viernes, 15 de noviembre de 2019

VOX Y EL ESPÍRITU DEL MAR MENOR


Las recientes elecciones generales constatan el gran salto adelante de Vox. En los medios se multiplican las interpretaciones apresuradas, formuladas desde la perspectiva rotunda de lo actual, que es reemplazado irremediablemente mañana. La carencia de perspectiva histórica se hace patente, propiciando el desencadenamiento de percepciones que amparan los temores colectivos de retorno a un pasado autoritario. Se hace ostensible la ausencia de un marco conceptual que permita comprender los procesos que operan en este tiempo. En la sociedad postmediática, impera el monopolio de la voz emanada de los analistas de ocasión anclados en las televisiones, que desplazan así a la antigua intelligentsia, así como a los discursos sólidos de las ciencias humanas y sociales.

En el torrente confusional de las interpretaciones de ocasión, se recurre a conceptos que apelan a escenarios históricos ya caducados. Este es el caso de la palabra “fascismo”, que adquiere un significado que se sobrepone a cualquier contexto socio-histórico específico. La apelación permanente a este concepto, convertido en una amenaza fantasmática, encubre el vacío sobre el que se interpreta la salida a la superficie de una importante parte de la sociedad española, que ha permanecido relativamente sumergida durante los años felices del régimen del 78. Lo que se denomina como crisis o recesión económica, que comienza en 2008, conlleva la recuperación de sucesivos elementos autoritarios que remiten inequívocamente al franquismo, entre los que ocupan un lugar de privilegio algunas sentencias judiciales que denotan una cultura inequívocamente franquista. Esta reaparición secuencial de anacronismos, ha terminado por visibilizar a los segmentos políticos y sociales que los sustentan.

Para hacer una interpretación completa de la emergencia de Vox, más allá del estereotipo en que es encerrado en la mayoría de los casos, es menester superar los estrechos marcos conceptuales al uso de lo que se denomina como “ciencia política”, que es un saber empírico acerca de los procesos electorales, los gobiernos resultantes de estos, así como de los fenómenos sociales relacionados con los mismos. Los  conceptos y las taxonomías construidas desde las coordenadas de este saber, no permiten comprender en su integridad los fenómenos políticos derivados de contextos históricos singulares, como es el caso de la emergencia de este partido. Así, los esforzados analistas politólogos hiperempíricos, lo definen como un partido de “extrema derecha”, que ocupa un extremo en un gradiente imaginario continuo entre posiciones políticas ubicadas en un espacio compartido.

La etiqueta “extrema derecha”, al igual que la de “fascista”, resulta poco clarificadora acerca de la naturaleza de Vox, en tanto que confirma un cliché fundado en la analogía entre distintos sistemas políticos. La insuficiencia de la politología empírica contrasta con la condición de este fenómeno político, que se encuentra asociado a dimensiones que se encuentran más allá de las instituciones políticas. En este sentido, Vox es un producto específico de una coyuntura histórica, inseparable de un sistema económico, así como de una estructura social. Su emergencia configura una realidad dotada de un coeficiente histórico singular. De ahí que la perspectiva de la historia del presente o la sociología histórica resulte más productiva para caracterizarlo.

Desde esta óptica, se puede afirmar que Vox significa principalmente una convocatoria para reactualizar el franquismo. No se pretende restaurarlo en su integridad, en tanto que esto no es factible, sino más bien recuperar algunos componentes esenciales de este, amenazados tras la erosión del régimen del 78. Se trata de revertir algunos de los elementos derivados del pacto fundacional de este, fundados en un consenso que ahora se resquebraja. Así, se puede definir a Vox como un proyecto que representa el retorno de un franquismo posibilista, adaptado a las condiciones históricas de este tiempo. Este resulta de la hibridación del viejo régimen con el resultante de la Constitución del 78.

Esta emergencia póstuma del franquismo, hereda la proverbial capacidad de adaptarse de este a nuevas situaciones, liberándose de corsés ideológicos rígidos. Tras sus primeros años, vinculado inequívocamente a Hitler y Mussolini, el franquismo viró hacia las democracias triunfantes, realineándose junto a Estados Unidos en la guerra fría, pero conservando sus elementos constitutivos autoritarios. El régimen acreditó su competencia de adaptarse a nuevas situaciones sobrevenidas, conservando sus rasgos esenciales. Después de los años de transición política, se refugió en distintas instituciones del estado, amparándose en el paraguas político de la entonces Alianza Popular. En este cómodo sótano ha vivido durante largos años en espera de la oportunidad de revivir.

En los últimos años sale impetuosamente a la superficie, congregando a sus bases sociales, que proceden de elementos del viejo capitalismo primitivo de los años sesenta y setenta, que han subsistido alimentándose de los negocios de tráficos de suelo y otras actividades productivas definidas por la baja productividad. De ahí su preponderancia en el sur, así como en los espacios más afectados por la desindustrialización. Todas ellas propician la reproducción de una subsociedad definida por lo nacional-cutre. El perfil de los adheridos se encuentra determinado por la intensidad de su sentimiento de resarcimiento con las instituciones que los han mantenido sumergidos largos años.

De ahí el título de este texto. La subsociedad que ampara la emergencia de Vox se puede simbolizar en el conjunto de actividades productivas, agrícolas, industriales, turísticas y territoriales que determinan la muerte del Mar Menor en Murcia. Este es el espíritu del desarrollismo salvaje que prescinde de cualquier limitación medioambiental. Sus distintos arquetipos personales comparecen en los actos de Vox, en los que la densidad y pluralidad de lo cutre anticosmopolita adquiere su máximo esplendor. El “Que viva España” de Manolo Escobar actúa como catalizador de una cultura definida por lo impresentable.

Pero, el aspecto más inquietante de esta emergencia, radica en la fusión entre las estructuras sobrevivientes al viejo régimen, con los efectos de la reestructuración postfordista, iniciada en los años ochenta y consumada en los últimos años. Los sectores sociales víctimas de la desindustrialización, conforman una subsociedad distanciada y desafecta con las instituciones del declinante régimen del 78. Sobre este material explosivo se yergue la emergencia de Vox. Se trata de algunas de las víctimas del proyecto social de la denominada modernización. Estas se conjuran contra el cosmopolitismo y se funden en la oposición a lo global, a los inmigrantes, al feminismo, al ecologismo, así como a los valores democráticos. El resultado de esta amalgama es la adopción de un modelo de despolitización activa, junto con la identificación con lo nacional retro, recuperando la esencia de un patriotismo trasnochado.

Estos contingentes sociales, que se encontraban encuadrados en el partido popular, y cuyas iconografías resplandecen en la plaza de Toros de Valencia en los mítines multitudinarios de Rita Barberá y Camps de antaño, migran hacia Vox incentivados por la crisis política general, en la que la cuestión catalana representa un elemento muy importante, así como por la mediatización del acontecer político. Las imágenes de los mítines de Vox representan la explosión de fenómenos que permanecían confinados en ámbitos menores, tales como los fervores de los públicos congregados en los desfiles de la legión, así como otros similares.

Comparto la interpretación de Ana Fernández-Cebrián y Víctor Pueyo, acerca de Vox, que subraya que este partido no produce discursos articulados susceptibles de ser interpretados. Ciertamente es un muñeco vacío que otros le hacen hablar. En este sentido sanciona la continuidad con el último franquismo,  que minimizaba sus retóricas, que solo eran movilizadas en ocasiones excepcionales. Al tiempo, se investía de un modo incoloro al estilo de la estética de un centro comercial, pero acreditando su proverbial mano de hierro en la conducción del estado. Vox ilustra esa frase antológica de Franco, que le recomendó a uno de sus ministros “no meterse en política”. Su discurso es una mistificación de la patria España, en la versión tradicional franquista. Junto a ésta, comparece una interpretación dura del proyecto neoliberal en curso. Todo lo demás se encuentra sujeto al imperativo de la contingencia.

Así, la politología convencional fracasa en tanto que tiene la pretensión de analizar sus propuestas para clasificarlos en el espacio político imaginario. El grupo dirigente carece de una propuesta elaborada. Se limita a reivindicar cuestiones de principio desde su perspectiva ultraconservadora. Santiago Abascal carece de cualquier discurso. Se limita a exponer lo que Jiménez Losantos y otros mercenarios mediáticos de la ultraderecha desgranan en sus programas. En este sentido se reafirma su condición de posmodernidad. Este es un fascismo singular posmoderno, dotado de un programa tan general, que es susceptible de ser cocinado de distintos modos, gestionando sus ambigüedades.

De este modo, Vox es un instrumento de los operadores de los grandes intereses económicos, que es instalado en un campo de poder político, con la intención de ser utilizado como palanca para la realización de jugadas de billar a varias bandas. Ahora estamos viviendo la primera, que es la presión al partido popular para radicalizar su proyecto, rectificando algunos posicionamientos indeseados. Aquí radica la verdadera naturaleza de Vox, cuyas fronteras políticas con el partido popular son etéreas. Pero, en la cuestión esencial, ambos convergen en su adhesión activa a las arquitecturas de la sociedad neoliberal avanzada.

El peligro que comporta la cristalización de un segmento político ultra en el campo político, radica más bien en la debilidad de la izquierda que en su propia fuerza. Aún y así, su mérito radica, al igual que el de los partidos emergentes de la extrema derecha europea, en su capacidad de conexión con la masa social resultante de la descomposición del fordismo. Parece preciso recuperar el análisis de Hanna Arendt acerca de los orígenes del totalitarismo, en sus nuevas versiones que reviven en los escenarios posmodernos. Me parece pertinente su concepto de desierto social. Vox surge de la desertización social asociada al posfordismo. La gran masa social resultante, carente de vínculos sólidos  horizontales, es sometida a un estricto control por las nuevas instituciones de la individuación: precarización, gestión, mediatización, neflixtización, endeudamiento múltiple, así como otras del mismo rango.

Desde una sociedad caracterizada por sus vínculos débiles, sus instituciones licuadas y su individuación severa, es muy dificultoso oponerse al avance de las últimas reencarnaciones de los viejos totalitarismos, como es el caso del fascismo. Escribiendo esta entrada he recordado el texto canónico de Castoriadis del "Ascenso de la insignificancia".


https://elcuadernodigital.com/2019/07/13/la-voz-de-vox-o-a-que-suena-el-posmofascismo/

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