sábado, 30 de noviembre de 2019

LOS ERE: LOS PATRONES TEMPLADOS Y LA CORRUPCIÓN REDISTRIBUTIVA



La sentencia del escándalo de los ERE en Andalucía ha sido interpretada en el contexto de la azarosa formación de un nuevo gobierno. La factibilidad de un acuerdo entre el pesoe y podemos, ha neutralizado efectivamente cualquier crítica desde la izquierda. La casi totalidad de los portavoces mediáticos de esta, han guardado un silencio estruendoso, entendiendo que cualquier censura puede obstaculizar el acuerdo. Desde la derecha, tampoco las reprobaciones han sido excesivas, en tanto que la corrupción acumulada por la misma ostenta récords difíciles de batir, además de encontrarse en una situación de inestabilidad por la mudanza de sus formas políticas. Sus voces suenan a cliché audiovisual de ocasión, redundante y desgastado.

La convergencia de estas valoraciones benevolentes, contrasta con la naturaleza  de este escándalo de dimensiones macroscópicas, que ha sido minimizado ante la opinión pública, conformada por las audiencias de las radios y televisiones, los ilustrados lectores de los columnistas digitales y los fervorosos activistas en las redes sociales, que esculpen a sus públicos en la redundancia sin fisuras. Pero, lo cierto es que cualquier acontecimiento inscrito en las coordenadas de este sistema político-comunicativo, es desactivado mediante su reducción a un episodio en la puja eterna por la redistribución del poder político. Su valor es determinado como una mercancía audiovisual  utilizada por los contendientes de la disputa mediatizada que agota su horizonte en el inmediato mañana.

Así, las televisiones han sido generosas con los condenados, facilitando el acceso a distintas voces de notables que desempeñan el papel de abogados defensores, desgranando los argumentos que constituyen una apoteosis artística del eclecticismo. La cuestión fundamental estriba en la relativización del delito, junto a la ratificación de una visión esencialista de los penados. Estos son presentados como buenas personas que se han encontrado en una situación que les ha desbordado. Esta metodología es la que predomina en el tratamiento mediático de los delitos de los poderosos, que son redimidos ante la opinión pública mediante la minimización del desmán, que es desplazado por la presentación de sus personas en la versión entrañable de sus familiares, amigos, colegas y beneficiarios.

El principal argumento esgrimido por los múltiples y eficientes abogados defensores mediáticos, es el de que no se han apropiado el dinero para su disfrute personal. De este modo, el contraste con los escándalos incesantes protagonizados por el pepé, es manifiesto. En esta forma de corrupción, grupos ubicados en posiciones de poder se asignan a sí mismos altos porcentajes del dinero desviado de sus fines asignados. En este sentido, actúan como ejecutores de verdaderos “golpes”, tras los que se redistribuyen beneficios entre los actores y patrocinadores. El episodio de los ERE es más bien una corrupción social, en el que los actores, situados en la cúpula del gobierno, reasignan destinatarios a partidas presupuestarias establecidas para otros fines, con la intención de fortalecer y mantener su red de vínculos con distintas personas y grupos, que son transformadas en clientes por dicho intercambio.

De este modo se consolida una forma de gobierno radicalmente perversa, en tanto que se instituye un comportamiento fundado en la ocultación y la mentira, en tanto que las inversiones y las decisiones presupuestarias se destinan a satisfacer los intereses de clientes privilegiados, en espera del pago recíproco de estos. Esta forma degradada de gobierno no es patrimonio del pesoe, sino también de la derecha y de todas las instituciones del régimen del 78. El caso de las municipales es pavoroso. La diferencia real entre ambos partidos-patrón, radica en la distinta naturaleza de los beneficiarios de su red clientelar, que determina su modelo operativo.

Este infame intercambio sobre el que se constituye la forma de gobierno, supone, tanto una desviación permanente de fines, como una magnificación de la simulación, que sustituye a la verdadera realidad, que permanece sumergida en la sombra. El daño causado por esta falsificación a las instituciones representativas, alcanza niveles cósmicos. Su permanencia acentúa un proceso acumulativo de vaciamiento ético, que induce a una condena a la inteligencia, que es asfixiada en un medio tóxico de esta naturaleza. Precisamente ayer he leído el texto del médico salubrista Javier Segura acerca del “Gran Sapo”. Esta es una metáfora adecuada. Los directivos, los técnicos, los profesionales y los empleados, son estrangulados mediante la administración de distintos sapos que tienen que deglutir.

De ahí el título de este texto: Los patrones templados y mesurados que se sobreponen a las reglas para repartir beneficios entre una variada red clientelar, como método de su propia perpetuación en el poder. En las palabras de una de las herederas castizas  de este sistema, Susana Díaz “En los actos públicos la gente me da cariño y yo les correspondo con cariño”. Ciertamente, el espectáculo de los mítines en los que las efusiones colectivas alcanzan casi el éxtasis, son elocuentes. Estos son la expresión de la naturaleza de la corrupción redistributiva en Andalucía. Como he vivido allí muchos años, podría asignar un lugar de honor a Gaspar Zarrías. En sus años de oro ejercía como el patrón absoluto de la provincia de Jaén.

Las corrupciones políticas tienen como consecuencia el establecimiento de una ecología organizativa en las instituciones públicas. Proliferan y medran las especies en consanguinidad  con el poder; se expanden las especies dotadas de capacidades digestivas fantásticas, que les permiten digerir grandes sapos, y dominan aquellos capaces de adaptarse a lo que sea menester. Por el contrario, las especies más profesionalizadas, son desplazadas y obligadas a resolver el dilema de la adaptación o la migración. Desde cualquier organización de enseñanza, salud, servicios sociales u otras, esta tragedia se puede contemplar nítidamente. Aquellos que tratan de mantener sus sentidos profesionales son cercados por las especies adaptativas que terminan por imponer su lógica.

No, la corrupción, en cualquiera de sus formas, no es un accidente externo, sino que, por el contrario, infecta todo el tejido de las organizaciones públicas. Cuando se instala y se prolonga en el tiempo, su efecto es la desertificación de la inteligencia, que cede su paso al ritualismo en el desempeño profesional. Así se constituye la fatalidad histórica del postfranquismo, que implica un declive manifiesto de las organizaciones profesionales, inducido por esta forma de gobierno clientelar que perturba severamente el sistema en todos sus niveles.

Así pues, el episodio de los ERE es una de las manifestaciones de esta forma de gobierno, más allá de su libreto judicial. El intenso deterioro que ha producido en la Administración, el sector Público y la sociedad, es manifiesto. En esta situación, la pregunta pertinente estriba en pronosticar si esta situación es reversible, y, en el supuesto de que se considere así, cuál es la estrategia de recuperación. Me interrogo acerca de si es posible recuperar las reservas de inteligencia y ética desplazadas, migradas y desperdigadas en los largos años en los que ha imperado esta nefasta forma de gobierno.

En este sentido, una regeneración solo es posible tras una autocrítica radical. A día de hoy, no aparecen signos que nos permitan pensar en esta dirección. Por el contrario, las sinergias entre el bloqueo de la inteligencia y de la ética, se agudizan inquietantemente. La benevolencia y la superficialidad de las valoraciones, así lo atestiguan. Los analistas escamotean la cuestión esencial, que radica en la elaboración de un proyecto. La corrupción se impone contundentemente en un medio caracterizado por un proyecto débil. No es una cuestión de pedir perdón, sino acreditar la voluntad y capacidad de gestar un nuevo proyecto.

Esta forma de corrupción redistributiva es inseparable de la ruina del proyecto político de la izquierda, que ha quedado reducido a conseguir y conservar el gobierno. Una vez establecido en estos términos, se impone la lógica de los medios necesarios para tal fin. Este proceso instituye un modelo de relaciones que degrada a los partidos, las organizaciones del sector público, las organizaciones de la sociedad civil, e incluso, a no pocos movimientos sociales. Este sistema tóxico se retroalimenta a sí mismo y termina por reconvertir, incluso, a las fuerzas nuevas que tengan voluntad de modificarlo.

Pero, el efecto de los ERE está siendo justamente el contrario. Se activan las defensas culturales, se multiplica la nefasta lógica del bloque “progresista”, que ahora se justifica por la formación del nuevo gobierno. Esta se sobrepone a todo y vacía cualquier proyecto de cambio. Se entiende el progresismo como un bloque pétreo, sin fisuras, que habla solo por una voz monolítica, en tanto que es preciso sobreponerse al bloque conservador. En una situación así, la posibilidad de inventar interactivamente un nuevo proyecto que vaya más allá de los gobiernos de la videopolítica, es cero. Cualquier proyecto tiene que afrontar la reparación de la devastación producida por el modelo de gobierno clientelar en las organizaciones, ejercida durante tantos años.

Los efectos recombinados de la reestructuración postfordista con la mediatización total han transformado radicalmente las bases sociales de la izquierda. La nueva clase trabajadora es una masa fragmentada, heterogénea y deslocalizada. El suelo sobre el que asienta esta es blando y viscoso. En estas condiciones, la izquierda política se sustenta en las lealtades de varios cientos de miles de profesionales y empleados de organizaciones públicas. En el interior de este conglomerado vive una nueva versión de lo que Bourdieu denominó como nobleza de estado. El resultado de la combinación de ambos factores es la configuración de una visión distorsionada de las realidades, que favorece la penetración de la extrema derecha en este campo político.

Desde esta perspectiva se puede comprender la integración de Podemos en la quimera del gobierno progresista. Entiendo muy bien la energía y esperanza que suscita entre sus apoyos. Si obtiene cinco ministerios puede soñar con los números múltiples que resultan de la suma de autonomías, provincias, organizaciones públicas… Eso conforma un contingente de cargos considerable, que pueden proporcionar un soporte a una élite política. Pero entenderlo como una fuerza de cambio es otra cosa bien distinta. El precio es más que el silencio acerca del escándalo.

A día de hoy, el cambio es más necesario que nunca, al tiempo que más dificultoso. No se trata de restaurar como clientes a sectores sociales desahuciados por los partidos convencionales, sino de reconstituir el sector público. Esta finalidad desborda los eslóganes y las puestas en escena características de la videopolítica, que tanto fascinan a los aspirantes al gobierno, entendido como factor multiplicador de los números múltiples.


miércoles, 20 de noviembre de 2019

UNA VISITA A LA FRANCIA DE LOS AÑOS SESENTA


En estos días de ruido mediático se activa mi memoria y me invade la sensación de haber vivido anteriormente la situación en la que me encuentro. Esta es la razón por la que se incrementan mis necesidades de distanciarme y ausentarme. Uno de los lugares simbólicos que ha influido más en mi persona es la Francia de los años sesenta. En aquél tiempo, esta era un referente mitológico. Leía autores franceses, escuchaba músicas de este país, veía sus películas fascinantes  y admiraba a sus artistas. Los Pirineos eran simbolizados como una barrera formidable que separaba a dos mundos antagónicos.

En los años de la transición política, entendía esta como un acercamiento a la legendaria Francia. Pero pronto comencé a apercibir que las diferencias iban mucho más allá de la coyuntura histórica especificada en el binomio franquismo- democracia. Mi posicionamiento crítico con respecto al régimen del 78, se encuentra relacionado con la constatación de la persistencia inmutable de los Pirineos. Recuerdo que, en los años ochenta, me conmovió la escueta y corta vida del excelente periódico Liberación, que fue promovido según el modelo de del Libération francés, con la presencia de mi admirado Andrés Sorel, una de las voces de la semiextinta intelligentsia crítica española. Una sociedad democrática que no puede sostener un periódico crítico denota un síntoma fatal de precariedad política e intelectual. Entonces comprendí que tenía que retroceder mucho más atrás para comprender las diferencias entre los mundos que separan los Pirineos.

En los últimos años de profesor, regresé al viejo cine de la nouvelle vague francesa. Las películas de Truffaut, Renais, Godard o Malle, me hicieron disfrutar mucho. Llegué a ser un activista en favor de “Los cuatrocientos golpes”, una película antológica. En este tiempo, el ascenso del neoliberalismo ha generado nuevas analogías entre ambas sociedades, contribuyendo a la minimización de los Pirineos. Pero, a pesar de esta convergencia determinada por la dinámica del capitalismo global, persisten las diferencias que se remontan más allá de la misma revolución francesa. 

La crisis del régimen en España ha destapado las miserias soterradas por las retóricas del postfranquismo. Cuando algún amigo me refuta esta idea, sacando a flote las desventuras francesas, derivadas de la combinación letal de la postmodernidad, el postfordismo y la sociedad postmediática, le respondo utilizando un argumento contundente. Este se refiere a la población francesa que vive en coherencia con la vieja Ilustración. Mi estimación, a ojo de buen cubero, es de cinco o seis millones. Esta población sustenta muchos proyectos políticos, sociales y culturales, constituyendo un confortable guetto ilustrado. En España, no solo la cantidad de población dotada es significativamente menor, sino que se concentra en su gran mayoría en unas pocas ciudades.

La llegada de los erasmus estimuló mi curiosidad por escrutar a los franceses. Mi decepción era mayúscula cuando no sabían quiénes eran Barthes,  Débord u otros autores de este rango. Muchos de ellos tampoco conocían a los sociólogos postfordistas o de la sociología clínica, de los que yo me nutría desde hacía muchos años. La máquina neoliberal de homologación detenta una eficacia inquietante. Francia, al igual que la vieja Europa, ha iniciado un camino que activa sucesivas alarmas. La recesión de la educación es un indicador elocuente.

De ahí que mi evasión provisional de hoy sea hacia mi memoria musical, en la que los Pirineos adquirían una majestuosidad determinante. La música de Leo Ferré me cautivó durante años. Hoy me da un poco de vergüenza presentarla aquí, en tanto que suscita el desdén de muchos jóvenes, lo cual indica la profundidad de la mutación estética que ha operado desde los años sesenta.




En esta excursión no puede faltar Georges Moustaki

https://www.youtube.com/watch?v=R0WbDTusbhk&t=49s



 


Otro clásico de la época "Les feuillees mortes"

Termino retornando a una versión francesa de Yves Montand del clásico Bella Ciao


Hasta aquí llega mi nostalgia de esta mañana de otoño en Madrid

viernes, 15 de noviembre de 2019

VOX Y EL ESPÍRITU DEL MAR MENOR


Las recientes elecciones generales constatan el gran salto adelante de Vox. En los medios se multiplican las interpretaciones apresuradas, formuladas desde la perspectiva rotunda de lo actual, que es reemplazado irremediablemente mañana. La carencia de perspectiva histórica se hace patente, propiciando el desencadenamiento de percepciones que amparan los temores colectivos de retorno a un pasado autoritario. Se hace ostensible la ausencia de un marco conceptual que permita comprender los procesos que operan en este tiempo. En la sociedad postmediática, impera el monopolio de la voz emanada de los analistas de ocasión anclados en las televisiones, que desplazan así a la antigua intelligentsia, así como a los discursos sólidos de las ciencias humanas y sociales.

En el torrente confusional de las interpretaciones de ocasión, se recurre a conceptos que apelan a escenarios históricos ya caducados. Este es el caso de la palabra “fascismo”, que adquiere un significado que se sobrepone a cualquier contexto socio-histórico específico. La apelación permanente a este concepto, convertido en una amenaza fantasmática, encubre el vacío sobre el que se interpreta la salida a la superficie de una importante parte de la sociedad española, que ha permanecido relativamente sumergida durante los años felices del régimen del 78. Lo que se denomina como crisis o recesión económica, que comienza en 2008, conlleva la recuperación de sucesivos elementos autoritarios que remiten inequívocamente al franquismo, entre los que ocupan un lugar de privilegio algunas sentencias judiciales que denotan una cultura inequívocamente franquista. Esta reaparición secuencial de anacronismos, ha terminado por visibilizar a los segmentos políticos y sociales que los sustentan.

Para hacer una interpretación completa de la emergencia de Vox, más allá del estereotipo en que es encerrado en la mayoría de los casos, es menester superar los estrechos marcos conceptuales al uso de lo que se denomina como “ciencia política”, que es un saber empírico acerca de los procesos electorales, los gobiernos resultantes de estos, así como de los fenómenos sociales relacionados con los mismos. Los  conceptos y las taxonomías construidas desde las coordenadas de este saber, no permiten comprender en su integridad los fenómenos políticos derivados de contextos históricos singulares, como es el caso de la emergencia de este partido. Así, los esforzados analistas politólogos hiperempíricos, lo definen como un partido de “extrema derecha”, que ocupa un extremo en un gradiente imaginario continuo entre posiciones políticas ubicadas en un espacio compartido.

La etiqueta “extrema derecha”, al igual que la de “fascista”, resulta poco clarificadora acerca de la naturaleza de Vox, en tanto que confirma un cliché fundado en la analogía entre distintos sistemas políticos. La insuficiencia de la politología empírica contrasta con la condición de este fenómeno político, que se encuentra asociado a dimensiones que se encuentran más allá de las instituciones políticas. En este sentido, Vox es un producto específico de una coyuntura histórica, inseparable de un sistema económico, así como de una estructura social. Su emergencia configura una realidad dotada de un coeficiente histórico singular. De ahí que la perspectiva de la historia del presente o la sociología histórica resulte más productiva para caracterizarlo.

Desde esta óptica, se puede afirmar que Vox significa principalmente una convocatoria para reactualizar el franquismo. No se pretende restaurarlo en su integridad, en tanto que esto no es factible, sino más bien recuperar algunos componentes esenciales de este, amenazados tras la erosión del régimen del 78. Se trata de revertir algunos de los elementos derivados del pacto fundacional de este, fundados en un consenso que ahora se resquebraja. Así, se puede definir a Vox como un proyecto que representa el retorno de un franquismo posibilista, adaptado a las condiciones históricas de este tiempo. Este resulta de la hibridación del viejo régimen con el resultante de la Constitución del 78.

Esta emergencia póstuma del franquismo, hereda la proverbial capacidad de adaptarse de este a nuevas situaciones, liberándose de corsés ideológicos rígidos. Tras sus primeros años, vinculado inequívocamente a Hitler y Mussolini, el franquismo viró hacia las democracias triunfantes, realineándose junto a Estados Unidos en la guerra fría, pero conservando sus elementos constitutivos autoritarios. El régimen acreditó su competencia de adaptarse a nuevas situaciones sobrevenidas, conservando sus rasgos esenciales. Después de los años de transición política, se refugió en distintas instituciones del estado, amparándose en el paraguas político de la entonces Alianza Popular. En este cómodo sótano ha vivido durante largos años en espera de la oportunidad de revivir.

En los últimos años sale impetuosamente a la superficie, congregando a sus bases sociales, que proceden de elementos del viejo capitalismo primitivo de los años sesenta y setenta, que han subsistido alimentándose de los negocios de tráficos de suelo y otras actividades productivas definidas por la baja productividad. De ahí su preponderancia en el sur, así como en los espacios más afectados por la desindustrialización. Todas ellas propician la reproducción de una subsociedad definida por lo nacional-cutre. El perfil de los adheridos se encuentra determinado por la intensidad de su sentimiento de resarcimiento con las instituciones que los han mantenido sumergidos largos años.

De ahí el título de este texto. La subsociedad que ampara la emergencia de Vox se puede simbolizar en el conjunto de actividades productivas, agrícolas, industriales, turísticas y territoriales que determinan la muerte del Mar Menor en Murcia. Este es el espíritu del desarrollismo salvaje que prescinde de cualquier limitación medioambiental. Sus distintos arquetipos personales comparecen en los actos de Vox, en los que la densidad y pluralidad de lo cutre anticosmopolita adquiere su máximo esplendor. El “Que viva España” de Manolo Escobar actúa como catalizador de una cultura definida por lo impresentable.

Pero, el aspecto más inquietante de esta emergencia, radica en la fusión entre las estructuras sobrevivientes al viejo régimen, con los efectos de la reestructuración postfordista, iniciada en los años ochenta y consumada en los últimos años. Los sectores sociales víctimas de la desindustrialización, conforman una subsociedad distanciada y desafecta con las instituciones del declinante régimen del 78. Sobre este material explosivo se yergue la emergencia de Vox. Se trata de algunas de las víctimas del proyecto social de la denominada modernización. Estas se conjuran contra el cosmopolitismo y se funden en la oposición a lo global, a los inmigrantes, al feminismo, al ecologismo, así como a los valores democráticos. El resultado de esta amalgama es la adopción de un modelo de despolitización activa, junto con la identificación con lo nacional retro, recuperando la esencia de un patriotismo trasnochado.

Estos contingentes sociales, que se encontraban encuadrados en el partido popular, y cuyas iconografías resplandecen en la plaza de Toros de Valencia en los mítines multitudinarios de Rita Barberá y Camps de antaño, migran hacia Vox incentivados por la crisis política general, en la que la cuestión catalana representa un elemento muy importante, así como por la mediatización del acontecer político. Las imágenes de los mítines de Vox representan la explosión de fenómenos que permanecían confinados en ámbitos menores, tales como los fervores de los públicos congregados en los desfiles de la legión, así como otros similares.

Comparto la interpretación de Ana Fernández-Cebrián y Víctor Pueyo, acerca de Vox, que subraya que este partido no produce discursos articulados susceptibles de ser interpretados. Ciertamente es un muñeco vacío que otros le hacen hablar. En este sentido sanciona la continuidad con el último franquismo,  que minimizaba sus retóricas, que solo eran movilizadas en ocasiones excepcionales. Al tiempo, se investía de un modo incoloro al estilo de la estética de un centro comercial, pero acreditando su proverbial mano de hierro en la conducción del estado. Vox ilustra esa frase antológica de Franco, que le recomendó a uno de sus ministros “no meterse en política”. Su discurso es una mistificación de la patria España, en la versión tradicional franquista. Junto a ésta, comparece una interpretación dura del proyecto neoliberal en curso. Todo lo demás se encuentra sujeto al imperativo de la contingencia.

Así, la politología convencional fracasa en tanto que tiene la pretensión de analizar sus propuestas para clasificarlos en el espacio político imaginario. El grupo dirigente carece de una propuesta elaborada. Se limita a reivindicar cuestiones de principio desde su perspectiva ultraconservadora. Santiago Abascal carece de cualquier discurso. Se limita a exponer lo que Jiménez Losantos y otros mercenarios mediáticos de la ultraderecha desgranan en sus programas. En este sentido se reafirma su condición de posmodernidad. Este es un fascismo singular posmoderno, dotado de un programa tan general, que es susceptible de ser cocinado de distintos modos, gestionando sus ambigüedades.

De este modo, Vox es un instrumento de los operadores de los grandes intereses económicos, que es instalado en un campo de poder político, con la intención de ser utilizado como palanca para la realización de jugadas de billar a varias bandas. Ahora estamos viviendo la primera, que es la presión al partido popular para radicalizar su proyecto, rectificando algunos posicionamientos indeseados. Aquí radica la verdadera naturaleza de Vox, cuyas fronteras políticas con el partido popular son etéreas. Pero, en la cuestión esencial, ambos convergen en su adhesión activa a las arquitecturas de la sociedad neoliberal avanzada.

El peligro que comporta la cristalización de un segmento político ultra en el campo político, radica más bien en la debilidad de la izquierda que en su propia fuerza. Aún y así, su mérito radica, al igual que el de los partidos emergentes de la extrema derecha europea, en su capacidad de conexión con la masa social resultante de la descomposición del fordismo. Parece preciso recuperar el análisis de Hanna Arendt acerca de los orígenes del totalitarismo, en sus nuevas versiones que reviven en los escenarios posmodernos. Me parece pertinente su concepto de desierto social. Vox surge de la desertización social asociada al posfordismo. La gran masa social resultante, carente de vínculos sólidos  horizontales, es sometida a un estricto control por las nuevas instituciones de la individuación: precarización, gestión, mediatización, neflixtización, endeudamiento múltiple, así como otras del mismo rango.

Desde una sociedad caracterizada por sus vínculos débiles, sus instituciones licuadas y su individuación severa, es muy dificultoso oponerse al avance de las últimas reencarnaciones de los viejos totalitarismos, como es el caso del fascismo. Escribiendo esta entrada he recordado el texto canónico de Castoriadis del "Ascenso de la insignificancia".


https://elcuadernodigital.com/2019/07/13/la-voz-de-vox-o-a-que-suena-el-posmofascismo/

domingo, 10 de noviembre de 2019

DEL CERO AL UNO, DE NUEVO

Este blog comenzó en diciembre de 2012. El texto fundacional pretendía exponer mi ubicación en la sociedad de este tiempo. Su título fue "Del cero al uno", y era una declaración cuasiprogramática acerca de sus finalidades. Transcurridos los años, estoy convencido de que no ha perdido valor. Por el contrario, los acontecimientos recientes lo han revalorizado. El problema, tal y como se encuentra planteado en este texto, ha sobrevivido incólume el paso de los años.

Acabo de votar siguiendo el imperativo del mal menor, como casi siempre lo he hecho. Presumo de tener activa y despierta la facultad de la intuición. Y no me ha gustado nada el ambiente que he visto en el colegio.  La manida frase que escuchaba en mi infancia de "volverán banderas victoriosas", se especificaba nítidamente en el colegio. La presencia avasalladora de la derecha contrastaba con el arrinconamiento de los  interventores de los partidos de la izquierda. Solo he visto a dos personas de Más País, que se encontraban agazapados en un rincón, contemplando los tránsitos, las voces altas y los saludos efusivos de los herederos del actual régimen, que como toda familia acaudalada tiene varios legatarios. Les he saludado cordialmente, intentando transmitirles ánimos. Pero me preocupa el repliegue de las izquierdas, que parece que están pidiendo limosna.

Por esta razón, he decidido volver a publicar "Del cero al uno" tal y como fue escrito. Estoy seguro de su revalorización hoy, en tanto que somos unos cuantos -por lo menos cinco o seis, como dicen en las manifestaciones- los que votamos inquietos, en tanto que nuestro voto no significa un apoyo incondicional a los partidos votados. Esta inquietud se puede expresar mediante el temor que tenemos a ser malinterpretados y avasallados por nuestros eventuales representantes.

Tenía en borrador dos textos, cuyos títulos provisionales son  "mi treintamillonésima parte" y "Vox y el espíritu del Mar Menor". La próxima semana sacaré ambos, tras conocer los resultados de este sufragio intervenido por los colosos mediáticos. Me preocupa mucho que pueda expresarse la decisión del electorado, pero que esta se encuentre excesivamente intervenida y condicionada por los poderes de la época, que se ubican en el más allá de la política, que hoy se sobreentiende como un próspero mercado televisivo.

Carmen, mi compañera, se reía porque cuando me encontraba en un escenario masivo y adverso, mascullaba cancioncillas en las que reafirmaba mi percepción, contraria a la de ese entorno. En mi trayecto al colegio electoral, he tatareado musiquillas reivindicando la voluntad violentada de los hipotecados, los endeudados, los precarizados, los mediatizados, los atemorizados, así como otras formas de subalternidad que proliferan en el presente. Bueno, quizás mañana sera otro día. 

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                            DEL CERO AL UNO

En 1982 voté lo que se denominó “el cambio”, que se fundaba en el eslogan de que España funcione, pero que lo que realmente expresaba era la esperanza de dejar atrás un pasado autoritario y deprimente. Lo hice junto a más de diez millones de personas que sustentaron la primera mayoría absoluta en la nueva democracia española. En los años siguientes se produjeron algunos acontecimientos que cuestionaron los contenidos anunciados por el ambiguo cambio. Algunas actuaciones del gobierno se aproximaban más a la continuidad histórica que al cambio, tanto en la prevalencia de los grandes intereses sociales bien representados en el pasado como en el modo de ejercer el poder, característico del franquismo y de sus distintos antecedentes históricos.

Cuando aparecieron diferencias sustantivas entre el sentido del voto emitido y el resultado en la acción de gobierno, se puso de manifiesto la finitud de mi condición personal. Al emitir alguna señal débil de disconformidad se confirmó la idea de que mi aportación, consistente en casi una diezmillonésima parte del poder constituido en el nombre del cambio, había devenido en cero. El poder erigido sobre más de diez millones de partículas se había emancipado de las mismas. Así me encontré con la disipación fáctica de las magnitudes infinitesimales que había aportado, siendo desposeído  de cualquier valor efectivo.

Pero ésta fue sólo una forma más de sobrevenir a mi vida la relación entre los poderes y los números. En los años siguientes aparecieron distintas formas de relación que me minimizaban severamente, convirtiéndome en un numerador. Descubrí que en diversas esferas, como las del consumo y los media, sólo era un numerador que tenía sentido en relación con el denominador formado por los componentes del estrato al que supuestamente pertenecía. De nuevo uno partido por muchos. En el mejor de los casos, llegar a ser una milésima, representaría un éxito notable. Se sobreentendía que mi persona era una realidad determinada por un grupo de variables que configuraban mi comportamiento. La emergencia de instituciones tan poderosas como el marketing y la publicidad, determinaban mi valor por la tiranía de los denominadores, resultando siempre mucho menos que uno.

La explosión de las ciencias demoscópicas me brindó la posibilidad de ser una unidad muestral, máxima forma de participación en un conjunto que destruye el valor de las moléculas sobre las que se ha constituido. Se trata de la emergencia de la opinión pública, una forma de difuminación personal, en la que los seleccionados en la muestra hablan en tu nombre sin haber hablado contigo. Confieso que nunca llegué a ser unidad muestral lo que me suscitó dudas con respecto a los procedimientos de elección de las muestras, investidos por los expertos demoscópicos aspirantes a predecir el futuro. Pero me irritaba pensar que los que hablaban en mi nombre lo hacían porque compartíamos varias variables que nos definían. Eso representa una forma de  ser menor que cero, en tanto que mi persona es reducida a un grupo de variables, siendo vaciada de sus dimensiones esenciales, confiriéndole así una naturaleza espectral.

Con el cambio de siglo se configuró una nueva forma de gobierno que determina el valor de las personas por la medición de una serie de magnitudes que son comparadas con las demás. Se trata de la emergencia de nuevas instituciones que sustentan la nueva forma de gobierno de lo social: la gestión y la evaluación. En este caso, las comparaciones son sucesivas y sólo es válida la última. Los resultados son siempre provisionales y el valor es relativo, en espera de la siguiente evaluación que se añada a la serie. Ahora el valor radica en alcanzar los promedios, y si es posible destacar frente a los otros en el eterno retorno de los episodios evaluativos que definen las trayectorias de los evaluados.

En todos los casos soy convertido por una variedad de dispositivos de gobierno en un valor infinitesimal siempre muy inferior a uno. La época actual es la del predominio de los poderes con base numérica que construyen a las personas entre el cero y las milésimas o millonésimas, o espectros de variables en la demoscopia. Sobre esta insignificancia de cada uno se construye el gobierno de todos. Una vez miniaturizadas, las personas son desposeídas de valor por un ser superior que se yergue sobre una nube de partículas que se disipan y quedan convertidas en material desechable.

Me parecen inaceptables todas las formas de miniaturización que expropian a cada persona de su valor uno. Es intolerable que la circulación por lo social concluya en un amontonarse en algún lugar similar a una radiografía, en el exterior del cuerpo real. El sentido de dicha circulación es ser un sumando sólido que se licua para evaporarse definitivamente. Este proceso de desvalorización termina confiriendo a cada partícula el estatuto semántico de ciudadano o cliente, conformando así una suplantación de la realidad por el espectro de la radiografía.

El tiempo actual es un tiempo nuevo y abierto, que requiere de la movilización de la inteligencia. Es necesario multiplicar los recursos cognoscitivos para enfrentar los problemas nuevos y para crear. Esto sólo es posible en contextos que sean regidos mediante el hiperintercambio y las interacciones múltiples en todos los niveles. La tecnología necesaria para lograrlo ya existe. El obstáculo son las viejas instituciones y formas de gobierno que bloquean la interacción. Se constituye así una nueva versión de la sociedad bloqueada que definió Crozier en 1970. La espesa trama de poderes económicos, políticos, mediáticos, científicos, profesionales y culturales se conforman como un obstáculo para la movilización de la inteligencia colectiva y el desarrollo de las potencialidades intelectivas y emocionales de las personas.

Por estas razones propongo que cada uno se reivindique como un valor en ningún caso inferior a uno, que puede incrementarse si se encuentra inserto en un contexto abierto que estimule la creación y la interacción. El problema del presente radica en determinar el modo de invertir la situación actual, neutralizando a las instituciones y formas de gobierno reductoras y minimizadoras de las personas.

En diversas ocasiones he escuchado la frase-sentencia: “pero, ¿quién te has creído que eres? Tú no eres nadie”. Tengo muy clara la respuesta: Soy uno. Nada más que uno, pero nada menos que uno. Además, uno que puede crecer si se encuentra en un buen ambiente y se combina con otros. Es rotundamente falso que sea nadie. Pero el fondo de la cuestión estriba en determinar si soy necesario. Quizás, para algunas estructuras, muchas personas no sean estrictamente necesarias. En este caso el problema radica en esas estructuras, pero no en las personas miniaturizadas por las mismas. Si esto fuera cierto, el fondo de lo que suscita este texto sería coherente, inteligible, y también inquietante.
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Como estamos en un tiempo de pedir limosna, agradecería cualquier comentario, que interpretaría como una generosa dádiva o donativo inmaterial.

sábado, 2 de noviembre de 2019

LA ATENCIÓN PRIMARIA Y EL PARTIDO TRANSVERSAL


En estos días, en los que la convergencia entre el otoño y las inminentes elecciones supone un impacto considerable sobre el estado de ánimo de muchos de los médicos y enfermeras de atención primaria, parece necesaria una mirada desde cierta distancia, en tanto que ambos acontecimientos remiten a una manifiesta reducción de la luminosidad. Algunos portavoces de las corrientes críticas de este nivel de asistencia, se lamentan por la reducción a mínimos de la cuestión sanitaria en los programas, así como en las actividades comunicativas de la campaña, que se desplaza a los formatos de la videopolítica, simplificando los contenidos programáticos de una forma aterradora.

Ciertamente, la atención primaria alcanza en período electoral la plenitud del estado de denegación, en tanto que se encuentra ausente -total y completamente ausente-  de los discursos políticos. Solo comparece escoltando a la palabra hospitales, siendo reducida a unos estereotipos gruesos y unos dígitos que remiten al reparto del gasto. La privación discursiva de la atención primaria la configura como una cuestión de segundo orden, que los gestores del hipotético nuevo gobierno resolverán mediante la rutina de un asunto secundario que afecta a uno de los grupos de interés: los profesionales. En el momento del encuentro cara a cara, harán pronunciamientos ensalzando su importancia. También en las celebraciones o los acontecimientos litúrgicos en los que comparecen como autoridades en actos profesionales o sociales.

El problema de la atención primaria radica en la memoria que conservan de ella los contingentes profesionales de los primeros años de la reforma, que han trasmitido en las actividades docentes a las siguientes generaciones. Las reformas sanitarias posteriores a la de los años ochenta, neutralizan y vacían a esta, reduciéndola a una red inscrita en la órbita de los hospitales. Este proceso radical de revisión, se realiza de modo eminentemente ágrafo, en tanto que los argumentos a favor de las decisiones que la restringen y limitan, no se enuncian públicamente. En este sentido forma parte de la nueva generación de reformas que ocultan sus verdaderos objetivos.

El resultado de los procesos en marcha de la penúltima reforma neoliberal del sector público sanitario, es el desplazamiento de los saberes y los métodos de la atención primaria salubrista, hacia la periferia del sistema asistencial. En este sentido, se puede hablar en rigor de que las prácticas asistenciales devienen en una experiencia confinada y en unos saberes ignorados y marginalizados. En el reciente libro de Enrique Gavilán, algunos episodios respaldan inequívocamente esta interpretación. De ahí el malestar profundo vivido por los profesionales encerrados en el sótano de su experiencia, y a quien los gestores de la reforma no intentan siquiera persuadir. Se supone que las medidas de restricción acumulativa del día a día son suficientes para hacerles desistir de sus proyectos. Asignarles cada jornada una cantidad de consultantes desmesurada, erosiona todas sus actividades y su misma profesionalidad. En este sentido se puede afirmar que la reforma neoliberal tiene un componente sádico manifiesto.

Pero, volviendo al escenario electoral, se evidencia que las voces que conforman la inteligencia profesional de la atención primaria no encuentran interlocutor adecuado, ni en los partidos, ni en su majestad los medios. Así se genera una decepción corrosiva, en tanto que en el horizonte no aparece ningún indicio razonable de revisión de las políticas liquidadoras de la misma, convirtiéndola en un subsector análogo al de la vieja medicina ambulatoria anterior a la reforma de los ochenta. La soledad de los portavoces profesionales es patente. Nadie entra en sus problematizaciones y cualquier cuestión suscitada tangencialmente es contestada mediante una promesa vacía que apela a un futuro más que improbable.

Es evidente que la democracia española es muy frágil. Los partidos políticos, sin excepción alguna, son muy endebles. Han sido convertidos en maquinarias de competición electoral y en contenedores de candidatos a ocupar espacios del estado, relativamente menguante en este tiempo. Se evidencia su incapacidad de ir más allá de algunos preceptos generales, sin adentrarse en las profundidades específicas de cada sector. En este sentido, no van más allá de relacionar cualquier cuestión que se suscite con el presupuesto. Así devienen en máquinas de convertir en dígitos cualquier realidad compleja. Ciertamente, cada partido tiene sus expertos sectoriales, que encubren su incapacidad de abordar cuestiones sectoriales complejas, cumpliendo la función de bomberos que apagan las brasas de los malestares. Pero estos no asumen la función de ser interlocutores. Los partidos no conversan con los profesionales.

Esta situación de déficit democrático, no es específicamente española, sino que remite a los escenarios nacidos de la globalización, que trascienden al estado-nación. En síntesis, se puede afirmar que la globalización ha configurado un nuevo poder global, que se ubica por encima del nivel estatal, y que se incardina en un espacio gris en el que convergen grandes corporaciones, entidades financieras, grupos de comunicación y organizaciones internacionales, todas ellas globales. Este núcleo irradiador funciona mediante la creación de una red de nuevas organizaciones tecnocráticas que amparan a los nuevos expertos en gobernabilidad. Estas producen el conocimiento que converge en un proyecto global que representa los grandes intereses de las corporaciones.

Esta red de nuevas organizaciones, compuesta por agencias múltiples de distinto signo, fundaciones, universidades sostenidas por corporaciones industriales, foros, escuelas de gestión, revistas especializadas, así como otras diversas formas, desempeña la misión de producir los conocimientos que amparan las políticas públicas que los estados deben implementar. Este formidable conglomerado de agentes conforma un verdadero partido político hegemónico. Algunos lo denominan como “partido transversal”. Este reúne las características propias de una divinidad. No tiene existencia material, pero es ubicuo, emana directrices específicas y se encarna en distintos actores, para adaptarse a diferentes contextos nacionales. Además, sus propuestas son investidas por un consenso técnico, de modo que quien se sitúe en el margen de estas recibe una descalificación integral e intensa.

El partido transversal es la gran creación de la época. Se sobrepone a los partidos políticos, a las universidades, a todas las organizaciones de la sociedad civil. Su eficacia es incontestable. De este modo tutela a las viejas democracias representativas y les hurta procesos de deliberación esenciales. Cualquier cuestión tiene que pensarse y hablarse desde el interior del campo cognitivo fijado por el partido transversal. Aquello que es posible, tiene que ser compatible con los supuestos establecidos por esta deidad incorpórea, que se encarna en un contingente de directivos, tecnócratas, gerentes, expertos, periodistas, líderes audiovisuales, gentes de la cultura y otras categorías, que adquieren la naturaleza de una nueva casta sacerdotal del partido transversal  omnipresente.

El partido transversal entiende la salud como un factor que estimula a un inmenso mercado de consumo inmaterial. Este representa una proporción creciente del conjunto del mercado, y, por ende, de lo que se entiende como prosperidad, que es convertida en la divisa de la época. Este gigantesco mercado desborda los viejos sistemas de atención sanitaria de la extinta época del estado de bienestar. La salud, entendida como bien de consumo, requiere de múltiples dispositivos de estimulación al mismo, que rebosa la asistencia médica tradicional. Así se constituye una contraposición entre la dinámica de este mercado y la atención primaria convencional, que representa una medicalización contenida, frente a la medicalización desbocada que requiere la dinámica de este mercado.

Pero el factor más relevante que conforma el desencuentro entre la vieja atención primaria y el mercado desbocado de la salud, radica en la definición del paciente/usuario/consumidor. Esta propone un sujeto anclado en un espacio que contiene un sistema de relaciones estables. La longitudinalidad de la atención es el núcleo de su proyecto. El mercado infinito propone un arquetipo personal radicalmente asimétrico con este. Se trata de un sujeto flotante, definido por sus movilidades, desanclado territorialmente, y cuya red de relaciones se hace y deshace continuamente en el curso de su vida. La movilidad es la clave para configurarlo como recurso humano, consumidor acreditado, sujeto dispuesto para el crédito, así como sujeto apto para la conducción psi de su vida.

Así, la atención primaria es considerada como una antigualla, válida para poblaciones ancladas en espacios definidos por sus desventajas. A los grandes contingentes de consumidores acreditados, se les ofrece una gama de asistencias cada vez más amplia, en la que las fantasías de la telemedicina ocupan un lugar simbólico primordial. Esta representa la desmaterialización, que es el componente más importante de este mercado. De ahí resultan las coherencias de las políticas presupuestarias imperantes en los últimos tiempos, que penalizan severamente a la atención primaria, desplazándola al área gris de los servicios sociales, definidos por su carácter compensatorio.

El partido transversal hereda los métodos de las antiguas iglesias, estados, burocracias y otras formaciones sociales. Establece una guerra de desgaste para erosionar las resistencias a su proyecto y administra su avance amparado en la calma. La consumación de sus reformas requiere tiempo, hasta que las resistencias se reduzcan a niveles que pueda gestionar. Las pensiones públicas, que comparten con la atención primaria su estatuto de incompatibilidad con el partido transversal, experimentan ahora la última forma de desgaste de las resistencias: la mochila austríaca. Estas son las claves ocultas de este tiempo.

La atención primaria, en su formulación original de estrategia para la salud colectiva, así como las sucesivas versiones determinadas por distintas revisiones, se encuentra sentenciada por el partido transversal. La forma convencional de oponerse a éste, se ha manifestado escasamente eficaz. Pero, desde mi perspectiva, sí es posible oponerse a sus dictámenes con una eficacia creciente. Pero es necesario inventar formas de resistencia nuevas, que tengan el mismo rango de consistencia que este proyecto de poder tan innovador y sutil. No se pueden descartar acontecimientos que catalicen la convergencia de las resistencias y cristalicen en nuevas formas de oposición política. El futuro nunca se encuentra definitivamente cerrado ni escrito.

Volviendo a la cotidianeidad electoral, me gusta jugar a adivinar las relaciones de los actores políticos con el partido transversal, porque este sí que es unitario, aunque no monolítico, amparando distintos tonos, voces y matices. Es la nueva versión de “tres personas distintas, pero un solo Dios verdadero”.