jueves, 11 de junio de 2020

EL AUTOCONFINAMIENTO DE LOS SUBALTERNOS



El concepto subalternidad es muy adecuado para designar las múltiples situaciones de dependencia de los distintos poderes sociales. En este tiempo adquiere una intensidad inusitada, multiplicando las categorías sociales afectadas por esta relación. A las posiciones sociales veteranas en esta condición, se unen ahora otras nuevas resultantes del avance del proceso de reclasamiento derivado del viaje hacia la sociedad neoliberal avanzada. En particular, quiero destacar a los segmentos pertenecientes a profesiones clásicas que se encuentran en un proceso de proletarización intensivo. Este se ejecuta mediante la fragilización del vínculo laboral, pero, todavía es más importante la expropiación de sus saberes y autonomía profesional.

En el caso de los médicos y de los profesores, la subalternización, se efectúa mediante su conversión de ejecutores ciegos de protocolos. La automatización de las nuevas posiciones laborales que desempeñan estos sujetos rigurosamente precarizados, alcanza límites inimaginables. Pero lo peor estriba en que este proceso de automatización incluye un guion individualizador extremo, que separa al profesional de sus antaño compañeros, para convertirlo en una unidad en evaluación permanente. La automatización implica la decadencia de iniciativas grupales y colectivas, conformando un contingente de gentes integralmente domesticadas y asociales, en el sentido de disolver sus lazos mutuos como colectivo profesional y como grupo con intereses comunes.

He conocido a muchos jóvenes sociólogos y médicos en su etapa de estudiantes, en la que se mostraban vivos, críticos, activos y relativamente independientes. Años después, la mayor parte de ellos se muestran silenciosos, oscuros, parcos y obedientes, en tanto que cumplidores de los guiones que les han sido asignados. En este sentido afirmo que el MIR y el doctorado, son instancias que acaban con una persona independiente. Su neutralización se efectúa mediante varios dispositivos concertados, pero el factor más destructivo es la proliferación de pequeñas actividades rutinarias que ocupan el tiempo de los novicios y van socavando su vitalidad y proyecto individual. Ahora estoy preocupado por  y varias personas formidables que he conocido en las aulas, en la sospecha de que las están sometiendo a un proceso de bonsaización, para que su crecimiento sea dirigido y limitado. Así se consuma un homicidio académico, al sepultar su especificidad, siendo homologados y convertidos en numeradores.

El proceso de conversión de los profesionales a la condición de subalternos, tiene unas consecuencias especialmente en estos días. El confinamiento general ha funcionado como una medida eficaz de disciplinamiento y subordinación, cuyos efectos se hacen visibles en todas las esferas. El postconfinamiento tiene que aceptar la comparecencia de dos fuerzas formidables: el mercado y la vida. Los grupos con intereses económicos toman la iniciativa de desbordar los límites impuestos por los tontos útiles que les acompañan en este viaje: los salubristas, epidemiólogos y otras especies médicas. Su vigor es asombroso. Hoy abren de nuevo las casas de apuestas por la presión ejercida por el complejo económico en nombre de la restauración del PIB y la prosperidad.

Obviamente, estos grupos de intereses económicos no han sido sometidos a la automatización, conservando así sus sentidos e iniciativa, que actúan incrementando su capacidad de interlocución y réplica. Hoy más que nunca, se reconstituyen como grupo de presión recuperando su iniciativa para rectificar en su favor las directrices emanadas del dispositivo político-epidemiológico. En una situación crítica, como la actual, el tiempo adquiere una significación trascendental. Es menester comparecer activa y enérgicamente en el campo social para defender sus intereses.

Pero los sectores desprofesionalizados, automatizados y sometidos por las instituciones de la gestión y la conducción que actúan concertadamente en los ciclos superiores de la educación y el mercado de trabajo subalterno, cuya figura esencial es el becario, actúan según las pautas que han internalizado en una obediencia encomiable, en la que han sido forjados. Así, no actúan como grupo de presión activo y esperan pasivamente que cualquier dios del olimpo político, experto o salubrista, les conceda la gracia de reincorporarse en unas condiciones aceptables. La inacción es la última fase de la proletarización.

El resultado de esta disparidad en el campo social es la explosión de las actividades con valor económico, que arrollan a los operadores epidemiológicos sin piedad alguna. Los comercios, bares, restaurantes, hoteles, discotecas y otros, restauran sus actividades con limitaciones. La presión que se está efectuando para que en el fútbol haya público, es formidable. Las limitaciones y reglamentaciones son rebasadas sin consideración alguna. La prohibición de los salubristas autoritarios de celebrar los goles abrazándose, ha sido desbordada en una semana en la Bundesliga. Las reglamentaciones de acontecimientos en los que las pasiones están presentes son absurdas. Los aforos requeridos de los templos de la vida, expresados en mitades, tercios y cuartos, solo funcionan en la fantástica industria del –para mí- sagrado líquido de la cerveza, cuyos envases son exactos en cuanto a su capacidad expresada en mililitros.

En este escenario, la reconfiguración del sistema sanitario, mediante la recuperación de la institución hospital, así como la centralidad de las UVI, penalizando de facto la nueva teleatención primaria, implica la consumación de una reforma sanitaria secreta, además de la llegada a una nueva fase de la precarización profesional, que es aquella en la que contingentes de contratados acuden para resolver una demanda temporalizada, tal y como ocurre en las cosechas. Este proceso se realiza sin que los afectados ejecuten ninguna réplica. La consagración de IFEMA como la nueva figura de hospital de temporada, tiene unas consecuencias irreversibles para todo el sistema sanitario. Así se inaugura un sistema en el que la estacionalidad desempeña un papel axial.

Y todo esto sin deliberación pública profesional alguna. Los médicos y las enfermeras se consuman como una figura análoga a la de los operadores de la fábrica automatizada. Son ejecutores de protocolos elaborados por los expertos de lo que Minzberg denominó “tecnoestructura”. Así son expropiados profesionalmente, ahora derivados a la telemedicina, que en un sistema sobrecargado y desorganizado, adquiere un perfil que se ubica en la frontera de lo patético. El anuncio inquietante de un robot inteligente que resuelva la mayor parte de las preguntas de los atribulados usuarios y ejecute instrucciones protocolizadas, ya no es una pesadilla, sino un horizonte inmediato. Los mismos profesionales debilitados se han ubicado en la condición de prescindibles.

Al igual en la enseñanza y la universidad. El proceso de neutralización de maestros, profesores de todos los niveles e investigadores ha tenido un éxito espectacular. Ya solo responden a sus condiciones laborales, emancipándose de la cuestión de los modelos de enseñanza. Esta es la competencia en régimen de monopolio de las castas universitarias, los tecnócratas de las agencias y los operadores del mercado, que diseñan los modelos sin deliberación alguna con el contingente devaluado y desprofesionalizado de los docentes. Aquí se propone la quimera de la educación virtual, que degrada a los profesores, en tanto que para que esta sea efectiva, requiere una inversión en horas de trabajo que hace imposible que un grupo sea mayor de 15 alumnos. Este es el límite de la supervisión efectiva. De ahí para arriba, se convierte en una simulación indisimulada.

Uno de los sociólogos que me ha acompañado durante largos años, Piotr Sztompka, enuncia su concepto de campo social. Entiende que las sociedades son campos en los que suceden múltiples interacciones. Estos tienen cuatro entramados o niveles que interactúan mutuamente: El de las ideas; el de las reglas; el de las acciones, y el de los intereses. Estos acogen múltiples procesos que se suceden en el campo. De ellos se deriva en un momento determinado el estado del campo, que manifiesta las correlaciones entre los agentes sociales en los cuatro planos. Estos equilibrios siempre son abiertos y susceptibles de modificación según la acción colectiva de los agentes.

Desde esta perspectiva, el estado del campo social a la salida del confinamiento refleja una realidad inquietante. En tanto que los grupos de interés en turismo, transporte, finanzas y otros sectores productivos toman posiciones en la promoción de sus intereses, realizando acciones y comunicaciones, compareciendo activamente en la calle y en la infosfera, los colectivos sociales ubicados en el mundo del trabajo, tales como los desprofesionalizados y otros, permanecen inactivos en espera de su suerte, que es delegada en el gobierno, las corporaciones locales o las burocracias sindicales.

Esta inacción en un tiempo crucial, significa, tal y como reza el título de este texto, autoconfinarse del mismo campo social en el que se encuentran inscritos. Esta es una conducta, en términos de sus propios intereses, que puede calificarse como un suicidio dulce. Este se realiza renunciando a su propia acción y delegándolo en las instancias fantasmáticas del gobierno y las corporaciones. Se espera que sus intereses se sancionen mediante las actuaciones de líderes providenciales en el teatro del congreso de los diputados, las asambleas autonómicas o de las televisiones buenas, en las que los tertulianos buenos triunfen sobre los malos, en la ficcionalización del acontecer político.

Esta situación denota el éxito del proceso neoliberal, que ha socavado eficazmente varios tejidos sociales, quedando desamparados sus miembros, ahora individualizados mediante su adscripción a la sagrada institución de la evaluación. En esta se establecen, reproducen incesantemente y se gestionan, las diferencias individuales entre los atribulados y eternos aspirantes a tener un lugar bajo el sol de la república quimérica de la calidad y la excelencia. En esta esfera no existe oposición alguna. El revés más duro para mí fue cuando, tras analizar la mística del currículum como herramienta indispensable de la destrucción de los vínculos horizontales entre sujetos evaluados, un aspirante a doctor comentó en este blog que hacía el currículum abreviado mediante la colaboración.

Ausentarse del campo y ceder las instancias en las que se dirimen los equilibrios entre intereses anuncia un tiempo sombrío. Desayuno con mi perra en una terraza frente al Retiro. Mi desayuno costaba tres euros justos antes del confinamiento. Ahora vale tres con cincuenta. Es una subida espectacular. Lo peor es que los analistas simbólicos de la izquierda parlamentaria y los columnistas digitales, lo interpretarían positivamente en términos de que los costes laborales han aumentado. No, es justamente lo contrario. Esta es una buena oportunidad para los intereses fuertes ante la inacción de los intereses “débiles”, que depositan su confianza en alguna deidad que los salve. Pero la teoría del campo social de Sztompka es inapelable. El equilibrio solo puede resultar de la acción de los agentes en los cuatro niveles.

La pesadilla que denomino como “rural” va incrementando su factibilidad. Esta es la de un propietario llegando a un lugar donde están concentrados los aspirantes a trabajar ese día. Con su dedo prodigioso designa arbitrariamente a los afortunados, en tanto que los rechazados generan sentimientos que discurren cercanos al carril de la autoculpabilización y el fatalismo. En esta pesadilla, comparecen en la sede del rectorado de Granada, El Hospital Real, varios cientos de aspirantes a dar clase ese día. Comparece un tipo que combina en sus modos el porte de un señor del campo, un miembro ilustre de una casta académica y un activo responsable de recursos humanos. Con un tono de voz fuerte les dice que tengan en sus manos el currículum abreviado. Efectúa su elección por facultades con una energía y altivez encomiables.

La otra versión es la de los médicos y enfermeras, pero esa la dejo para otro día, recordando que la subalternidad es una condición que puede acrecentarse si el ocupante de una posición subalterna, y el grupo de ubicados en posiciones similares, consienten con ese equilibrio. Un tío mío, latifundista valenciano, me decía en mi infancia "Juan, tú a lo tuyo y a joder a los demás". Ahora entiendo su mensaje que anticipaba el tiempo presente.


1 comentario:

  1. Juan M. Luque (luque.coeruleus@gmail.com)12 de junio de 2020, 1:37

    Usted es un mirlo blanco. No me suele suceder con ninguna frecuencia. Estoy de acuerdo hasta en las comas. Así que sólo deseo agradecerle su gratísima compañía. Un abrazo amigo.

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