viernes, 28 de abril de 2023

UN ARTÍCULO CENSURADO DE CHANTAL MAILLARD

 

Ayer circuló por twitter el texto del artículo censurado de Chantal Maillard, solicitado por un periódico que no publicó, y ofrecido a otros dos, que también rechazaron. La vieja censura reaparece revestida de nuevas formas. El ambiente de unanimidad que se respira en las televisiones, con sus legiones de tertulianos y expertos de guardia, es asfixiante. No queda una sola rendija desde la que se pueda atisbar un soplo de pluralidad. La pandemia catalizó la nueva gubernamentalidad autoritaria, en la que la verdad científica presentada monolíticamente por los expertos de guardia, y entendida como una revelación que tiene que ser aceptada en su integridad bajo la amenaza de ser tildado del peor estereotipo derivado de este orden de revelación: negacionista.

Los receptores del flujo de verdades reveladas son considerados como entes cuyo valor es calculado en relación con la totalidad estadística de la población, es decir, infinitesimal. Así, cada uno tiende a ser nada. Sólo un cuerpo dispuesto para ser recombinado con otros para adquirir un valor estadístico respetable. La fusión entre esta nueva forma de gobierno y la epidemiología resultó letal. Ese poder actuó en coherencia y nos encerró, administró el espacio público de forma totalitaria y gobernó la vida cotidiana con reglas monumentalmente restrictivas.

Tras la pandemia, se ha puesto de manifiesto que no hay una vuelta a la normalidad, en lo que se refiere a la forma de gobierno. En este contexto aparece la guerra de Ucrania, que muestra impúdicamente el monolitismo impuesto por el sistema mediático. Cualquier diferencia es severamente relegada y expulsada de este sistema implacable. El efecto de este orden mediático ha sido la multiplicación de pequeñas expulsiones y sanciones a los microdisidentes que son abatidos uno a uno e imperceptiblemente, así como la construcción mediática de la hiperconformidad y la indiferencia. La sociedad anestesiada se desentiende de las consecuencias de la subordinación incondicional a los EEUU, así como al próspero complejo militar-industrial.

En las televisiones comparecen inquietantes expertos en seguridad que muestran las propiedades destructivas de las nuevas armas salidas de tan eficaz yacimiento científico, tecnológico e industrial. El silencio sepulcral muestra la transformación operada con respecto a la guerra de Irak, que suscitó una respuesta ciudadana y mostró el vínculo entre los centros educativos y la modernidad. Hoy este se ha disipado y reina la abulia con respecto a cualquier causa humanitaria. La perfección del sistema mediático se hace patente, reconfigurando las instituciones de la educación y la cultura. La nueva intelligentsia es manifiestamente ¡militar, por supuesto¡ La causa de la paz se debilita por anorexia intelectual generalizada. El

En este contexto cabe entender el artículo de Chantal Maillard. Su pecado radica en decir de modo que sus palabras conforman algo así como lo que es el concepto estadístico de desviación típica.  Y un texto “desviado” es rotundamente rechazado por tan democratizados agentes mediáticos guardianes de la verdad revelada por los expertos.  Este es el texto


¿GUERRA JUSTA O CRIMEN ORGANIZADO?

El fantasma de una tercera guerra “mundial” nos habitó cuando Putin lanzó su ofensiva sobre Ucrania. Tuvimos un tiempo de lucidez. Las primeras imágenes de los bombardeos fueron asociadas de inmediato al detonante de la anterior contienda: la invasión de Polonia. Pero esta ha pasado ahora a ser uno más de los seriales de los que se nutren los noticiarios. Cuando un tema deja de ser noticia para transformarse en un serial todo lo relacionado con él se normaliza. Lo he dicho muchas veces: convertidas a bits, las mayores atrocidades entran en el régimen de la ficción y la representación cumple con su oficio: entretener la mente. Y, si el serial se alarga o se repite demasiado, deja incluso de atraer la atención. Podemos seguir comiendo, o apagar el televisor y volver a nuestras rutinas. Ni las cenizas ni la sangre desbordarán la pantalla, no alterarán el sabor de los alimentos. Normalizada, la destrucción no nos altera, el crimen se legitima y hasta se condecora al asesino. Será por eso, me digo, que no alzamos la voz. Será por su eficacia como actor que vemos a Zelenski, la figura política más calculadamente mediática en estos momentos, como un heroico representante de las virtudes patriarcales y no como alguien que por su incapacidad diplomática -digámoslo sin miedo- lleva miles de muertos a su espalda.

¿Cómo es posible que, a estas alturas, sigamos consintiendo que alguien decida enviarnos a matar o morir? En el año 2003, George Bush, otro actor de la gran pantalla, decidió atacar Irak. El entonces presidente de España le estrechó la mano. Pero, al menos, los estudiantes respondieron ¿Dónde está ahora la fuerza estudiantil? ¿O es que estamos todos convencidos de que esta es una guerra justa en la que todos hemos de colaborar? Ninguna guerra es justa. Cuando no se hallan maneras de resolver políticamente los desacuerdos, la guerra no es otra cosa que la demostración de la ineficiencia diplomática o, peor, su inoperancia frente a los grandes intereses. Porque, no seamos ilusos: esta contienda no empezó con la invasión de Putin, las provocaciones fueron múltiples. Hagamos memoria, recordemos la Historia y tengamos claro a quienes benefician esta y otras guerras. ¿Son realmente los EEUU -donde los estudiantes duermen en sus coches porque la beca no les llega para pagar una habitación, donde la segregación social sigue de facto y los sin techo se acumulan en las calles- el territorio de las libertades, como reza su propaganda? ¿Hasta dónde llegará la UE en su humillante aceptación de los dictados de un territorio cuya democracia es, desde hace mucho, la expresión palmaria de la degradación del ideal que fue en otros tiempos? Se nos llena la boca con la palabra “democracia”, sin pararnos a pensar (mediocracia aparte) que no hay razón alguna que avale la idea de que una mayoría haya de tener más juicio o más sentido común que una minoría, ni tan siquiera de uno solo de sus miembros.

Hubo un tiempo en el que pensaba que cuando las mujeres ocupásemos puestos de poder las cosas cambiarían. Me doy cuenta ahora de mi ingenuidad: ¿de qué sirve reemplazar los ingredientes si el caldo está podrido? Lo que falla no son los agentes sino las estructuras. Seguimos funcionando con el código de valores del patriarcado. La guerra forma parte de él. También el patriotismo y los monoteísmos. Y esto no cambiará mientras no nos pongamos a pensar de otro modo. Religión y patria son dos palabras que arraigan en el suelo privado del verbo poseer. En sus márgenes quedan los muertos. Anónimos, colaterales, estos son la materia prima -y el abono- de su violencia.

Chantal Maillard

martes, 25 de abril de 2023

MI RETORNO A LA VIDA CIVIL

 

Tras diez años dedicados compulsivamente a la acción política, dimití de todos mis cargos en septiembre de 1977. En los meses siguientes leí varios libros sobre distintas disidencias, reflexioné acerca de mi experiencia y publiqué numerosos artículos en El Diario Montañés y la Hoja del Lunes, tanto sobre la situación del partido comunista como la de la novísima democracia. Eran textos corrosivos, en los que utilizaba metáforas religiosas, textos de distintos escritores dotados de carga crítica, como Quevedo, Gracián y otros, así como de gentes agudas y desafectas como Groucho Marx.

Personalmente me encontraba desfondado. Había encadenado dos disidencias consecutivas que me habían reportado consecuencias letales. La primera revuelta contra el nacional catolicismo concluyó con una ruptura brusca con mi familia tan conservadora. La militancia comunista fue un refugio personal. La ruptura con esta me acarreó una soledad terrible. Mi situación personal era insostenible. La campaña en el partido contra mi persona catalizó mi ruptura. En la primavera de 1978 comunicamos nuestra baja en el partido. No medió ninguna conversación ni ceremonia alguna. Se confirmó que no éramos necesarios para el funcionamiento de esa máquina que comenzaba a descarrilar. La tradición de la III Internacional de mantener la homogeneidad a ultranza y entender que cualquier diferencia interna supone la reaparición del enemigo en el interior del partido se evidenció reiteradamente.

Una vez liberado de la disciplina partidaria descubrí la infinitud personal. En los diez vertiginosos años militantes siempre había ejercido como dirigente, tanto en el movimiento estudiantil como en el partido. Había forjado una identidad personal de héroe ficcional, avalado por los sacrificios, las detenciones y las estancias en la cárcel. El día siguiente a mi salida confirmé mi nueva identidad de sujeto marginado y marginal. La pobreza material era un mal menor frente a la ruina de la identidad personal: era un sujeto que había abandonado a los que entonces aparecían como los vencedores en la flamante democracia. Mi renuncia implicaba la cancelación de mis credenciales personales.

Mi primera acción para reinsertarme fue mi boda con Carmen. Llevábamos varios años viviendo juntos y nuestra única salida era permanecer en una de las vetustas casas de su padre. Para ello era imprescindible la credencial matrimonial. Ninguno de los dos, que habíamos forjado nuestra relación en la estela de los años “sesenta”, aceptábamos que nuestro amor tenía que ser sancionado por un cura o un juez. Pero no hubo alternativa. Éramos tan pobres que la supervivencia se impuso sobre nuestra voluntad. La boda fue la garantía inmobiliaria, como en las pelis de mi héroe Berlanga en El Verdugo, o Ferreri en El Pisito. La vida me reservó una cruel paradoja.

Nos casamos por lo civil. Fue de los primeros matrimonios civiles en tan moderna democracia. El primer obstáculo para la boda fue que teníamos que apostatar. Así acabamos en la parroquia negociando con un intrusivo párroco que ejerció varias presiones sobre nosotros. Una vez cumplimentado este trámite llegamos al juzgado donde un juez ejecutó la ceremonia como un acto de obediencia debida. Fue un trance frío, en el que lo único vivo fueron las lágrimas de mi madre, a la que parecía un desastre la boda de su hijo, nada menos que un Irigoyen que arrastra el nobilísimo apellido por los suelos. Nos sentíamos violados por tan poderosas instituciones y ni siquiera nos vestimos al estilo de estas ceremonias ni nos fotografiamos.

Tras la boda, en unas condiciones económicas horrorosas, pero asentados en la casa cedida por el padre de Carmen, comenzó una nueva etapa en la que comencé a buscar trabajo y a recuperar mis estudios. Viajaba a Madrid en el comienzo de curso en octubre para comprar los programas de las asignaturas y hablar con los profesores. En junio y septiembre iba a los exámenes. En el curso 1969-1970, siendo estudiante en la facultad, me había desempeñado como líder estudiantil en la facultad de Políticas y Sociología de la Complutense. Mis relaciones con los profesores y autoridades académicas fueron privilegiadas. Recuerdo en particular a Carlos Ollero, Carlos Moya, Julio Rodríguez Aramberri, Raúl Morodo y otros profesores.

El regreso a la facultad supuso un choque brutal para mí. Una parte de mis antiguos compañeros eran profesores y vivían la recién instaurada democracia de forma eufórica, en coherencia con las posiciones institucionales que les reportó. Yo volvía como un Ángel Caído. Ahora comparecía como un fracasado. Había engordado y vestía la antigua ropa, de modo que no podía abotonar mi chaqueta. Mi aspecto deplorable anunciaba lo que se entendía como una ruina personal.  Tuve que lidiar con varios encuentros en los que la tensión éxito-fracaso se encontraba en primer plano. Aprendí a esquivar encuentros infortunados con las gentes de mi etapa estudiantil militante, así como a evadirme en las conversaciones cuando estos eran inevitables.

Para que los lectores puedan comprender lo que fue ese tiempo fundacional del novísimo régimen, uno de mis profesores míticos, Julio Rodríguez Aramberri, que era militante trotskista y referente de varias generaciones de estudiantes críticos, tras la victoria del PSOE en 1982 fue nombrado Director General de Política Turística, lo cual precipitó su abandono de la Liga Comunista y la docencia en la facultad. Para la generación última de la oposición al franquismo, posicionarse en el novísimo estado era una cuestión esencial. En mis tiempos de estudiante desarrollé una gran rivalidad política, como cabeza del PCE, con José Sanromá, que era la cabeza de la entonces Organización Revolucionaria del Trabajo (ORT). Este, el entonces camarada Intxausti, fue nombrado un alto cargo de Consumo, ingresó en el PSOE y es miembro del Consejo Consultivo Regional de Castilla La Mancha.

Así se forja el imaginario de la nueva clase política providencial, portadora de la sagrada misión de la modernización de España. El valor esencial es el éxito personal, entendido como una carrera ascendente en la que lo decisivo es perdurar y sobrevivir. Un autor, de culto para mí, como Rafael Chirbes, lo ha narrado lúcidamente en varias de sus novelas. En este contexto, era percibido especialmente como un tonto incapaz de gestionar mi capital militante y mis relaciones. Desde mi familia, que me reprochaba mis sacrificios con beneficio cero, hasta mis viejos camaradas, recriminaban mi escasa competencia en el arte de prosperar a la sombra del viejo estado.

Volviendo a Santander, había adquirido la condición de testigo privilegiado de la morfogénesis de la clase política local. La fragmentación que antecede a las primeras elecciones de 1977 se resuelve mediante éxodos masivos en la dirección del vencedor. En el caso de la izquierda, del PSOE. Una gran parte de los militantes colaboradores con mis verdugos comunistas en 1977 viajaron aceleradamente al partido “del cambio”. Sin embargo, este partido acoge mejor a aquellos náufragos procedentes de su derecha. En este blog he contado la prodigiosa metamorfosis de Mario García Oliva.

Así se fragua la gran paradoja de mi vida, que se puede sintetizar en que, en tanto que me entregué compulsivamente a la oposición al franquismo, en el partido comunista, única alternativa entonces, la nueva democracia imponía una redefinición de la realidad en la que era imprescindible negarse ocultando ante los demás esa parte de mi vida. Este es el misterio más indescifrable del nuevo régimen de 1978. Tuve que aceptar la cancelación de una parte esencial de mi vida, sin la cual era imposible narrarme a mí mismo. Comprobé reiteradamente los riesgos de desvelar mi identidad militante ante mis nuevas relaciones. Tenía que constituir una nueva identidad personal, una de cuyas partes era cuidadosamente anestesiada y olvidada.

La negación de sí mismo era un requisito esencial de la reinserción en la nueva vida civil. Este era un elemento compartido por toda una generación. Así se forja la gran diáspora de los desplazados del partido comunista de la que formo parte. La gran mayoría abandona el vínculo y se reintegra profesionalmente. Otros nutren el PSOE y toda su constelación. Los de los sindicatos se atrincheran en sus aparatos conformando una de las burocracias más siniestras del nuevo régimen. Y los que se quedan cambian de nombre y ocultan sus símbolos. Primero Izquierda Unida, y tras varias metamorfosis, ahora devienen en Sumar, en un esfuerzo desesperado por ocultar su identidad.

En una de las detenciones en julio de 1969, fui interrogado por un “social” relevante: Rafael Núñez Ispas. Este me preguntaba en tono inquisitorial acerca de mi pertenencia al partido comunista. Ante mi negativa me decía “Entonces eres de las Siervas de María”. Este recuerdo me hace reír, pues tras las metamorfosis de los próximos años, puede que Sumar, Más País y otros metafóricos nombres terminen por aceptar algún soporte semántico religioso. La imagen de Yolanda Díaz camina inexorablemente en esa dirección, y sus presentaciones actuales, cuidadosamente preparadas por especialistas del mercado de comunicación política, ya incluyen algunos elementos -sonrisas, gestos, expresiones del rostro y corporales- que remiten a la prodigiosa presencia de la mística.

En estos años de plomo de mi recuperación tuve que vivir en régimen de pobreza forzoso. Pude constatar también el contraste con mis antiguos colegas que prosperaron económicamente sin complejos. Así se fraguó una nueva generación de lo que en este blog he denominado como “los señores compañeros”. Un nuevo estrato social de alto nivel de consumo que conserva algunos rituales de su pasado austero, que exhibe en los actos litúrgicos de las campañas electorales para retornar a su target de consumo. Aquí radica otra de las paradojas de la izquierda del novísimo y ultramoderno régimen.

En estos años de recuperación tuve que obtener menguados ingresos escribiendo en la prensa y colaborando en trabajos sociológicos para arquitectos o proyectos de la Diputación. Entretanto avanzaba hacia la consecución de la Licenciatura de Sociología en la Universidad. En tanto que progresaba en mi blanqueamiento personal ocultando mi identidad comunista en el pasado, me encontraba rodeado de personas que protagonizaban carreras políticas exitosas, y que también ocultaban sus orígenes, pero estos por defecto. Me refiero a gentes consentidoras con el franquismo que se habían incorporado al PSOE en el tiempo de su ascenso inexorable al poder. La energía producida en la carrera hacia el éxito, especificado en alcanzar cargos políticos fue prodigiosa.

Recuerdo en particular el caso de un abogado local que se había incorporado en el 77 al flamante partido de Tierno Galván. Entre nosotros se había fraguado una buena relación desde lo que fueron las distintas plataformas de la oposición de esa época y en las que yo representé al PCE. Tras la victoria contundente del PSOE en octubre de 1982, se encontraba en un estado personal volcánico, pues se había afiliado al partido vencedor y esperaba un cargo acorde a sus expectativas personales. Me llamaba preguntando si a mí me habían prometido algo. Tras varios meses de apremiante y atormentada espera fue nombrado delegado del gobierno en Ceuta, cargo en el que se desempeñó durante muchos años. Después no me volvió a llamar, en la convicción de que era un fracasado, incapaz de salir de ese ejército de reserva de cargos, que proyecta una maldición sobre quienes pertenecen a él.

En junio de 1982 terminé la carrera. Como nevo y flamante sociólogo pude reconvertirme asignándome una nueva identidad. En mi nueva posición pude paliar la maldición personal de ser un renegado para los comunistas, un testigo incómodo para la constelación de arribistas y un “sin pasado” para mis nuevas relaciones. En el otoño de este pasmoso año me encontré con la colosal institución de la enseñanza, convirtiéndome en profesor de Sociología en la escuela de Trabajo Social, que después fui ampliando a otros estudios. De este milagroso encuentro nació la nueva identidad denominada “el profesor Irigoyen”. Así me convertí en una especie de aula hasta mi jubilación. Muchos de los alumnos con los que me he encontrado me percibían como un profe especial, sin conocer mi génesis personal. Claro, ese especial destapaba otra vida anterior que la casi totalidad de mis nuevos colegas no había tenido.

En este nuevo tiempo personal de rehabilitación, mis años de las luces, tuve un asombroso encuentro, en diciembre de 1983, con otro de los gigantes sociales: El Complejo Médico-Industrial, que en aquellos años pretendía ser transformado por un intrépido grupo de voluntariosos reformadores.  Así terminé instalado en un campamento de los arrabales de tan gigantesca estructura: la novísima y prometedora Atención Primaria. De este encuentro nació otra identidad persistente hasta mi jubilación: el sociólogo Juan Irigoyen. De este modo me convertí en un beneficiario del nuevo imaginario médico nacido en los años setenta y que se ubica en Alma-Ata. Como efecto de estos desvaríos aterrizamos varias generaciones de profesionales que un amigo mío definió brillantemente como “Los hijos de Alma Ata”, cuyo devenir ha estado marcado por la fatalidad.

Pero mi nueva identidad nunca me ha engañado y siempre he conservado una lealtad a mis orígenes y mis años de plomo. Toda mi vida está vinculada a un secreto originario que comparto con otros muchos. He adquirido la competencia sublime de detectar a aquellos que guardan el mismo secreto de origen que ha limitado mi tormentosa biografía. Para los lectores que me habéis conocido junto a Carmen, podéis imaginar la fortaleza del vínculo que me ha unido a ella al compartir tantos terremotos vitales, estigmas y tiempos críticos. A día de hoy, pasados ya diez años desde su muerte, la extraño más que nunca. Junto a ella comencé a vivir mi tercera disidencia, con el capitalismo desorganizado postfordista que conlleva la nueva sociedad de control. Ahora tengo que continuar solo en esa posición.

 

 

martes, 18 de abril de 2023

LA COMPULSIÓN DE DOMINIO: YOLANDA DÍAZ Y PABLO IGLESIAS

 

Ver sin ir a ver. Percibir sin verdaderamente estar… Todo ello subvertiría el conjunto de los diversos fenómenos de representación plástica o teatral, y hasta la democracia representativa, ella misma amenazada por los medios de comunicación que modelarían la democracia estandarizada de la opinión pública, esperando confluir con la democracia sincronizada de la emoción pública que arruinará el frágil equilibrio de sociedades, por decirlo así, emancipadas de la presencia real.

PAUL VIRILIO

Si, para unos, el objetivo es ver todo pero también poseer todo, para los anónimos de la multitud la pretensión es solamente ser vistos

 PAUL VIRILIO

 

El pasado domingo tuvo lugar la anunciada entrevista de Jordi Évole a Yolanda Díaz. Esta no puede ser analizada ni comprendida sin aludir a su contexto específico. Así, el verdadero protagonista ausente fue Pablo Iglesias, que estuvo de cuerpo presente en toda la representación, en tanto que esta significaba sus propias pompas fúnebres. La operación Sumar, promovida por distintos poderes fácticos, en un consorcio en el que el PSOE y La Sexta desempeñan un papel estelar, solo puede ser entendida como cancelación de la izquierda radical encarnada en los restos de Podemos, en los que Iglesias representa un liderazgo absoluto. La pretensión es apresurar su entierro y sustitución por una izquierda prêt-a-porter, simbolizada por la misma Yolanda Díaz

El rasgo más importante de la entrevista fue la ausencia absoluta de discurso político, que fue reemplazada por la puesta en escena de la rivalidad personal entre los dos contendientes. Y, ciertamente, esta contienda representa la catalización del final de Podemos, que ha protagonizado un naufragio político de dimensiones descomunales desde su emergencia en 2014. En estas condiciones de declive, se hace factible la operación política de administrarle la puntilla a esta organización. La protagonista de esta sustitución, Yolanda, cumple todas las condiciones requeridas para vender un proyecto alternativo equivalente a un producto nutricional que ha sido descremado y promete un rotundo 0% de carga programática añadida.

Entonces, la clave para entender la entrevista es recurrir a una confrontación entre dos personas que se pueden definir según el término freudiano de “compulsión de dominio”. La voracidad de ambos, dotados de distintos estilos comunicativos, está reiteradamente acreditada en largas carreras sembradas de víctimas. El ilustre finado, que compareció en 2014 en el vértice de lo que se llamó “la nueva política”, impuso su liderazgo a sangre y fuego, practicando métodos de exterminio interno de sus adversarios, reales e imaginarios, que acumularon múltiples damnificados. El activo principal de su sustituta es, precisamente, el recurso a reunir a los distintos agraviados y avasallados que sobreviven en distintos rincones del sistema político. Sumar es un dispositivo de convergencia de ofendidos por tan competente verdugo.

La entrevista reflejó a la perfección la realidad del duelo entre ambas compulsiones de dominio. Évole preparó su formato para resaltar el punto fuerte de la entrevistada, que es su competencia sígnica. Esta es capaz de movilizar los distintos subsistemas de su cuerpo para emitir señales amistosas que conforman sus estrategias de seducción. Así, sus déficits programáticos y su escaso espesor reflexivo es compensado con la excelencia en la competencia esencial de mostrar una sensorialidad sofisticada. Y, en este tiempo de hegemonía neoliberal, es menester recordar que las técnicas de gestión de la sensibilidad representan un elemento central en la videopolítica.

En el fluido de los planos cortos, las luces tenues y los sonidos amortiguados, Yolanda se desenvuelve adecuadamente. Toda su historia está preparada justamente para eso. Sus visitas televisivas al Papa, a Lula, Mújica y otros próceres, conforman su capital político-semiótico. No se recuerdan discursos o textos que aportaron conocimiento o reflexión, sino imágenes en las que explota intensamente sus encuentros ante las cámaras. Su cuidada imagen de modulación emocional es proverbial y fue confirmada en la entrevista en complicidad con el entrevistador, aprovechando la sinergia entre ambos, determinada por la alta misión asignada a ambos.

La ejecución de la entrevista respondió a los guiones establecidos y las expectativas de los segmentos de audiencia a quienes iba destinada. Évole preparó el escenario explotando el rostro de Yolanda, con la finalidad de conseguir una conversación que consiguiera la hiperestimulación sensorial de los espectadores. La sobredosis de gestos presidió la función, alcanzando la embriaguez sensorial. En esta situación lo discursivo o reflexivo fue desplazado a un segundo plano. La emotividad relegó el guion de la conversación. Una vez más se confirmó que el medio es el mensaje. La finalidad era atrapar al espectador en un juego de identificaciones, antes que la significación de la supuesta propuesta de la candidata a presidenta.

En lo que se refiere estrictamente a lo lingüístico, predominó la narración de la rivalidad interpersonal por encima de lo discursivo. La entrevista televisiva relega el conjunto de la conversación y su pretensión estriba en conseguir momentos estelares que sean susceptibles de ser cortados y pegados para exportar a los informativos y las redes. Évole cambiaba bruscamente el guion para sorprender a la entrevistada y conseguir respuestas que sorprendieran a la audiencia, fiel a su estilo. Su género televisivo se basa en conseguir fragmentos audiovisuales que impacten emocionalmente en la audiencia. Así, se convirtió en un relato de una princesa liberadora que no quería estar allí, pero que, al final, tuvo que aceptar la situación de competir por la presidencia con distintos machirulos y señoros de la guerra política.

Durante toda la entrevista mostró su virtud más prominente: la astucia. Así que se ausentó de los discursos políticos para construir un relato en el que la magia es el elemento central. La diferencia entre ella, que no puede dejar de sonreír, y Pablo, el proverbial gruñón antipático, se refiere al carácter de ambos, así como a su renuncia al poder y la competición para sumar en la construcción de lo que denominó como “país”. Ella está ahí para salvar al país, rodeada de ogros que solo buscan el poder, el dinero y la posición privilegiada en las listas. Su capacidad para esquivar las preguntas comprometidas quedó sobradamente demostrada, así como la vacuidad de su proyecto político.

Es inevitable recurrir a Regis Debray, que en su libro “El estado seductor” escribe: “Se procura fascinar por el acercamiento y no por la distancia, por la banalización y ya no por la heroización del jefe del Estado. El ostensorio del Símbolo se borra ante la ostentación del Individuo. Como si, ahora, ver bien fuera tocar con los dedos. El gusto por lo espontáneo ha invertido las más rígidas liturgias de Estado. Lo emotivo excluye lo ceremonioso. Importancia creciente de los elementos no verbales del mensaje, calculan secamente las computadoras del marketing (expresión del rostro 55% de eficacia, la voz 38%, el discurso el 7%.”

La entrevista confirmó que la telegenia se impone sobre el discurso en tan singular comunidad audiovisual. Yolanda representa la nueva “raza” de animales políticos, abierta, franca, concreta, dinámica, relacional, cálida, positiva, simple, sonriente. Sin un partido estable ni capacidad programática alguna se sustenta en “su equipo”. Así se conforma como una buena solución prêt-a-porter para los operadores políticos dotados de decisión. Así ha congregado a las distintas víctimas de Iglesias y los desplazados de los frenéticos años del “cambio político”. Pero este conglomerado no tardará en desenterrar el hacha de la guerra civil interna, y, como afirmó la ilustre entrevistada, no por lo programático, sino de nuevo por las listas, el dinero y los liberados. Establecer cuotas en un conjunto tan astillado solo puede ser resuelto mediante un milagro.

En mis últimos años como profesor, me inquietaba que no pocos alumnos críticos eran compulsivos seguidores de Évole. En mi opinión, esto expresaba la decadencia y obsolescencia del viejo imperio de la letra escrita, en tanto que este siempre fue un entrevistador orientado a la producción de momentos emotivos, tal y como mandan los cánones de la televisión. A día de hoy confirmo que se ha consumado el imperio de la videopolítica, en el que este ejerce de protector de los buenos, como Yolanda, y ejerce implacablemente el crimen político-mediático con los malos, los gruñones como Iglesias, Bosé y otros.

Termino recurriendo de nuevo a Paul Virilio. Este enuncia un concepto que considero pertinente para definir a la televisión y que se puede reconocer en muchas estructuras y procesos de la sociedad actual. Este es el de “quietud vertiginosa”, que remite al tiempo histórico transcurrido entre el año de las luces de la emergencia del 2014 y discurre hasta el día de hoy. Todo transcurre a una prodigiosa velocidad pero en realidad pocas cosas se mueven.

lunes, 10 de abril de 2023

DE LA DEMOCRACIA A LA CAPITALOCRACIA

 

La situación política en España a día de hoy es asfixiante. La desaparición completa del pensamiento remite a unas situaciones tragicómicas, pergeñadas por los operadores de los mercados audiovisuales y los expertos en comunicación política, que inventan unos guiones en los que la puerilidad alcanza una dimensión colosal. En ese ambiente, el deterioro radical de la izquierda, entregada al canibalismo y cultivando un extraño desvarío institucional que le priva de cualquier horizonte, todo termina en una gran ceremonia caníbal en la que se devoran los unos a los otros en espera de la sobrevivencia. La trivialidad alcanza el éxtasis en los videos de Ione Belarra o Yolanda Díaz, en los que se presentan según los cánones de las azafatas de congresos, eludiendo cualquier contenido sólido.

En este clima, lo que está ocurriendo en Francia o Chile, se lee según las necesidades tácticas de cada cual, que nutren los argumentarios dirigidos a los feligreses de cada bando. Esta es la razón por la que, en los últimos meses, me fugo de la tontocracia española en busca de discursos que estimulen mi reflexión y me reconcilien con la realidad vivida. Tener que soportar los informativos y tertulias, con sus interminables confrontaciones de datos, que consiguen invisibilizar los procesos históricos en curso, es insufrible. Se puede sintetizar lo que ocurre según la fórmula de tránsito de un “capitalismo del bienestar”, que propició la extensión de las clases medias y mejoró las condiciones de todas las clases sociales, a un capitalismo que puede sintetizarse en la fórmula de David Harvey de “acumulación por desposesión”, que representa un movimiento inverso que acentúa las desigualdades y fortifica las barreras entre las clases sociales.

En esta entrada presento un texto radicalmente esclarecedor, del filósofo japonés Jun Fujita Hirose, publicado en la revista virtual “El Lobo Suelto”. Desde la perspectiva de la izquierda española, sumida en una agonía teórica e intelectual inquietante, los conceptos de este artículo resultan convincentes y han significado un reajuste de mi propio esquema personal. En el mismo comenta un libro de Oscar Ariel Cabezas, refiriéndose a la actual situación en Chile, que presenta algunas analogías con la española, pero con la diferencia esencial de que allí han cristalizado interpretaciones alternativas acerca del proceso de recuperación de la democracia tras la dictadura de Pinochet. En el caso español, los discursos sobre la transición, el postfranquismo y la evolución de la democracia son abrumadoramente homogéneos.

En particular, cabe resaltar el concepto de “capitalocracia”, que significa una metafísica que niega la materialidad de los cuerpos. Así, en tanto que tiene lugar un proceso de desplazamiento de las clases subalternas, se impulsa una estratificación social imaginaria en la que distintas poblaciones asumen su posición de clase media entendida como una disposición subjetiva que no se corresponden con las condiciones de un estrato social objetivo. Este espejismo de la subjetividad se corresponde con la reconversión de la política en pura oratoria, la democracia en espectáculo electoral y la izquierda en una cultura.

De este modo, Fujita Hirose plantea la relación conflictiva entre lo que denomina como “objetividad corporal”, que se corresponde con la posición social objetiva, que en no pocas poblaciones genera varias vulnerabilidades, y la disposición subjetiva de clase media, derivada de la lógica de los aparatos de control social. Me ha parecido especialmente lúcida la propuesta de “desterritorializarse de lo mayoritario”, es decir, de esa disposición subjetiva inducida por los aparatos del mercado y las instituciones del bienestar social del capitalismo semiológico. Y también territorializarse en una subjetividad anclada en la física corporal inseparable de la posición social, que en este tiempo de capitalismo de desposesión es líquida, móvil y pantanosa.

Termino esta presentación reseñando un concepto referido a la acción política de la izquierda, que el autor define como “establecernos en un campo de batalla metafísica”. Esto es lo que unifica a Podemos, Más País, IU o la maga Yolanda: la creencia trivial que desde el gobierno se pueden invertir las tendencias sociales en un luminoso país de las maravillas. Mientras tanto avanza la precarización, la psicologización, la medicalización, la individuación desbocada y la debilitación del tejido social, al tiempo que los mercados imponen como bienes de lujo las viviendas, las carreras profesionales, la asistencia médica y otros bienes que hasta ahora estaban sujetos a contrapesos.

Recurriendo a la afirmación de Antonio Machado de “La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés” me despido de tan distinguidos ciudadanos de la clase media, o de la clase media trabajadora, como le gusta decir a Pedro Sánchez, El Supremo. Buena lectura

 

 

¡Quousque tandem! La indignación que viene

// Jun Fujita Hirose

Publicada en 4 de abril de 2023

“¡Quousque tandem!”, gritan los cuerpos indignados ante el triunfo del Rechazo a la propuesta de Constitución Política de la República de Chile con más del 60% de los votos en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. En el nuevo libro de Óscar Ariel Cabezas, ese grito aparece también con puntos de interrogación (“¿hasta cuándo?”) y recibe una doble respuesta complementaria. Por un lado, un grafiti de la revuelta social del 18 de octubre de 2019 dice: “Hasta que la dignidad se haga costumbre”. Por otro, una alusión a la famosa frase de Louis Althusser dice: hasta que suene la “hora solitaria de la determinación en última instancia”. La “costumbre de la dignidad” solo se produce en la última de las instancias determinantes de la sociedad.

 

A las tres décadas a las cuales se refirió una de las consignas más relevantes de la revuelta del 18-O (“No son 30 pesos, son 30 años”), Cabezas las llama “capitalocracia”. La denominada “transición democrática”, dice el autor, “no es otra cosa que la mutación del genocidio perpetrado por la Junta Militar en una dictadura del mercado y las transnacionales con movilidad planetaria”. Si la dictadura pinochetista consistía en organizar la desaparición física de todos los cuerpos disidentes, la capitalocrática se basa en una “metafísica” generalizada, es decir, en una negación general de la “materialidad de los cuerpos”. 

 

Según Cabezas, esa negación es doble: la capitalocracia niega la realidad física de los cuerpos existentes, al mismo tiempo que conduce a la población a la misma negación. De la primera negación resulta no solo la destrucción de los cuerpos en la explotación, el saqueo y el despojo, sino también el hecho de que las actuales instituciones de bienestar social son “órganos sin cuerpo” del capital. La segunda opera por medio de la producción de la “clase media” como “disposición subjetiva” y no como estrato social objetivo. La subjetividad clasemediera separa a los sujetos de su existencia corporal: la vida se enfunda en las “vitrinas del consumo o de sus deudas”; la “pluralidad de mundos que coexisten en Chile” se traduce en un “multiculturalismo”, es decir, en una “pluralidad liberal basada en la diversidad que administra el mercado capitalista”; la lucha de clases se transpone al “odio neofascista”; la política se convierte en un “arte de la retórica”; la democracia se reduce al “espectáculo electoral”; la izquierda se vuelve una “cultura” en el mejor de los casos, etcétera.

 

En la revuelta del 18-O, “Chile despertó” de esa subjetividad metafísica y de su conjunto de “simulacros”. Los cuerpos, desalojados hasta entonces de todo el campo social, de repente emergieron y manifestaron su presencia objetiva. La “objetividad” corporal se revolvió contra la disposición subjetiva clasemediera. A propósito de ese “despertar de los cuerpos”, Cabezas habla del “devenir minoritario” de los sujetos. ¿En qué sentido? En el sentido de que la “agitación y la respiración apasionada de los cuerpos” condujeron a los sujetos a desterritorializarse de “lo mayoritario” que es la clase media como subjetividad, y reterritorializarse sobre una “subjetividad alternativa”, la cual los ancla en la física corporal y se propaga por “contagio” afectivo.

 

La “vida indigna” bajo el régimen capitalocrático significa la deposición total de la “multiplicidad de los cuerpos”. La “indignación” es la de los cuerpos y de su pluralidad de mundos de vida. El hacerse costumbre de la dignidad consiste en socializar la “ontología” de los cuerpos al machacar las vitrinas metafísicas interpuestas por la capitalocracia entre los sujetos y su “coexistencia” corporal.

 

Tras la derrota plebiscitaria de la nueva carta magna paritaria y plurinacional, el presidente Gabriel Boric dijo: “Este 4 de septiembre la democracia chilena sale más robusta”. Habría dicho lo mismo ante el resultado opuesto. “En el arte de la oratoria capitalocrática no hay vencedores ni vencidos”, comenta Cabezas. En la capitalocracia, ni el voto ni el discurso presidencial son capaces de definir la “verdad de la política”, precisamente porque son instancias metafísicas flotantes, sin fundamento físico. Sabemos que los teóricos del populismo de izquierda nos proponen que nos establezcamos en el campo de batalla metafísico y desarrollemos nuestras luchas por medio de la producción de significantes. Sin embargo, las experiencias de la revuelta del 18-O (y de las luchas de lxs estudiantes secundarixs del siglo XXI) demuestran, según Cabezas, que existe bien una instancia física, más allá de todas las instancias constitutivas de la metafísica capitalocrática. Esa “última instancia” es la de los cuerpos indignados y rebeldes o de la “animalidad política” que éstos despiertan en los sujetos.

 

El alcance del libro no se limita para nada a la situación chilena. Los análisis del autor sobre la historia contemporánea chilena nos pueden animar, por ejemplo, a establecer un cierto paralelismo con la de España, paralelismo entre la Constitución del 80 y el “régimen del 78”, entre la Concertación y el PSOE, entre el 18-O y el 15M, entre Boric y Podemos, etcétera. En cuanto a la definición dada en el libro a la revuelta del 18-O, revuelta desarrollada con la imagen de un “Allende queer”, como la “segunda reinvención del acontecimiento de la dignidad después de que Allende y la UP [Unidad Popular] intentaran hacer de Chile un país de gente digna”, ella puede dirigir nuestros ojos hacia la situación iraní actual, por ejemplo, en la cual un proceso revolucionario, interrumpido hace más de cuarenta años por Jomeiní y los islámicos con represión sangrienta, se ha vuelto a poner en marcha con las mujeres y los kurdos a la vanguardia. 

 

¡Quousque tandem! La indignación que viene | Oscar Ariel Cabezas

Qual Quelle, Santiago de Chile, 2022)

 

domingo, 9 de abril de 2023

EL SÁBADO SANTO ROJO DE 1977

 

El 9 de abril de 1977, Sábado Santo, fue legalizado el partido comunista de España. Yo era entonces secretario de organización del partido en Cantabria. Tres años antes, tras una crisis de militancia, me había refugiado allí para distanciarme de Madrid y vivir una buena vida con Carmen. Pero el partido me localizó y me dieron una cita con un miembro del Comité Central, un minero asturiano dirigente de las huelgas de 1964. Me encontré con él en Torrelavega y me pidió que me hiciera cargo del partido, que en Cantabria se encontraba completamente desorganizado y languideciente. El argumento de la inminente muerte de Franco, que reforzaba las previsiones del partido, fue determinante en mi decisión.

En 1971, abandoné la organización universitaria del partido para desempeñar un trabajo de dedicación exclusiva para la organización en Madrid, haciéndome cargo de la dirección de las organizaciones de Químicas, Seguros, Comercio y Piel. Mi dedicación era completa y había abandonado mis estudios y roto con mi familia. Era un espectro flotante, privado de cualquier locus. Aún y así, el partido nunca me pagó ni un céntimo, a pesar de que compartía responsabilidades con gentes del aparato que sí cobraban un sueldo por su dedicación completa. Dormía en pisos acogido por distintos militantes y amigos, en un nomadismo autodestructivo. La vida militante que me convertía en un desarraigado se compensaba con una fe mística de que el gran desenlace de la dictadura se encontraba próximo.

En esta ocasión, y dada mi vulnerabilidad personal en Santander, me ofrecieron tres mil pesetas al mes que me abonaban para mi manutención. Junto con los ingresos de Carmen pude vivir escuetamente esos años tan intensos. En este tiempo mi ingenuidad era absoluta y vivía completamente ajeno a mis propias necesidades, asumiendo que en un futuro colectivo luminoso encontraría un lugar confortable. Así fue posible dedicarme ciento por ciento a la acción política, obviando mi situación personal y renunciando a mi propio yo en espera del advenimiento inmediato de la mitológica democracia.

Y eso a pesar de que mi madre me había repetido en muchas ocasiones la máxima siguiente “Hijo mío, no seas tonto, no te pido que no seas comunista, pero los comunistas solo te respetarán si eres alguien, y los estudios y la profesión es lo fundamental. Eres carne de cañón”. En mi crisis de militancia que me alejó de Madrid había desempeñado un papel primordial la lectura del libro de Fernando Claudín “La crisis del Movimiento Comunista”. También otras lecturas críticas que me sorprendían en mi ingenuidad, como las de Koestler, London y otros disidentes de lo que se denomina como estalinismo.

Tras mi acuerdo con el exminero me dediqué integralmente a generar una organización del partido orientada por el criterio de incorporar a distintos sectores de la sociedad viva. Así, en esos años se creó una organización con cierto arraigo en el movimiento estudiantil, en las empresas industriales de entonces en Cantabria, en la Sanidad, en la Enseñanza y en los ambientes culturales. Así seguía la pauta de lo que aprendí en Madrid, un partido vivo anclada en los movimientos sociales y el tejido social vivo. Los logros fueron concluyentes, aunque en aquel tiempo era relativamente fácil conectar con muchos sectores que percibían el inminente final del franquismo y se posicionaban según el entonces influyente modelo italiano. Muchos estaban convencidos de que en España el partido comunista sería el dominante de la izquierda en una nueva democracia.

En medio del proceso de recomposición, en 1976, el aparato del partido en el exterior, aterrizó en España. A Cantabria enviaron a Ambrosio San Sebastián, un miembro del Comité Central originario de Santander, que había pasado largos años en la cárcel y había vivido en París, como burócrata del aparato. Se había dedicado a la misión de proporcionar documentación a los contingentes de cuadros del partido que circulaban por España y Europa. En coherencia, no había vivido los movimientos sociales que desde los años sesenta habían articulado la oposición española, así como la sociedad del último franquismo.

Así se fraguó una colisión entre dos formas diametralmente diferentes de entender la forma de hacer política. La llegada de Ambrosio me desplazó al segundo lugar de la jerarquía del partido en Cantabria, a responsable de organización. Siempre he conservado la intuición en la vida, y, a pesar de nuestra aparente buena relación, comprendí desde el principio que estaba sentenciado por el aparato. Me percibían con desconfianza y sabían de mis disidencias públicas anteriores, que me conformaban como una persona “difícil” en el severo mundo homogéneo caracterizado por la obediencia y fidelidad ciega. La señal que me alertó de las intenciones del aparato fue el desplazamiento de mis principales colaboradores. Todos ellos fueron progresivamente relegados.

En ese tiempo tuvo lugar una extraña convergencia entre dos partidos. Uno era el del “interior”, el que yo mismo había catalizado, formado por estudiantes, médicos, jóvenes obreros y distintas gentes de la cultura. El otro, que estimuló Ambrosio desde el mismo día de su llegada, fue “el histórico”, el de gentes que habían estado vinculadas al partido en distintos tiempos anteriores y que ahora se reintegraban en él en las vísperas de la democracia. Las barreras entre ambos sectores eran monumentales. La heterogeneidad resultante era inmanejable Estas gentes, sin proyección social alguna, conformaron la masa crítica necesaria para nuestro progresivo apartamiento.

Pero mi problema con la llegada de Ambrosio tenía otra importante faceta. Esta es la de mi situación personal. Yo cobraba tres mil pesetas, lo que me convertía en un pobre de facto y restringía mi vida personal. Y en mi relación cotidiana con él experimentaba mi severa desigualdad con su modo de vida. Él cobraba un buen sueldo del partido, al igual que su mujer francesa, lo que les permitió comprar un buen piso céntrico y llevar una vida confortable de clase media. Cuando íbamos a comer juntos, yo exploraba la carta en busca de lo compatible con mi mísero presupuesto y él, con el gracejo que tenía me decía “no mires la carta. Preguntamos qué carne y qué pescado tienen y decidimos”. En esas cotidianeidades empecé a incubar mi convicción de que era carne barata de cañón.

Vivía en un piso alquilado en la calle Guevara que era insostenible para mi menguado presupuesto. La única alternativa fue irnos a vivir a un chalet del padre de Carmen a la calle Cisneros, en donde yo estaba alojado provisionalmente y con la tolerancia de la familia de Carmen. Fue en esa casa en la que recibí la feliz noticia del célebre sábado rojo. Recuerdo que, paradójicamente, no desató euforia alguna en mi persona, en tanto que me encontraba instalado en una premonición de lo que después ocurrió. Estaba convencido de que el pacto de Carrillo con los poderes fácticos estaba consumado, y que este implicaba unas renuncias muy importantes. Lo peor estribaba en que a las organizaciones del partido no le llegaba la verdad de lo que estaba sucediendo. La militancia era una forma de vivencia en el interior de una realidad blindada al exterior, que implicaba una subordinación extrema a las élites partidarias que controlaban el férreo aparato.

El Sábado Santo de 1977, con la legalización, confirmó una premonición incubada durante largos años e inició un camino, que la campaña de las elecciones de junio confirmó, y que fraguaron una potente disidencia. En septiembre de ese año presenté la dimisión de todos los cargos. Me acompañaron muchos cargos intermedios. En esta secuencia confirmamos que no éramos necesarios, ni respetados. Éramos intrusos que en una situación tan peculiar como la del franquismo habíamos arribado allí. A pesar del elevado número de dimitidos, que significaba el derrumbe del “partido del interior”, el aparato no mostró ninguna preocupación. Por el contrario, celebró la vuelta a la normalidad del imperio de la fidelidad incondicional y la sumisión. No importaba tanto la influencia en la sociedad, sino la cohesión interna.

La sangría de militantes fue tan elevada que decidieron recuperar a cuantos fuera posible. Las palabras de Ambrosio sintetizaron un compendio de la razón de la nomenklatura. Afirmó que “Es necesario recuperar a los camaradas sencillos”. La elocuencia de esta frase es abrumadora. Quería decir que no querían gente que no fuera sencilla, es decir, creyentes dotados de una fe a prueba de bomba que les inmunizase de los resultados. Nosotros no llegamos a adquirir esa condición de sencillos. Muchos se hacían preguntas, utilizaban distintas fuentes para fundamentar sus valoraciones y pretendían comprender por sí mismos.

Mi dimisión en septiembre del 77 se hizo formalmente en un pleno que ofició un miembro del Comité ejecutivo, Romero Marín, persona de larga trayectoria y al que apodaban “el tanque”, por su estilo militar, adquirido en el ejército rojo y reforzado en los años de clandestinidad. Este pleno tenía una naturaleza dramática por la relevancia de los que dimitíamos. Pero ese día de septiembre jugaba en Santander el Rácing contra el Valencia, que entonces contaba con Kempes. Tras la sesión de la mañana, muchos de los miembros del “partido del interior” abandonaron la reunión para acudir al estadio.

El aspecto más duro de mi dimisión es que me quitaron las tres mil pesetas, y lo hicieron al estilo que sufrieron mis admirados disidentes. Es decir, me reclamaron que devolviera el dinero de todo el mes, cuando estábamos a la mitad. El mal estilo es consustancial a todas las sectas. Tras devolver el dinero quedé en una situación límite. Con casi treinta años, privado de raíces, de familia, habiendo abandonado los estudios y sin profesión. Entonces tuve que vivir de los menguados ingresos de Carmen, que trabajaba de auxiliar en un colegio. Para asegurar nuestro domicilio tuvimos que casarnos para calmar a su padre. La nuestra fue una de las primeras bodas por lo civil en la novísima España de 1978.

Pero lo peor estaba por llegar. Dada mi relevancia en el Santander de entonces, en tanto que había sido el impulsor de la “junta Democrática” en 1976, y me conocía todo el mundo en los ambientes políticos, montaron una dura campaña en mi contra acusándome de “vivir de mi mujer”. En las mentes de los camaradas sencillos arraigó esta infamia. Llegué a tener incidentes en la calle con dos militantes de avanzada edad que me increparon llamándome “chulo”. Asimismo, fui borrado de la memoria local por medio de una exclusión brutal que implicaba mi denegación como persona.

En una situación límite comencé a recuperarme. Colaboré con varios periódicos locales escribiendo sobre el partido y la recién llegada democracia. Publiqué muchos artículos con ironía corrosiva acerca de la clase política recién configurada, el partido comunista y sus disfraces, la crítica a algunos próceres locales y los inefables aluviones en la dirección de los dos partidos vencedores en las elecciones: UCD y PSOE. En ese tiempo se disipó el ensueño italiano y el PCE entró en un carril de deterioro acumulativo como consecuencia del predominio del partido del exterior. Estos artículos todavía hoy pueden leerse. Algunos amigos que los han leído los elogian y se sorprenden de la ahistoricidad de la validez de sus argumentos. Se confirma que las situaciones originarias tienden a perpetuarse.

En 1978, decidimos abandonar el partido. Lo comunicamos y tuvo amplio eco en la prensa local. El diario El País también publicó mi salida. En el partido expresaron su alivio tras los años de amenaza de la homogeneidad total. No éramos necesarios. Al contrario, éramos peligrosos para un orden interior monolítico. Este camino les condujo a la bancarrota política de 1982, tras la que se han sucedido varias mutaciones y metamorfosis. A día de hoy, en el imperio de la videopolítica, la militancia resulta un factor de obstrucción de las élites partidarias. Podemos los denomina como “inscritos”, Yolanda Díaz los entiende como espectadores de sus puestas en escena y Garzón tiene que acreditar la tediosa competencia de manejar la asamblea anual de sobrevivientes para colocarse.

El sábado de gloria de 1977, al final resultó un día prodigioso para mi persona, en tanto que inició un camino de liberación de esa secta tediosa y gris que sobrevive penosamente en el siglo XXI negándose a sí misma y ocultando cuidadosamente su identidad. El Domingo de Resurrección significó para mí el inicio de un camino de recuperación personal. Vivo como un privilegio poder escribir esta entrada tantos años después.