domingo, 7 de noviembre de 2021

LA REFORMA LABORAL: MÁS ALLÁ DE LA ENSALADA DE VERBOS Y ADJETIVOS

 

Ya no creen en el sacrosanto horizonte de las apariencias –la revolución es lo que quiere poner fin a las apariencias-, sino únicamente en el horizonte limitado de la realidad. Creen en la administración de las cosas y en una revolución empírica que seguiría el hilo del tiempo. Creen en la coherencia y continuidad del tiempo. Se les escapa por completo la desmesura, la inmoralidad, la simulación y la seducción que constituyen la política. Y esta actitud les convierte en idiotas, profundamente atascados en su burocracia mental, que, más concretamente, les hace ineptos para tomar el poder o conservar el poder.

Jean Baudrillard. La izquierda divina, 1985.

La reforma laboral, al igual que todas las medidas sociales instauradas por el gobierno de izquierdas, tiene lugar en un contexto histórico que las comprime y bloquea, de modo que sus resultados prácticos tienden a jibarizarse. El entorno de las reformas remite a la hegemonía del nuevo capitalismo global, que se sobrepone a las instituciones estatales mediante su dominio de las instituciones globales, que imponen límites y condiciones a las reformas, de modo que estas son miniaturizadas y desustanciadas. Al tiempo, la sociedad postmediática formatea la política constituyendo la videopolítica, que no es solo un modo de hacer política, sino una forma letalmente eficaz de transformar fuerzas sociales vivas en opinión pública inerme.

La opinión pública se manifiesta en una sucesión de estados colectivos que se suceden vertiginosamente por efecto de la comunicación televisiva, que transforma los acontecimientos según sus códigos, al igual que a los actores políticos, que deben cumplir el imperativo de adaptarse al juego. El mundo etéreo de la opinión pública imprime los cambios una superficialidad y una provisionalidad de gran magnitud, reforzando su transitoriedad. En este nuevo mundo que articulan las corporaciones globales y los grupos de comunicación centrales, la izquierda histórica, dicho de otro modo, la izquierda sociológica, adquiere un estatuto de extrañamiento, que se manifiesta en un vaciamiento de sus propuestas y métodos, así como un distanciamiento de sus bases sociales, disueltas en los públicos televisivos segmentados.

Desde esta perspectiva se puede comprender la deriva mágica de la reforma laboral, expresada en una secuencia de imágenes y palabras que remiten a la semiótica posible en presencia del todopoderoso fantasma de Bruselas. La apoteosis de la jerga alcanza el éxtasis semiológico. Así, los actores terminan picoteando en una generosa y abundante ensalada de verbos y adjetivos. Nadie puede tomarse en serio este juego, en el que el verbo derogar es sometido a sucesivas rectificaciones y reformulaciones, que terminan por ejecutar su misma derogación. En este juego de palabras e imágenes, que son acumuladas en las hemerotecas audiovisuales para ser gestionadas por los operadores mediáticos, lo decisivo es tener impacto en un estado de ánimo difuso y aleatorio que favorezca las expectativas de los actores explicitadas en la cadena de sondeos. Cualquier actuación o pronunciamiento busca la modificación del equilibrio de la opinión pública a favor del actor o jugador.

La videopolítica implica una gran deformación. Esta se expresa en el hecho de que el sentido de las jugadas se dirige a acumular apoyos de los espectadores, en la espera del día mágico en que estos ejerzan su condición de electores. Así, no importa tanto el seguimiento de una ley o un programa, sino su impacto mediático. En esta legislatura ha pasado con el misterioso Ingreso Mínimo Vital, así como en la fantasiosa ley de la Vivienda y otras similares. La videopolítica configura las jugadas como impactos en el electorado, prescindiendo de sus efectos prácticos con el paso del tiempo. En una opinión pública hipersaturada, revisar una decisión es leído como el regreso a un tema viejo, carente de valor político-simbólico. Así se conforma una tragedia para la Administración Pública, que decrece sustantivamente en su eficacia.

La Reforma Laboral, antes de ser elaborada, ha suscitado una batalla entre los socios del gobierno para incautarse de los réditos electorales. Las últimas semanas han sido apoteósicas en las incursiones a la ensalada de verbos y adjetivos y la puesta en escena de gestos y tics audiovisuales. Así, no tienen lugar debates fundamentados acerca de su viabilidad, de sus límites y de sus alternativas. Las televisiones componen el espectáculo del duelo al sol de dos mujeres providenciales: Díaz y Calviño. Este combate disimula, incluso oculta, los argumentos de ambas partes. Los operadores mediáticos componen los videos con las comunicaciones no verbales de ambas. En la videopolítica lo que importa son las retóricas audiovisuales. La contienda significa la pugna por la reapropiación del relato, antes que la materialización efectiva de la reforma.

La disputa comunicativa para acumular los likes necesarios que mejoren la posición en las encuestas, determina el resultado del texto legal, cuyo articulado refleja los equilibrios entre las partes, así como los secretos semiológicos encerrados en las palabras y las formulaciones legales, que después representan un papel esencial en su aplicación. Voy a prescindir de este baile de palabras, imágenes y secretos expertos para entrar en el análisis sociológico de la cuestión. La primera regla de este es que la mirada debe dirigirse, además de al objeto específico, al campo social en el que se encuentra inscrito, y que determina los precarios equilibrios entre las partes.

Desde este enfoque se reafirma la cuestión de la degradación de las condiciones de trabajo, fenómeno que remite mucho más allá de las regulaciones legales. El resultado es el declive de la negociación colectiva; la segmentación radical de los trabajadores, incrementándose incesantemente los contingentes de los no regulados, y la erosión de los derechos laborales. Esta situación de expansión del trabajo coaccionado liberado de regulaciones, remite a la precarización como proceso central. La deshomogeneización de los trabajadores como efecto de la licuación del vínculo laboral, desvela la cuestión fundamental, que se especifica en la instauración de un nuevo modo de individuación, en una nueva relación entre los yoes y los colectivos.

Una de las dimensiones de la nueva individuación es precisamente la precarización, que se fundamenta en la desagregación de los itinerarios laborales que constituyen a cada uno de modo singular. La mutación de la naturaleza de la empresa desempeña un papel primordial. Esta instaura las tecnologías de individuación mediante las ingenierías organizacionales asociadas de las instituciones de la gestión y de los recursos humanos. Del mismo modo, se procede a constituir a un consumidor singular liberado de las homogeneidades de los target, mediante la apoteosis del marketing y la publicidad. Así se conforma la mutación social más importante del tiempo presente. Esta se especifica en la ruptura desde las ingenierías de la gestión y los recursos humanos, consistente en debilitar y minimizar los lazos horizontales existentes entre los trabajadores, cuya fortaleza en el tiempo caducado del capitalismo taylorista y fordista los llevó a una acción colectiva que tuvo como resultado la progresiva conquista de los derechos laborales.

El código central de este tiempo es la individuación de las trayectorias laborales y personales, que se expresa en la singularidad de las trayectorias de trabajo y de ocio. La historia laboral y la historia personal presentada en las redes, actúa como un factor de desagregación. Este argumento remite a una cuestión esencial no percibida. Esta es la radicalidad integral y suprema de este proyecto inadvertido en el imaginario colectivo. En mis clases utilizaba una figura retórica para alertar acerca de la radicalidad del proyecto. Decía que el conglomerado de empresarios y expertos del trabajo eran “los camboyanos del capitalismo”. El paso del tiempo parece confirmar esta cuestión. El código central del nuevo sistema es “salvar las empresas mediante el sacrificio de los trabajadores”. Estos deben renunciar a su estabilidad y aceptar su condición de disponible para una institución brumosa, como es la del mercado de trabajo.

Esta es la cuestión que amenaza cualquier reforma laboral que pretenda referenciarse en el pasado. Todo el edificio de la nueva individuación corre el riesgo de derrumbarse. Así, las discusiones semánticas de la reforma laboral encierran esta enorme área oculta. De este modo, las poderosas fuerzas transversales que empujan el proyecto de la nueva individuación van a movilizar todo su repertorio de recursos y métodos. Entre estos, el más importante es el que en este blog en distintas ocasiones he denominado como “partido transversal”. Este es un dispositivo flexible conformado por políticos, tecnócratas, periodistas y gentes de la cultura que se ubican en todos los partidos y actúan concertadamente cuando una estrategia política amenaza los límites impuestos por el proyecto global, en el que la nueva individuación es un requisito imprescindible.

El partido transversal tiene una potencialidad inaudita y su fortaleza se funda en su gran capacidad de dinamitar cualquier reforma desde dentro. El entramado de las instituciones jurídicas favorece la estrategia de desustanciación de cualquier proyecto. Este es laminado de modo que erosione las coherencias del conjunto. Precisamente en estas nos encontramos. Las dos estrellas mediáticas en liza representan dos dimensiones necesarias para licuar la reforma y reducirla a imágenes para el público creyente. El ejemplo del Ingreso Mínimo es elocuente. Este es reducido en su formulación legal, introduciendo un vector de letras pequeñas que actúen como reductores en su aplicación.

Pero el problema de fondo radica en la enorme erosión de las bases sociales de la izquierda, como efecto del avance del proceso de individuación y mediatización. Los bloques sociales que la sustentaban han sido sometidos a las ingenierías de la desagregación con una concluyente eficacia. El resultado de estos procesos invisibles es la debilitación irreversible de la institución de la concertación. Esta se mantiene formalmente, pero los sindicatos son extremadamente débiles, en tanto que se asientan sobre un suelo tan blando que los inmoviliza. Solo pueden emitir gestos y simulaciones de amenaza que carecen de cualquier credibilidad, en tanto que la acción sindical en la empresa reduce drásticamente su factibilidad, reconstituyéndolos como superestructuras ajenas al espacio real de las empresas.

Una de las dimensiones más relevantes de la nueva individuación, madre de la precarización laboral y vital, es su éxito en la configuración de las subjetividades, que presentan una congruencia integral con la misma. Estas aceptan resignadamente la situación de inestabilidad permanente a que son sometidos, así como que su situación depende de ellos mismos y de su capacidad para acumular méritos para la competición permanente con sus iguales. Las subjetividades críticas de la era industrial se difuminan para ceder su sitio a un imaginario regido por el pragmatismo autodestructivo condensado en el lema de “esto es lo que hay”.

El resultado del estado de las subjetividades tiene como consecuencia la ausencia de un conflicto equivalente al de los empresarios y trabajadores de la era industrial. Los derechos laborales son el resultado de este conflicto constante e intermitente que adquirió un protagonismo incuestionable en los siglos de las sociedades industriales. La precarización no ha generado un conflicto nuevo singular y específico. En ausencia de un sujeto actuante, un precariado que se proponga modificar en su favor las condiciones de su trabajo, solo queda una tensión que se manifiesta etéreamente en las instancias mediáticas y políticas. La aspiración a superar la precariedad, en ausencia de sus víctimas, es protagonizada por las actuaciones de las gentes de izquierdas en las tertulias televisivas y los parlamentos, que albergan la ilusión de poder resolverlas sin la concurrencia de los afectados.

Así se configura un modelo de cambio imposible, que remite a la victoria de Cristina Fallarás o Javier Aroca sobre Paco Marhuenda o Carlos Cuesta en una tertulia. En este escenario de ensoñaciones se materializan los sueños de nuevas princesas del pueblo que liberarán a los precarios de sus ataduras. Entretanto, se confirma la provisionalidad letal de los resultados electorales, en tanto que es más que probable que se esté configurando una nueva mayoría que amenaza cualquier reforma. En esta nebulosa mediática de la opinión pública no es factible ningún cambio macro que detenga la gran contrarrevolución neoliberal sustentada en el la nueva individuación.

De ahí la pertinencia de las palabras de Baudrillard que abren este texto. El efecto más pernicioso del tiempo vigente remite a que la izquierda se ha evadido de los suelos sobre los que se constituyó históricamente. Ahora conforma una burbuja mediática que gobierna unas instituciones licuadas, subordinadas a las instituciones y corporaciones globales. Así, todas las reformas tienden a ser equivalentes a las acciones que pretenden controlar el cambio climático, una quimera monumental. La no materialización de avances también confirma la aparición de princesas del clima, como la princesa Greta. El problema de fondo radica en que en estas condiciones las reformas no favorecen a sus destinatarios, pero sí reportan beneficios a los operadores mediáticos e institucionales. El bloqueo del proceso de la reversión de la degradación laboral suscita la multiplicación de príncipes, princesas, héroes audiovisuales y otras especies similares. Esto es lo que verdaderamente dirimen Nadia y Yolanda.

 

 

 

 

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