jueves, 3 de septiembre de 2020

LA EDUCACIÓN ONLINE, LA MALDICIÓN DE LA CLASE MEDIA Y LA PLUTOCRACIA EDUCATIVA

 



La crisis de la Covid intensifica y acelera los procesos sociales que ya estaban en curso.  El camino hacia una sociedad neoliberal completa encuentra obstáculos en distintas estructuras del estado de bienestar que todavía están operativas según los códigos de las viejas lógicas. La conmoción resultante del apocalipsis viral proporciona a las fuerzas promotoras de los cambios una oportunidad inesperada de empujar en la dirección del cambio. La educación es un campo fundamental, en el que se hacen visibles los efectos de estas tensiones. Tras las discusiones acerca de la presencialidad y la educación online, se encuentran presentes las cuestiones de fondo, que radican en la adaptación de la educación al proyecto neoliberal, que implica la consolidación de una sociedad manifiestamente dual, así como un gobierno inequívocamente plutocrático.

La educación es el campo en el que se manifiesta más nítidamente la incompetencia de los gobiernos –lo escribo en plural para referirme al central y a los autonómicos-  y la caducidad del sistema político, incapaz de cooperar ante una situación adversa sostenida. Asimismo, la educación muestra inequívocamente la subalternidad de los gobiernos frente al conglomerado de empresas, bancos, fundaciones thin tanks, medios de comunicación y otras organizaciones, que ejercen el control sobre la transformación en curso. Escribo este texto todavía impresionado por las colas de maestros para hacerse las pruebas serológicas en Madrid. Es impresionante contemplar el desprecio hacia ellos de los gobiernos y las administraciones. Las instancias del viejo estado de bienestar todavía no reformadas según los imperativos mercadocentristas, experimentan la denegación de los gobiernos y las televisiones. En este verano han proliferado las colas al sol frente a los centros de salud, las comisarías, las oficinas de prestaciones de la administración y otras instancias estatales. Estas constituyen el símbolo de su decadencia y el primer paso para ser convertidos en la nueva chusma.

En este contexto se suscita la cuestión de la educación online. Esta despierta múltiples simpatías, dada la popularidad de la informatización general. Pero la digitalización de la educación es un asunto más complejo de lo que puede parecer en la primera mirada. Esta situación puede representar una oportunidad para el estado empresarial, debilitando los compromisos con las poblaciones más frágiles. Las experiencias en las universidades han sido muy negativas, debido a la incapacidad de los centros y departamentos para asumir esta exigente modalidad, que implica imperativamente la reducción de la ratio profesor/alumno. Es imposible programar y tutorizar el trabajo semanal de más de veinte alumnos, prestando atención a cada uno. Asimismo, es inasequible para los estudiantes realizar un trabajo  riguroso según el modelo del fraccionamiento en asignaturas. El resultado ha sido una gran chapuza, que ha concluido con una evaluación pactada por los actores para encubrir el desastre y liberarse de responsabilidad.

Pero, si descendemos hacia niveles inferiores del sistema educativo, la situación se torna más irrealizable. La educación online requiere de una cuidadosa planificación, de cuantiosos recursos, y de una supervisión individual, que no puede aplazarse más allá de una semana, de cada semana. La frivolidad de los voceros mediáticos del conglomerado mercadocéntrico, así como de los atribulados gobiernos, llega a niveles cosmológicos. Así se elude la cuestión de los recursos necesarios para la digitalización. Una buena parte de ellos solo pueden realizarse mediante la incorporación de profesores mediante una fórmula ineludible: el contrato. Pero este se encuentra en declive inexorable en el sector público, en trance de reconvertirse al modelo mercadocentrista. 

La verdad es que, en el curso de la pandemia, no se han contratado nuevos profesores, ni médicos y enfermeras en los centros de salud, ni técnicos de salud pública, ni cuidadores en los servicios sociales, ni personal para reforzar la atención en residencias de ancianos. Esta es la gran verdad que permanece oculta mediante su tratamiento trivial en el dispositivo de generación del miedo necesario para ejercer el exigente nuevo control, los medios. También las profesiones y los sindicatos contribuyen a enterrar la cuestión. Nadie dice una palabra vinculada a este concepto innombrable en estas sociedades, el contrato. Los gobiernos hacen trampas con los números,  las televisiones lo tratan en la periferia de sus agendas temáticas, camuflado por el ruido monumental que produce su espectáculo. Cuando se suscita, es traducido al teatro de la rivalidad partidaria, que adquiere una complejidad inusitada en los dieciocho gobiernos, que producen una catarata de dimes y diretes, así como historias de rivalidades personales, que rozan lo patético.

La educación ha representado un elemento esencial del ascensor social que ha acompañado al capitalismo del bienestar. Ahora este queda cancelado por las nuevas tendencias que conforman la flamante sociedad dual, que representa un modelo de desigualdades diferente al anterior. La debilitación de la escuela pública contribuye a neutralizar la movilidad social. Las reformas neoliberales son implacables, y cuentan ya con una experiencia valiosa, que se ha ensayado en la universidad. El resultado de las reformas efectuadas en los últimos veinticinco años es la modificación de la universidad-institución. Ahora, su modelo institucional se asemeja al de las universidades privadas. Las tribus universitarias están pacificadas y controladas por las fuerzas del mercado, que se instalan en este suelo mediante las poderosas agencias.

Pero la cuestión más importante de la educación online radica en que supone una deslocalización del aula que se instala en el domicilio de los alumnos. Así se inscribe en lo que me gusta denominar como “la maldición de la clase media”. Esta es la tendencia de los profesionales a suponer que todos los estudiantes, pacientes u otros, se encuentran en una situación homologable al arquetipo clase media. Y esto no es verdad en una parte sustancial de las poblaciones. Así se constituye una frontera entre las instituciones y los públicos receptores de servicios. Los profesionales actúan como administradores de sentido de un sistema colonial, que es incapaz de visualizar las condiciones de “los nativos”. Toda mi vida profesional he peleado esta cuestión, con resultados verdaderamente negativos. Los mismos profesionales progresistas, en casi todos los casos, entienden las desigualdades como las diferencias entre atributos numéricos entre colectivos, pero sin descender a los mundos de estos, que de ninguna manera son homologables a los de clase media.

En el caso de la educación online, la maldición de la clase media alcanza proporciones monumentales. Así, los profesores, encerrados en sus metrópolis, renuncian a comprender las dificultades insalvables de muchos de los estudiantes. Este colonialismo profesional se ejerce mediante la definición de que el requisito para la educación online de un alumno es la conexión y el ordenador. Una vez resuelta esta cuestión, esta es factible. Así se elude la espinosa cuestión del domicilio, que es la sede de la educación online. Ignorando esta realidad, se supone que los domicilios de todos los estudiantes son aptos para el trabajo online, una vez que dispongan de la conexión y el soporte. Así reproducen la ensoñación enunciada por Al Gore, que hace muchos años atribuía a internet la prodigiosa facultad de transformar a las poblaciones marginadas.

Por el contrario, el domicilio es el espacio que recrea la condición social de cada cual. En él confluyen dos cuestiones esenciales: el espacio y la habitabilidad del trabajo del estudiante, y el sistema relacional de la familia en la que se ubica. Sobre este suelo se instala la conexión y el ordenador, que se encuentran subordinados a la lógica derivada de la relación entre el espacio disponible y el sistema de relaciones familiares. Parece obvio afirmar que una parte muy considerable de los domicilios se encuentra en una situación más que precaria para albergar el trabajo online, que implica varias horas de ubicación en un lugar relativamente espacioso, aislado acústicamente, dotado de una climatización mínima, de comodidad y de luminosidad. El domicilio es la sede de las desventajas sociales para numerosas poblaciones.

Para distintos sectores socialmente frágiles, las casas son lugares en los que el hacinamiento siempre está presente. Así, sus usos cotidianos son los de comer, dormir y permanecer conectados a la cultura de masas, mediante la televisión y los móviles, principalmente. La concentración de los cuerpos coexiste con los problemas relacionales, que mantienen una estrecha relación con las vicisitudes laborales y vitales de los miembros de la familia. La aglomeración de los cuerpos y de las historias genera distintas tensiones que tienden a cronificarse. En estas condiciones, el móvil significa un equivalente a las autonomías, haciendo posible el gobierno de las relaciones con el mundo de forma autónoma para cada uno, así como la evasión de las condiciones del hábitat familiar.

En millones de hogares, las condiciones de habitabilidad son deficitarias para permitir la educación online. La escuela representa un espacio de fuga de las tensiones del hacinamiento. Recuerdo en Granada una biblioteca municipal en la Plaza de la Hípica, que tenía grandes salas que eran visibles desde el exterior. Siempre estaban abarrotadas de estudiantes fugitivos de sus hogares, que realizaban sus tareas allí. Me gustaba observar sus comportamientos. También la universidad de Granada habilita sus bibliotecas en horario nocturno en épocas de exámenes. Las salas están repletas de estudiantes que huyen de los pisos de alquiler –el oro negro de la clase acomodada granaína-  en tanto que sus parcas habitaciones no permiten realizar otra tarea que dormir o compartir una fuga provisional con los compañeros. El mobiliario es incómodo, el espacio menguado, la climatización cara y mala, y la habitabilidad muy deficiente.

Los profesores, así como los profesionales de la salud y los servicios sociales, viven en un país imaginario, en el que la realidad domiciliaria es una transposición imaginaria de su situación. Esta quimera carece de fundamento alguno. En los últimos años, muchos profesores precarizados, componentes del nuevo proletariado concentrado en la masa de doctorandos y estudiantes del último grado, se encuentran en condiciones de habitabilidad más que deficientes. En alguna ocasión he podido constatar que algunos profesores vivían en pisos compartidos en peores condiciones que los estudiantes bien dotados económicamente.

Imagino a un estudiante de secundaria instalado en la única mesa disponible, que es la del comedor, en la que está en marcha el dispositivo de producción del miedo y la conformidad, la televisión, acompañada de interrupciones auditivas constantes, reforzadas por la irrupción permanente del móvil, que es el soporte de una comunicación incesante y absorbente. La alternativa es el dormitorio, en el que trabajar varias horas seguidas alcanza el estatuto de heroicidad. En el presente, la inteligencia y la empatía se encuentra en estado de ausencia, principalmente en los profesionales. Este es un mal síntoma, en tanto que los discursos oficiales carecen de verosimilitud.

En estas condiciones, la educación online deviene en una herramienta cruel de selección social, que descarta a una parte de la población e instituye la experimentación personal de realizar tareas triviales, que es la antesala de la condición social de los superfluos a la producción. La segura catástrofe derivada de la reanudación de las clases presenciales sin preparación ni inversión alguna, va a deparar la reactivación del fantasma de la educación online. Así se reafirma el cerco a la escuela pública, reconvirtiéndola en un depósito de personas de la serie b. Todos los servicios públicos son gradualmente vaciados y convertidos en instancias asistenciales a poblaciones desfavorecidas. La formación online representa la expulsión de las gentes de los espacios públicos a sus deficitarios domicilios. De ahí la coherencia de hacerlos esperar en colas bajo el sol del verano, o, en unos meses, en el frío invierno. La cola es un modo de marcar a poblaciones en esta época de gobierno plutocrático.

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Pues On Line u Off Line cuando yo era estudiante en casa tocaba "empollar" a base de bien y el colega que tenía en su casa una habitación amplia, como era el caso de un servidor, para el solo, jugaba con ventaja, aunque a veces de puro tranquilo se presentaban las musarañas y se nos iba el Santo al Cielo o sea no nos concentrábamos en el estudio , a mi me solía entrar un sueño invencible y me picaba todo el cuerpo y tenía que salir a espabilarme y pasear por zonas mas habitadas del hogar familiar, ¡¡¡que recuerdos¡¡¡

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  2. Fernando López Castellano16 de septiembre de 2020, 16:30

    Querido Juan

    Un abrazo muy fuerte, con mi agradecimiento por tus magníficos comentarios y con el recuerdo de las charlas por las calles de Granada.

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