domingo, 4 de agosto de 2019

NIETZCHE Y LA TURISTIFICACIÓN DE LOS PACIENTES


Paréceme que un enfermo es más irreflexivo cuando tiene médico que cuando se cuida por sí mismo de su salud. En el primer caso le basta con observar estrictamente todas las recetas; en el segundo caso nos fijamos con más conciencia en lo que constituye la meta de todas las recetas, a saber, nuestra salud, observamos más cosas, nos ordenamos. Y prohibimos muchas más cosas que siguiendo las indicaciones del médico. Todas las reglas tienen este efecto: distraer del fin que está tras la regla y volvemos más irreflexivos. Y cómo habría aumentado la irreflexión de la humanidad, hasta llegar a ser algo indomable y destructivo, si alguna vez, considerando a Dios como médico, hubiese dejado en manos de él, con completa honestidad, todas las cosas, según la fórmula que dice: "¡Como Dios quiera! ".
Friedrich Nietzsche

Estas sabias palabras de Nietzche fueron escritas en el siglo XIX, en un contexto muy diferente al del presente. Pero estas representan una certeza incuestionable: La institución-medicina siempre ha implicado una relación mediante la cual el paciente delega en el médico la decisión acerca de la definición y resolución del problema que suscita el encuentro. De este modo, cede su cuerpo para que este sea manipulado por el terapeuta, transfiriendo toda la responsabilidad a este. El estatuto del enfermo implica la aceptación de la prescripción del profesional, acompañada de una pasividad que disuelve toda iniciativa propia. El paciente deviene en un modelo de obediencia a la autoridad profesional, que implica, en parte, la denegación de sí mismo.

Sobre esta relación se asienta una institución inequívocamente autoritaria. La medicina ha sido el modelo ideal de institución disciplinaria. El orden médico implica la obediencia a los mandatos de los galenos. Illich, define certeramente a las profesiones mediante el término “inhabilitantes”. La relación se establece mediante una demanda inicial, tras la cual, el profesional inhabilita de facto al demandante mediante la definición del problema y su respuesta desde sus propias coordenadas expertas. El profano ya no participa en las actuaciones que se derivan de las decisiones médicas, asumiendo el papel de la colaboración pasiva.

Desde los años sesenta del pasado siglo, se viene produciendo una profunda transformación de las vetustas sociedades disciplinarias. Este proceso se funda en múltiples factores y tiene varias dimensiones. Pero un hecho fundamental radica en el intenso desarrollo científico-tecnológico, que tiene como consecuencia la multiplicación de las capacidades de todo el sistema productivo. El efecto de este proceso es la sobreproducción permanente. El sistema produce una enorme cantidad de productos y servicios dirigidos a públicos heterogéneos, que se renuevan incesantemente en plazos temporales cada vez más breves. Vender este formidable repertorio de productos materiales e inmateriales constituye una cuestión crucial para las economías postfordistas.

Así, el mercado despliega un inventario formidable de saberes, métodos, estrategias y herramientas, para cumplir con la finalidad de movilizar a los compradores. El comprador pasa a ser el héroe de la nueva época. El mercado y sus dispositivos organizacionales no lo pueden dejar solo. Es preciso estimularlo, acompañarlo, conquistarlo y supervisarlo. En mis clases de sociología afirmaba que el gran acontecimiento del cambio de época es la eliminación del vendedor y la venta cara a cara. Ahora el comprador, bien acude solo a los lugares donde se encuentran los objetos y los servicios, o estos se hacen presentes en todos los rincones de su cotidianeidad. La persuasión y seducción han trascendido al acto de la compra, para instalarse en la totalidad de la vida del comprador. Los medios de comunicación e internet desarrollan una imponente colonización de la vida. El sistema se puede definir como consumo 24x24 horas.

Desde esta perspectiva, se pueden comprender las nuevas sociedades postdisciplinarias. Estas se fundan sobre la premisa de que no se puede imponer la compra a una persona. Esta solo puede garantizarse mediante el establecimiento de una relación dialógica en la que los ofertantes adquieran la capacidad de materializar su influencia en una relación abierta. Así, el comprador es rehabilitado en todos los discursos. Bajo la máscara de la participación, se esconde un formidable proceso de acoso integral con distintas formas, algunas de ellas amigables .Cada uno tiene que cumplir con la finalidad de sostener un sistema desbocado que produce ininterrumpidamente bienes materiales e inmateriales. Así se construye un poder mucho más productivo en cuanto a sus efectos sobre las personas.

El sistema de movilización total de los consumidores-compradores deviene hegemónico y se transfiere a todas las esferas sociales. También a la asistencia médica. Así, el paciente, un ser social proverbialmente pasivo y dependiente, pasa a ser considerado como un sujeto activo que debe buscar soluciones en la multiplicada oferta sanitaria. Dice Illich que un acto esencial de la dominación de las profesiones, radica en la determinación de las necesidades. Ahora las necesidades se encuentran siempre en expansión, siendo fijadas por la oferta. El torrente terapéutico desborda las patologías convencionales para irrumpir en la totalidad del cuerpo y de la vida. La salud ya no es ausencia de enfermedad, sino la maximización del bienestar personal. La prevención otorga la licencia para multiplicar exponencialmente la asistencia sanitaria, generando un mercado que no tiene techo.

El paciente es un ser social modelado por las distintas instituciones. En este tiempo es un héroe del mercado, un comprador permanente atento a las señales de los dispositivos de la oferta para definir nuevas necesidades, emprendiendo sucesivas secuencias de adquisición de bienes corporales o inmateriales. De este modo contribuye al crecimiento sin fin de la economía. Así trasciende su rol pasivo parsoniano, mediante su fusión con el sistema de necesidades continuamente renovado y expandido por los expertos. Tiene la obligación de estar atento a las señales que emite el mercado acerca de las novedades. Debe acudir al médico en busca de renovados tratamientos y visitas al mercado de expertos y soluciones.

Ciertamente, siguen existiendo numerosos contingentes de pacientes parsonianos convencionales, convocados a las consultas para el tratamiento de sus enfermedades tangibles. Pero, en términos de proceso, se registra la presencia creciente de los nuevos pacientes activos y esculpidos por el modelo de los compradores. Así se redefine gradualmente la demanda sanitaria y los papeles de los agentes que la conforman.  De esta forma se configura la coexistencia de distintas finalidades. Sigue vigente el sentido convencional de atención a las enfermedades, pero, junto a este, emerge el vendaval preventivo y de los mercados asociados, que se integran con los de la remodelación del cuerpo y la consecución de un estándar alto de bienestar, así como la conjuración del riesgo. En este complejo de mercados, no se puede ocultar el imparable ascenso de la constelación psi.

Los médicos van adquiriendo un nuevo papel, el de intermediarios entre el torrente terapéutico y los pacientes. Ellos son quienes confirman los indicios que plantean los pacientes y les inducen a viajar por el laberinto de especialistas portadores de las nuevas soluciones. El sobredimensionamiento de los criterios diagnósticos desempeña un papel primordial para iniciar un itinerario por las vías de varios mercados superpuestos. Los medios de comunicación desarrollan informaciones que presentan coherencias con la nueva finalidad de multiplicar las actividades dotadas de un valor económico muy cuantioso. Las redes sociales actúan como catalizadoras, en tanto que recogen los testimonios de pacientes-viajeros por el laberinto asistencial, en primera persona.

Me gusta explorar este mundo prosaico y hacer excursiones por este laberinto terapéutico. Mi reciente revisión oftalmológica la he realizado en un afamado hospital, beneficiario de este proceso. Así he podido vivir, en primera persona, la nueva jerarquización de los enfermos, según los tratamientos de distintas dolencias clasificados por su valor económico. Un diabético, candidato a una retinopatía, es subordinado al tratamiento prioritario de aquellos que quieren eliminar su miopía, u otras dolencias que implican soluciones quirúrgicas y una carrera terapéutica del enfermo. La sala de espera fue un luminoso espejo del avance de este proceso de redefinición de finalidades en la asistencia médica.

El argumento seguido hasta aquí conduce a la analogía entre distintas esferas de servicios. Por eso me gusta enunciar el postulado de la turistificación de los pacientes. El turismo es un mercado de consumo inmaterial formidable. Se funda sobre la constitución de un arquetipo personal: el turista. Este es un ser social que repite incesantemente viajes fugaces, en los que sus prácticas y condiciones son altamente cuestionables en muchos casos. El turista es capturado por el dispositivo de la oferta mediante una ensoñación. Le venden una experiencia imaginaria, que en muchas ocasiones no se verifica. El producto es tan intangible que la captura del cliente implica la presencia, en algún grado, de la inevitable sugestión.

De la misma manera ocurre en el sector sanitario. El torrente terapéutico incesante, sus voceros y sus escenificaciones, ocultan su verdadera naturaleza. Muchos tratamientos, bien son innecesarios e ineficaces, bien son portadores de daños para los tratados. Se trata de una oferta que se funda en una ensoñación. Sus clientes pueden ser perjudicados severamente por los productos y tratamientos presentados en términos de milagrería. El paciente capturado pretende maximizar su salud mediante acciones que le aproximan al universo de la magia. En muchos casos, se trata de viajes imposibles, no recomendables desde la perspectiva del raciocinio. En mis paseos por las consultas dermatológicas, he visto situaciones insólitas y personas verdaderamente hipnotizadas por rituales oficiados por hechiceros uniformados de blanco y verde.

En este proceso fatal de redefinición de la oferta sanitaria y estimulación de una demanda que tiene componentes de ficción, la atención primaria, entendida como una estructura orientada a la mejora de la salud, es desplazada incrementalmente. Adquiere la condición, muchas veces injustificada, de sospechosa de no colaborar con el rol de agencia de viajes terapéuticos por el laberinto de actividades médicas de alto valor añadido. Su papel queda restringido a atender a portadores de diagnósticos avalados, especialmente al subcontinente de la cronicidad. El acto de mayor profesionalidad de un médico generalista es el de derivar solo en casos extraordinarios.

El proceso de privatización del sistema de salud se funda sobre el postulado de la turistificación de los pacientes. Se trata de hacerlos viajar, de animar a sus derivas en busca de soluciones por el dispositivo asistencial que se referencia en el poder simbólico de lo nuevo y de la magia. Así se conforma otra gran ensoñación en las sociedades del presente. En este contexto se puede comprender la afirmación de Juan Gérvas de que la medicina está penalizando severamente a los ricos en los Estados Unidos.

Vuelvo a las palabras iniciales de Nietzche. Ir al médico hoy es un acto económico, que implica la predisposición a poner tu cuerpo a disposición del torrente terapéutico, que desempeña un papel primordial en la economía. También un acto social, en tanto que significa la adhesión activa a las representaciones de la época. En lo que se refiere a la salud, representa ya una jugada propia del universo de las apuestas múltiples. Puedes ser beneficiario, o perjudicado en distintos grados. Ser reflexivo hoy, implica tener la capacidad de ser autónomo con respecto a la infosfera, que está contaminada por las conminaciones de los agentes de los mercados turísticos, médicos u otros.


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