domingo, 30 de julio de 2017

FRAGMENTOS DE LA TEORÍA DE LA JOVENCITA: TIQQUN (1)



El orden social vigente es el resultado de varios procesos de cambio que no son visibilizados y comprendidos, en tanto que los paradigmas vigentes en la izquierda política y cultural no los registran. Todo paradigma es el resultado de varias selecciones que configuran un núcleo desde el que se construye y se entiende la realidad. Así, la izquierda política detenta una visión convencional acerca de lo social, que prioriza lo político-estatal y lo económico, quedando inadvertidas aquellas dimensiones que inciden sobre los sujetos, las subjetividades, las relaciones sociales y los contextos institucionalizados. 

Sin embargo, en los últimos años tiene lugar un proceso intenso de transformación social que se ubica más allá de lo político-económico tradicional. El mercado total asociado al neoliberalismo, entendido como una nueva gubernamentalidad emergente, se disemina por lo social colonizando las subjetividades, las emociones, los saberes, las pulsiones, los deseos y as relaciones interpersonales. Esta mutación afecta a la naturaleza de las instituciones, así como a los modos de vida, resultando un arquetipo personal muy diferente al imperante en el fenecido capitalismo del bienestar. 

En el nuevo orden social que nace y crece impetuosamente, el poder y el control social son mucho más productivos que nunca. Pero  no se ejerce desde afuera, como en las gubernamentalidades fenecidas, sino desde dentro del propio individuo. Un sociólogo español lo sintetiza de modo elocuente. Dice que “el sistema instala un chip en el interior del sujeto y después le deja decidir por sí mismo”. Así, cada persona es un ser inquietantemente programado por las nuevas instituciones rectoras. Estas programan el entorno de cada uno, que tiene que decidir finalmente ateniéndose a los castigos y recompensas asociados a cada curso de acción.

La nueva sociedad se encuentra controlada por los expertos múltiples que definen las necesidades y las formas de vida, para después ser vendidas en el mercado total a cada individuo, cuyo interior ha sido formateado por la acción combinada de las instituciones del mercado, entre las que el marketing y la publicidad alcanzan la cima en la jerarquía institucional. El nuevo sujeto resultante se caracteriza por su orientación radical hacia sí mismo, participante en una secuencia de relaciones leves y efímeras gobernadas por el balance en el intercambio personal y afectivo. Las conexiones sociales con los otros resultan esculpidas por la programación institucional del mercado. Cada cual es una unidad con conexiones limitadas con los demás, pero también consigo mismo. La ideología de la obligación del éxito y el pensamiento positivo cierran el círculo de este sujeto.

En este contexto, se puede afirmar que las vidas personales predominantes, a pesar de las apariencias engañosas, son vidas rigurosamente sometidas a las programaciones institucionales. El individuo se encuentra subyugado a los patrones institucionales dominantes, que formatean la vida diaria, instalándose también en el antaño ámbito íntimo. El nuevo sujeto es un ser solitario aún a pesar de la multiplicación de las relaciones sociales derivadas de sus incesantes tránsitos vitales.

De ahí el valor del texto de Tiqqun. La cuestión de fondo remite a la pregunta de si es posible el amor en esta estructura programada por las nuevas instituciones del mercado y las personas resultantes de las mismas. El texto es extremadamente sugerente e intenso. Su lectura me remite a mil preguntas, dilemas y sorpresas. La recomendación de este post es que quien lo considere oportuno lo lea, en la seguridad de que no dejará a nadie indiferente. Como todos los textos de Tiqqun su riqueza estriba en que se mira el mundo desde más allá de los paradigmas vigentes. La lectura adquiere un efecto inquietante. 

En este post voy a subrayar el texto de la jovencita presentando distintos fragmentos. En este caso cada fragmento tiene una consistencia suficiente para estimular la reflexión de cada cual. Pero soy consciente de que estos suponen cortar la secuencia de un texto tan sólido. Por el volumen de estos lo haré en dos post este es el primero. El enlace al texto es   http://tiqqunim.blogspot.com.es/2013/11/primeros-materiales-para-una-teoria-de.html
 
Concluyo compartiendo la pregunta principal que me formulo tras la lectura. En estas condiciones históricas, con las personas fabricadas por las instituciones del mercado total ¿se puede hablar en rigor de democracia? ¿se puede hablar de un proceso libre de formación de la voluntad política? Se agradece cualquier comentario.

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A diferencia de las ofensivas de fuerza abierta, el Imperio prefiere los métodos chinos, la prevención crónica y la difusión molecular de la constricción en la cotidianidad. En este punto, el endopoliciaje viene debidamente a relevar a la vigilancia general de la policía, y el autocontrol individual al control social. En última instancia, es la omnipresencia de la nueva policía lo que acaba por volverla imperceptible.

Lo que se juega en la guerra en curso son las formas-de-vida, es decir, para el Imperio, la selección, la gestión y la atenuación de las mismas. El dominio del Espectáculo sobre el estado de explicitación público de los deseos, el monopolio biopolítico de todos los saberes-poderes médicos, la contención de toda desviación a través de un ejército cada vez más nutrido de psiquiatras, coachs y otros benévolos “facilitadores”, el fichajeestético-policial de todos a partir de sus determinaciones biológicas, la incesante vigilancia más imperativa y continua de los comportamientos, la proscripción plebiscitaria de “la violencia”, todo esto entra dentro del proyecto antropológico, o más bien antropotécnico, del Imperio. Perfilar a los ciudadanos, de eso se trata.

Los ciudadanos no son precisamente los vencidos de esta guerra, lo son más bien aquellos que, negando su realidad, se han rendido desde el principio: lo que se les deja a modo de “existencia” es ya simplemente un esfuerzo de por vida para volverse compatibles con el Imperio… la estrategia imperial consiste en primer lugar en organizar la ceguera respecto a las formas-de-vida, el analfabetismo respecto a las diferencias éticas; consiste en hacer que el frente sea irreconocible, por no decir invisible; y en los casos más críticos, consiste en maquillar la verdadera guerra con todo tipo de falsos conflictos.

 La figura de la Jovencita es una máquina de visión concebida para tal efecto. Algunos se servirán de ella para constatar el carácter masivo de las fuerzas de ocupación hostiles en nuestras existencias; otros, más vigorosos, para determinar la velocidad y la dirección de su progresión. En lo que cada quien hace de ella se ve también lo que merece.

A comienzos de los años 20, el capitalismo se da perfecta cuenta de que no puede mantenerse como explotación del trabajo humano a no ser que también colonice todo lo que se encuentra más allá de la estricta esfera de la producción. Frente al desafío socialista, le será preciso socializarse igualmente. Deberá entonces crear su cultura, su ocio, su medicina, su urbanismo, su educación sentimental y sus costumbres propias, así como la disposición a su renovación perpetua. Aquí estará el compromiso fordista, el Estado benefactor, la planificación familiar: el capitalismo socialdemócrata. A la sumisión por el trabajo, limitada debido a que el trabajador aún se distinguía de su trabajo, le sustituye actualmente la integración a través de la conformidad subjetiva y existencial, es decir, en el fondo, a través del consumo.

La Jovencita es vieja ya por el hecho de saberse joven. En consecuencia, para ella todo radica siempre en sacar provecho de este aplazamiento, es decir, de cometer los pocos excesos razonables, de vivir las pocas “aventuras” previstas para su edad, y esto con vistas al momento en que habrá de sosegarse en la nada final de la edad adulta. Así pues, la ley social contiene en sí misma, durante el tiempo en que la juventud se pudre, sus propias violaciones, violencias que, por lo demás, no son más que derogaciones.La Jovencita sólo es buena para consumir, ocio o trabajo, poco importa.

La intimidad de la Jovencita, tras encontrarse puesta en equivalencia con toda intimidad, se ha vuelto con ello algo anónimo, exterior y objetual. La Jovencita jamás crea nada; se recrea en todo.
Al investir a los jóvenes y a las mujeres con una absurda plusvalía simbólica, al hacer de ellos los exclusivos portadores de los dos nuevos saberes esotéricos propios de la nueva organización social —el del consumo y el de la seducción—, el Espectáculo sin duda ha liberado a los esclavos del pasado, pero los ha liberado en calidad de esclavos.

La más extrema banalidad de la Jovencita radica en comprarse algo “original”.

El carácter raquítico del lenguaje de la Jovencita, si bien implica un innegable estrechamiento del campo de la experiencia, en modo alguno constituye una discapacidad práctica, pues no está hecho para hablar, sino para complacer y repetir.

La Jovencita consigue vivir con una decena de conceptos inarticulados por toda filosofía, conceptos que son inmediatamente categorías morales; es decir que toda la extensión de su vocabulario se reduce en definitiva a la pareja Bien/Mal. Ni qué decir tiene que, para poner el mundo al alcance de su mirada, es preciso simplificarlo de forma aceptable, y para permitir que su mirada viva feliz en él, es preciso producir un buen número de mártires; en primer lugar, ella misma.

La Jovencita llama invariablemente
“felicidad” a todo aquello a lo que
se la encadena.

El Bloom es la crisis de las sexuaciones clásicas y la Jovencita es la ofensiva mediante la cual la dominación mercantil respondió a tal.
Del mismo modo en que en la Jovencita no existe castidad, tampoco existe derroche. La Jovencita vive simplemente como extranjera entre sus deseos, la coherencia de los cuales es regida por su Superyó mercantil. El tedio de la abstracción corre con semejante eyaculación.

No hay nada que la Jovencita no sea capaz de introducir en el horizonte cerrado de su irrisoria cotidianidad: tanto la poesía como la etnología, tanto el marxismo como la metafísica.

Albertine no es de ningún lugar y eso la hace muy moderna: revolotea, viene, va, de su ausencia de ataduras extrae una inestabilidad, un carácter imprevisible, que le dan su poder de libertad.” (Jacques Dubois, Para Albertine. Proust y el sentido de lo social)

La Jovencita es fascinante al modo de todas esas cosas que expresan una clausura sobre sí mismas, una autosuficiencia mecánica o una indiferencia hacia el observador; así lo hacen el insecto, el lactante, el autómata o el péndulo de Foucault.

¿Por qué la Jovencita tiene siempre que fingir que está llevando a cabo alguna actividad? Para mantenerse inexpugnable en su pasividad.

La “libertad” de la Jovencita rara vez va más allá del culto ostentatorio a las más irrisorias producciones del Espectáculo; tal libertad consiste esencialmente en oponer la huelga de celo a las necesidades de la alienación.

La vejez de la Jovencita no es menos repugnante que su juventud. De uno a otro extremo, su vida no es más que un progresivo naufragio dentro de lo informe, y jamás la irrupción de un devenir. La Jovencita se pudre en los limbos del tiempo.

El amor de la Jovencita es sólo un autismo para dos.

Eso que se sigue denominando virilidad no es ya otra cosa que el infantilismo de los

hombres, del mismo modo que la feminidad es el infantilismo de las mujeres. Por lo demás, tal vez debería hablarse de virilismo y de “feminismo”, cuando tanto voluntarismo se mezcla con la adquisición de una identidad.

La misma obstinación desengañada que caracterizaba a la mujer tradicional, confinada hogareñamente en el deber de asegurar la supervivencia, se desarrolla hoy en la Jovencita, aunque esta vez emancipada tanto de la esfera doméstica como de cualquier monopolio sexuado. En lo sucesivo se expresará por todos lados: en su irreprochable impermeabilidad afectiva al trabajo, en la extrema racionalización que impondrá a su “vida sentimental”, en su forma de caminar, tan espontáneamente militar, en su forma de besar, de ponerse de pie o de teclear en su computadora. De igual modo, no será muy distinto como lavará su coche.

La Jovencita se parece a su foto.

En la medida en que su apariencia agota enteramente su esencia y su representación su realidad, la Jovencita es lo enteramente decible; así como lo perfectamente predecible y lo absolutamente neutralizado.

La Jovencita sólo existe en proporción al deseo que se tiene de ella y sólo se conoce a sí misma por lo que de ella se dice.

La Jovencita aparece como el producto y la principal salida de la formidable crisis de excedentes de la modernidad capitalista. Es la prueba y el soporte de la prosecución ilimitada del proceso de valorización cuando el proceso mismo de acumulación se descubre limitado (por la exigüidad del planeta, la catástrofe ecológica o la implosión de lo social).

Toda la libertad de circulación de la que disfruta la Jovencita en absoluto le obstaculiza ser una prisionera, manifestar en cualquier circunstancia los automatismos de alguien encerrado.
El modo de ser de la Jovencita es el de no ser nada.

Llegar a “tener éxito en la vida sentimental y en la vida profesional al mismo tiempo”: algunas Jovencitas ostentan este lema como una ambición digna de respeto.
El eterno retorno de las mismas modas basta para convencerse de esto: la Jovencita no juega con las apariencias, son las apariencias las que juegan con ella.

Más aún que la Jovencita femenina, la Jovencita masculina manifiesta con su musculatura de bisutería todo el carácter de absurdo, es decir, de sufrimiento, de lo que Foucault llamaba “la disciplina de los cuerpos”: “La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En pocas palabras: disocia el poder del cuerpo; por una parte, hace de este poder una “aptitud”, una “capacidad” que trata de aumentar; e invierte, por otra parte, la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta.” (Michel Foucault, Vigilar y castigar)

La Jovencita sabe demasiado bien lo que quiere en detalle como para querer cualquier cosa en general.

“¡No me toques el bolso!”

El triunfo de la Jovencita tiene su origen en el fracaso del feminismo.

La Jovencita no habla, al contrario: es hablada por el Espectáculo.

La Jovencita porta la máscara de su rostro.

LA JOVENCITA REDUCE CUALQUIER GRANDEZA AL NIVEL DE SU CULO.

La Jovencita es un depurador de negatividad, un perfilador industrial de unilateralidad. En cualquier ámbito separa lo negativo de lo positivo y sólo conserva, por lo general, uno de los dos. De ahí que no crea en las palabras, que efectivamente no tienen, en su boca, ningún sentido. Para convencerse de esto basta con ver lo que ella entiende por “romántico”, que a final de cuentas tiene muy poco que ver con Hölderlin.

De aquí que convenga considerar el nacimiento de la ‘jovencita’ como la construcción de un objeto en la que confluyen diferentes disciplinas (de la medicina a la psicología, de la educación física a la moral, de la fisiología a la higiene).”
(Jean-Claude Caron, El cuerpo de las jovencitas)

La Jovencita querría que la simple palabra “amor” no implicara el proyecto de destruir esta “sociedad”.
La Jovencita conoce todo como desprovisto de consecuencias, incluido su sufrimiento.
Todo es divertido, nada es grave.
Todo es cool, nada es serio.

La Jovencita quiere ser reconocida no por lo que ella sería, sino por el simple hecho de ser. Quiere ser reconocida en términos absolutos.

La Jovencita conoce las perversiones estándar.

“¡QUÉ SIMPÁTICO!”

A la Jovencita le interesa el equilibrio, lo cual la aproxima menos al bailarín que al experto-contador.
La sonrisa jamás ha servido como argumento. También las calaveras tienen su sonrisa.
La Jovencita concibe el amor como una actividad particular.

La Jovencita lleva en su risa toda la desolación de las discotecas.
La Jovencita es el único insecto que acepta la entomología de las revistas femeninas.
Idéntica en esto a la desgracia, una Jovencita jamás viene sola.
Ahora bien, dondequiera que dominen las Jovencitas, su gusto debe dominar también; y he aquí lo que determina el gusto de nuestro tiempo.

En el amor más que en cualquier otro ámbito, la Jovencita se comporta como un contador. Sospecha siempre que ama más de lo que es amada y que da más de lo que recibe.
Entre las Jovencitas existe una comunidad de gestos y de expresiones que no resulta conmovedora.
La Jovencita es ontológicamente virgen, virgen de toda experiencia.

La Jovencita puede dar pruebas de amabilidad; siempre que uno sea verdaderamente desgraciado; éste es un aspecto de su resentimiento.

La Jovencita no concibe el paso del tiempo, a lo sumo se conmueve de sus “consecuencias”. De no ser así, ¿cómo podría hablar del envejecimiento con tal indignación, como si se tratara de un delito cometido en su contra?

Incluso cuando no busca seducir, la Jovencita actúa como seductora.
Algo de profesional se da en todo lo que la Jovencita hace.

La Jovencita es toda la realidad de los códigos abstractos del Espectáculo.
La Jovencita ocupa el nodo central del presente sistema de deseos.
Cada experiencia de la Jovencita se retira incesantemente hacia la representación previa que ella se hacía de aquélla. La Jovencita conoce todo el desbordamiento de la concreción, toda la parte viva del paso del tiempo y de las cosas, sólo en calidad de imperfecciones, de adulteración de un modelo abstracto.



1 comentario:

  1. MUCHAS GRACIAS POR ESTA ENTRADA.

    Aún no lo he leído, pero ganas me sobran pese a que, de entrada, emergen varias categorías filosóficas que orbitan fuera de mi propio entendimiento.

    Sería espectacular poder contar con su punto de vista cuando sea el caso y que por supuesto, usted acepte servirse como una lámpara en el óbice de la oscuridad.

    Un saludo respetuoso desde Bogotá, Colombia,

    Luis Emilio Lluviabuena

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