lunes, 30 de septiembre de 2019

EN LA ESPERA DEL ZORRO


En mi infancia proliferaron las películas protagonizadas por el Zorro. Este era un personaje que pertenecía a las clases altas, y que se rebelaba contra el decrépito orden establecido por un poder corrupto. El héroe asumía el protagonismo absoluto, ocultando su identidad hasta el momento justo del combate final.  Así se convertía en un libertador de un pueblo pasivo que lo aclamaba tras su liberación. El relato del libertador providencial, ha estado presente en las revoluciones del siglo XX. En todas ellas ha comparecido un liderazgo absoluto, al que se ha atribuido el rescate del pueblo atribulado por los males derivados del régimen derrocado.

La izquierda política, desde sus comienzos en el siglo XIX, ha asumido modelos de liderazgo omnímodo, con alguna rara excepción. El leninismo representó la apoteosis de esta forma de dirección, en la que el partido devenía en divinidad, propiciando un proceso de concentración de poder, primero en el comité central, y, posteriormente, en el ínclito secretario general, al que se le conferían atribuciones equivalentes a los papas de la Iglesia Católica. En estas condiciones, todas las revoluciones, así como los partidos obreros de masas, degeneraron inexorablemente, dando lugar a distintas formas de despotismo.

Los hiperliderazgos políticos se reafirmaron en todos los partidos en la España postfranquista, resultando de la generalización de los mismos, unas élites políticas segregadas, que cristalizaron en lo que se denomina prosaicamente como “clase política”. Estos procesos de concentración y uniformización de actores políticos, se han reforzado con el desarrollo de la sociedad mediática. La televisión se ha apropiado de la política y ha intensificado los liderazgos partidarios. El advenimiento de la sociedad postmediática, con sus constelaciones de sistemas y redes de comunicación en torno a la televisión-sol, los ha acrecentado aún más.

La gran reestructuración neoliberal en curso, propició, en los años negros de lo que se denominó como “la crisis”, una reacción que se materializó en un incremento de las movilizaciones. Pero esta reactivación de la intervención en la política, no mejoró a los actores de la sociedad civil, a los dirigentes de las distintas organizaciones, que se mantuvieron dentro de los límites establecidos por el lúgubre bipartidismo, que se sobreponía a los mismos, configurándolos como sujetos encuadrados de iniciativa limitada. Así se configuraba un espejismo, definido por la contraposición entre la profusión de movilizaciones y la miseria intelectiva de las élites en todos los niveles.

El 15 M fue un acontecimiento que registró esta contradicción. Los participantes reclamaban la acción directa sin intermediarios, generando métodos de deliberación y de decisión que remitían a la pluralidad. El 15 M resaltó la heterogeneidad, en contraposición con la terrible homogeneidad característica de la democracia postfranquista, que funcionaba con la lógica de los bloques, la verticalidad y el encuadramiento. Así se generó cierta esperanza en el incremento de la inteligencia colectiva, que se propicia mediante ciertas metodologías que favorecen el intercambio y la deliberación.

Tras la disipación del 15 M compareció Podemos, que se presentó como heredero de este acontecimiento. Desde su comienzo,  generó la esperanza de materializar otra política fundada en la multiplicación de iniciativas protagonizadas por múltiples actores en todos los niveles. Los círculos y la prometedora diversidad de su núcleo fundador, parecían anunciar un cambio. En los años siguientes tuvieron lugar dos procesos simultáneos. De un lado, la conformación de un hiperliderazgo tóxico, al estilo leninista convencional, protagonizado por Pablo Iglesias, que depuró implacablemente el núcleo dirigente, reduciéndolo a la homogeneidad propia de la democracia encuadrada. De otro lado, tuvieron lugar múltiples experiencias municipales que se inscribían en la estela del 15 M, aplicando métodos democráticos que favorecían la heterogeneidad.  La candidatura de Madrid representó simbólicamente esta emergencia democrática.

Estas experiencias municipalistas fueron derogadas inmediatamente después de su constitución. La política local retornó a sus códigos convencionales. La figura de Carmena representó el entierro de cualquier veleidad democrática, retornando a los liderazgos integrales de los largos años del encuadramiento postfranquista. La videopolítica favoreció determinantemente la solidificación de estos hiperliderazgos, así como el desahucio de los pequeños actores. Así en Barcelona y en todas las experiencias municipales. El retorno a la política de concentración drástica de actores, representa elocuentemente el vaciamiento de lo que se denominó “el cambio” en la referencia al 15 M. En el nuevo escenario están solo aquellos necesarios para el formato televisivo, uno por familia política, escoltado por sus inmediatos fieles y expertos.

La democracia se encuentra en estado de ruina. Toda la trama de directivos de organizaciones, tales como los rectores de universidades, los directivos de organizaciones sanitarias, educativas y sociales, así como otros del mismo rango, muestran su disciplinamiento letal que paraliza cualquier iniciativa. La vida en las organizaciones públicas se encuentra limitada a la aplicación de las directrices de las reformas neoliberales programadas por élites transpolíticas y globales. En este ambiente sórdido de desinteligencia acumulativa,  se genera una esperanza piadosa en que la gran política pueda resolver los problemas mediante la comparecencia de un salvador.

Pero la gran política resulta de un proceso en el que han sido eliminados cientos de cuadros en los distintos partidos. Los funerales por los desplazados por el pesoe y podemos alcanzan dimensiones insólitas. Que cada cual proceda a contarlos. Lo mismo ocurre en la derecha. De esta selección darwinista integral resultan los vencedores, que son los chicos y las chicas duras que han vencido a sus opositores. Pedir acuerdos a los killers Iglesias y Sánchez parece una ironía que se encuentra fuera de toda lógica. Ambos han eliminado implacablemente a todos sus rivales y comparecen en la escena sin ocultar que se proponen eliminarse mutuamente. Escuchar las consideraciones y las charlas de los analistas mediáticos, produce una sensación de que han perdido el juicio.

De este modo, una sociedad fragmentada, domesticada, acobardada, sometida a las grandes fuerzas que deciden efectivamente, que renuncia a cualquier atisbo de autonomía, sanciona a los medios como única instancia responsable de una salida, en ausencia del mundo de la inteligencia y de la cultura. Las radios y las televisiones inventan un relato que favorece a sus intereses. Este es el de la aparición de un héroe que gane las elecciones y pilote la transición a la gloria. La inconsistencia de este argumento es patente.

En estas coordenadas se puede interpretar la emergencia de Errejón como depositario de las esencias de un nuevo Zorro. Muchos de los desahuciados por la máquina de excluir Iglesias/Montero se concitan en torno a él en la creencia de que nos conducirá a la tierra prometida. Así se genera un estado de expectación desmesurado, que es un revival de los del comienzo de Podemos. Pero esta vez se produce en forma de comedia, en tanto que sus ejecutores son los mismos que terminaron contundentemente con el pluralismo de las candidaturas del cambio. Esta nueva formación es denominada como “el partido de Íñigo”.

El espectáculo de su puesta de largo fue sumamente elocuente. En una gran sala desciende unas escaleras escoltado por sus fieles, que practican admirablemente el arte de ayudarse con los codos para posicionarse cerca del nuevo libertador. El público aplaude y lo jalea en la esperanza de que triunfe en las lides electorales. El argumento esgrimido hasta aquí, acerca de la debilidad de las organizaciones, se hace patente en Equo. Sus miembros se posicionan sin rubor según sus intereses, sumándose así al espectáculo de la izquierda. Miles culos compitiendo por aposentarse en asientos confortables avalados por el cambio.

En 2017 escribí el texto de  "Íñigo Errejón y el arte de la jardinería"en este blog. Desde la situación actual se refuerza el argumento de su debilidad proverbial, ahora acentuada como fragmento del movimiento político inicial de Podemos, que se desactiva en una sociedad desmovilizada, regida por élites intermedias mediocres y serviles, y rigurosamente mediatizada. No importa tanto el número de sufragios obtenidos, sino la solidez del proyecto y la calidad de sus apoyos. Lo mínimo que se puede decir de los mismos es que son menguados.

En estas condiciones, Errejón es constituido en el relato mediático de la actualidad política, como un nuevo aspirante a Zorro. Su punto fuerte es que parece menos cruel que Pedro y Pablo. Una parte del pueblo audiovisual, que se encuentra en estado de orfandad, puede depositar su confianza en él. También muchos de los múltiples náufragos que flotan tras el hundimiento de esta generación política post-15M, que  ha comparecido con las retóricas del nuevo anticapitalismo, que enfatizan los afectos y lo compartido, pero que ha mostrado su naturaleza de depredadores feroces en su selección interna. Los valores del feminismo, ecologismo y del pacifismo, se invierten fatalmente para estos luchadores en los cuadriláteros mediáticos y estatales.







miércoles, 18 de septiembre de 2019

ENRIQUE GAVILÁN: UN MÉDICO QUE SE NIEGA A DESAPRENDER SU OFICIO



La lectura del libro de Enrique, “Cuando ya no puedes más”,  me ha suscitado muchas dudas y ha removido todos mis esquemas. Inevitablemente, durante su lectura he viajado hacia mi pasado, en tanto que mi desempeño profesional como sociólogo se encuentra vinculado a la reforma sanitaria que generó la nueva atención primaria en los años ochenta. Mi tesis doctoral fue el resultado de distintas investigaciones sobre la misma. Desde entonces, he seguido con mucho interés sus distintas vicisitudes y etapas. He participado en diversas actividades promovidas por EASP, SEMFyC, PACAP, SIAP y otros agentes. Mi visión acerca de su desarrollo y presente, es muy diferente a las distintas versiones oficiales, e incluso con casi todas las heterodoxas que se producen en este campo.

En estos años he tenido la oportunidad de conocer personalmente a Enrique Gavilán. Siempre me he preguntado acerca de su decisión de abandonar su blog, en el que se manifestaba una inteligencia poco común. Este es un libro imprescindible, en tanto que alfabetiza discursivamente una crisis difusa que se encuentra presente entre distintos profesionales,  cercados por las maquinarias gerenciales instaladas sobre la misma, que ejecutan estrictamente los guiones específicos de la nueva gubernamentalidad neoliberal. De ahí resulta una reestructuración radical de toda la red asistencial, que modifica sustantivamente todos los supuestos y sentidos asociados a las reformas sanitarias que la implementaron. En el texto se sintetiza un sufrimiento compartido por otros profesionales.

La atención primaria, tras dos décadas de expansión, ha generado grupos profesionales que detentan unos intereses manifiestos. La última reforma neoliberal muda, que se viene ejecutando implacablemente desde los años de lo que se denominó como la crisis, afecta directamente a estos intereses, promoviendo un declive incuestionable de lo que fue considerado como la estrella de la reforma sanitaria de los noventa. Unos grupos de interés tan sólidos como los afectados, se encuentran en un estado de adocenamiento intelectivo acumulativo, de modo que no han sabido reaccionar ante las políticas públicas que ellos entienden como “recortes”, pero que desbordan manifiestamente este concepto. Estas reformas implican una reprofesionalización severa de los afectados.

Aquí estriba el valor del libro de Enrique, que trasciende a las respuestas que suscita, que se agotan en un clima de quejas y nostalgias ante la impetuosa secuencia de acontecimientos que amenazan a la atención primaria, entendida en los términos de su formulación original. Este es un testimonio en primera persona acerca de los efectos de las políticas sanitarias del nuevo estado post-bienestar, en sus distintas versiones, algunas de las cuales nos faltan por ver todavía. Estas penalizan a distintas poblaciones, entre ellas a las rurales. Desde el enclave de un pueblo, el libro desvela los mecanismos de la gradual retirada del estado, que imprime a los servicios permanentes que presta, una naturaleza inequívocamente asistencialista, que le asemeja a cualquier ONG. La elocuencia del texto es, en algunos episodios, estremecedora.

Por esta razón, mi lectura privilegia la indefensión política de los médicos ante el dispositivo sanitario que avanza sin obstáculos hacia una dualización estricta de la asistencia sanitaria. Los profesionales enclavados en las zonas que albergan a poblaciones en declive, son testigos y víctimas del proceso de descapitalización de la red asistencial. La estrategia oculta e invisibilizada de esta reforma, radica en proponer un modelo sofisticado de atención, para, inmediatamente después, reducir incrementalmente los recursos que lo hacen factible. Así, el profesional vive una situación de escisión radical entre la realidad vivida, que determina lo que es posible hacer en un contexto de carencias crecientes, y la realidad instituida en el modelo de organización oficial. Este shock, vivido persistentemente, termina por debilitar a los profesionales, que terminan por autoculpabilizarse y generar pautas de adaptación que implican un sometimiento acrítico a las conminaciones de la maquinaria gerencial. En el caso de la no aceptación de esta realidad, como es el caso que nos ocupa, conlleva altos costes personales que desencadenan una crisis de grandes proporciones.

En distintos pasajes del texto se explica profusamente este sometimiento, así como las ventajas derivadas del mismo. El retrato de los médicos consentidores, que vacían su trabajo para evadirse de los problemas reales, es significativo. En el caso de mantener los sentidos profesionales, como en el caso del autor, las defensas personales terminan por desplomarse, conformando una crisis profesional de gran dimensión, que es la antesala de la crisis personal, que con tanta lucidez desarrolla en el libro. El problema de Enrique, así como de otros muchos profesionales, es su negativa al mandato principal derivado de la gran reestructuración de la atención primaria en curso: este es el imperativo de desaprender, que se forja como un concepto esencial en este tiempo de mutación social en el tránsito hacia una sociedad neoliberal avanzada. Lo que se pide esencialmente es desaprender el oficio de médico. Si tuviera que subtitular el libro, diría que es la historia de un médico rural que se negó a desaprender su profesión.

La mayoría de profesionales críticos de atención primaria, se guían por esquemas mentales asociados al sistema público que forma parte del viejo estado de bienestar. Desde estas referencias, se entiende la cadena de decisiones políticas y gerenciales, como sucesivos errores, dotados de un  alto grado de irracionalidad e incoherencia. Pero, la línea seguida por los distintos gobiernos en la última década, presenta coherencias consistentes con la dirección de las transformaciones en curso. La atención sanitaria, es considerada principalmente, como integrante de un gran mercado expansivo. Este precepto se contrapone con la idea de universalidad, que se subordina a otras prioridades. Asimismo, abre la puerta a una asistencia rigurosamente dualizada, en la que se conforman gradualmente dos redes asistenciales radicalmente contrapuestas. Las poblaciones de baja renta y poder adquisitivo son penalizadas por unos servicios sanitarios inspirados en la idea del low cost.

El libro representa un testimonio vivo de una población en franco declive. En distintas ocasiones describe elocuentemente distintas situaciones que definen sus condiciones sociales y sus limitaciones. La relación existente entre los recursos asistenciales menguantes y la población que habita el espacio del declive, constituyen uno de los puntos fuertes del libro. Los retornados al pueblo tras su desdichada experiencia urbana, representan la vanguardia en la producción de un malestar generalizado, en tanto que regresan con su paquete de expectativas urbanas instalado en sus mentes. El retrato de esta población superflua para la producción y el consumo, ha suscitado mi atención. En especial, la naturaleza de sus demandas, que bajo la apariencia de la salud, esconden situaciones sociales determinadas por la recesión continuada.

En varias partes, comparece un asunto que no termina de tratar abiertamente. Se trata de los pacientes exigentes, aquellos que exhiben sus cartillas como argumento para imponer sus demandas. En algunos casos, se puede interpretar que están proyectando sobre el profesional las insuficiencias de todas las políticas públicas. Así, este contingente de usuarios carga de tensión a las consultas. En los últimos tiempos se producen comportamientos regidos por la desmesura, que generan una cadena de microconflictos que erosionan el funcionamiento de los encuentros entre los profesionales y los pacientes.

Estas tensiones subrepticias asociadas a las consultas, tienen sus raíces en los mismos macroprocesos sociales que conforman a los médicos como seres que viven un mundo escindido. Análogamente, los pacientes son reconfigurados por las grandes maquinarias mediáticas, expertas, principalmente psi, como seres sociales que habitan realidades muy lejanas a aquellas que ofrecen y  toman como referencia. Vivir en esta situación de escisión genera tensiones internas que se cronifican inevitablemente. Estas comparecen en todas las relaciones sociales, haciendo muy compleja la interacción. Se puede afirmar que manejarse en una consulta en un contexto así, implica tratar múltiples situaciones que conllevan un alto grado de dificultad. En la situación de una población rural en declive, el médico se encuentra en una situación propicia de convertirse en un chivo expiatorio.

La conclusión más contundente que se puede sacar del libro, es la dificultad extrema, por no decir imposibilidad, de desempeñar el rol profesional de un médico, tal y como se encuentra definido por las asociaciones científicas y profesionales. En esas condicione, ejercer como médico comporta una carga heroica que no puede ser mantenida ni generalizada. En congruencia con el argumento expuesto hasta aquí, tampoco se puede esperar que esta situación se modifique sustancialmente desde la “política chica”, que se practica en instituciones políticas que se subordinan a los grupos de interés que rigen el mundo. No cabe descartar algún cambio, pero no del signo del proceso.

Aquí radica el dilema que suscita el libro. Para los médicos rurales que, como Enrique, desobedecen el mandato del desaprendizaje integral, es preciso asumir un modelo asistencial a la baja, que acepte que su eficacia es inevitablemente baja. Pero, a pesar de los factores adversos, pienso que su presencia es imprescindible como contrapunto al complejo productor de la mala salud, que resulta de la adición de las malas condiciones económicas y sociales; la baja motivación; la mediatización nociva; la acción de las industrias farmacéuticas y de la alimentación, que colocan sus baratijas; y las administraciones evasoras. El cuadro de esta situación resulta manifiestamente adverso. Pero la retirada de este campo favorece al complejo de la mala salud si no encuentra resistencia alguna. En este contexto es preciso reconstituir un nuevo modelo asistencial, que puede obtener resultados muy importantes, escritos en minúsculas, pero que están dotados de un alto valor profesional. Estas actuaciones se encuentran vinculadas a modelos de atención primaria en medios sociales todavía más adversos que las poblaciones rurales descartadas que describe Enrique.

El libro descubre realidades que conforman lo que se ha denominado como “Cuarto Mundo”. En última instancia narra un viaje a este universo, contemplado desde la perspectiva del Primer Mundo. Los avatares de un modelo sofisticado de atención en este medio producen efectos letales en quienes quieran aplicarlo. El primero es la decepción, tras la que comparece una secuencia de situaciones de crisis que suceden en escalera. Hacer inteligible esta situación es el prerrequisito para resistir y mantener un horizonte de esperanza. En este sentido, “Cuando ya no puedes más” contribuye a ello. Gracias Enrique por abrir este melón.


martes, 10 de septiembre de 2019

EL ANIMISMO MÉDICO-FARMACÉUTICO


En otros tiempos, las gentes se convertían en sus propias víctimas al atribuir poderes médicos a sus sacerdotes; hoy, se torturan atribuyendo poderes mágicos a sus médicos. Enfrentados con personas dotadas de poderes tan sobrehumanos…los hombres y las mujeres tienden a someterse a ellos, con esa fe ciega cuya inexorable consecuencia es la de convertirse ellos mismos en esclavos y convertir a sus <<protectores>> en tiranos.
En la Edad media, la vida y el lenguaje de las personas estaban impregnadas de la imaginería de Dios y limitados por la ideología cristiana; hoy, están impregnados de la imaginería de la ciencia y limitados por la ideología médica.

Thomas Szasz. La Teología de la Medicina.

Este libro de Szasz fue publicado en 1977. En este tiempo, la institución medicina se constituye mediante una sólida alianza con el Estado. De esta resulta el Estado Terapéutico, que representa un poder instituido que sobrepone a las personas, que reemplaza a la religión. La asistencia médica, en los años de expansión de su arsenal diagnóstico-terapéutico, se instala en el imaginario colectivo de las sociedades industriales maduras. Las ideologías médicas alcanzan su cénit en este tiempo, convirtiendo sus prescripciones en una obligación social. Estos credos médico-estatales, presentan analogías con las viejas religiones y con las prácticas religiosas propias de las sociedades anteriores.

Desde los años ochenta, convergen dos grandes mutaciones sociales que remodelan la asistencia médica. Por un lado, las sucesivas rupturas tecnológicas que representan un salto en el potencial diagnóstico-terapéutico del complejo médico-industrial. Por otro, se quiebra la relación entre el estado y el mercado prevaleciente en las sociedades industriales. El equilibrio se rompe a favor del mercado, que experimenta una expansión formidable. Así, la asistencia médica es drásticamente reestructurada y remodelada. La industria biomédica multiplica sus capacidades y toma decididamente  el relevo en la dirección del complejo médico-industrial.

La salud se convierte así en un vector económico de una importancia creciente para un nuevo sistema industrial que se sustenta en el principio de un crecimiento permanente, que termina siendo manifiestamente compulsivo y desbocado. La asistencia médica se adapta a esta situación mediante la asunción tácita del valor económico que representa en el conjunto de un sistema económico integrado. Tanto los profesionales como los pacientes son estimulados por las nuevas instituciones que se instalan en su medio, principalmente la institución-gestión, que representa el enlace entre el sector de la salud y el conjunto del sistema productivo.

Así, la asistencia médica es remodelada por las nuevas instituciones, que importan nuevos saberes, métodos, culturas, sentidos y prácticas, que tienen su origen en otros sectores industriales. Escoltando a la gestión, comparecen con un vigor inusitado el marketing, la publicidad, las instituciones de la psicologización, los métodos de lo que se denomina como recursos humanos, así como otros saberes y métodos mercadológicos. Todo el nuevo repertorio se instala en nombre del imperio de la novedad, que rige en todo el sistema de producción y consumo de las nuevas sociedades postindustriales, postfordistas y postmodernas.

El advenimiento fulgurante de lo mercadológico, no modifica sustancialmente el sustrato ideológico de las religiones civiles preponderantes en el antiguo Estado Terapéutico enunciado por Szasz. Por el contrario, revitaliza los supuestos, los sentidos y las prácticas subyacentes en la asistencia médica. El progreso en el tratamiento de algunas enfermedades y dolencias, junto a la prodigiosa expansión de la comunicación, que en el nuevo sistema se fusiona con la producción, determina la generación de un áurea asociada a la intervención médica, que termina configurando una renovada y vigorosa teología de la medicina.

El resultado de esta emergencia, es que, tanto los medicamentos como las cirugías y otros tratamientos médicos, adquieren la condición totémica. Los pacientes, reconvertidos en feligreses sustentados en una fe encomiable, generan unas expectativas con respecto a los productos del complejo médico-industrial, que desembocan en la constitución de un imaginario que asigna un valor a la asistencia médica que se inscribe en lo sobrenatural. Así se constituye una asistencia que se acompaña de un halo mágico. En este sentido, se puede hablar en rigor, tal y como indica el título de este texto, de un verdadero animismo médico-farmacéutico, imperante en tan avanzadas sociedades.

Los tratamientos, las grageas y otros productos, son simbolizados en términos equivalentes a la magia. En las representaciones de los profesionales, pero, principalmente de los pacientes, adquieren una condición equivalente a las marcas, en tanto que se encuentran dotadas de un valor simbólico que desborda al valor pragmático derivado de su propio uso. El paracetamol o el ibuprofeno, entre otros, adquieren la condición de verdaderos amuletos, reliquias o iconos. En los discursos cotidianos se les atribuye un valor mágico que emana de su interior. De este modo se constituyen en símbolos de la cultura canonizada. En coherencia con esta divinización, se instalan en la vida cotidiana. Recientemente, se está expandiendo la costumbre de regalar a los invitados de las bodas, un pack de productos farmacéuticos para facilitar la recuperación de la resaca y favorecer la atormentada digestión.

Los medios de comunicación construyen narrativas acerca de la milagrería terapéutica. El código de estos discursos remite inequívocamente a lo mágico. Los médicos son investidos de un áurea sobrenatural que sobrevalora sus verdaderas capacidades. No es de extrañar que se multipliquen las agresiones cuando no se resuelven los problemas que se suscitan en la asistencia. Se atribuye un valor mítico a todo lo nuevo. Así se constituye un horizonte de espera para que comparezcan las soluciones mágicas encarnadas en nuevos productos y tratamientos. El tiempo que rige en este sistema religioso de significación es inmediato. Los milagros tienen que producirse continuamente para realimentar las expectativas de los feligreses.

Las altas expectativas de progreso incesante e inmediato, termina por generar un clima de ilusión que deviene en tensiones y malestares, que son inevitables en esta situación en la que predomina lo sacro. El efecto más pernicioso de esta religiosidad médico-mercadológica, radica en la creación de un nuevo arquetipo de enfermo, el paciente-luchador. En una situación en la que se espera el advenimiento inminente de soluciones a las enfermedades, se transfiere al paciente la responsabilidad de facto. Se solicita su activación mística para compensar los efectos de su enfermedad, asignándole un papel determinante en su curación. El mercado del cáncer ilustra los efectos devastadores del paradigma del enfermo luchador. Se supone que aquellos que sobreviven se encuentran dotados de una fe primorosa.

Tal y como sucede en las viejas religiones, el devoto tiene que acreditar una fuerza interna para salvarse. La responsabilidad de su recuperación es intransferible. Así, aquellos que sobreviven durante un tiempo a las enfermedades fatales, son considerados como héroes provisionales. Se hace patente el precepto de que “la fe mueve montañas”. Los profesionales adquieren de esta forma el papel de verdaderos hechiceros, que estimulan a los pacientes a cultivar su fuerza interna fundada en la esperanza. Las enfermedades constituyen pequeñas comunidades de pacientes, que se asemejan a las comunidades religiosas protestantes, que se estimulan mediante músicas, discursos, así como otros medios que generan situaciones de éxtasis. Me impresiona mucho la exportación de estos métodos a la mismísima salud comunitaria. He podido observar los métodos imperantes en grupos congregados para distintas actividades destinadas al incremento de la salud, basados en la animación eufórica.

Este misticismo religioso presenta coherencias con las nuevas corrientes prevalecientes en el management y otras disciplinas mercadológicas, así como en el dispositivo psi. Se trata de estimular la euforia, el éxtasis, las emociones colectivas, las ensoñaciones y la exaltación de los sentidos. Las últimas versiones de estos saberes-métodos mercadológicos, remiten a lo místico, y, en algún caso, a lo esotérico mismo. En este sentido, se puede afirmar que en el tiempo nuevo no declina lo sagrado, sino que, por el contrario, renueva sus formas. La nueva religión médico-mercadológica es más activa que la que prevalecía en la sociedad industrial que Szasz analizó. Se puede formular la analogía entre aquella que representaba al catolicismo, más pasivo y dirigido por la cúpula episcopal y sacerdotal. Ahora, se configura un modelo protestante de activismo descentralizado y protagonismo de los pacientes-luchadores congregados en grupos y pequeñas comunidades activas. En este nuevo modelo, la excitación mística y la activación de la fe, adquieren un protagonismo incuestionable.

En este mundo de ensoñaciones terapéuticas, se incuba una tensión singular que afecta a algunos de los profesionales de la atención primaria. Su posición de encuentro continuado con los pacientes les hace vivir las limitaciones de la nueva milagrería médico-farmacológica. Así se constituye un escepticismo fundamentado en su mismo ejercicio profesional, así como un gradiente de agnosticismos. En mis años de profe en el campo de la salud, recuerdo que, en el final de los cursos, tras varias semanas de reclusión académica involucrada con la emergencia mercadológica y sus misterios, decían que “ahora regreso a mi centro para encontrarme con la realidad”. Querían decir que su realidad no era la constituida en torno a las fantasías de la asistencia médica en la sociedad del crecimiento. Después de unas semanas en contacto con las revelaciones médicas, retornaban a una tierra en la que escasean los héroes.

Por eso, al escribir este texto, no sé la razón por la que me he acordado de Javier Segura, un ateo de acreditado largo recorrido, sostenido y sostenible,  del sistema sanitario fundado en milagrerías y santerías terapéuticas.  La privatización acumulativa experimentada en el presente, se funda en la fe encomiable y sostenible de los pacientes- feligreses de esta extraña iglesia resultante de la fusión entre la medicina y el mercado infinito.

martes, 3 de septiembre de 2019

ZAPATA



Este video tiene un valor inestimable para mí. Es el comienzo de la película de Elia Kazan “Viva Zapata”. La escena representa una relación de poder que trasciende el contexto histórico en el que se produce. Representa la inevitabilidad de la rebelión, cuando las estructuras de poder cierran todos los caminos a los intereses de una clase social. En el caso de que esta no se produzca, la situación empeora gradualmente para los afectados. El bloqueo de sus intereses se perpetúa y la ausencia de soluciones efectivas genera una situación patológica, caracterizada por la generación de distintas tensiones que no se expresan explícitamente.

Este video lo he utilizado para abrir la clase de Sociología de los Movimientos Sociales en la gran mayoría de las ediciones que tuvo lugar, antes de su desaparición definitiva como consecuencia del nuevo y flamante Plan de Estudios. La elocuencia de la escena es manifiesta. Un grupo de campesinos comparece ante el presidente para manifestar la expropiación de facto de sus tierras. Este les recibe amablemente, poniendo en escena una relación cordial paternalista. Pero el diálogo que se produce es antológico. El presidente reconoce el problema, pero les recomienda una actuación, a sabiendas de que carece de cualquier viabilidad. Les remite a la instancia más inmovilista del sistema de poder: los tribunales. Cuando es interpelado por Zapata, modifica drásticamente el tono, señalando al replicante.

Esta secuencia muestra inequívocamente una cuestión esencial. Se trata de la ocultación de la naturaleza de las estructuras y las instituciones, que favorece unos intereses en contra de otros. De ahí resulta el mensaje a los afectados, que no es otro que el de aceptar la situación y esculpir su conformidad. Para ello ayuda inestimablemente mantener unas dosis altas de fe y esperanza. Seguir el camino marcado por este conjunto integrado de instituciones, significa inexorablemente congelar la situación. La consecuencia de esta aceptación de “la realidad” implica la autodestrucción política gradual de los perjudicados. Su voz es vaciada integralmente, tal y como muestra tan elocuentemente esta escena.

La única alternativa posible es la rebelión. Esta puede adoptar múltiples formas, pero en todas ellas se encuentra presente un factor común. Rebelarse es no aceptar subjetivamente la situación ni los discursos que la respaldan. También comprender que cualquier orden social es esencialmente un equilibrio construido por los actores y sus intereses. Este equilibrio siempre es abierto, es decir, susceptible de ser modificado mediante la intervención de cualesquiera de sus componentes. Rebelarse, entonces, es una disposición interna que se funda en la afirmación de que es necesaria y posible una alternativa al orden instituido.

Zapata representa, precisamente, el arquetipo dela rebelión. Su historia de un viaje complejo hacia el poder y de su retorno a la rebelión, trasciende el contexto histórico de México de principio de siglo XX. Así, deviene en símbolo permanente de la misma. En la clase de movimientos sociales, se establecía un vínculo entre la rebelión de los campesinos en la revolución mexicana, y el aciago devenir de los intereses no representados en las instituciones políticas de la España del siglo XXI. Su exclusión de las instituciones de poder, generaba distintos conflictos sociales que terminaban por ser sofocados por los aparatos institucionales de esta época, que han modificado sus máscaras y sus formas, pero que mantienen incólumes sus rasgos básicos.

En las sociedades avanzadas del siglo XXI, el ejercicio del poder se ha modificado sustantivamente. Las falsas soluciones que se proponen, análogas a las de los campesinos de Morelos, se encuentran respaldadas ahora por formidables maquinarias expertas e factorías iconográficas. La realidad es falsificada de modo más eficaz, y el poder adquiere una forma más benigna. Ahora, en las campañas electorales los candidatos se fotografían con los paisanos y se prodigan como besadores de todas las gentes posibles. Pero, los intereses no representados se perpetúan y experimentan un deterioro manifiesto e impúdico.

Los precarizados, los inmigrantes, la mayor parte de los jóvenes, los inquilinos forzosos, los hipotecados y endeudados, los vecinos de las zonas urbanas deterioradas, los estudiantes eternos en tránsito entre distintos ciclos educativos para alcanzar la categoría final de aspirante a la rotación y la condición de becario, así como otras categorías sociales del conglomerado resultante de la descomposición de la antigua clase obrera industrial. Todos ellos simultanean la condición de no representados de facto en las decisiones políticas, con una expropiación de los discursos acerca de su condición, realizada por los dispositivos expertos que se conforman en torno al nuevo poder.

En esta situación, el espíritu rebelde decae manifiestamente, siendo sustituido por una aceptación de la situación y de su destino intervenido por la concertación entre los falsos representantes en las instituciones políticas, los expertos expropiadores y los profesionales de la comunicación que tejen las narrativas. Así, las tensiones asociadas a la naturaleza de la exclusión política, producen conflictos esporádicos que son reabsorbidos por las maquinarias institucionales. Tras estos, se produce una vuelta a la vida personal caracterizada por la combinación entre una infinita capacidad de adaptación y el arte de la fuga de la realidad social.

En estas condiciones, la rebelión deviene en la única forma pragmática de defensa de los intereses sociales devaluados. Rebelarse, no es adoptar un comportamiento violento,  irracional y teatralizado. Por el contrario, tiene como requisito, en un sistema en el que el poder es tan sofisticado, de estar a la altura del mismo. Implica la firme convicción de que los intereses degradados solo pueden ser defendidos mediante cambios en el orden institucional. De lo contrario, no existe solución. Rebelarse, entonces, es introducir en el ecosistema de comunicaciones, una alternativa que fundamente el crecimiento de un contrapoder efectivo. Con otras formas que Zapata en su tiempo, pero con la misma determinación. Ahora lo que se requiere es la suma de la voluntad de modificar este sistema tan inquietantemente injusto, con una inteligencia colectiva acreditada. Por esta razón, hoy más que nunca ¡Viva Zapata¡

La visión del video ha activado mis recuerdos de las clases de entonces. Recuerdo en especial las sesiones en las que intervenían activistas de distintos movimientos sociales. También en una ocasión en la que los estudiantes se rebelaron y decidieron hacer la puesta en común de trabajos en el hall de la facultad, que era el espacio más adecuado para estar en círculo. Me pregunto irónicamente acerca de las competencias que se podían adquirir en estas sesiones. Mi respuesta es: competencias en el arte de rebelarse, adquiridas precisamente en la institución especializada en la neutralización de pensar, decir y hacer. Recuerdo la rebelión más importante que tuvo lugar en esta asignatura. Los estudiantes decidieron hacer la puesta en común en el hall de la facultad, que era el mejor espacio para estar en círculo. La respuesta del decanato fue inmediata y conminatoria. En una conversación con una autoridad académica que me reprochaba mi falta de autoridad, le dije que estaba encantado de que me hubieran desbordado. La perplejidad se instaló en su rostro en una dimensión infinita.

Muchos de los que habéis habitado esas clases recordaréis que imitaba A Marlon Brando-Zapata, poniendo su misma voz, para refutar las falacias múltiples que pueblan la vida contemporánea. Todavía lo sigo haciendo, ahora en privado.