, triunfa sobre la evidencia y el ridículo. Su capacidad de adorar es responsable de todos sus crímenes: el que ama indebidamente a un dios obliga a los otros a amarlo, en espera de exterminarlos si rehúsan. No hay intolerancia, intransigencia ideológica o proselitismo que no revelen el fondo bestial del entusiasmo. Que pierda el hombre su facultad de indiferencia: se convierte en asesino virtual; que transforme su idea en dios: las consecuencias son incalculables. No se mata más que en nombre de un dios o de sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza son parientes de los de la Inquisición o la Reforma.  […] Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático. 

En cuanto eleve la voz, sea en nombre del cielo, de la ciudad o de otros pretextos, alejaos de él: sátiro de vuestra soledad, no os perdona el vivir más acá de sus verdades y sus arrebatos; quiere haceros compartir su histeria, su bien, imponérosla y desfiguraros. Un ser poseído por una creencia y que no buscase comunicársela a otros es un fenómeno extraño a la tierra, donde la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican; cada institución traduce una misión; los ayuntamientos tienen su absoluto como los templos; la administración, con sus reglamentos: metafísica para uso de monos… Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente…

 En un espíritu ardiente encontramos la bestia de presa disfrazada; no podríamos defendernos demasiado de las garras de un profeta… En cuanto eleve la voz, sea en nombre del cielo, de la ciudad o de otros pretextos, alejaos de él: sátiro de vuestra soledad, no os perdona el vivir más acá de sus verdades y sus arrebatos; quiere haceros compartir su histeria, su bien, imponérosla y desfiguraros. Un ser poseído por una creencia y que no buscase comunicársela a otros es un fenómeno extraño a la tierra, donde la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican; cada institución traduce una misión; los ayuntamientos tienen su absoluto como los templos; la administración, con sus reglamentos: metafísica para uso de monos… Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente…

Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir «nosotros» con una inflexión de seguridad, invocar a los «otros» y sentirse su intérprete, para que le considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi un verdugo, tan odioso como los tiranos y los verdugos de gran clase. Es que toda fe ejerce una forma de terror, tanto más temible cuanto que los «puros» son sus agentes. Se sospecha de los ladinos, de los bribones, de los tramposos; sin embargo, no sabríamos imputarles ninguna de las grandes convulsiones de la historia; no creyendo en nada, no hurgan vuestros corazones, ni vuestros pensamientos más íntimos; os abandonan a vuestra molicie, a vuestra desesperación o a vuestra inutilidad; la humanidad les debe los pocos momentos de prosperidad que ha conocido; son ellos los que salvan a los pueblos que los fanáticos torturan y los «idealistas» arruinan. Sin doctrinas, no tienen más que caprichos e intereses, vicios acomodaticios, mil veces más soportables que el despotismo de los principios; porque todos los males de la vida vienen de una «concepción de la vida». Un hombre político cumplido debería profundizar en los sofistas antiguos y tomar lecciones de canto; y de corrupción… 


El fanático es incorruptible: si mata por una idea, puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza. Lejos de disminuir el apetito de poder, el sufrimiento lo exaspera; por eso el espíritu se siente más a gusto en la sociedad de un fanfarrón que en la de un mártir; y nada le repugna tanto como ese espectáculo donde se muere por una idea… Harto de lo sublime y de carnicerías, sueña con un aburrimiento provinciano a escala universal, con una Historia cuyo estancamiento sería tal que la duda se dibujaría como un acontecimiento y la esperanza como una calamidad.

[…] mil veces más soportables que el despotismo de los principios; porque todos los males de la vida vienen de una «concepción de la vida». Un hombre político cumplido debería profundizar en los sofistas antiguos y tomar lecciones de canto; y de corrupción… 



 

Ha sido inevitable recordar, en mi lectura personal de este texto, a los sátiros farma-epidemiólogos que intentaron salvarnos de las garras de la Covid, así como de nuestra propia imprudencia inexperta.

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