martes, 25 de febrero de 2020

LA SENSATEZ Y EL MÁS ALLÁ




Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura
Eugène Ionesco

La sensatez emerge como factor relevante en todos los discursos políticos en este tiempo. Esta es ensalzada como virtud suprema que legitima cualquier proposición. En tanto que antaño fue patrimonio de las posiciones conservadoras, ahora deviene en patrimonio común de todos los participantes en el juego político. Todos apelan a ella como un remedio mágico que avala cualquier posicionamiento. La sensatez se sobreentiende como una garantía, como un requisito imprescindible que conforma un certificado de solvencia política. La contienda partidaria adquiere un perfil de encuentro en el campo común de la sensatez, inseparable de la videopolítica, que monopoliza el  espacio político en el que es imprescindible acreditarla ante las cámaras ubicuas.

Esta apoteosis de la sensatez desplaza los discursos que propugnan cambios en profundidad a sus patios interiores. La intimidad de las reuniones y mítines políticos es el campo adecuado para expresar la identidad de la izquierda, ahora asediada por el tsunami de la sensatez. Así, los operadores de la videopolítica construyen un hilo argumental basado en la captura de fragmentos audiovisuales de distintos políticos de la izquierda, que se contraponen con sus actuaciones en las instituciones o los medios, supervisadas por la sensatez. La hemeroteca asume el papel de policía de tan cardinal virtud. 

En este contexto, la señora sensatez adquiere una naturaleza que le asemeja a la santidad, en tanto que es entendida como un atributo independiente de cualquier entorno. Basta invocarla para dotar de credibilidad a cualquier afirmación. Pero esta ilustre divinidad es susceptible de ser deconstruida en relación al eterno problema del cambio. Generar cambios en estructuras sociales significa ineludiblemente experimentar una colisión con la sensatez imperante, que termina por reformularse de modo irremediable. Porque esta es una construcción conceptual que siempre se encuentra determinada por el orden político y social.

En tanto que se trata de una constructo que genera un consenso, la sensatez tiene una validez siempre provisional, encontrándose sometida a variaciones. Pero una vez constituida, se impone mediante una coacción latente a cualquiera que desafíe sus sagrados preceptos. Esta llega a ser manifiesta mediante la descalificación de sus transgresores. Así, se constituye como un verdadero mecanismo de control del pensamiento en cada época. Aquellos que la cuestionan son señalados y apercibidos por los guardianes del orden simbólico. En las sociedades del presente ha llegado a su cénit, mediante la institucionalización efectiva de lo que se denomina como pensamiento único o corrección política. Los medios representan el papel de vigilantes sobre las personas que desde las periferias culturales imaginan, dicen o piensan más allá de las estrictas fronteras de la sensatez, entendida como recinto de la cordura, y compuesta por conceptos que no son sometidos a la crítica.

El constructo de la sensatez se sobreentiende como una evidencia que no necesita ser enunciada. Esta es la condición para su asentamiento y generalización. De esta forma, sus preceptos no son sometidos a deliberación alguna. Así se confirma como una amenaza para quien ose cuestionarla. Pero este extraño constructo se deriva de las estructuras de la sociedad en cada época. Se trata de una racionalización que reafirma el orden social, que siempre descansa sobre un equilibrio de intereses. El manido sentido común, remite a justificar y reproducir los equilibrios y las relaciones existentes. Por consiguiente, favorece inequívocamente a los sectores bien asentados del orden social. 

El régimen del 78 vigente ha generado su sistema de preceptos incuestionables que componen la sensatez de la época. Esta ha sido erosionada por acontecimientos derivados de los procesos sociales asociados a la desindustrialización y a una reindustrialización postfordista. Sus consecuencias en términos de estructura social, han sido principalmente la conformación de grandes sectores de la población ubicados en situaciones de desventaja social manifiesta, que con el tiempo llega a ser inquietante. Sin embargo, estos procesos no son racionalizados ni incorporados al imaginario de la época. Esta negación de facto de muchas realidades produce tensiones, en tanto que determinadas personas y grupos piensan y dicen en función de esas realidades sumergidas al pensamiento oficial.

La marginación de las representaciones sociales asociadas a la gran reestructuración neoliberal en curso, cristalizó en un estado cognitivo colectivo crítico que se denominó como “indignación” y que estalló mediante concentraciones y movilizaciones en las plazas y otros espacios públicos el 15 M de 2011. De ese estado de colisión de construcciones de la realidad nacieron nuevos sujetos políticos que requerían cambios de fondo para instaurar una nueva sensatez. Las instituciones pusieron de manifiesto su imaginario congelado y su incapacidad de responder. Su sensatez proverbial las había desfondado. La voz de los recién llegados de la periferia social resultó estruendosa a los oídos esculpidos en la sensatez del inmovilismo.

Las elecciones europeas de 2014 representaron el advenimiento de propuestas fundadas en una nueva sensatez, representadas principalmente por el primer Podemos y el Partido X. En torno a estas iniciativas se alinearon distintas gentes convocadas por un estado de expectación considerable. El tiempo transcurrido hasta las elecciones generales de 2015 fue un período de ebullición, en el que se produce la concurrencia de muchas voces, iniciativas y movilizaciones. El sentido común político imperante, derivado de las envejecidas instituciones del postfranquismo, es desbordado por la aparición de distintas construcciones conceptuales que desafían su lógica. 

Esta conmoción de las instituciones y su sentido común alcanza su techo en las elecciones municipales del 2015, en las que comparecen múltiples convergencias y coaliciones de nuevos sujetos políticos animados por aspiraciones fundadas en una nueva lógica. Los denominados Ayuntamientos del cambio son el efecto de estas efervescencias. En este tiempo, se podía soñar en la emergencia de una renovada sensatez asimétrica a la que descarta a los penalizados por la gran reestructuración. El horizonte de espera de los cambios estimulaba a los convocados a constituir un nuevo orden político.

Pero estos movimientos emergentes fueron depurados por la homogeneidad resultante de la evolución de Podemos, que resultó un mecanismo formidable de eliminación de la heterogeneidad. Así, todas las configuraciones presentes en los Ayuntamientos e instituciones políticas, fueron absorbidas por el viejo sentido común, que define los límites de lo posible. Las instituciones y los medios actuaron como agentes de la remodelación de los recién llegados de los mundos de la insensatez. Los últimos años han sido verdaderamente demoledores, en tanto que aquellos que propugnaban un cambio más allá de las fronteras instituidas, terminan por protagonizar un nuevo género: los sermones sensatos. Así se constituye la cofradía de los novicios de la sensatez, en la que brillan, entre otros, el padre Pablo, el hermano Íñigo y la madre Manuela.

Este retorno a la sensatez instituida remite a su verdadera naturaleza. El constructo sensatez política puede ser definido como la aceptación de la amenaza del conglomerado que promueve las actividades económicas. Estos enuncian una conminación contundente que puede ser resumida así: Si nuestros beneficios son reducidos por la acción (insensata) del estado, dejaremos de invertir y produciremos una conmoción económica que será la antesala de la ruina. Esta afectará a las clases subalternas principalmente. Por consiguiente, no se puede imaginar, ni pensar, ni hacer nada, que vaya más allá de los límites fijados por nuestros intereses. En el caso de que los transgredáis ateneros a las consecuencias. Sed sensatos y aceptar esta realidad. 

Esta conminación formidable subyace en todos los discursos políticos. Se puede sintetizar en una frase que siempre me conmueve. Esta es la que pronuncian los poderosos ante el desempleo crónico y la rotación instituida mediante la precarización. “Es mejor un trabajo temporal-basura que el paro”. Me gusta denominar a esta amenaza latente que se encuentra omnipresente en la totalidad de la vida política y su narración televisiva, como el síndrome de Sansón. Si sois malos, derribaremos todo el templo. Se trata de ser sensatos y responsables, que consiste en aceptar este chantaje y reducir las actividades a discursos y prácticas que no amenacen al sentido común constituido sobre esta amenaza.

Así, la nueva izquierda, es amedrantada por esta coacción y deviene en productores de fantasías. Pueden apelar a los cambios, pero ocultando la gran verdad de que cualquier cambio estructural implica una batalla larga y cruenta, que se asemeja a aquellas que consiguieron derechos y condiciones de vida mejores a las clases trabajadoras en el tiempo del fordismo-keynesianismo. Ahora, el cambio se ubica en la ficción y el espectáculo, en tanto que nadie, desde una instancia política, puede materializarlo en términos que amenacen verdaderamente el equilibrio. La vida política deviene en el espectáculo de la sensatez. Solo cabe esperar ser aliviados por los zascas de los ínclitos tertulianos de izquierda, o la creatividad de los productores del género humor, que con sus puestas en escena caricaturizan a los poderosos-amenazadores y sus representantes en la tierra (instituciones) e infosfera (televisiones). El cambio se instala en Youtube, en el que se pueden visualizar pequeños episodios de la batalla imaginaria por el cambio.

La mediatización restaura un orden imaginario en el que parece posible replicar a los chantajistas del apocalipsis, pero esto no es cierto. Este orden minimiza a los movimientos sociales propositivos, que son desplazados a la marginación mediante su visibilización selectiva, que tiene lugar en determinadas ocasiones, para contribuir a la contienda imaginaria mediatizada. Este es el destino de la plataforma de afectados por la hipoteca y otros movimientos sociales vivos: ser insertados en un montaje audiovisual que sirve para legitimar una narrativa, en la que tanto la contienda como el cambio de estructuras son simulados y ficcionales.

En toda mi biografía se hacen presentes esplendorosamente las emergencias de insensatos que introducen energía en el sórdido sistema social y cultural. Músicos, poetas, artistas, revolucionarios, pensadores, miembros de causas sociales rupturistas. Pero la sensatez, una vez desbordada, se recupera instalándose en esferas sociales en las que resiste, para expandirse a otros territorios afectados por la insensatez creativa. Pero la sensatez instituida termina por interferir todos los proyectos y constituir una red de defensas. El presente es un tiempo agobiante, dominado por la televisión, en la que la sensatez alcanza la gloria y los insensatos son desplazados a los márgenes del espectáculo continuo.

La paradoja de la sensatez radica en que quienes la reclaman y exigen, crean y gobiernan un mundo radicalmente insensato. Los niños son ingresados en instituciones de custodia con solo tres años, y son adiestrados en la adquisición de competencias profesionales hasta los treinta. Veintisiete años de “formación” para un empleo cada vez más volátil. No parece nada sensato. Este mundo se encuentra regido por los brujos de los medios y su constelación de expertos que pretenden la inhabilitación de cada uno, de modo que desarrollemos la disposición para ser conducidos por expertos. No, no es nada sensato. Pero es coherente, se trata de que cada uno maximice su competencia de obedecer a un poder extraño y absurdo.

Romper con este constructo de la sensatez es una cuestión fundamental. Esta ruptura solo puede fundarse en una comunicación intensa cara a cara, liberada de los expertos mutiladores, donde nosotros mismos procedamos a intercambiar, categorizar, resignificar y comprender en común. Esta es una cuestión que solo se puede realizar en un campo liberado de expertos y directores. Por eso soy ateo militante con respecto a los proyectos políticos que terminan generando nuevas jerarquías. Estos siempre terminan retornando al viejo sentido común, el de los portadores de amenazas sansonianas. Los nuevos políticos devenidos en la sensatez, presumen de ella, pero no son otra cosa que insensatos acreditados, arribados al mundo de la insensatez de los poderosos. Por eso reclamo ubicarme en un territorio más allá de la sensatez instituida.

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