martes, 25 de julio de 2017

LA BRASERIZACIÓN COMO SÍNTOMA DE LA TRIVIALIZACIÓN MEDIÁTICA



Siempre me ha inquietado  la atención preferente que suscita la información meteorológica en la televisión. Con el paso de los años no ha hecho más que crecer, convirtiéndose en un tema central. Pero, no solo conforma un segmento de la audiencia muy importante, sino que termina por exportar su formato al resto de la información dura. Todos los géneros informativos se exponen ahora con el presentador frente a una gran pantalla en la que se resume la información, en la que las sucesivas imágenes y los videos adquieren una importancia primordial.

Los chicos y las chicas del tiempo son los pioneros de las presentaciones de los informativos. Ellos comenzaron ilustrando la información con los mapas ubicados como fondo de sus cuerpos. Con sus brazos señalaban los lugares en los que se iban a producir los acontecimientos. Con el paso de los años, los veteranos profesionales de los primeros tiempos, dotados de cuerpos sin interés alguno, ceden el paso a nuevas generaciones caracterizadas por sus cuerpos cuidados y la puesta en escena de unos repertorios gestuales que convierten su trabajo en una actividad exigente desde la perspectiva física.

El siguiente salto es la emergencia de Roberto Brasero, el hombre del tiempo por excelencia de Antena 3. La cadena privilegia con un tiempo generoso su sección. Pero lo más relevante radica en el desempeño de su función. Nuestro héroe adopta un tono trascendente con respecto a los contenidos que comunica, que trasciende con mucho el valor real de estos. Esta sobrevaloración de lo meteo se acompaña de una utilización exhaustiva de su cuerpo, movilizando profusamente todos los subsistemas corporales capaces de emitir señales.  Así, la presentación se convierte en una actividad ejecutada por un cuasi atleta. Una vez entra en acción, hace exhibición de una energía impetuosa, que se apoya en su voz, su rostro y su cuerpo, que se coordinan otorgándole un aire de trascendencia. Tras las sucesivas informaciones, transita a ritmo rápido entre los mapas que muestran los fenómenos. Ante cada uno hace un movimiento gimnástico, que utiliza sus piernas, brazos, cintura y cuello. 

El conjunto en movimiento proporciona a la información un aire misterioso y trascendente. De este modo, representa a la ciencia meteorológica en movimiento, que comparece periódicamente frente a la audiencia para informar de lo ocurrido en las últimas horas y formular los pronósticos para el futuro inmediato que van a vivir sus esperanzados espectadores. Las guerras, acontecimientos relevantes o las catástrofes que desfilan por las secciones del informativo, no alteran la relevancia de lo meteo, que se impone como una rutina solidificada que se sobrepone a cualquier acontecimiento.

La proliferación de mecanismos de comunicación, que alcanza una situación de frenesí, contrasta con las informaciones, que en estos plazos son inevitablemente parcas. Así se confirma la naturaleza de la televisión, que privilegia las formas en detrimento de los contenidos. En el caso de Brasero se alcanza el paroxismo, generando una relación con los espectadores que presenta algunos rasgos de las prácticas de un brujo o hechicero que descubre una situación esotérica. En muchas ocasiones parece que está desvelando una realidad oculta inaccesible para el común de los humanos. Así se conforma como un experto que deviene en un guía espiritual, cuyas predicciones y consejos triviales tienen un impacto en las vidas rutinizadas de los fieles espectadores.

Todo el dispositivo formidable de comunicación no verbal que pone en escena contrasta con la insoportable levedad de los contenidos. Pero lo paradójico estriba en que la relación con los espectadores adquiere una intensidad misteriosa. Muchos de ellos esperan sus pronósticos, que presenta junto a comentarios que adquieren la categoría de un asesor místico que se ubica en la vida diaria. Así consigue despojar de lo técnico la información para adquirir un perfil de intimidad inusitado. De este modo se conforma como un experto cercano y especial, dotado de un poder de seducción exótico, que termina instalándose en la vida diaria de los agradecidos receptores.

La influencia desmedida de Brasero y su escuela de atletas y actores que presentan lo meteo con esta intensa teatralidad, se contrapone con el valor real de la información que aportan. Así se refuerza la gran inversión que se produce en las sociedades mediáticas con la consolidación de la tele. Esta significa una gran mutación de las élites, privilegiando a aquellos que dominan las técnicas corporales de la comunicación, que siempre concluyen en una forma de persuasión. Un indicador elocuente de esta transformación es la preponderancia de los comunicadores audiovisuales en las campañas por cualquier causa social. Allí comparecen distintos portavoces referenciados en su éxito en la tele.

No puedo evitar el recuerdo -para una persona como yo, cuya primera parte de mi vida tuvo lugar en una sociedad mediática incipiente- de una mujer que me fascina y me conmueve profundamente en todas las etapas de mi vida. Es Nuria Espert. Es irremediable que la compare con mujeres de éxito en la tele de hoy como Cristina Pedroche y otras similares. Esta es una cuestión que me turba y estimula mi espíritu crítico. Este ejemplo ilustra el proceso de mi vida, que transcurre paralela a la mediatización, que tiene lugar mediante saltos acumulativos, que determinan la progresión de arquetipos personales dotados de competencias diferentes a la inteligencia, así como de relaciones en las que lo áspero alcanza niveles de apoteosis.

La expansión de lo meteo y sus divinidades, en las que Brasero alcanza la cima, tiene como consecuencia la consolidación de un tipo de espectador. Este es el fiel seguidor de la información y el receptor de lo trivial, especificado en comentarios paternalistas y banales del tipo “necesitarán una chaqueta,  volverán a la manga corta o podrán dormir confortablemente”. El medio audiovisual crea sus propios receptores. En este sentido, el movimiento incesante de programas -con sus ciclos de ascenso, caída y sustitución- tiene como excepción la información del tiempo. Un pueblo fiel espera el final del informativo para ser advertido acerca de los eventos meteorológicos y sus impactos sobre el futuro inmediato de sus vidas.

La braserización implica una explosión de lo trivial, que se acompaña de una relación especial entre el mago emisor y el agradecido receptor de tal comunicación. De esta extraña relación resulta una forma rigurosa de fidelización, que no se funda en las aportaciones de contenidos sino en la magia del formato adoptado por el informador devenido en seductor. El receptor no busca elementos que le ayuden a clarificarse o posicionarse, como por ejemplo es el caso del videoblog de Iñaki Gabilondo, sino repetir la rutina, quedando atrapado por el repertorio gestual-corporal del comunicador. Así, el receptor ubicado en su sillón espera el momento en el que la pantalla cede su lugar al comentarista de lo meteo, para constatar lo vivido hoy y esperar lo que viene mañana.

Brasero es un producto de la nueva sociedad del espectáculo, haciendo cierta la afirmación de Debord de que este termina por sustituir a la vida. Pero esta extraña relación visual no puede ser designada de otro modo que se aproxime a la palabrota “miseria”. Porque, una vez instituida esta relación los distintos braseros, guías de la nada, ponen al servicio de las grandes empresas sus catálogos de seducción y sus relaciones con los incautos seducidos. Así, la fidelidad ampara un mercado de productos vinculados al autor, así como un lugar preponderante en el universo publicitario.

De este modo se produce un milagro mediático que modifica la naturaleza de las cosas. Uno de los colegas de Brasero, Matías Prats, protagoniza una serie de spots publicitarios en estos días, en los que las gentes asediadas por el estancamiento de los salarios, la precarización y el escalamiento incesante de las necesidades, son reconvertidos a una nueva identidad redentora. Son los “todistas”, aquellos que contratan el seguro de la empresa patrocinadora, que incluye todo, por supuesto. Prats vende su catálogo auditivo, gestual y corporal, ya emancipado de cualquier referente.

Me pregunto acerca de la naturaleza de la gente a quien va dirigido esta publicidad, así como si esta situación es reversible. También protesto cuando se afirma que la educación es la herramienta para el progreso de estas sociedades. Porque el aparato educativo se subordina a los dispositivos postmediáticos de una forma abrumadora. Los profesores mismos siguen la estela de los presentadores de la meteo, adoptando sus repertorios comunicativos. Recuerdo el impacto que me produjo una presentación power point de un estudiante en mi facultad sobre Bourdieu. Parecía una sesión del mismísimo Brasero. El contenido cero se asociaba a la profusión de imágenes y colores.

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