jueves, 22 de noviembre de 2018

LA CORROSIÓN DEL CONFLICTO CATALÁN


El conflicto catalán es especialmente doloroso desde mi perspectiva personal. Cataluña se encuentra presente en mi memoria. En los años setenta, el lema de “Libertad, Amnistía, Estatut de Autonomía” sintetizaba los anhelos de toda una generación crítica con el franquismo. Al mismo tiempo, Barcelona se constituyó en el emblema de una modernidad alternativa al atraso político y cultural vivida en este tiempo. Con el paso de los años, las instituciones políticas del postfranquismo, que parecían haber contribuido a la solución de la diferencia catalana,  han mostrado su paulatino deterioro, transfiriéndolo al conjunto de la sociedad. La explosión del conflicto abierto culmina un período de declive en todos los órdenes, que a día de hoy, adquiere rasgos verdaderamente patéticos.

En los últimos días el congreso de los diputados ha sido el escenario de un reality político insuperable. La vida de esta instancia ofrece un espectáculo a las cámaras, que es congruente con las instituciones-partidos y los actores que se encuentran instalados en él. La trifulca no es un hecho aislado, sino la continuación de la escenificación de un conflicto creciente entre los que pujan por el gobierno. El problema de fondo radica en la apoteosis de la cultura que convierte al gobierno en el premio, asignando a la oposición de un papel de vencidos, que tiene como consecuencia la negación de facto de su función. Lo que se escenifica transversalmente allí es la burla de los vencedores y la rabia de los vencidos.

Decía la presidenta del Congreso que esta es la “casa de la palabra”. Esta piadosa definición oculta la verdad. Esta es una instancia en la que concurren distintas facciones en pugna por el gobierno. Estas se referencian en el éxito, que es ganar las elecciones, y toda la inteligencia se agota en planificar las jugadas para conservarlo y renovarlo. Esta contienda adquiere formas que privilegian las tácticas y las representaciones dirigidas a los votantes, que constituyen la referencia de la videopolítica. Desde esta perspectiva se puede comprender la progresiva infantilización a la que conduce el juego de “yo gano, tú pierdes”. La comparecencia de los malos modos y las pasiones es inevitable. En las situaciones donde los ganadores detentan la mayoría absoluta, comparece fatalmente el comportamiento sádico. Así, la institución produce una patologización de las relaciones. 

El guion de esta contienda se solapa con los proyectos de cada facción en competencia. La confrontación en torno a alternativas y juegos de intereses es desplazada por la preeminencia de los juegos entre los actores, que se fundamentan en la perversidad del imperativo del ganar-ganar. En el curso del tiempo, se acumulan las humillaciones, las burlas, las rivalidades personales, las traiciones y las contiendas no resueltas que dejan su impronta. Perder una votación implica ser negado y avasallado. 

En este mundo esperpéntico, la palabra es televisada en directo, de modo que deviene en imagen teatralizada. Por esta razón adquieren protagonismo creciente los matoncillos, los echados para adelante, los artistas de la ofensa y de la injuria, los superdotados en teatralizar sentimientos, así como otras especies acomodadas a este ecosistema tóxico. Al mismo tiempo, los diputados dotados de capacidades de elaborar proyectos, de concebir estrategias, de enfrentarse con realidades complejas o afrontar distintas clases de dilemas, van siendo desplazados por los mejor dotados para la videopolítica y el juego del ganar-ganar.

El resultado es que las instituciones representativas no son la sede de la inteligencia y de la representación de intereses. La inteligencia experimenta un proceso de devaluación y reconversión en inteligencia tacticista concentrada en jugadas en plazo inmediato. La consecuencia es la degradación de la vida en la cámara por acumulación de tensiones entre los protagonistas de los juegos sucesivos, que multiplican las ofensas a los perdedores. Pero, lo más grave es la emigración de la inteligencia sólida. En las listas electorales van disminuyendo significativamente aquellos dotados de capacidades profesionales, de conducir empresas o representar intereses sociales, para ceder este espacio a los nuevos jugadores de la videopolítica. Así, el caso de los máster, que destapa irregularidades en múltiples congresistas y senadores, cuya creatividad se agota en el arte de fabricar su propio currículum corregido y aumentado.

En consecuencia con estas premisas, los conflictos de intereses que se hacen presentes en las instituciones representativas de la videopolítica vigente, terminan por humillar a los intereses minoritarios, que, en este juego, devienen en derrotados. En el caso de los conflictos históricos como el caso de Cataluña, la decrepitud institucional refuerza las heridas derivadas de la agudización de este conflicto. Este termina por especificarse confiriendo un protagonismo inusitado a actores como Rafael Hernando, Gabriel Rufián o Toni Cantó. Cada episodio ahonda las heridas psicológicas entre los contendientes. La inteligencia concentrada en encontrar una salida que no signifique la derrota total del contendiente cede el paso a las actuaciones dirigidas a estimular los sentimientos de los espectadores. Se trata de producir escenas que satisfagan las necesidades psicológicas del pueblo convertido en espectadores, que el progreso les otorga, mediante Youtube, la posibilidad de visionar varias veces sus efímeras victorias.

En una democracia dotada de instituciones que alberguen una inteligencia colectiva considerable, cada votación no es el final para los perdedores. Lo importante es que la cuestión queda abierta al futuro, de modo que es factible que pueda ser revisada y modificada. Los equilibrios son susceptibles de ser corregidos, inscribiéndose así en una secuencia abierta al futuro. No es este el caso que nos ocupa, en el que las partes tratan de obtener una victoria contundente que concluya mediante la subordinación total de la otra parte. 

El conflicto catalán se encuentra definido por su multifactorialidad. Se trata de una situación en la que se combina un problema de identidad nacional con una división de la población que no se expresa nítidamente, por la preponderancia de los soberanistas en las instituciones. Para completar este laberinto, el estado detenta toda la fuerza frente a una nacionalidad “desarmada”. El nacionalismo catalán no puede imponer una solución, pero, al mismo tiempo,  no puede ser vencido, debido a su fuerte arraigo. Esta es una extraña potencia aparentemente débil, pero dotada de una capacidad de movilización permanente muy importante.

El conflicto experimenta un salto debido al ensayo de una ruptura unilateral ejecutada por los soberanistas. El resultado es la creación de un estado de impotencia política cuyas consecuencias son letales. En la sociedad catalana se abre paso un proceso que genera un estado que concentra los sentimientos de frustración. Es inevitable la aparición de proyecciones concentradas en la estimulación de los enemigos. En una situación así es muy problemático movilizar la inteligencia colectiva. Las élites soberanistas, así como las instituciones autonómicas se encuentran afectadas por procesos similares a las estatales.

Un conflicto de esta envergadura y complejidad desborda a las élites y las instituciones, poniendo de manifiesto la emigración de la inteligencia. La tentación catalana de la sacralización de la impotencia política se contrapone a la tentación española del síndrome de la ocupación. En este escenario histórico tiene lugar una confrontación que construye un atasco imposible en el presente. En este contexto pueden comprenderse las contiendas institucionales y las mediatizadas. Con un suspenso en inteligencia colectiva es arriesgado el futuro inmediato. Es un tiempo en el que los chanceros, los jaraneros y los bufones detentan un protagonismo inusitado. 

Me advierte un amigo del riesgo de que este texto sea percibido como deficitario en la crítica a los nacionalistas catalanes. Por esta razón lo aclaro. Ambas partes se encuentran afectadas de los mismos problemas. Esta es una extraña confrontación entre operadores que recurren a los yacimientos de sentimientos de identidad que detenta cada uno. De este modo, el conflicto se ha encastillado y deteriorado. En ambos casos, las poblaciones que respaldan las posiciones, son mucho más sólidas que las élites protagonistas. Para la satisfacción de mi amigo, pienso que Puigdemont, Torra y otros acompañantes, se encuentran muy lejos de la capacidad de representar a las gentes que los respaldan. En cualquier caso, confieso cierto pudor a la hora de criticar públicamente a las autoridades catalanas, debido a lo que que cuento en el comienzo de este texto, así como parte más débil en este conflicto, sobre el que pesa el espectro del fantasma originario de la victoria "nacional" en 1939. Es inevitable mi tendencia a distanciarme de los poseedores de fuerza, ¡militar por supuesto¡

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