jueves, 10 de marzo de 2022

LAS TERTULIAS COMO SEDE DEL ESPECTÁCULO DE SHOPENHAUER

Oscuro es el siglo, no se sabe dónde está el cielo; las estrellas están cubiertas por la niebla, las lámparas se han apagado, el sol se halla entre tinieblas, la luna está ensangrentada y estamos en la oscuridad. Todos parecemos del mismo color, filósofos y sofistas, santos e hipócritas, príncipes y tiranos

Tomasso Campanella

 

Esta frase de Campanella, que abre el reciente libro de  Carlos Taibo “Contra los tertulianos. Sobre contertulios, intelectuales y conversos”, Los Libros de La Catarata, parece alumbrar el opaco siglo XXI. En este tiempo, un torbellino de trases, titulares, fragmentos discursivos, imágenes y vídeos, desborda la capacidad receptiva de las personas. Aún a pesar del torrente de informaciones y la multiplicación del conocimiento experto rigurosamente parcializado y sectorializado, cada vez parece más difícil comprender la naturaleza de las grandes cuestiones estructurales, globales y sistémicas. El vacío avanza imparablemente generando temores colectivos y sentimientos de desamparo.

Por decirlo en palabras de uno de los autores que más me ayudan a comprender lo esencial, Franco Berardi Bifo, “La esfera del conocimiento objetivado se ha acrecentado enormemente, mientras que el tiempo disponible para su elaboración consciente disminuyó en relación inversa. Esta dinámica ha provocado una explosión de inadvertencia. Inadvertencia no significa ausencia de información (ignorancia), sino reducción sistémica de la asimilación consciente de conocimiento”. Esta afirmación remite a la alteración sustantiva de la relación entre una infosfera acelerada y el cerebro humano, cuyos límites son desbordados por el excedente de información. La inadvertencia sintetiza certeramente mi experiencia como profesor de sociología, testigo inevitable de personas perdidas en el océano de textos y acontecimientos.

El resultado de la expansión de la infosfera y la información comporta efectos perversos, generando un estado confusional generalizado, que termina por originar una demanda de ser asistido desde el exterior por expertos que manufacturan síntesis que permiten comprender los hechos en los que se manifiesta algo tan evanescente como es la actualidad, que cada día se renueva incesantemente mediante un riguroso proceso de selección y tratamiento realizado por los medios. El resultado de esta lógica es la de la emergencia de un espectador asistido permanentemente, que consume las síntesis expertas sin cesar, y que cada vez depende más de las mismas. Es el tiempo en el que los informativos devienen en un consumo de noticias que termina por aturdir al receptor.

En los últimos años prolifera un género audiovisual que se ubica en el centro de la programación y que se funde estrechamente con los informativos. Este es el de las tertulias. Estas consisten en una conversación entre los presentadores del programa y varios contertulios que departen sobre varios de los temas que conforman la enigmática actualidad. La explosión de la charla audiovisual no redunda a favor de una clarificación frente a la críptica realidad. Por el contrario, conforma la concentración de públicos consumidores de este género, que terminan por aceptar su incompetencia para comprender las grandes cuestiones, de modo que necesitan ser hablados acerca de los hechos en los que se manifiesta la opaca realidad. Todo termina en un juego de identificaciones, en el que cada espectador se decanta por sus portavoces en esa conversación.

La tertulia es un género audiovisual que, bajo la apariencia de una conversación abierta, esconde un dirigismo estricto y férreo. Cada medio selecciona los contenidos, elabora los guiones, designa a los conductores y realizadores y selecciona a los tertulianos. Cuando estos se incorporan a la conversación, esta tiene lugar ajustándose a las sinopsis predeterminados por el medio. Este determina los índices temáticos, los tiempos, las pausas, las imágenes y las intervenciones de personas externas que los acompañan, así como las canónicas paradas publicitarias. La primera competencia de un tertuliano es la adaptación al estricto libreto del medio,  que implica unos sentidos determinados, así como al modo de operar del conductor del programa.

Un ejercicio que recomiendo a los lectores es seguir las intervenciones de un tertuliano en distintos medios. La misma persona dice cosas muy diferentes según el medio en la que se encuentre. No puedo dejar de recordar sin reír, al maestro Carmona, que se presentaba de un modo completamente distinto según fuera la Sexta, donde desempeñaba el papel de izquierda progresista; en Mediaset, en donde adquiría la máscara de un socialista moderado, para terminar en la antigua Intereconomía ejerciendo de socialista patriota y militar del ejército del aire. Hacer esta operación con la ilustrísima Ana Pardo de Vera y otros semejantes,  es presenciar la actuación de auténticos virtuosos de la metamorfosis. El aprendizaje de la transmutación alcanza cotas inimaginables en la gran mayoría de estos artistas. La plasticidad de los tertulianos es encomiable.

La discrecionalidad del conductor determina que cada cual tenga un papel asignado que tiene que aprender en un tiempo inmediato. El oficio de tertuliano está espléndidamente pagado y funciona según el precepto de muchos son los llamados y pocos los escogidos. Reporta una visibilidad macroscópica que complementa cualquier carrera profesional. Además, no necesita de ninguna preparación.  Al contrario que las intervenciones en congresos, seminarios y otros foros. Cada cual tiene que saber administrar su bagaje y comprender qué es lo que se solicita de él, de modo que cumpla su papel preasignado. Además, tiene que saber plegarse a las decisiones del conductor, que administra los tiempos, interrumpe, cambia de tema, recurre a  imágenes, testimonios o fragmentos audiovisuales procedentes del exterior del plató.

Las tertulias se reclaman a sí mismas como plurales, en el sentido de conversaciones cuyos participantes se encuentran en diferentes lugares de lo que convencionalmente se entiende como espectro ideológico. Pero esta aparente pluralidad oculta una selección arbitraria que excluye tanto a opciones radicales, como aquellas minoritarias externas al pensamiento oficializado. Los platós devienen en un territorio vedado a las minorías inteligentes, siendo un amplificador para las mayorías silenciosas que sostienen a sus ruidosos portavoces institucionales y mediáticos. Los tertulianos se referencian en los manidos argumentarios de los partidos mayoritarios, resultando una uniformidad aplastante que dificulta la innovación. Nada nuevo aparece en estas conversaciones programadas y seriadas.

Así se fragua un consenso granítico en torno a los contenidos considerados como esenciales, que acompaña a un disenso limitado a las diferencias partidarias. De este modo se fragua la unanimidad obligada en las cuestiones relevantes, que seleccionan expertos para sustentarlas y legitimarlas. Acontecimientos como la pandemia o la guerra desvelan el proceso de selección de expertos que construyen un monolitismo que fortifica el pensamiento oficial y demoniza cualquier alternativa. Los episodios de Miguel Bosé o Joan Ramón Laporte son elocuentes.  De esta rígida ortodoxia resulta una dinámica en la conversación que sigue el modelo de la lapidación. Todos los tertulianos se sienten obligados a añadir comentarios frente a un reconocido hereje, generando la lógica de una cacería, en la que el grupo actúa concertadamente.

Pero el factor más relevante radica en la imposibilidad del desarrollo de una conversación que ofrezca la posibilidad de enunciar dilemas o argumentos nuevos. El código central es la titularización, de modo que se exige a cada participante el equivalente a un titular. Así se constituye una extraña sintetocracia que contrasta con la complejidad de los hechos y los contextos en los que tienen lugar. Cada cual tiene que exhibir el arte de lo escueto en el nombre sagrado de la audiencia, compuesta por la agregación de múltiples sujetos desconcertados, sobre los que se arrojan centenares de titulares, que son síntesis agresivas y desmesuradas. De este modo queda garantizado que cada espectador retorne cargado con la mochila de su confusión al siguiente episodio de la tertulia.

La dispersión y la redundancia son inevitables en este extraño género audiovisual. Pero su ineficacia en términos de orientar al receptor es reemplazada por la conversión de esta en un espectáculo en el que los tertulianos, limitados en la competencia de producir argumentaciones por el medio que impone la titularización, adquieren el papel de protagonistas de una contienda imaginaria que comienza con sus estrategias de imposición de sus razones sobre los rivales, terminando en la cristalización de una rivalidad personal.  Así los platós se convierten en teatros que representan las mil versiones de la obra de Schopenhauer “El arte de tener razón". Las estrategias para reducir al rival adquieren un esplendor inusitado en detrimento de las argumentaciones. Esta metamorfosis determina un efecto perverso inquietante: el espectador tiende a ser atrapado por las contiendas entre los participantes, que exhiben un amplio catálogo de sentimientos personales con menoscabo de la trama argumental.

Así se explica la adicción que caracteriza este género. Muchos de los espectadores de la tertulia de la Sexta de los sábados noche se inspiran en los duelos entre Inda, Marhuenda y sus interlocutores progresistas. Estos son superdotados para esa representación de rivalidades personales. Es encomiable contemplar los gritos de Inda interrumpiendo una intervención con el grito de “Pinocha”. Todos los sábados se ofrece este espectáculo en el que los acontecimientos sólo son una excusa para la verdadera función que representan los discípulos de Schopenhauer. Así, la información política se homologa con el género del corazón, al modo en el que la información deportiva también se reconvierte en la misma dirección mediante la “chiringuitación”. La condición de esta representación se soporta en el requisito de un público desamparado frente a los hechos, en tanto que carece de recursos para interpretarlos y reintegrarlos en un esquema que les otorgue orden y sentido.

De esta forma, en este tiempo por mérito de la institución central televisión se hace certera la frase pronunciada por Campanella hace ya muchos siglos “Cuanto más oigo, más ignoro”. En este caso también “cuanto más veo”. Sí, las tertulias, un modo de hacerse adicto al teatro de las rivalidades personales en detrimento de los contenidos y la comprensión.

 

 


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