viernes, 7 de agosto de 2020

EL REY HIPEREMÉRITO EN LA CORTE DE LUIS GARCÍA BERLANGA



Uno dice lo que dice, mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?

Los espejos que me escupen hacia fuera, y hacia dentro
me proponen transparencias de distancias y silencios,
deben ser, quiero que sean, para mis obras ejemplo,
con mucha luz hacia fuera, con más secreto hacia dentro.
Juego al juego, sí, con trampa, como hay doblez en los versos.

Así se cuentan las cosas que nos pasan cada día,
y bien contadas parecen fascinantes y sin alma.
Si se piensa, nada es lo que se ve en el espejo.
La luz grande es un abismo y un estúpido misterio.
Gabriel Celaya
Los espejos transparentes

El poema de Celaya resulta atinado para describir el trasfondo del giro biográfico del rey emérito Juan Carlos. Su semblanza  experimenta una inversión formidable. Su leyenda de héroe de la transición, de padre providencial de tan virtuosa  democracia, se derrumba estrepitosamente en el mundo virtual narrativo que él mismo y sus mentores crearon para su gloria en los años confusos del proceso constituyente de 1978. La nueva democracia hereda del franquismo la constitución de una instancia superior, un nuevo tipo de caudillaje protegido de la deliberación y la crítica. Este induce a adhesiones inquebrantables, siendo liberado de cualquier mirada problematizadora por las prodigiosas sinergias de la sociedad española, y de la inteligencia en particular, instalada en el mundo de la cultura, la universidad y los medios de comunicación, imprescindibles para consumar este milagro político y comunicativo.

Juan Carlos es un producto fabricado por la nueva clase dirigente, que delega la tarea de configurarlo simbólicamente como un fruto de las fábricas de idolatrías audiovisuales contemporáneas. Este es el protagonista de un relato que sustenta la transición y el régimen del 78. Esta narrativa se ampara en sus máquinas de escritura múltiples, sus sistemas de trazado y control, sus engranajes narrativos, sus formatos y sus redes. Así se constituye una fábula acerca de un héroe capaz de afrontar el desafío que supone el régimen autoritario, removiendo sus obstáculos y conduciendo al pueblo a la tierra prometida de la democracia, y todo ello pacíficamente y sin traumas. Esta historia se refuerza mitológicamente en el 23 de febrero, con una actuación que lo reconfigura como héroe nacional que está dotado de la competencia de vencer los peligros que se ciernen sobre la democracia naciente.

Sobre esta narrativa se constituye la monarquía española, que funciona amparada en el pacto de hermetismo de los medios, el silencio de la inteligencia y la complicidad de la izquierda. Así, un rey campechano y bonachón que se prodiga en todos los acontecimientos audiovisuales, proyectando su imagen liberada de la evaluación y la crítica. El simbólico año de 1992, se multiplican los rumores acerca de sus negocios, campo en el que se muestra como un activista virtuoso y consumado. Pero, tanto el relato como la clase dirigente, le blindan ante cualquier contingencia y amparan sus actuaciones. Sus comparecencias públicas en la infosfera, son seleccionadas para reforzar el relato mitológico de su magnificencia política.

De este modo, la recién estrenada democracia hereda un rasgo esencial del régimen autoritario que la precedió, la omnipresencia de la figura simbólica de un padre de la patria, que conduce a la trama de las instituciones, y que es reverenciado por los medios que producen sus apariciones providenciales ante públicos aclamadores que muestran su veneración. La noche del 24 de diciembre tiene lugar el ritual central, que consiste en su mensaje fin de año, emitido desde su trono semiológico, en el que pontifica acerca de la marcha inexorable hacia el bienestar, así como a los valores necesarios para la excelencia ciudadana.  Sus palabras son comentadas e interpretadas por una corte de plumillas avezados  en el halago en una ceremonia de la unanimidad.

Juan Carlos encarna una narrativa producida por un dispositivo iconográfico. Su realidad desborda el concepto definido por Salmon de storytelling,  entendido como forma de contar historias, para inscribirse en la novísima técnica del storydoing, que implica ir más allá de las historias haciéndolas. Se trata de producir una secuencia de acciones que sustenten el relato. Así, las acciones y las narrativas se retroalimentan mutuamente generando una situación permanente de plenitud comunicativa. Se preparan detalladamente las acciones y las imágenes que convoquen a su público, para estimularlo, contagiarlo y seducirlo. Sus actuaciones son respaldadas por las retroacciones de sus fieles. Las apariciones oficiales, los actos solemnes, los mensajes guía seleccionados por su corte mediática, sus imágenes entrañables conversando con el público, mostrándose cercano, sancionando a los héroes deportivos y sociales, mostrando afectos a su familia. Este es el personaje ubicuo, portador de una imagen programada, que lo sitúa más allá de las instituciones.

Salmon define el propósito de estas narrativas de la política contemporánea, entre las que la monarquía española desempeña un papel destacado en el ranking de practicantes “Las innumerables stories que produce la máquina de propaganda son protocolos de entrenamiento, de domesticación, cuya meta es tomar el control de las prácticas y apropiarse de los saberes y deseos de los individuos…Bajo la inmensa acumulación de relatos que producen las sociedades modernas, nace un nuevo orden narrativo (NON) que preside el formateo de los deseos y la propagación de las emociones –por su puesta en forma narrativa, su indexación y su archivo, su difusión y su estandarización, su instrumentalización a través de todas las instancias de control” (pag.211). Juan Carlos es uno de los referentes del nuevo orden narrativo que sustenta el régimen del 78, que desde esta perspectiva puede ser considerado como un caudillismo semiológico.

El episodio de Botswana significa la crisis de la narrativa que le ha mantenido en la cima del limbo político donde se ha arraigado en los largos años de reinado. Los engranajes discursivos se fracturan poniendo de manifiesto la mentira que sustenta este relato. La disolución de este estimula a algunos medios a sacar informaciones que lo representan como un depredador de los negocios. Todas sus actividades resultan ahora instrumentales para la realización del papel del rey de los comisionistas. En este sentido, no pierde su lugar de referencia, en tanto que la clase dirigente se caracteriza precisamente por su voracidad en los negocios. La vieja clase industrial cede su lugar a los patrones de los negocios, que obtienen beneficios tangibles en jugadas sucesivas fundamentadas en la transformación, siempre provisional del valor de las cosas.

Desde entonces, se acentúa el derrumbe, en tanto que se agrieta el monolítico pacto de silencio que lo ha acompañado, en tanto que el monarca sigue desempeñando el juego del que es adicto irreversible, que es el de obtener dinero mediante intermediaciones, tal y como quedó de manifiesto en el caso de su discípulo y yerno Urdangarín. Sin un relato protector, su edificio artificioso tiende a deshacerse irremediablemente. En estas condiciones, sus mentores lo abandonan para proteger a su hijo, en torno al cual se pretende constituir otra historia que es menester arraigar en las mentes del sufrido pueblo audiovisual.

Este súbito declive del caudillo de la nueva democracia española, disuelve los escenarios de cartón piedra que lo han protegido de las miradas, y permite emerger la realidad económica, política, social y cultural. Sin ánimo de hacer un balance aquí, se puede afirmar que la polarización a los negocios ha desplazado a la sociedad de los proyectos. La prometedora España de finales de los setenta, formada por varias promociones de profesores, profesionales, empresarios, gentes de la cultura, periodistas e intelectuales, ha sido penalizada con una severidad insólita. Todos los proyectos han fracasado secuencialmente, empezando por la desindustrialización, y siguiendo por la Administración Pública, la Enseñanza, la Universidad, los Servicios sociales, así como otras esferas, entre las que cabe destacar el súbito desgaste del sistema sanitario mejor del mundo. El resultado es una extraña contraposición entre una renta relativamente alta y un estado de ruina en el Estado y la organización de lo que se entiende como sociedad civil. La clase dirigente ampara a un tipo de jugadores competentes en la captación de flujos financieros derivados de los procesos de alteración del valor.

En este escenario, sustentado en una clase política formada por los herederos de las élites que protagonizaron el primer tiempo de la nueva democracia, las maquinarias narrativas se aprestan a generar otra historia que salve a su sucesor, Felipe VI, distanciándolo de su desgastado progenitor. Parece increíble contemplar las maniobras de salvación de la institución monárquica, basadas en el secreto, en la manipulación y la recomposición del pasado para operar el milagro de separar al padre y el hijo. Las dificultades para constituir a Felipe como caudillo semiológico a semejanza del padre, se encuentran en el territorio de lo imposible, pero en el mundo de las narrativas la imaginación puede tener consecuencias prodigiosas.

La paradoja final de Juan Carlos, radica en que una vez disgregada la historia que lo asentaba sobre su pedestal, atribuyéndole un compendio de virtudes heroicas, pasa a formar parte del mundo de la caricatura cruel. Sus andanzas personales recuperan las prácticas de la nobleza improductiva característica de la clase dirigente del capitalismo atrasado español. Estas gentes han sido dibujadas magistralmente en las películas de Luis García Berlanga. El declive del monarca remite al penúltimo capítulo de la serie de la escopeta nacional. El elenco de figuras decrépitas se hace patente en las televisiones, algunas de las cuales presentan el espectáculo patético de la declinación final de estas gentes. Las monterías terminan por devenir como acontecimientos fatales para estos jugadores de la especulación financiera.

Si la institución monárquica logra salvarse y asentarse, las consecuencias serán fatales. Pero lo peor radica en que, a diferencia de los años setenta, no se vislumbra a una España prometedora. La crisis de proyecto se recombina con la crisis de los actores, que muestran impúdicamente el cuadro de sus incapacidades. Por el contrario, lo que predomina es el desengaño en estado químicamente puro. Las nuevas generaciones son brutalmente subalternizadas en un paisaje en el que reina el bloqueo de las organizaciones la educación y el estado. El vacío pavoroso, en sus vertientes sociales, intelectuales y sociales, se hace presente mediante una clase política avezada en una guerra de trincheras,  emancipada del suelo social, que carece de  competencia de dirigir nada que no sea su propia reproducción. Las maniobras grotescas de protección del monarca apuntan a la cuestión esencial de la supervivencia de todos ellos, que es el único proyecto en que se sustentan.

Precisamente, la penúltima película de Berlanga, Todos a la cárcel, representa una lúcida descripción del devenir fatal de lo que se denominó como “la generación del cambio”. El desgaste debido principalmente a la ausencia de proyecto, parece inevitable. En una situación así, su único proyecto es implementar aplicadamente el paquete de reformas neoliberales globales. Las transparencias de los espejos del poema de Celaya apuntan a un tiempo paradójico en el que la Accountability es aplicada para todos, con la excepción de los gobiernos e instancias directivas, que se eximen a sí mismos de la rendición de cuentas, que trasvasan a sus gobernados.

El colmo en una situación de esta naturaleza es que si la continuidad de la institución monárquica constituye un peligro real, la alternativa de una república separada de un proyecto sólido de regeneración de la inteligencia, puede reforzar el vacío político, social e intelectual derivado de la dinámica fatal del postfranquismo. Solo pensar que este cambio pueda ser pilotado por el pobre Pedro y sus acompañantes en el tormentoso congreso, o por los anónimos senadores, produce vértigo. En este escenario histórico, la decepción ha cristalizado y domina todo el panorama, recombinándose con un nivel máximo de fragmentación social que debilita cualquier proyecto.

6 comentarios:

  1. Don Juan me encanta el final truncado, sea a propósito o no: proyec

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  2. Y bueno, sin duda Berlanga era imaginativo pero esta irrealidad supera de largo su ficción. Un abrazo amigo.

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  3. Gracias Juan. Lo del final es una travesura del ratón, que es el que manda en la edición de los textos. Sí, a pesar de lo rico que era Berlanga, este caso desborda todas las imaginaciones posibles. Recuerdo sus conversaciones con los periodistas que le reían las gracias y le seguían el juego del rey campechano.
    Un abrazo

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  4. https://m.youtube.com/watch?v=ZzoYKwQzfew&feature=share Qué lo disfrutes desde Cádiz profesor!

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  5. Un fuerte abrazo Juanma, qué buena noticia que pases por aquí. Gracias por el video

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  6. Juan, imposible mejorar el retrato de una biografía en tan corto espacio.Me ha encantado.
    Un abrazo
    Edi

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