domingo, 5 de agosto de 2018

NOSOTROS, LOS NO SANOS, LOS DESCENDIENTES DE ZAMIATIN


Nosotros somos los no sanos en una sociedad que hace de la salud una mistificación creciente, situándola en la frontera de la fantasía. Somos los portadores de enfermedades reconocidas, a los que ahora se añaden aquellos que incumplen los exigentes y crecientes estándares que definen la salud en los términos propuestos por el sistema médico imperante. Así se conforma una gran masa de personas, formada por enfermos, por sospechosos de serlo –en cualquier mañana- y por aquellos sanos que quieren maximizar su nivel de salud. Esta población, definida por su necesidad de tratamiento médico, alimenta los sistemas sanitarios, convertidos en el verdadero centro del sistema productivo y de las sociedades.

Los cuerpos de Nosotros, los no sanos,  tienen la portentosa capacidad de ser portadores de propiedades similares a las cosas materiales. Así somos clasificados con una precisión asombrosa mediante la certeza otorgada a los números que denotan nuestros indicadores de salud. Cada persona y cada cuerpo son definidos mediante un conjunto de guarismos que referencian su patología o su riesgo. El orden del sistema que nos trata se fundamenta en la precisión, que coloniza todos los saberes y las operaciones que conlleva la gestión de la población en tratamiento perenne. El resultado es el crecimiento constante de los contingentes de personas tratadas por el gigantesco dispositivo terapéutico.

Este dispositivo se asienta sobre el territorio mediante una nutrida y espesa red  de centros de atención de distintos tamaños y tipos, así como de laboratorios, de centros de diagnóstico por imagen, de industrias de distinta naturaleza, de instituciones de investigación y de formación, así como oficinas de farmacia, ortopedias y otras formas de comercialización de productos para la salud. Todos ellos se diseminan sobre el territorio físico retroalimentándose mutuamente. La multiplicación de vehículos medicalizados contribuye al tránsito de los pacientes entre los nodos de esta densa red. La ambulancia adquiere la condición de objeto simbólico dotado de magia en las vías de movilidad que comunican los centros médicos.

El dispositivo médico también se expande en la infosfera, ocupando posiciones relevantes, análogas a las territoriales, haciéndose presente de múltiples formas en las comunicaciones, en todos los medios y las redes, constituyendo un espacio simbólico semejante al que las religiones históricas han desempeñado en el pasado, nutriendo los imaginarios sociales con sus significaciones. La idea de la salud, crecientemente separada de la vida ordinaria, es entendida como una versión de un mitológico paraíso terrenal que conforma los delirios del dispositivo médico-farmacéutico. La multiplicación de las máquinas de diagnóstico y tratamiento, nacidas de la miniaturización de la penúltima revolución tecnológica, instaladas en los domicilios y otros espacios de la vida de los pacientes, ahora en sus dispositivos móviles, ilustran del esplendor de la nueva sociedad medicalizada, referenciada en su casi infinita base de datos informatizada. 

Pero el crecimiento exponencial de la población tratada, en el camino de alcanzar a la totalidad de esta, no reduce las enfermedades. Por el contrario se multiplican las dolencias y los malestares. Pero el problema de fondo radica en la paradoja de que este formidable sistema médico coexiste con un deterioro radical de los cuidados. En tanto que los distintos contingentes de enfermos y de sospechosos rotan por sus centros de atención, incrementando sus consumos médico-farmacéuticos, la responsabilidad del cuidado se disuelve, siendo reemplazada por el alma tecnocrática que se deriva de las identidades profesionales de los operadores del dispositivo terapéutico tecnologizado.

El héroe de la sociedad medicalizada es el paciente veterano portador de varias patologías y plurimedicado. Se trata de un consumidor de medicamentos que comparece en las consultas para sus revisiones, en las urgencias para los episodios agudos y en la farmacia para la administración cotidiana de los fármacos. Su historia clínica informatizada lo representa y lo desmaterializa. Pero este héroe, referenciado en la leyenda del incremento de la esperanza de vida y en la quimera del bienestar asociado al consumo médico, vive en un medio social progresivamente hostil, en donde el distanciamiento de las generaciones se hace presente y el apartamiento de los mayores adquiere una intensidad desconocida en cualquier tiempo anterior. Este es el indicador del esplendor de la sociedad medicalizada y el declive de la sociedad en la que el cuidado de los enfermos y los mayores se encontraba en un contexto convivencial favorable. La verdad es que en el presente, hacerse mayor, es una garantía de ser considerado como un fracasado, debido a la veloz e intensa mutación de las formas de vivir.

El sujeto polimedicado de la sociedad medicalizada es tratado mediante el estatuto de cliente, otorgado por el poderoso mercado de la asistencia. El cliente es un ser social solitario, dependiente, estimulado artificialmente y que vive instalado en la frontera de la ficción. En este sentido, las relaciones clientelares son justamente lo contrario que el espesor consustancial a los cuidados. Estos requieren una relación personal radicalmente diferente entre las partes. Recuerdo que hace ya muchos años, un programa de una facultad de psicología de la universidad de Granada organizó un acto en el que se asignaba a un grupo de ancianos  seleccionado por los servicios sociales en su versión gerontológica,  un “padrino o madrina”, que era un estudiante de la asignatura. El día de la presentación, organizada con los supuestos y el formato de la ficción comercial-clientelar, algunos mayores protestaron y se enfadaron, advirtiendo que aquello no era real. Alguno llegó a llorar frente a tan patético espectáculo de animación puesto en escena por una institución impostora de las relaciones humanas reales.

En este coloso médico-farmacéutico habitan inevitablemente los espíritus de cada época. Pero, análogamente al sistema productivo, el taylorismo ha dejado una huella imperecedera. Todos los esquemas mentales, los saberes y las prácticas incluyen los códigos del taylorismo. El orden, la exactitud, la división de las operaciones, la especialización…Donabedian impulsó la versión taylorista de la atención médica. La tercera revolución tecnológica ha reforzado el núcleo intelectivo taylorista, que se encuentra instalado sólidamente en el orden médico, ahora reforzado por las tecnologías de la información y comunicación y sus inseparables imaginarios.

Este paradigma médico, resultante de la convergencia de los paradigmas dominantes de la época, remite a un enunciado fundamental: Que los fenómenos naturales, biológicos, sociales y humanos son materiales susceptibles de ser tratados en su integridad desde el cálculo lógico y la ciencia empírica-racional. Esta perspectiva favorece la cultura de la perfección atribuida a las tecnologías y los métodos, entendidos como casi infalibles y en los que no cabe el error. Así la asistencia médica se referencia en una cultura en la que el éxito deviene en obligatorio. El espíritu optimista-positivo, asociado a la cultura médica, contrasta con la naturaleza de las penas asociadas a muchas dolencias, enfermedades y estados de salud personal. La colisión entre el sistema neotaylorista de asistencia médica y muchos pacientes dolientes es inevitable y adquiere múltiples y sutiles formas, muchas de las cuales no son expresadas en forma de discurso.

Por estas razones, algunos de Nosotros, de los que prestamos nuestro cuerpo a este formidable dispositivo médico, sentimos esta colisión intensa entre los supuestos del sistema y nuestras realidades. Nos sentimos tratados como cosas materiales, a las que somos reducidos por el dispositivo asistencial. Siempre ha convocado a mi imaginación la imagen del sistema médico como un desierto relacional climatizado y maquillado mediante lo artificial confortable, al estilo del Corte Inglés, donde siempre es primavera y la luz permanece constante. Por esta razón, desde que conocí su obra, hace ya casi veinte años, Zamiatin me ha resultado una referencia simbólica imprescindible. Su obra representa una crítica estimulante a un orden social fundado en la razón técnica. 

Zamiatin es un escritor ruso, autor de “Nosotros”, un texto muy singular que construye una distopía que influyó en la obra de Orwell y Wells. En este libro se presenta un mundo en el que la individualidad es anulada por un poder benefactor basado en un cuerpo de guardianes que ejerce el control sobre una sociedad convencida de los beneficios de la servidumbre, la mecanización de la vida y la suspensión de las pasiones humanas. Las personas son convertidas en números y entendidas como máquinas manejables por operadores externos. La felicidad es obligatoria, derivada del poder benefactor que la impone como deber y la define como matemáticamente infalible. Desde la primera lectura establecí una analogía fundada entre el coloso médico del presente y el poder que satirizaba Zamiatin. Las personas que han asistido a mis clases en cualquier época pueden acreditar la influencia que este autor ejerce en mis posicionamientos y mis metáforas. Así, Nosotros somos la masa de los obligados a ser tratados y conducidos por este dispositivo asistencial y espiritual, que produce una metamorfosis psicológica en sus usuarios.

En Nosotros Zamiatin critica el orden social del estado soviético que le tocó vivir, que prohibió esta obra inmediatamente. Pero el fondo de su argumentación va más allá de este orden político específico y remite a la utopía taylorista. Por eso puede ser extrapolado al tiempo presente, en el que cada persona es coaccionada mediante la clientelización a elegir su asistencia en compañía de sus amables guardianes. El Nosotros en su contexto era la fusión en un solo cuerpo de millones de manos, unificados por la Tabla de las Horas. El Nosotros del presente implica la homologación por criterios patológicos y la inclusión en el depósito común de las historias clínicas. Cada uno lleva en sí a un autómata y un fonógrafo, así como la aspiración a ser tan perfectos como las máquinas.

Antes de escribir Nosotros, Zamiatin viajó a Gran Bretaña a realizar trabajos profesionales, donde estuvo varios años. Allí, una inteligencia y sensibilidad como la suya se encontró con el núcleo del poder superior que adopta distintas formas: el taylorismo, la ciencia de la dirección científica nacida del desarrollo de la industria y extendida al conjunto de las estructuras y procesos sociales. Cuando llegó a Rusia, publicó un ensayo crítico en el que desvela el proyecto de uniformización que representa el taylorismo: Los Insulares. En él satiriza el sistema mediante la presentación de un proyecto presentado ante el parlamento británico para que todas las narices tuvieran la misma longitud. Así serían todos idénticos, como las grandes series de objetos de las industrias de este tiempo.

Por eso Zamiatin es un precursor crítico de un orden social, el resultante de la medicalización obligatoria de las sociedades neoliberales avanzadas, en el que la salvación, entendida como la salud óptima resultante de la asistencia médica, en sus variantes preventiva, reparadora o rehabilitadora, es obligatoria, y, en sus propias palabras “La vida debe convertirse en una máquina bien ajustada y conducirnos de forma mecánica ineluctable hasta el fin deseado”. Así se conforma “el bienaventurado yugo de la Razón” representado en los estándares elaborados por el dispositivo industrial de la asistencia. Nosotros somos los que alimentamos la base de datos, los traducidos a nuestras historias clínicas, siempre en espera de ser completadas por sucesivos episodios, registros y aportaciones de nuevos especialistas. 

En la sociedad medicalizada, nos encontramos atrapados en una telaraña de dispositivos sistémicos de dominación social que dejan a las personas inermes frente a los mismos. La sumisión voluntaria es la única alternativa. Como afirma Zamiatin “La perfección del control es total cuando ya no queda nada con lo que compararse, cuando todo el mundo se rige por el mismo sistema”. Nosotros, los habitantes de los dispositivos informatizados del sistema médico-farmacéutico, los visitantes de las consultas, los receptores de las conminaciones a racionalizar nuestra vida cotidiana. Nosotros…los sujetos sumisos a este dispositivo industrial, político y profesional, agradecidos por incrementar la esperanza de vida, nos conformamos con estar mal cuidados y vivir en entornos humanos deficitarios de afectos. 

En 1968 Galbraith escribió: “Si nos empeñamos en creer que las metas del sistema industrial equivalen a nuestra propia vida, toda nuestra vida quedará al servicio de tales metas…Pero pensémoslo bien: Aquí lo importante no es la calidad de nuestras mercancías, sino la calidad de nuestro vivir”. En este aserto se encuentra el fondo de la cuestión. En mis derivas diabéticas he tratado de reivindicar mi vida frente al tratamiento entendido como una totalidad innegociable. Para los enfermos, las distintas clases de pacientes y otros afectados lo importante es la vida diaria y las prácticas de vivir gratificantes. El dispositivo médico-farmacéutico pone en el centro al tratamiento y sus productos. En muchas ocasiones es una amenaza para la buena vida. Mi posición es inequívoca y radical: en el tiempo actual, la sociedad medicalizada en los términos vigentes amenaza el progreso humano. Así de duro. La pregunta es si esto se puede modificar y cómo.
  




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