sábado, 26 de febrero de 2022

LA ESTETIZACIÓN MEDIÁTICA DE LA GUERRA. UN TEXTO DE EDUARDO SUBIRATS

 

La invasión rusa de Ucrania ha sido objeto de una mediatización desbocada. Las televisiones desarrollan sus estrategias para capturar a las audiencias agotadas por los sucesivos espectáculos de la pandemia y la erupción volcánica de La Palma. La primera guerra del Golfo Pérsico significó la gran simbiosis entre los dispositivos militares y mediáticos. En aquella ocasión, los aviones o misiles llevaban cámaras para filmar su trayectoria y explosión final. Las pantallas vibraron por los efectos de los juegos de luces y colores, o las conversaciones de los alegres pilotos de los bombarderos. Este evento suscitó una reacción por parte de la hipermenguante reserva de la inteligencia occidental, que produjo varios textos advirtiendo del peligro civilizatorio de la mediatización/estetización de las armas prodigiosas.

Me he decidido a rescatar uno de esos textos, del filósofo Eduardo Subirats, de la universidad de Nueva York. Es el capítulo VII de su libro “Linterna mágica. Vanguardia, media y cultura tardomoderna” publicado en Siruela en 1997. A pesar de que esa guerra es, como todas, un fenómeno singular, y en la presente se ensayan nuevas estrategias de manipulación y control de la información, su lúcido análisis aporta muchos elementos para la comprensión cognitiva de este acontecimiento. Su valor reside principalmente en el silencio y la aprobación implícita que suscita en la inteligencia española, y en los medios de comunicación, la carrera armamentística y los distintos conflictos en los que intervienen las armas prodigiosas. El reiterado concepto en el texto que alude a la “destrucción” ilustra acerca de la ausencia y el vacío del discurso oficial.

Espero que este texto sirva a alguien para pensar esta guerra.

 

 

 

La Guerra del Golfo Pérsico es la primera guerra integralmente performatizada como evento mediático. Es una guerra de simulacros. Ha significado una doble violencia, primero como sistema de destrucción, y, en segundo lugar, como violencia simuladora de su propia realidad.

Se trata de una guerra concebida como fenómeno estético. Pero no en el sentido tradicional de la palabra. No como <<estetización>> simple de los hechos del frente, en el sentido de los reportajes heroicos de la guerra mundial realizados por Ernst Jünger, por ejemplo. La estetización de esta guerra tiene aquel sentido radical de la política como <<estilo>>, como expresión de una cosmovisión artística a gran escala, formulada por los pioneros del nacionalsocialismo. La destrucción es lo que ha sido definido en sus mismos aspectos técnicos como un fenómeno estético a escala masiva.

Esta guerra no ha supuesto una <<movilización>> de las masas en el sentido de las estrategias políticas tradicionales, mediante una propaganda política o una manipulación informativa. Constituye más bien un nuevo modelo de activa, íntima y sostenida participación colectiva de una nueva masa electrónica y virtual en la performatización de la guerra como espectáculo.

Los vídeos instalados en los propios sistemas de destrucción automatizada definen más exactamente el significado de estetización de la guerra. El vídeo de rayos láser se acopla a los misiles, dirige su evolución hacia el objetivo letal y la reproduce electrónicamente. El dispositivo técnico filma por un lado lo que por el otro destruye. Los medios técnicos de destrucción coinciden con los medios plásticos de su reproducción audiovisual. Es la primera característica que distingue a esta guerra.

Existe una larga historia de ambiguos intercambios entre guerra y arte en el marco de las vanguardias modernas. La <<sintesi futurista della guerra>>, anunciada por los intelectuales fascistas del futurismo italiano, se ha cumplido en el Golfo Pérsico. Esta confluencia de lo estético y lo militar no sólo afecta a las estrategias de la guerra y su puesta en escena. Significa una identidad en cuanto a las miradas. Nuestros ojos frente a la pantalla de la televisión se confunden con el objetivo del vídeo que detecta un objeto, guía el misil y ejecuta su destrucción a través de un proceso integralmente automatizado. Identificación prerreflexiva por medio de la definición estética de nuestra mirada técnicamente prefigurada por el vídeo de rayos láser. Es la segunda característica de la guerra como evento mediático: la predefinición de nuestra mirada. Los principios formales minimalistas que definen la reproducción del objeto por rayos láser son interiorizados como las condiciones subjetivas de nuestra percepción.

Tercera característica de la estetización mediática de la guerra: su composición visual fragmentaria en el sentido de la técnica del collage y del montage dadaístas, cubistas y surrealistas. La reproducción audiovisual de esa guerra rompió de esa suerte cualquier relación intrínseca o casual entre las imágenes de las máquinas de destrucción partiendo hacia sus objetivos y las visiones de ruinas y las citas aisladas de desolación. La descontextualización mediática como principio de destrucción de la experiencia.

En la permanente yuxtaposición, repetición y serialización de presentes instantáneos, fetichísticamente aislados, y en la secuencia aparentemente gratuita y aleatoria de estas imágenes se rompe tendencialmente aquella continuidad espacio-temporal sin la que toda reconstrucción intuitiva de una experiencia unitaria resulta imposible. Nada puede justificar el significado privilegiado de una realidad auténtica allí donde las estrategias compositivas del evento mediático equiparan sistemáticamente lo real con sus simulaciones. Lo mismo que el efectismo superrealista de Dalí o Magritte.

Cuarta: guerra como videojuego. La escena se repite monótonamente e innúmeras veces. Primero, un objeto indescifrable. Su encuadramiento en la pantalla a través de un marco técnicamente definido por los instrumentos balísticos de destrucción: lo mismo que un paisaje minimalista. Las formas abstractas objetualmente indefinidas, imposibles de identificar o siquiera de aproximar a cualquier referencia de nuestro entorno transforman los anobjetuales objetivos de esta destrucción en una realidad virtual. El teatro de la guerra como composición suprematista.

Esta técnica representativa apela a una gratificación motriz  repetitiva altamente automatizada, perfectamente animalizada. Ella configura un sistema de estímulos dotado de un último efecto fisiológicamente gratificante, y psicológicamente hipnótico y aletargador. Quinta: no solamente coinciden la contemplación y la destrucción, en el sentido que lo anticipó Benjamin: <<La vivencia de la propia destrucción como un placer estético de primer rango>>. Además, la materia de la agonía se convierte en heroísmo, poder, magnificencia, progreso, en fin, un espectáculo sublime. Los paisajes de destrucción se transubstancian electrónicamente para elevarse a principio de salvación de la humanidad y revelación apocalíptica de un nuevo orden cósmico. El mismo postulado transfigurador de la podredumbre en preciosos cristales anticipado por Dalí.

[…..]

Sólo la pantalla del vídeo ha podido conferir a los eventos reales de la historia un carácter virtual e irreal. Su experiencia es obliterada, volatilizada, eliminada como tal experiencia reflexiva. Por otra parte se exacerban las sensaciones, los reflejos automáticos, las asociaciones inconscientes. Se intensifica la visión de la pantalla hacia las fronteras de lo alucinatorio. […]

Con la manufacturación mediática de este evento se instauran las formas, esquemas y normas constitutivas de la nueva realidad y la nueva conciencia, mucho antes de que el espectador individual pueda establecer un juicio cognitivo sobre una base reflexiva, y expresarlo en una relación intersubjetiva horizontal e igualitaria <<The viewer is the screen>> (McLuhan). La estructura de esta conciencia es tan virtual como su propia producción técnica del evento histórico mediático. El vídeo que guía el proyectil por rayos láser define una mirada humana radicalmente vacía de experiencia y cortocircuita cualquier posibilidad de inteligencia o decisión individuales.

La performatización del evento mediático genera o restablece un sistema simbólico en el sentido tradicional de los mitos doctrinarios o de las ideologías. He aquí algunos de sus valores restaurativos e integradores: restablecimiento de un ritual colectivo, participación prereflexiva en la performatización de la guerra, función catárquica, restauración de valores heroicos, reconstrucción de identidades familiares y nacionales corporativamente manufacturadas, resacralización global del acontecer político…

 

1 comentario:

  1. En 1997 casi 30 años habían pasado desde que a Eduardo la IS le diera con la puerta en las narices. Que en su texto prefiera a McLuhan apunta a que en ese año –¿todavía?-- no había comprendido que la primera tesis del libro más famoso de Debord es la continuación en aforismo del primer capítulo de Das Kapital.

    La cita de Banjamin proviene de “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” y, algo ampliada, dice:
    "La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna. El comunismo le contesta con la politización del arte."

    En realidad entre Riefenstahl y McLuhan no hay diferencia cualitativa, solo más tecnología.

    Para hablar de la nueva “geopolitics” prefiero a este:
    “La ruptura de las relaciones germano-rusas y el regreso de la guerra como continuación de la geopolítica imperialista en Europa”
    https://www.akweb.de/politik/russlands-angriff-auf-die-ukraine-kampf-um-die-weltordnung/

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