domingo, 21 de abril de 2019

UNA FUGA SAXOFÓNICA


En el día de hoy mis fuerzas han llegado a su límite. Me siento acosado por una campaña electoral tóxica, en la que la acción concertada de las radios, las televisiones y las redes configuran una realidad mediática opresiva, a la que nadie puede escapar. En todos los lugares llegan los sonidos y las imágenes del acontecimiento mediático total de los denominados debates. Mis sofisticadas estrategias para escapar a esta realidad mediática comienzan a resultar insuficientes.

La campaña es la expresión de la gran infantilización que experimenta la sociedad en el tránsito hacia el neoliberalismo avanzado. Esta regresión es el efecto de la multiplicación de las apariciones de dos docenas de líderes, acompañados por un centenar de expertos y periodistas. En estas tienen lugar efervescencias en las que domina el sentido del juego. Todo puede ser reducido a un juego consistente en apostar quién gana y quién pierde. Los protagonistas ofrecen soluciones en versiones de los bienes públicos reconvertidos en los panes y los peces del milagro bíblico de la multiplicación.

El personalismo de los participantes en el juego llega hasta niveles de verdadero éxtasis. Cada uno se presenta como garante del futuro, ajustándose al guion fatal de este juego. Los mensajes se encuentran cargados de simplicidad y las encuestas representan el estímulo de las apuestas. El público al que se dirigen es el de los contagiados por la pasión de las apuestas. Estos adoptan los comportamientos del campo donde se ha ensayado este juego: el fútbol. Así se configuran las aficiones que respaldan a las estrellas que compiten. Los fervores inducidos por la marcha del juego incrementan las pasiones de los hooligans.

El principio de que el votante es un ser racional que se informa, piensa y decide es trastocado severamente. Los contendientes utilizan los repertorios de métodos y técnicas del marketing y la publicidad. Se trata de encontrar hechos audiovisuales que movilicen las pasiones y emociones de la masa de apostantes. El imperativo central es ganar. La victoria es la única alternativa. En el momento final del desenlace del juego la escenificación de la presentación de ganadores y perdedores culmina todo el proceso. Las propuestas programáticas pasan a segundo plano y las vicisitudes en la formación de gobierno de los ganadores  adquieren un esplendor inusitado. Entonces comienza otro juego.

En esta apoteosis de las apuestas las televisiones desempeñan un papel fundamental. Estas son las que adquieren una relevancia decisiva, en tanto que fijan las reglas y gestionan el ring. Creer que lo que comparece allí son posicionamientos programáticos es una forma encomiable de fe. La concurrencia de los jugadores en un par de horas respondiendo a múltiples preguntas resultantes del desmigajamiento de los programas se subordina a golpes de efecto. Los lenguajes son elocuentes “El minuto de oro” y otras joyas que indican las gramáticas de este evento, en el que lo argumentativo se subordina radicalmente al arte de la seducción por impacto emocional.

Tengo muy claro lo que representa en términos de gobierno el resultado de estas elecciones. Un gobierno de la derecha, convertida en tres personas distintas y un solo Dios verdadero, puede resultar fatal frente al mal menor de las alternativas de la izquierda. Pero soportar una campaña así es imposible. En estos días medito acerca del concepto del totalitarismo. Si este es una realidad que se te impone y te ocupa, lo que estoy viviendo es una forma de totalitarismo mediatizado.

Por eso propongo, en el caso de que alguien quiera acompañarme, una fuga musical. En los momentos de búsqueda de tregua frente a la vida externa sofocante, el saxo ha desempeñado un alivio gratificante. Por eso ahora recupero a Kenny G y al Fausto Papetti de mis años jóvenes. Sus sonidos son justamente lo opuesto que el griterío mediático derivado de la pasión del juego de las elecciones. Los escucho esta mañana en espera de un largo paseo entre los árboles de la Casa de Campo.




sábado, 20 de abril de 2019

EVOCACIÓN DE LA ENTELEQUIA DE EL DORADO


Cinco siglos después del viaje fatal en busca de El Dorado, capitaneado por López de Aguirre y Pedro de Ursúa, tiene lugar su (pen)última evocación, que adquiere la naturaleza de una entelequia que se apodera de una campaña electoral. Los códigos imperantes siguen siendo los mismos, en tanto que se persigue un bienestar mitológico que es menester encontrar, en tanto que, al igual que los primeros expedicionarios- soldados mercenarios, sirvientes indios y esclavos negros- tienen que asumir grandes sacrificios en espera del futuro idealizado. Entretanto, los capitanes protagonizan cruentas luchas por la preponderancia en tan sublime misión.

En tanto que se conforma un nuevo episodio de crisis en el horizonte, que amenaza a los esperanzados expedicionarios  del presente, todos se zambullen gozosamente en la entelequia perfecta que se funda en la convicción de que el crecimiento es eterno y que este tiene la capacidad de redistribuir por sí mismo los bienes múltiples. Esta quimera oculta las señales inequívocas de crisis civilizatoria que se muestran en un variado repertorio de acontecimientos críticos. La cuestión fundamental radica en el hecho de que la revolución tecnológica determina un sistema productivo que solo necesita una pequeña parte de la población. Todos los subsistemas sociales son afectados letalmente por esta realidad.

Pero en la burbuja política y comunicativa de la entelequia perfecta no es posible introducir las cuestiones esenciales. El clima de confrontación entre los capitanes de la nueva expedición al nuevo El Dorado, contagia a los esforzados expedicionarios de todas las clases. Todos son seducidos por las fantasías de este viaje, que terminan por ser mentiras confeccionadas en las máquinas de la comunicación fundadas en la prodigiosa tecnología. En esta euforia colectiva es imposible introducir cualquier reflexión crítica, en tanto que quien lo haga es radicalmente expulsado a las tinieblas exteriores a la entelequia perfecta.

Así los mitológicos debates a celebrar en los próximos días se conforman como una ceremonia que tiene el don de la multiplicación de las tautologías y las ensoñaciones. Lo que se dirime es quien capitaneará la nave hasta el siguiente puerto. El problema de esta expedición es que exige sacrificios crecientes de una parte cada vez mayor de la población. La sociedad neoliberal avanzada instituye una confrontación permanente entre los menos dotados para poder alcanzar una posición ventajosa. Lo que se identifica como advenimiento de la extrema derecha, no es otra cosa que la instauración de conflictos perversos entre las capas sociales más desfavorecidas.

El problema de fondo es el proyecto. Sin cuestionar el mito del nuevo El Dorado no es posible impedir la marcha hacia una situación colectiva en la que se intensifiquen los accidentes y  se multipliquen sus efectos. Solo pensando las situaciones en términos de sistema-mundo es posible recuperar la capacidad de diagnosticar los problemas. Pero en esta entelequia perfecta del crecimiento sin fin no tiene cabida la inteligencia. No es de extrañar que sean los magos de la comunicación los que se hacen con las riendas de la expedición fatal.

Este video de una película maldita de Carlos Saura es paradigmático. Cinco siglos antes ya estaba escrito el núcleo duro del guion.



domingo, 14 de abril de 2019

LAS CAMPAÑAS ELECTORALES Y LAS ENCUESTAS EN LA PERSPECTIVA DE JESÚS IBÁÑEZ


La campaña electoral permanente tiene efectos insufribles sobre mi persona.  Los mensajes y las puestas en escena parecen haberse diseñado para los espectadores identificados con las reglas de este acontecimiento mediático. La verdad es que la inteligencia brilla por su ausencia. Cada cual se dirige a los contingentes de personas fabricadas en el largo proceso de asentamiento de este espectáculo. Los identificados con los partidos-producto se definen por su fe encomiable. Una pintada que se mantuvo varios años en un servicio de mi facultad rezaba así: “fe ciega. Firmado: ciegos con fe”.  Esta frase sintetiza perfectamente la intensificación de los flujos de mensajes que definen una campaña electoral, que apelan a la fe de los receptores, invitando a abstenerse a cualquier atisbo de inteligencia.

Las campañas electorales han experimentado un proceso manifiesto de degradación con el paso de los años. Ahora alcanzan el cénit mediante la multiplicación de los discursos-ensoñaciones de los líderes de cada marca y la proliferación de las actividades mediáticas dominadas por retóricas guerreras. Lo visual reina en este mundo ficticio de las campañas electorales. Me fascina escuchar que tal presidente norteamericano perdió las elecciones porque sudó en el gran debate televisado. Se trata de la apoteosis de la comunicación no verbal que sustituye al discurso.

Este espectáculo se funda en una idea falsa. Esta es la del ciudadano racional que busca la información, piensa, delibera y decide. Esta falacia es radicalmente desmentida por las estrategias comunicativas de los partidos, que buscan la activación de identificaciones y emociones que se alejan del racionamiento. Los videos de última generación que utilizan los contendientes son elocuentes. La movilización electoral se produce según el modelo de la futbolización, en la que lo importante es reforzar la identificación delas bases de cada cual, transformando a los otros en enemigos manifiestos. La infantilización es espeluznante. En este contexto es imposible introducir ningún interrogante.

En este acontecimiento destacan dos de sus componentes esenciales: Los debates televisados y las encuestas. Así se produce la emergencia de dos tipos de expertos que acaparan el protagonismo de las campañas: Los comentaristas y moderadores de los “debates” y los especialistas en encuestas. En ambos casos alcanzan un rango equivalente al de auténticos brujos de la tribu. En el presente incierto adquieren la forma de gurús que hacen pronósticos, fijando el contexto comunicativo en el que se insertan los comentarios de esta activada fábrica de la charla postmediática. 

Por esta razón recupero un artículo de Jesús Ibáñez publicado en 1982 en El País. Es un texto que el paso del tiempo ha otorgado un valor mayor. También un indicador del deterioro de la democracia, en tanto que en el espacio público ha desaparecido el pensamiento crítico. Hoy sería impensable su publicación en este medio. Su título es esclarecedor “Un sujetador para sujetar a los sujetos”. En unos días subiré aquí una reflexión sobre este matrimonio campañas electorales/encuestas. Comparto la afirmación de que esta pareja feliz impulsa que la gente se sienta cada vez más libre, cuando, por el contrario, cada vez se encuentra más sujetada. Este texto tiene un valor histórico incuestionable en tanto que responde a la pregunta ¿qué pasó entre 1982 y 2019? La emergencia del pasado simbolizado en el auge de Vox es paradigmática.



TRIBUNA: TEMAS PARA DEBATE / LAS ENCUESTAS ELECTORALES
Un sujetador para sujetar a los sujetos
                                                             JESUS IBAÑEZ
                                                                  3 OCT 1982
La proximidad de las elecciones legislativas promueve, como en las vísperas de otros comicios, la publicación de sondeos de opinión que pretenden trazar de antemano un panorama de lo que pueden ser los diferentes destinos de los votos. Esta práctica, en principio presentada como una mera cala en lo que en un momento determinado es la situación de la opinión pública, ha sido frecuentemente estimada en los últimos tiempos como un elemento capaz de influir en la decisión de los electores ante las urnas. En el debate que presentamos hoy, un profesional, Ginés Garrido, con amplia experiencia en estos sondeos y un sociólogo,- Jesús Ibáñez, autor de un libro considerado "subversivo" con el título de Más allá de la sociología, enfrentan sus opiniones sobre la neutralidad o los grados de determinación que una encuesta, desde el momento de ser formulada hasta la publicación de sus resultados, tiene sobre las actitudes del electorado en el momento de depositar el voto.

Para valorar las encuestas electorales debemos hacer dos preguntas: ¿en qué medida prevén el comportamiento electoral? y ¿en qué medida lo determinan? La respuesta, como veremos, será única: la medida en que prevén el comportamiento electoral es la medida en que lo determinan (pues sólo es previsible lo que está determinado).Hay dos modos de determinación y, por tanto, dos modos de previsión. En sistemas mecánicos o de simplicidad organizada, como el sistema solar, está determinado el comportamiento de cada elemento (planetas, satélites) y el comportamiento del conjunto; por eso es posible prever con exactitud la hora de la salida del sol o el momento de un eclipse. En sistemas estadísticos o de complejidad no organizada, como una serie de lanzamientos de dado, no está determinado el comportamiento de cada elemento (no podemos prever qué cara saldrá cada vez), pero está determinado el comportamiento de conjuntos (podemos prever cómo se distribuirán los conjuntos de salidas de cada cara). Una medida de la complejidad es la libertad de los elementos en relación al todo: es mínima en los sistemas mecánicos (son meras piezas del mecanismo) y es máxima en los sistemas estadísticos (son independientes y autónomos).

En ambos casos, el observador que prevé y en relación al cual se define, la determinación es exterior al sistema: observa sin manipular, es un espectador.

El sistema social en el que sucede el comportamiento de voto no se adapta a ninguno de los dos modelos: es una complejidad organizada. Los elementos -personas- son, en parte, libres, y en parte, están ligados. Lo que se puede expresar diciendo que son sujetos: sujetos (sujeto de la enunciación es el que habla o hace preguntas) y sujetados (sujeto del enunciado es el que es hablado o se limita a responder). De esta paradójica condición de sujetos / sujetados extraerán la potencia de su libertad, pues serán sujetos en la medida en que reflexionen sobre los sujetadores que los sujetan, pensando cómo son y actuando para transformarlos. Las personas que son elementos del sistema social están abiertas a la información y pueden aprender: si son sometidas a las mismas condiciones a. las que fueron sometidas anteriormente pueden actuar de modo no idéntico. La libertad no consiste sólo en elegir entre las posibilidades dadas, sino también, y sobre todo, en producir nuevas posibilidades. En una dictadura, la libertad es de nivel cero: lo toma; ni siquiera nos dan opción a dejarlo. En una democracia formal, la libertad es de nivel uno: libertad restringida de responder o elegir dentro de un conjunto cerrado de alternativas dadas, votar por uno de los candidatos o listas y no hacer otra cosa que votar. En la democracia real, la libertad sería de nivel dos: libertad generalizada de preguntar o elegir las elecciones, preguntar por qué no se puede hacer otra cosa además de o en vez de votar, participar en la producción de las alternativas que en la democracia formal se imponen como dadas.

Desde la perspectiva de los que mandan (manipulan) deben prever el comportamiento de los mandados, sin que estos puedan prever el suyo. Desde la perspectiva de los mandados deben obedecer sin saber que obedecen, cumplir las órdenes olvidando que se las han dado y olvidándose de que se han olvidado.

La encuesta estadística simula una realidad que no es la realidad, y al simularla, la realiza (la convierte en real). La realidad verdadera es que detrás de los elegidos hay poderes de hecho o fácticos y de derecho o ideológicos (un batir de sables o un revolotear de sotanas al fondo); que los electores sólo eligen entre los que han sido preelegidos -organización burocrática de los partidos- y bajo presión -publicitaria-; que los dados están cargados (hay que poner más impulso para votar por el cambio que para votar por la continuidad; hay un camino a la izquierda y un camino a la derecha, pero el que vota a la izquierda teme que eso le pueda costar un día de cárcel o el infierno -eso es el voto del miedo-). La realidad verosímil es que todos somos iguales; que entre todos decidimos lo que será mejor para cada uno y para el conjunto, y que cada uno es libre al decidirlo (que el orden burgués no es lo que es el orden burgués, sino lo que la ideología burguesa dice que es el orden burgués). El dispositivo de encuesta no es la misma cosa para los que mandan y para los mandados. Para los que mandan es una fábrica que produce efectos: manipular a los mandados o controlar el efecto de otros dispositivos de manipulación (el efecto de tal promesa electoral, del tal poster, de tal coalición, de tal desembarco de notables, en las listas). Para los mandados es una escena que produce afectos: los liga afectivamente a sus representantes -con los que se identifican, perdiendo la propia identidad-, implanta en ellos la creencia de que mandan sobre los que mandan. Los que mandan, la producen como si el sistema social fuera un sistema mecánico: tal causa produce tal efecto, tal factor produce tal producto; si hago esto o digo esto pasarán a votarme (los mandados no son libres). Los mandados, la consumen como si el sistema social fuera un sistema estadístico: cada uno vota incondicionalmente a quien quiere (los mandados son libres).

Las encuestas, como las elecciones -porque se basan en un presupuesto lógicamente contradictorio-, producen un efecto paradójico: contribuyen a que los ciudadanos sean cada vez menos libres y se crean cada vez más libres. La encuesta electoral es una metáfora de las elecciones; ambos dispositivos son semejantes: elegir dentro de un conjunto cerrado de respuestas / candidatos o listas. Pero es también una metonimia: ambos dispositivos están desplazados en el espacio, pues no es lo mismo hacer hoy una cosa (votar) que decir lo que uno haría si lo fuera a hacer hoy, y en el tiempo, pues no es lo mismo lo que uno dice hoy que haría que: lo que uno dirá mañana que haría (entre hoy y mañana sucederán cosas, y uno puede informarse de las cosas que suceden). Hay una diferencia entre hacer y decir lo que se haría: el decir compromete menos de hecho que el hacer (no es lo mismo predicar que dar trigo), pero compromete más de derecho (el bien y el mal dependen de palabras, de dictados que generan prescripciones y / o interdicciones que generan proscripciones; no es lo malo ser rojo, sino que a uno le llamen rojo) y, en este sentido, contribuyen a ligar el hacer por el decir, de modo que, aunque uno haga el mal (seguir el camino siniestro o torcido, o votar al candidato de la izquierda), dirá que haría el bien (votar al candidato de derechas, o diestro, o recto y seguir el camino de la derecha). Hay una diferencia entre decir hoy y decir mañana (lo que se dice hoy compromete lo que se dirá mañana), porque implica una promesa, y en este sentido contribuye a anticipar literalmente el futuro: que todo quede decidido hoy para que no haya ningún mañana. La historia queda escrita antes de que suceda; el curso de la historia queda encerrado en el discurso de la historia. Un sujetador es una metáfora de lo que sujeta, tiene una forma semejante, y también una metonimia no tiene exactamente la misma forma: contiene información y transforma la forma de lo que sujeta, corrigiendo alguna malformación. Los sujetadores moldean en el espacio o modulan en el tiempo el ser por el deber ser, la realidad por la idealidad. Son modelos, y quitarlos, dejar la realidad al desnudo o el ser en libertad es obsceno. La información que producen las encuestas no se distribuye entre todos. La mayoría no se publican y la información se acumula en la cúspide para que los que mandan puedan seguir manipulando a los mandados. Aunque se publiquen, la mayoría de los ciudadanos carece de competencia para integrar la información que contienen; las consumen religiosamente, pasan de ellas porque no creen en ellas, o creen en ellas a pies juntillas y aceptan como ya a sido el futuro que anuncian. Así se produce el voto útil o deseo de contarse entre los ganadores, así se imponen las opciones mayoritarias y se disipa la fuerza potencial de las minorías.

Las encuestas inciden retroactivamente sobre las prácticas políticas. Ya no se trata de ganar para realizar un programa de gobierno; el programa de gobierno está calculado para ganar; lo importante es ganar, el poder por el poder. Un buen político es el que se pliega a lo que los resultados de las encuestas dictan, el que carece de voluntad política. El círculo se cierra.

Alguien ha dicho que la democracia (formal) es el peor de los regímenes políticos, con la única excepción de todos los demás. La articulación encuestas / elecciones es, técnica e ideológicamente, necesaria en este régimen; de nada sirve revolverse contra las encuestas. Ambos dispositivos, encuestas y elecciones, fueron en su origen dispositivos de apertura.

Las preguntas que nos hacían los entrevistadores antes de que pudiéramos votar constituían un ensayo en laboratorio de la democracia (cómo se ensanchó el mundo para el primer ciudadano al que le preguntaron si creía en Dios o no, si era monárquico o republicano, cuando le dieron opción a decir no). Pero son dos dispositivos limitados; sus límites se cierran sobre las aperturas que produjeron y bloquean otras aperturas posibles. Ahora se trata de subvertir o traspasar esos límites.

La democratización posible de la encuestas articula dos operaciones. Una operación de nivel uno: distribuir entre todos las informaciones que producen. Una operación de nivel dos: desarrollar la competencia crítica de los ciudadanos para integrar esa información. En las operaciones, publicando resultados o promoviendo debates, está EL PAIS.

Si no podemos quitarnos el sujetador, podemos recobrar la condición de sujetos sujetándole.


Jesús Ibáñez es profesor de Técnicas de Investigación Social en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de octubre de 1982


jueves, 11 de abril de 2019

MADRID


Una de las secciones de este blog es “la ciudad que habito”. Mis largos años en Granada me proporcionaron vivencias y sensaciones ambivalentes. La falta de correspondencia entre las representaciones de la ciudad que se registran en los medios locales y las realidades  vividas fueron el estímulo para narrar mis perplejidades. Inmediatamente después de mi jubilación abandoné la ciudad para vivir en Madrid. La verdad es que con el paso del tiempo me invade una extraña nostalgia por Granada. No tenía intención de escribir sobre Madrid,  pero mis derivas buscando los restos enterrados de mi infancia y adolescencia, me han alentado a exponerlas.

Madrid es un gigantesco espacio en el que cabe diferenciar tres niveles diferentes que se ensamblan mutuamente. El primero es su superficie, en la que se concentran los habitáculos de sus moradores, los edificios que albergan las distintas actividades y las vías que soportan sus desplazamientos en sus cabinas móviles. El segundo se localiza en el subsuelo, en donde una red de túneles aloja las vías del metro, que facilita las idas y venidas de los cuerpos de tan activos urbanitas. Por último, el espacio aéreo que conforma la nube que hospeda la comunicación virtual de cada cual con los suyos. De esta complejidad resulta un sistema de comunicaciones que debilita la relación de proximidad física. La antaño plaza pública, que es un sistema de apoteosis de las miradas y las conversaciones, se desvanece en los espacios en los que concurren los cuerpos de aquellos que incesantemente se polarizan en sus pantallas personales comunicando con los suyos ubicados en el más allá.

En este contexto se produce la explosión del concepto antropológico de no lugar, enunciado por Marc Augé. La vida de la gran mayoría es un tránsito incesante entre no lugares. El tiempo se reapropia de una existencia dominada por trayectos entre el trabajo, el consumo y el ocio, así como las relaciones amistosas y de cuidados. El resultado es la multiplicación de lugares carentes de valor alguno. De este modo la ciudad se convierte en facilitadora de desarraigos múltiples. Los lugares que adquieren valor en cuanto a sede de relaciones sociales son aquellos que albergan los consumos masivos, que ahora son constituidos por las industrias del ocio. Los lugares dotados de un pasado social son reconstituidos para ser explotados como actividad turística para los visitantes. Así se constituye la calle como lugar de paso de una multitud ausente y desconectada del espacio, que rota incesante y automáticamente, atenta a las exigencias de su pequeña pantalla individual.

La ciudad vigente es una extraña a aquella que recuerda  mi memoria. El viejo Madrid de mi adolescencia era una ciudad con una vida considerable en las calles. Ahora es un espacio determinado por la nueva deidad del mercado del trabajo y del consumo,  lo que se ha denominado como consumópolis. Los espacios urbanos son monopolizados por las gentes en eterna rotación. En los últimos cuarenta años ha operado un proceso profundo y sólido de reestructuración mercantil, en la que el valor de los suelos ha convertido a estos en una mercancía camaleónica. La segmentación del territorio tiene como consecuencia la divinización de la movilidad, que privilegia a las máquinas mecánicas en las que los urbanitas transitan entre suelos especializados, así como facilitadoras de las huidas al exterior en las pausas de los fines de semana.  

El proceso de transformación de la ciudad se ha caracterizado por su opacidad radical. Tras los discursos del complejo de expertos que conforman eso que llaman “urbanismo” ocultan el dominio absoluto de la razón mercantil. En este sentido este es un proceso marcadamente autoritario, en el que los distintos agentes involucrados actúan condicionados por el déficit esencial de información. Lo que se constituye es un proyecto subordinado a los intereses de los señores del suelo. Así la red de edificios, vías e infraestructuras que articula el territorio y lo segmenta, según la ley de hierro del valor de los suelos, está subordinada a un proceso de decisiones ubicado en el más allá de las instituciones supuestamente representativas.

La ciudad actual es un espacio por el que transitan distintas multitudes que se hacen y deshacen incesantemente, en las que cada uno es indiferente a los demás, en tanto que es portador de su sistema de relaciones personales. En el interior de esta extraña masificación proliferan las reservas especializadas de buena vida. Estas son las configuraciones sociales formadas por personas que comparten prácticas de vivir. Estas son múltiples y son las que hacen gratificante la ciudad para muchos de sus pobladores. Aquí radica el punto fuerte de Madrid, la existencia de múltiples mundos sociales que tienen lugar para públicos con afinidades y en espacios no accesibles para los rotantes. Una formidable red de bares, restaurantes, cines, teatros, edificios que albergan actividades sociales y culturales de distinta índole, así como espacios privados. La vida social intensa de los protagonistas de las reservas de buena vida contrasta con la mecanización de la vida de la mayoría de los rotantes, devorados por sus conminaciones cronógrafas y sus limitaciones sociales. Los mundos sociales vivos son invisibles para la gran mayoría. En este sentido la ciudad es un laberinto de efervescencias y secretos.  

Pero el Madrid del presente es una ciudad más que paradójica. La estructura sistémica que se sobrepone a todo lo demás es el sacrosanto mercado de trabajo. Este es el factor de atracción principal. Su naturaleza actual determina que una gran parte de sus devotos súbditos rotan por sus puestos disponibles. De este modo se implementa la gran rotación laboral que mueve la ciudad según el principio enunciado por Mateo de “muchos los llamados pero pocos los escogidos”. La multitud que puebla el metro se corresponde con las vicisitudes de esta misteriosa institución del mercado del trabajo. En ella confluyen los que ocupan trabajos fijos; los temporales precarizados de todas las condiciones; los buscadores de empleo que pasan la vida haciendo méritos; la galaxia de la formación permanente; los estudiantes eternos;   las poblaciones múltiples del trabajo coaccionado; los desechados que no se han rendido definitivamente y los numerosos ocupados en los cuidados. Un vagón del metro es un verdadero experimento social que sintetiza la heterogeneidad inducida por el mercado de trabajo.

La constricción de esta divinidad convierte en una quimera a los acumulados en espera de su ubicación y también a los que se encuentran en situaciones provisionales. Así se conforma un malestar sordo que se expresa sutilmente en todos los escenarios urbanos. Los inmovilizados por esta estructura sistémica esperan pacientemente, compensando ese estado de prórroga mediante un rico repertorio de evasiones y fugas. La ciudad deviene en un contenedor de pacientes candidatos a ocupar una posición estable.  Así se conforma una ensoñación colectiva de baja intensidad que remite al azar como factor de éxito. Quizás el auge espectacular del juego se relacione con esta cuestión.



La gran multitud acumulada en la antesala y circulación del mercado de trabajo deviene en una masa  habitacional que es expoliada por el complejo de los mercaderes del suelo. Así se conforma un ejército de reserva habitacional que ampara la escalada de los precios de las viviendas. El mercado de la vivienda se articula con el del trabajo para reconfigurar la ciudad mediante el desplazamiento de las poblaciones frágiles hacia las periferias a favor de los turistas que se asientan sobre la los espacios que configuran la imago turística de la ciudad.

De estos procesos resulta la explosión de dos factores que en el caso de Madrid son especialmente relevantes: El afán de lucro monumental y la expansión prodigiosa de la seguritización. Cada metro cuadrado es objeto de múltiples proyectos pilotados por el complejo del lucro. Y todos los factores considerados hasta aquí generan miedos colectivos que se resuelven en la divinización de la seguridad. Estos temores invaden toda la vida colectiva, y sumados a la severa individualización derivada de los móviles producen un espacio urbano entendido como lugar de encuentros entre extraños, ahora convertidos en sujetos peligrosos. Aquí radica una de las involuciones más radicales asociadas al tiempo presente.

En mis tiempos mozos, en las noches calurosas de junio me despedía de Carmen en Colón. Desde allí cada uno regresaba a casa caminando. Nunca sucedió nada. En mis paseos nocturnos me impresiona mucho encontrarme con alguna mujer que cambia de acera al sentirse amenazada por mi presencia. Lo más fuerte que me ha sucedido fue en una de mis incursiones a las periferias. Una mañana luminosa de otoño salí de la estación de metro “Rivas Futura”, en Rivas Vaciamadrid. Mi intención era explorar caminando a pie la zona. Al salir me encontré con el paisaje de periferia. Grandes bloques de viviendas aisladas, nudos de carretera pobladas de automóviles, distintos enlaces y pasarelas adornados por simulaciones de jardines y carriles bici. En las aceras no había ninguna persona.

Mi estrategia en estos paseos es ponerme un objetivo para construir un camino. En este caso fue una tienda de muebles “Conforama”. En unos minutos me encontré con una mujer joven que venía por la acera con un coche de niño en el que se encontraba su bebé. Me dirigí a ella preguntando por la tienda. En ese momento, comenzó a correr con el coche del niño sin contestarme. Seguí mi camino mascullando palabrotas contra los medios y las apoteosis de la seguridad. Me decía a mí mismo: Juan no puedes aceptar ser un sospechoso, no. Pero, al mismo tiempo, este acontecimiento expresa nítidamente el espíritu de la ciudad en este tiempo. Invoqué a Richard Sennett varias veces.

Solo en el interior de las configuraciones  sociales de la vida buena es posible la relación cordial cotidiana. En el exterior de estas, en el nuevo espacio urbano del mercado de trabajo y los consumos estandarizados rige la razón de las multitudes rotantes y sus desiertos comunicativos. En este espacio público no es posible ninguna relación amable. Cuando llegué a Conforama confirmé que se encontraba inserta en un complejo comercial que se configuraba en torno a un centro que se llamaba Plaza. Por él deambulaban seres ausentes concentrados en sus smartphones. La jornada terminó con mi regreso al Retiro y mi zona de refugio que he construido laboriosamente. Madrid.







viernes, 5 de abril de 2019

LA GESTIÓN POLÍTICA DE LOS HABITANTES DE LOS FRAGMENTOS COMUNICATIVOS VIRTUALES


En varias ocasiones he presentado textos de Tiqqun en este blog. Vivo intensamente la demolición del pensamiento contemporáneo mediante su readaptación a los medios de comunicación y las industrias culturales. La incapacidad para comprender los procesos que operan en este tiempo es manifiesta. En esta situación proliferan las teorizaciones fragmentarias de todo a cien que caracterizan a los analistas simbólicos omnipresentes en el espacio público-mediático y pseudoacadémico. La emergencia de Tiqqun constituye una excepción clamorosa. Sus textos contribuyen a recuperar los discursos críticos respecto a un sistema que pretende hacerse opaco a las miradas de los expertos que detentan el monopolio de la voz en los escaparates de la fábrica de la charla.

Lo que se puede definir como nueva sociedad postmediática alcanza su madurez en estos años. Las pantallas primero ocuparon los cuartos de estar de las viviendas para expandirse a los bares y otros lugares de uso colectivo. La informatización recombinó las pantallas de la televisión con las de uso individual, creando las condiciones para una fragmentación inédita. El advenimiento del Smartphone y la 2.0 representa un salto gigantesco de las pantallas que se instalan en toda la vida. Cada persona construye su burbuja relacional y vive conectado a ella las 24 horas. La tecnología hace posible la liberación del lugar en que se encuentren localizados.

Toda la sociedad experimenta una transformación colosal que se puede sintetizar en la multiplicación de los mundos virtuales frente a la decadencia de un número cada vez mayor de los lugares físicos como sedes de las relaciones. De esta revolución digital nace un nuevo poder majestuoso, una nueva sociedad ultrafragmentada y un nuevo sujeto desanclado de los lugares e hiperconectado y dependiente de su burbuja relacional virtual. Aún a pesar de que los cambios son reconocidos uno a uno, el resultado en términos de la reestructuración social resultante permanece en estado de semialfabetización.. Prevalece el optimismo de cada sujeto usuario que puede componer su burbuja relacional y gestionarla, así como la adhesión de muchas personas críticas, fascinadas por las ventajas de sus conexiones a tiempo real con sus homólogos.

En varias ocasiones me han preguntado en alguna intervención pública el porqué de no estar en las redes sociales. Mi respuesta remitía a que si en twitter Sergio Ramos tiene 16 millones de seguidores, este no es el sitio adecuado para mí. Cuando hace un par de años abrí una cuenta, algunos amigos me preguntaron por mis razones. Mi respuesta sigue siendo la misma: estoy experimentando mi insignificancia determinada por el exiguo tamaño de mi fragmento en relación a los que detentan los privilegiados mediatizados. Las escalas son elocuentes y no admiten ninguna discusión. Habitar mi fragmento me puede aliviar la insignificancia, proporcionándome alguna gratificación comunicativa en ocasiones solemnes, lo que se contrapone a la inmensidad de los fragmentos que conforman mi exterior, de los que me encuentro separado por unas fronteras tan consistentes como aquellas que mitológicamente se denominaron como “telón de acero”.

Por esto presento un fragmento del libro del Comité Invisible “Ahora”, publicado en Pepitas Ed. Se trata de un texto lúcido acerca de la composición de la nueva sociedad y sus mitologías. Su valor reside en la lucidez con la que define la fragmentación virtual acompañada por la desconexión con lo real-vivo.  De ahí nace un nuevo poder digital que opera maximizando la lógica de la hiperconexión en la fragmentación, acompañada por la desterritorialización que constituye a las personas como entes flotantes.

El <<encapsulamiento>> no constituye solo una técnica de guerra psicológica que las fuerzas de seguridad francesas han importado tardíamente de Inglaterra. El encapsulamiento es una imagen dialéctica del poder actual. Es la figura de un poder despreciado, deshonrado, que lo único que hace ya es retener a la población en sus redes. Es la figura de un poder que ya no promete nada y que no tiene más actividad que echar el cerrojo a todas las salidas. Un poder al que ya nadie se adhiere positivamente, del que cada cual trata de fugarse a su manera, y que no tiene otra pavorosa perspectiva que la de mantener en su estrecho seno todo aquello que incesantemente se le escapa. Dialéctica, la imagen del encapsulamiento lo es porque también reúne aquello que tiene vocación de encerrar. En ella se producen encuentros entre aquellos que tienen vocación de desertar. (pag. 35)

De un lado está el programa de restauración fascistizante de la unidad, del otro está el poder mundial de los mercaderes de infraestructuras: lo mismo Google que Vinci, igual Amazon que Veolia. Quienes crean que es o bien el uno o bien el otro. tendrán los dos. Pues los grandes constructores de infraestructuras tienen los medios de aquello de lo que los fascistas no tienen más que el discurso folclórico. Para ello, la crisis de las antiguas unidades es ante todo la oportunidad de una nueva unificación. En el caos contemporáneo, en la disgregación de las instituciones, en la muerte de la política,  hay un mercado perfectamente rentable para las potencias infraestructurales y los gigantes de Internet. Un mundo perfectamente fragmentado sigue siendo por completo gestionable cibernéticamente. Un mundo fraccionado es incluso la condición de la omnipotencia de quienes gestionan sus vías de comunicación. El programa de tales potencias consiste en desplegar, detrás de las fachadas agrietadas de las viejas hegemonías,  una nueva forma de unidad, puramente operativa,  que no tenga que preocuparse por la fastidiosa producción de un sentimiento de pertenencia siempre vacilante,  sino que por el contrario sea capaz de operar en lo «real»,  reconfigurándolo. Una forma de unidad sin límites y sin pretensiones,  que prefiere construir bajo la fragmentación absoluta  el orden absoluto. Un orden que no pretende nunca fabricar una nueva pertenencia fantasmática,  sino que se contenta con proveer, mediante sus redes, sus servidores, sus autopistas, una materialidad que se impone a todos incuestionablemente.  Ninguna otra unidad ya salvo la uniformización de los interfaces,  de las ciudades,  de los paisajes; ninguna otra continuidad salvo la de la información. La hipótesis de Silicon Valley y de los grandes mercaderes de infraestructuras es que ya no hace falta fatigarse poniendo en escena una unidad de fachada: ellos pretenden crear la unidad en el mundo mismo,  incorporada a sus redes,  fundida en su cemento. Es evidente que no nos sentimos miembros de una «humanidad Google»; pero esto le viene muy bien a Google siempre y cuando nuestros datos le pertenezcan. En el fond,  por poco que aceptemos vernos reducidos a la triste condición de «usuarios»,  todos pertenecemos a la nube,  que no tiene necesidad alguna de proclamarlo. Dicho de otro modo: por sí misma la fragmentación no nos previene contra una tentativa de reunificar el mundo por los «gobernantes de mañana»: para ellos es incluso la condición y la textura ideal. Desde su punto de vista,  la fragmentación simbólica del mundo abre el espacio de su unificación concreta. La segregación no se opone a la configuración de redes; le ofrece,  por el contrario,  su razón de ser. La condición del dominio de los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) es que los seres, los lugares, los fragmentos de mundo continúen sin tener contacto real. Allí donde los GAFA pretenden «vincular al mundo entero», lo que hacen por el contrario es trabajar por el aislamiento real de cada uno. Inmovilizar los cuerpos. Mantener a cada uno recluido en su burbuja significante. El golpe de fuerza del poder cibernético consiste en procurar a cada uno la sensación de tener acceso al mundo entero cuando en realidad cada vez está más separado de él, de tener cada vez más «amigos» cuando cada vez es más autista. La multitud serial de los transportes colectivos siempre fue una multitud solitaria, pero nadie transportaba consigo su burbuja personal, como ocurre desde que aparecieron los smartphones. Una burbuja que inmuniza contra todo contacto, además de constituir un perfecto soplón. Esta separación querida por la cibernética se dirige de manera no fortuita hacia la constitución de cada fragmento como pequeña entidad paranoica, hacia un proceso de deriva de los continentes existenciales en el que el extrañamiento que reina ya entre los individuos de esta «sociedad» se colectiviza ferozmente en mil pequeños agregados delirantes. Contra esto, hay que salir de nuestra casa, ir  al encuentro, echarse al camino, trabajar en la ligazón conflictiva, prudente o feliz, entre los pedazos de mundo. Hay que organizarse. Organizarse verdaderamente nunca ha querido ser otra cosa que amarse.)pags.50-53)