miércoles, 4 de enero de 2023

DIEZ AÑOS, SETECIENTAS ENTRADAS. EN SITUACIÓN DE BUSCA Y CAPTURA

 

En los comienzos de los años noventa, algo se modificó: hubo una suerte de primacía sistemática de uno mismo ante el orden común, aunque no reivindicada expresamente como tal […] Contribuyeron astutamente a la emergencia, a gran velocidad y a escala del planeta entero, de una nueva psyché del individuo que ahora se imagina a sí mismo como beneficiario de este repentino aumento de poder […] Una experiencia subjetiva de todo punto inédita: una desposesión de uno mismo entremezclada con la sensación de detentar un poder respecto de algunos segmentos de la vida que habría aumentado comparativamente

Éric Sadin

 

Se cumplen diez años desde el nacimiento de este blog, que, por suerte del azar, se corresponde con las setecientas entradas. Como soy un súbdito respetuoso del imponente sistema métrico decimal que rige las vidas, y, además, practico el culto al cero, en tanto que en esta época soy requerido para convertirme en materia contante en las operaciones de agregación realizadas por el poder, confiriéndome un valor inferior que se representa en millonésimas de unidad, por eso atribuyo a este texto una significación simbólica relevante. Sí, diez años ya desde que dejé de ser cero y pasé a ser uno. Es decir, dejar de ser nadie o un simple guarismo estadístico irrelevante y manipulable por los cocineros de la opinión pública.

En estos largos años han tenido lugar múltiples cambios de gran envergadura. No cabe duda de que el más relevante radica en la reconfiguración del estado frente al ascenso colosal del mercado. Este se expande inundando toda la sociedad y la vida. Su esplendor radica más que en su capacidad formidable para fabricar productos y servicios, que se renuevan a gran velocidad, en su competencia en crear imaginarios, conocimiento, nuevas organizaciones y relaciones sociales, y, por último, novísimos sujetos sociales dotados de subjetividades acordes a la nueva sociedad, atrapados en la contradicción entre los condicionamientos estructurales inexorables y la sensación que otorga el control de una parte de sus vidas.

He vivido una parte de ese proceso en la esfera más exitosa para la nueva sociedad neoliberal emergente: la universidad, donde la reforma ya es completa, de modo que en ella ha cristalizado un nuevo orden social radicalmente diferenciado del anterior. En estas fiestas leo atentamente el último libro de Éric Sadin: “La era del individuo tirano. El fin de un mundo en común”, en el que sintetiza certeramente la línea principal de cambio social que está operando en el presente. No puedo dejar de recordar la vida en el Madrid de mi adolescencia, en el que tomaba cañas en bares-freidurías pobladas por trabajadores de la industria y de los servicios. Al caer la tarde nos congregábamos allí unificados por la cerveza y las conversaciones abiertas. Recuerdo que, como yo era estudiante, todo el mundo me convidaba. La generosidad y vitalidad de que hacían gala los pre-modernizados súbditos era encomiable.

Ahora todo ha cambiado, pero, sobre todo, las personas. Cada uno es un ser endeudado y con un proyecto individual que tiene distintas combinaciones de ingredientes de ensoñación y emulación desmedida. Cada uno esculpe su cuerpo en el gimnasio, administra los condicionantes de su carrera profesional, obedece a las conminaciones expertas con respecto a sus parejas, su sexo, su ocio, y configura su menú audiovisual en el gran encierro doméstico para cumplimentar su trayectoria como espectador de streaming. La socialidad se ha reconfigurado drásticamente bajo el manto del mercado infinito, que provee a todos de modelos de comportamiento adecuados a sus altas expectativas. Todo termina en la cristalización de un perfil, que constituye el territorio sobre el que convergen los múltiples y diversos proyectos de domesticación. Esta es la razón por la que algunos viejos dotados de cierta sabiduría renunciamos a tener un perfil en las redes sociales. El perfil es el material sobre el que desembarcan las legiones de escultores del mercado total.

En este tiempo de sujeto uno, se va agrandando la brecha con muchas de las gentes que me han acompañado en etapas anteriores de mi vida. No es que tenga otras ideas, sino que mi manera de ver es radicalmente diferente a la de la gran mayoría de compañeros de viaje de antaño. La diferencia se asienta en los paradigmas en los que nos referenciamos. La gran mayoría de gentes próximas en otros tiempos ha terminado por amodorrarse y acomodarse al nuevo escenario. Su forma de pensar y sus actuaciones se referencian en sus intereses inmediatos. De ahí resulta un pragmatismo hiperestrecho que los sitúa en una posición inerme. Es patético contemplar la decadencia de las gentes que protagonizaron la esperanzadora atención primaria en su refundación en los ochenta. Ahora conforman un coro que gime por su brutal relegación y por la cristalización de las desigualdades crecientes. La falta de fuste intelectual y vital es inquietante. En coherencia, esperan una solución cuya procedencia sean las instituciones estatales deterioradas, de las que emerja algún caudillo audiovisual providencial.

La diferencia principal que sustenta este distanciamiento radica en la disparidad en los marcos de referencia. Los acomodados ignoran el macroproceso social que se sobrepone a las realidades sociales locales y estatales. Pero este, se hace presente reconfigurando drásticamente todas las situaciones. Al no ser reconocido explícitamente, se sitúa fuera de lo que se entiende como “la política”, que entonces queda limitada a un juego de intereses entre varios segmentos sociales, que desde siempre he designado como “intereses mayores” e “intereses menores”. Así se construye una suerte de impotencia de todas las causas sociales “menores” que acaban colisionando con los efectos del gran macroproceso social.  En los conflictos se manifiesta la maldición de ignorar el proceso “mayor”, restringiendo las miradas de los actores.

Pero, lo más importante de este tiempo remite a que esa imponente configuración social del mercado se hace presente imperativamente en las vidas. En la mía de jubilado comparece inevitablemente de múltiples formas. Así, me autodefino como un sujeto en busca y captura. Es decir, en una situación en la que distintas formas de mercado me acechan en espera de su oportunidad para penetrar en mi vida y modelar mis comportamientos y mi gasto. Podría ser muy prolífico en la narración de las ingerencias del mercado infinito sobre mi vida, pero me remitiré a una reciente.

Tengo una entrañable perra que ya va a cumplir 14 años. Hace un par de meses se puso muy mala y tuve que acudir a Urgencias Veterinarias, que ahora han cristalizado en la proliferación de hospitales veterinarios. Tras realizar analíticas y pruebas de imagen detectaron una pancreatitis. La medicación de choque requirió su hospitalización. De este modo renuncié a uno de mis principios esenciales. Pero lo peor resulta del tratamiento asignado a esta entrañable portadora de una pancreatitis.  que incluye cambios en su alimentación. Me recetaron un sofisticado pienso veterinario de Hills, que es gastrointestinal, bajo en grasa y en proteínas y una cosa que todavía no comprendo, que es “sensitive”. El caso es que el precio de este pienso es disparatado, lo cual ha generado una fantasía que nunca he tenido: el temor a ser asaltado, violentado y robado por gentes en busca del valioso pienso-oro que come Totas.

Uno de mis héroes, Juan Cueto, contaba que su casa de Gijón fue asaltada por unos ladrones que mostraron su perplejidad ante la concentración de los libros. Mi casa actual, a pesar de que con mi traslado a Madrid mi biblioteca se disipó, alberga una biblioteca creciente. Así que he presumido de mi ausencia de temor a ser asaltado en tanto que carezco de bienes en la referencia de los asaltantes. Pero ahora sueño con ser asaltado para apoderarse de los sacos de pienso-oro para alimentar a mi querida perra medicalizada. Me imagino un túnel excavado desde el exterior para llegar al saco de pienso equivalente al caviar. El emergente sistema veterinario, ampara una industria superpróspera de alimentación animal. Lo mismo ocurre con los médicos. Sus prescripciones sustentan una industria farmacéutica empeñada en hacer tangible el antaño concepto de infinito.

Sí, mi cuerpo menguante es percibido como un punto de anclaje de las iniciativas del mercado total. En este sentido soy un sujeto en busca y captura. Mi correo electrónico ya recibe centenares de mensajes procedentes de las esferas de la vieja cultura, ahora materializadas en industrias culturales, haciéndolo inmanejable. Por eso estoy aprendiendo de nuevo a vivir en una suerte de clandestinidad que incremente mi invisibilidad a las miradas escrutadoras de ese terrible entramado de captura comercial de la vida. Al igual que en mis tiempos mozos me ocupaba en no ser seguido, ahora invento estrategias huidizas para evitar ser escudriñado por el nuevo Dios omnipotente y omnipresente que planea sobre las vidas de sus laboriosos súbditos.

Estoy afanado en la tarea de reconstituir una vida lo mejor posible, liberando mi cotidianeidad de los dispositivos colosales de esta novísima sociedad de control. Es esencial liberarse de las relaciones con aquellas empresas que me pretendan capturar. En este aprendizaje he constatado que todas las empresas siguen el patrón inexorable del modelo empresa y su institución central: el marketing de uno a uno. Así, Iberdrola, mi empresa suministradora de electricidad me proporciona consejos para realizar un consumo más austero; Médicos sin Fronteras me halaga como si fuera un émulo joven, o El Diario.es me ofrece un obsequio consistente en un libro de Ignacio Escolar, eso sí, dedicado personalmente y a cambio de algo. Como diría un ministro franquista de la época “estoy dolorosamente harto” de este dispositivo ubicuo de busca y captura.

En este nuevo año trataré de evitar a mis amables cazadores reconstituyendo una buena vida en minúsculas y en los espacios cotidianos que se ubiquen fuera de sus miradas. Por lo demás, ya suenan los tambores epidemiológicos de nuevo y a las pantallas retornan los fantasmas pandémicos. Como reza una cancioncilla “Siempre los mismos fantasmas”. Las estrategias de busca y captura son más eficaces cuanto más asustados se encuentren los perseguidos. En fin, deseo un buen año para todos los lectores, pero no a mis perseguidores.

 

2 comentarios:

  1. Buen año profesor! Es siempre incómodo y a la vez placentero leerlo. Agradezco sus escritos.

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  2. Un saludo Juan y enhorabuena. Brindo por ti y por otras 700 entradas más.

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