domingo, 30 de julio de 2017

FRAGMENTOS DE LA TEORÍA DE LA JOVENCITA: TIQQUN (1)



El orden social vigente es el resultado de varios procesos de cambio que no son visibilizados y comprendidos, en tanto que los paradigmas vigentes en la izquierda política y cultural no los registran. Todo paradigma es el resultado de varias selecciones que configuran un núcleo desde el que se construye y se entiende la realidad. Así, la izquierda política detenta una visión convencional acerca de lo social, que prioriza lo político-estatal y lo económico, quedando inadvertidas aquellas dimensiones que inciden sobre los sujetos, las subjetividades, las relaciones sociales y los contextos institucionalizados. 

Sin embargo, en los últimos años tiene lugar un proceso intenso de transformación social que se ubica más allá de lo político-económico tradicional. El mercado total asociado al neoliberalismo, entendido como una nueva gubernamentalidad emergente, se disemina por lo social colonizando las subjetividades, las emociones, los saberes, las pulsiones, los deseos y as relaciones interpersonales. Esta mutación afecta a la naturaleza de las instituciones, así como a los modos de vida, resultando un arquetipo personal muy diferente al imperante en el fenecido capitalismo del bienestar. 

En el nuevo orden social que nace y crece impetuosamente, el poder y el control social son mucho más productivos que nunca. Pero  no se ejerce desde afuera, como en las gubernamentalidades fenecidas, sino desde dentro del propio individuo. Un sociólogo español lo sintetiza de modo elocuente. Dice que “el sistema instala un chip en el interior del sujeto y después le deja decidir por sí mismo”. Así, cada persona es un ser inquietantemente programado por las nuevas instituciones rectoras. Estas programan el entorno de cada uno, que tiene que decidir finalmente ateniéndose a los castigos y recompensas asociados a cada curso de acción.

La nueva sociedad se encuentra controlada por los expertos múltiples que definen las necesidades y las formas de vida, para después ser vendidas en el mercado total a cada individuo, cuyo interior ha sido formateado por la acción combinada de las instituciones del mercado, entre las que el marketing y la publicidad alcanzan la cima en la jerarquía institucional. El nuevo sujeto resultante se caracteriza por su orientación radical hacia sí mismo, participante en una secuencia de relaciones leves y efímeras gobernadas por el balance en el intercambio personal y afectivo. Las conexiones sociales con los otros resultan esculpidas por la programación institucional del mercado. Cada cual es una unidad con conexiones limitadas con los demás, pero también consigo mismo. La ideología de la obligación del éxito y el pensamiento positivo cierran el círculo de este sujeto.

En este contexto, se puede afirmar que las vidas personales predominantes, a pesar de las apariencias engañosas, son vidas rigurosamente sometidas a las programaciones institucionales. El individuo se encuentra subyugado a los patrones institucionales dominantes, que formatean la vida diaria, instalándose también en el antaño ámbito íntimo. El nuevo sujeto es un ser solitario aún a pesar de la multiplicación de las relaciones sociales derivadas de sus incesantes tránsitos vitales.

De ahí el valor del texto de Tiqqun. La cuestión de fondo remite a la pregunta de si es posible el amor en esta estructura programada por las nuevas instituciones del mercado y las personas resultantes de las mismas. El texto es extremadamente sugerente e intenso. Su lectura me remite a mil preguntas, dilemas y sorpresas. La recomendación de este post es que quien lo considere oportuno lo lea, en la seguridad de que no dejará a nadie indiferente. Como todos los textos de Tiqqun su riqueza estriba en que se mira el mundo desde más allá de los paradigmas vigentes. La lectura adquiere un efecto inquietante. 

En este post voy a subrayar el texto de la jovencita presentando distintos fragmentos. En este caso cada fragmento tiene una consistencia suficiente para estimular la reflexión de cada cual. Pero soy consciente de que estos suponen cortar la secuencia de un texto tan sólido. Por el volumen de estos lo haré en dos post este es el primero. El enlace al texto es   http://tiqqunim.blogspot.com.es/2013/11/primeros-materiales-para-una-teoria-de.html
 
Concluyo compartiendo la pregunta principal que me formulo tras la lectura. En estas condiciones históricas, con las personas fabricadas por las instituciones del mercado total ¿se puede hablar en rigor de democracia? ¿se puede hablar de un proceso libre de formación de la voluntad política? Se agradece cualquier comentario.

_______________________________________________________________________

A diferencia de las ofensivas de fuerza abierta, el Imperio prefiere los métodos chinos, la prevención crónica y la difusión molecular de la constricción en la cotidianidad. En este punto, el endopoliciaje viene debidamente a relevar a la vigilancia general de la policía, y el autocontrol individual al control social. En última instancia, es la omnipresencia de la nueva policía lo que acaba por volverla imperceptible.

Lo que se juega en la guerra en curso son las formas-de-vida, es decir, para el Imperio, la selección, la gestión y la atenuación de las mismas. El dominio del Espectáculo sobre el estado de explicitación público de los deseos, el monopolio biopolítico de todos los saberes-poderes médicos, la contención de toda desviación a través de un ejército cada vez más nutrido de psiquiatras, coachs y otros benévolos “facilitadores”, el fichajeestético-policial de todos a partir de sus determinaciones biológicas, la incesante vigilancia más imperativa y continua de los comportamientos, la proscripción plebiscitaria de “la violencia”, todo esto entra dentro del proyecto antropológico, o más bien antropotécnico, del Imperio. Perfilar a los ciudadanos, de eso se trata.

Los ciudadanos no son precisamente los vencidos de esta guerra, lo son más bien aquellos que, negando su realidad, se han rendido desde el principio: lo que se les deja a modo de “existencia” es ya simplemente un esfuerzo de por vida para volverse compatibles con el Imperio… la estrategia imperial consiste en primer lugar en organizar la ceguera respecto a las formas-de-vida, el analfabetismo respecto a las diferencias éticas; consiste en hacer que el frente sea irreconocible, por no decir invisible; y en los casos más críticos, consiste en maquillar la verdadera guerra con todo tipo de falsos conflictos.

 La figura de la Jovencita es una máquina de visión concebida para tal efecto. Algunos se servirán de ella para constatar el carácter masivo de las fuerzas de ocupación hostiles en nuestras existencias; otros, más vigorosos, para determinar la velocidad y la dirección de su progresión. En lo que cada quien hace de ella se ve también lo que merece.

A comienzos de los años 20, el capitalismo se da perfecta cuenta de que no puede mantenerse como explotación del trabajo humano a no ser que también colonice todo lo que se encuentra más allá de la estricta esfera de la producción. Frente al desafío socialista, le será preciso socializarse igualmente. Deberá entonces crear su cultura, su ocio, su medicina, su urbanismo, su educación sentimental y sus costumbres propias, así como la disposición a su renovación perpetua. Aquí estará el compromiso fordista, el Estado benefactor, la planificación familiar: el capitalismo socialdemócrata. A la sumisión por el trabajo, limitada debido a que el trabajador aún se distinguía de su trabajo, le sustituye actualmente la integración a través de la conformidad subjetiva y existencial, es decir, en el fondo, a través del consumo.

La Jovencita es vieja ya por el hecho de saberse joven. En consecuencia, para ella todo radica siempre en sacar provecho de este aplazamiento, es decir, de cometer los pocos excesos razonables, de vivir las pocas “aventuras” previstas para su edad, y esto con vistas al momento en que habrá de sosegarse en la nada final de la edad adulta. Así pues, la ley social contiene en sí misma, durante el tiempo en que la juventud se pudre, sus propias violaciones, violencias que, por lo demás, no son más que derogaciones.La Jovencita sólo es buena para consumir, ocio o trabajo, poco importa.

La intimidad de la Jovencita, tras encontrarse puesta en equivalencia con toda intimidad, se ha vuelto con ello algo anónimo, exterior y objetual. La Jovencita jamás crea nada; se recrea en todo.
Al investir a los jóvenes y a las mujeres con una absurda plusvalía simbólica, al hacer de ellos los exclusivos portadores de los dos nuevos saberes esotéricos propios de la nueva organización social —el del consumo y el de la seducción—, el Espectáculo sin duda ha liberado a los esclavos del pasado, pero los ha liberado en calidad de esclavos.

La más extrema banalidad de la Jovencita radica en comprarse algo “original”.

El carácter raquítico del lenguaje de la Jovencita, si bien implica un innegable estrechamiento del campo de la experiencia, en modo alguno constituye una discapacidad práctica, pues no está hecho para hablar, sino para complacer y repetir.

La Jovencita consigue vivir con una decena de conceptos inarticulados por toda filosofía, conceptos que son inmediatamente categorías morales; es decir que toda la extensión de su vocabulario se reduce en definitiva a la pareja Bien/Mal. Ni qué decir tiene que, para poner el mundo al alcance de su mirada, es preciso simplificarlo de forma aceptable, y para permitir que su mirada viva feliz en él, es preciso producir un buen número de mártires; en primer lugar, ella misma.

La Jovencita llama invariablemente
“felicidad” a todo aquello a lo que
se la encadena.

El Bloom es la crisis de las sexuaciones clásicas y la Jovencita es la ofensiva mediante la cual la dominación mercantil respondió a tal.
Del mismo modo en que en la Jovencita no existe castidad, tampoco existe derroche. La Jovencita vive simplemente como extranjera entre sus deseos, la coherencia de los cuales es regida por su Superyó mercantil. El tedio de la abstracción corre con semejante eyaculación.

No hay nada que la Jovencita no sea capaz de introducir en el horizonte cerrado de su irrisoria cotidianidad: tanto la poesía como la etnología, tanto el marxismo como la metafísica.

Albertine no es de ningún lugar y eso la hace muy moderna: revolotea, viene, va, de su ausencia de ataduras extrae una inestabilidad, un carácter imprevisible, que le dan su poder de libertad.” (Jacques Dubois, Para Albertine. Proust y el sentido de lo social)

La Jovencita es fascinante al modo de todas esas cosas que expresan una clausura sobre sí mismas, una autosuficiencia mecánica o una indiferencia hacia el observador; así lo hacen el insecto, el lactante, el autómata o el péndulo de Foucault.

¿Por qué la Jovencita tiene siempre que fingir que está llevando a cabo alguna actividad? Para mantenerse inexpugnable en su pasividad.

La “libertad” de la Jovencita rara vez va más allá del culto ostentatorio a las más irrisorias producciones del Espectáculo; tal libertad consiste esencialmente en oponer la huelga de celo a las necesidades de la alienación.

La vejez de la Jovencita no es menos repugnante que su juventud. De uno a otro extremo, su vida no es más que un progresivo naufragio dentro de lo informe, y jamás la irrupción de un devenir. La Jovencita se pudre en los limbos del tiempo.

El amor de la Jovencita es sólo un autismo para dos.

Eso que se sigue denominando virilidad no es ya otra cosa que el infantilismo de los

hombres, del mismo modo que la feminidad es el infantilismo de las mujeres. Por lo demás, tal vez debería hablarse de virilismo y de “feminismo”, cuando tanto voluntarismo se mezcla con la adquisición de una identidad.

La misma obstinación desengañada que caracterizaba a la mujer tradicional, confinada hogareñamente en el deber de asegurar la supervivencia, se desarrolla hoy en la Jovencita, aunque esta vez emancipada tanto de la esfera doméstica como de cualquier monopolio sexuado. En lo sucesivo se expresará por todos lados: en su irreprochable impermeabilidad afectiva al trabajo, en la extrema racionalización que impondrá a su “vida sentimental”, en su forma de caminar, tan espontáneamente militar, en su forma de besar, de ponerse de pie o de teclear en su computadora. De igual modo, no será muy distinto como lavará su coche.

La Jovencita se parece a su foto.

En la medida en que su apariencia agota enteramente su esencia y su representación su realidad, la Jovencita es lo enteramente decible; así como lo perfectamente predecible y lo absolutamente neutralizado.

La Jovencita sólo existe en proporción al deseo que se tiene de ella y sólo se conoce a sí misma por lo que de ella se dice.

La Jovencita aparece como el producto y la principal salida de la formidable crisis de excedentes de la modernidad capitalista. Es la prueba y el soporte de la prosecución ilimitada del proceso de valorización cuando el proceso mismo de acumulación se descubre limitado (por la exigüidad del planeta, la catástrofe ecológica o la implosión de lo social).

Toda la libertad de circulación de la que disfruta la Jovencita en absoluto le obstaculiza ser una prisionera, manifestar en cualquier circunstancia los automatismos de alguien encerrado.
El modo de ser de la Jovencita es el de no ser nada.

Llegar a “tener éxito en la vida sentimental y en la vida profesional al mismo tiempo”: algunas Jovencitas ostentan este lema como una ambición digna de respeto.
El eterno retorno de las mismas modas basta para convencerse de esto: la Jovencita no juega con las apariencias, son las apariencias las que juegan con ella.

Más aún que la Jovencita femenina, la Jovencita masculina manifiesta con su musculatura de bisutería todo el carácter de absurdo, es decir, de sufrimiento, de lo que Foucault llamaba “la disciplina de los cuerpos”: “La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En pocas palabras: disocia el poder del cuerpo; por una parte, hace de este poder una “aptitud”, una “capacidad” que trata de aumentar; e invierte, por otra parte, la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta.” (Michel Foucault, Vigilar y castigar)

La Jovencita sabe demasiado bien lo que quiere en detalle como para querer cualquier cosa en general.

“¡No me toques el bolso!”

El triunfo de la Jovencita tiene su origen en el fracaso del feminismo.

La Jovencita no habla, al contrario: es hablada por el Espectáculo.

La Jovencita porta la máscara de su rostro.

LA JOVENCITA REDUCE CUALQUIER GRANDEZA AL NIVEL DE SU CULO.

La Jovencita es un depurador de negatividad, un perfilador industrial de unilateralidad. En cualquier ámbito separa lo negativo de lo positivo y sólo conserva, por lo general, uno de los dos. De ahí que no crea en las palabras, que efectivamente no tienen, en su boca, ningún sentido. Para convencerse de esto basta con ver lo que ella entiende por “romántico”, que a final de cuentas tiene muy poco que ver con Hölderlin.

De aquí que convenga considerar el nacimiento de la ‘jovencita’ como la construcción de un objeto en la que confluyen diferentes disciplinas (de la medicina a la psicología, de la educación física a la moral, de la fisiología a la higiene).”
(Jean-Claude Caron, El cuerpo de las jovencitas)

La Jovencita querría que la simple palabra “amor” no implicara el proyecto de destruir esta “sociedad”.
La Jovencita conoce todo como desprovisto de consecuencias, incluido su sufrimiento.
Todo es divertido, nada es grave.
Todo es cool, nada es serio.

La Jovencita quiere ser reconocida no por lo que ella sería, sino por el simple hecho de ser. Quiere ser reconocida en términos absolutos.

La Jovencita conoce las perversiones estándar.

“¡QUÉ SIMPÁTICO!”

A la Jovencita le interesa el equilibrio, lo cual la aproxima menos al bailarín que al experto-contador.
La sonrisa jamás ha servido como argumento. También las calaveras tienen su sonrisa.
La Jovencita concibe el amor como una actividad particular.

La Jovencita lleva en su risa toda la desolación de las discotecas.
La Jovencita es el único insecto que acepta la entomología de las revistas femeninas.
Idéntica en esto a la desgracia, una Jovencita jamás viene sola.
Ahora bien, dondequiera que dominen las Jovencitas, su gusto debe dominar también; y he aquí lo que determina el gusto de nuestro tiempo.

En el amor más que en cualquier otro ámbito, la Jovencita se comporta como un contador. Sospecha siempre que ama más de lo que es amada y que da más de lo que recibe.
Entre las Jovencitas existe una comunidad de gestos y de expresiones que no resulta conmovedora.
La Jovencita es ontológicamente virgen, virgen de toda experiencia.

La Jovencita puede dar pruebas de amabilidad; siempre que uno sea verdaderamente desgraciado; éste es un aspecto de su resentimiento.

La Jovencita no concibe el paso del tiempo, a lo sumo se conmueve de sus “consecuencias”. De no ser así, ¿cómo podría hablar del envejecimiento con tal indignación, como si se tratara de un delito cometido en su contra?

Incluso cuando no busca seducir, la Jovencita actúa como seductora.
Algo de profesional se da en todo lo que la Jovencita hace.

La Jovencita es toda la realidad de los códigos abstractos del Espectáculo.
La Jovencita ocupa el nodo central del presente sistema de deseos.
Cada experiencia de la Jovencita se retira incesantemente hacia la representación previa que ella se hacía de aquélla. La Jovencita conoce todo el desbordamiento de la concreción, toda la parte viva del paso del tiempo y de las cosas, sólo en calidad de imperfecciones, de adulteración de un modelo abstracto.



martes, 25 de julio de 2017

LA BRASERIZACIÓN COMO SÍNTOMA DE LA TRIVIALIZACIÓN MEDIÁTICA



Siempre me ha inquietado  la atención preferente que suscita la información meteorológica en la televisión. Con el paso de los años no ha hecho más que crecer, convirtiéndose en un tema central. Pero, no solo conforma un segmento de la audiencia muy importante, sino que termina por exportar su formato al resto de la información dura. Todos los géneros informativos se exponen ahora con el presentador frente a una gran pantalla en la que se resume la información, en la que las sucesivas imágenes y los videos adquieren una importancia primordial.

Los chicos y las chicas del tiempo son los pioneros de las presentaciones de los informativos. Ellos comenzaron ilustrando la información con los mapas ubicados como fondo de sus cuerpos. Con sus brazos señalaban los lugares en los que se iban a producir los acontecimientos. Con el paso de los años, los veteranos profesionales de los primeros tiempos, dotados de cuerpos sin interés alguno, ceden el paso a nuevas generaciones caracterizadas por sus cuerpos cuidados y la puesta en escena de unos repertorios gestuales que convierten su trabajo en una actividad exigente desde la perspectiva física.

El siguiente salto es la emergencia de Roberto Brasero, el hombre del tiempo por excelencia de Antena 3. La cadena privilegia con un tiempo generoso su sección. Pero lo más relevante radica en el desempeño de su función. Nuestro héroe adopta un tono trascendente con respecto a los contenidos que comunica, que trasciende con mucho el valor real de estos. Esta sobrevaloración de lo meteo se acompaña de una utilización exhaustiva de su cuerpo, movilizando profusamente todos los subsistemas corporales capaces de emitir señales.  Así, la presentación se convierte en una actividad ejecutada por un cuasi atleta. Una vez entra en acción, hace exhibición de una energía impetuosa, que se apoya en su voz, su rostro y su cuerpo, que se coordinan otorgándole un aire de trascendencia. Tras las sucesivas informaciones, transita a ritmo rápido entre los mapas que muestran los fenómenos. Ante cada uno hace un movimiento gimnástico, que utiliza sus piernas, brazos, cintura y cuello. 

El conjunto en movimiento proporciona a la información un aire misterioso y trascendente. De este modo, representa a la ciencia meteorológica en movimiento, que comparece periódicamente frente a la audiencia para informar de lo ocurrido en las últimas horas y formular los pronósticos para el futuro inmediato que van a vivir sus esperanzados espectadores. Las guerras, acontecimientos relevantes o las catástrofes que desfilan por las secciones del informativo, no alteran la relevancia de lo meteo, que se impone como una rutina solidificada que se sobrepone a cualquier acontecimiento.

La proliferación de mecanismos de comunicación, que alcanza una situación de frenesí, contrasta con las informaciones, que en estos plazos son inevitablemente parcas. Así se confirma la naturaleza de la televisión, que privilegia las formas en detrimento de los contenidos. En el caso de Brasero se alcanza el paroxismo, generando una relación con los espectadores que presenta algunos rasgos de las prácticas de un brujo o hechicero que descubre una situación esotérica. En muchas ocasiones parece que está desvelando una realidad oculta inaccesible para el común de los humanos. Así se conforma como un experto que deviene en un guía espiritual, cuyas predicciones y consejos triviales tienen un impacto en las vidas rutinizadas de los fieles espectadores.

Todo el dispositivo formidable de comunicación no verbal que pone en escena contrasta con la insoportable levedad de los contenidos. Pero lo paradójico estriba en que la relación con los espectadores adquiere una intensidad misteriosa. Muchos de ellos esperan sus pronósticos, que presenta junto a comentarios que adquieren la categoría de un asesor místico que se ubica en la vida diaria. Así consigue despojar de lo técnico la información para adquirir un perfil de intimidad inusitado. De este modo se conforma como un experto cercano y especial, dotado de un poder de seducción exótico, que termina instalándose en la vida diaria de los agradecidos receptores.

La influencia desmedida de Brasero y su escuela de atletas y actores que presentan lo meteo con esta intensa teatralidad, se contrapone con el valor real de la información que aportan. Así se refuerza la gran inversión que se produce en las sociedades mediáticas con la consolidación de la tele. Esta significa una gran mutación de las élites, privilegiando a aquellos que dominan las técnicas corporales de la comunicación, que siempre concluyen en una forma de persuasión. Un indicador elocuente de esta transformación es la preponderancia de los comunicadores audiovisuales en las campañas por cualquier causa social. Allí comparecen distintos portavoces referenciados en su éxito en la tele.

No puedo evitar el recuerdo -para una persona como yo, cuya primera parte de mi vida tuvo lugar en una sociedad mediática incipiente- de una mujer que me fascina y me conmueve profundamente en todas las etapas de mi vida. Es Nuria Espert. Es irremediable que la compare con mujeres de éxito en la tele de hoy como Cristina Pedroche y otras similares. Esta es una cuestión que me turba y estimula mi espíritu crítico. Este ejemplo ilustra el proceso de mi vida, que transcurre paralela a la mediatización, que tiene lugar mediante saltos acumulativos, que determinan la progresión de arquetipos personales dotados de competencias diferentes a la inteligencia, así como de relaciones en las que lo áspero alcanza niveles de apoteosis.

La expansión de lo meteo y sus divinidades, en las que Brasero alcanza la cima, tiene como consecuencia la consolidación de un tipo de espectador. Este es el fiel seguidor de la información y el receptor de lo trivial, especificado en comentarios paternalistas y banales del tipo “necesitarán una chaqueta,  volverán a la manga corta o podrán dormir confortablemente”. El medio audiovisual crea sus propios receptores. En este sentido, el movimiento incesante de programas -con sus ciclos de ascenso, caída y sustitución- tiene como excepción la información del tiempo. Un pueblo fiel espera el final del informativo para ser advertido acerca de los eventos meteorológicos y sus impactos sobre el futuro inmediato de sus vidas.

La braserización implica una explosión de lo trivial, que se acompaña de una relación especial entre el mago emisor y el agradecido receptor de tal comunicación. De esta extraña relación resulta una forma rigurosa de fidelización, que no se funda en las aportaciones de contenidos sino en la magia del formato adoptado por el informador devenido en seductor. El receptor no busca elementos que le ayuden a clarificarse o posicionarse, como por ejemplo es el caso del videoblog de Iñaki Gabilondo, sino repetir la rutina, quedando atrapado por el repertorio gestual-corporal del comunicador. Así, el receptor ubicado en su sillón espera el momento en el que la pantalla cede su lugar al comentarista de lo meteo, para constatar lo vivido hoy y esperar lo que viene mañana.

Brasero es un producto de la nueva sociedad del espectáculo, haciendo cierta la afirmación de Debord de que este termina por sustituir a la vida. Pero esta extraña relación visual no puede ser designada de otro modo que se aproxime a la palabrota “miseria”. Porque, una vez instituida esta relación los distintos braseros, guías de la nada, ponen al servicio de las grandes empresas sus catálogos de seducción y sus relaciones con los incautos seducidos. Así, la fidelidad ampara un mercado de productos vinculados al autor, así como un lugar preponderante en el universo publicitario.

De este modo se produce un milagro mediático que modifica la naturaleza de las cosas. Uno de los colegas de Brasero, Matías Prats, protagoniza una serie de spots publicitarios en estos días, en los que las gentes asediadas por el estancamiento de los salarios, la precarización y el escalamiento incesante de las necesidades, son reconvertidos a una nueva identidad redentora. Son los “todistas”, aquellos que contratan el seguro de la empresa patrocinadora, que incluye todo, por supuesto. Prats vende su catálogo auditivo, gestual y corporal, ya emancipado de cualquier referente.

Me pregunto acerca de la naturaleza de la gente a quien va dirigido esta publicidad, así como si esta situación es reversible. También protesto cuando se afirma que la educación es la herramienta para el progreso de estas sociedades. Porque el aparato educativo se subordina a los dispositivos postmediáticos de una forma abrumadora. Los profesores mismos siguen la estela de los presentadores de la meteo, adoptando sus repertorios comunicativos. Recuerdo el impacto que me produjo una presentación power point de un estudiante en mi facultad sobre Bourdieu. Parecía una sesión del mismísimo Brasero. El contenido cero se asociaba a la profusión de imágenes y colores.

martes, 18 de julio de 2017

LAS VÍCTIMAS DEL TERRORISMO Y LA MANIPULACIÓN POLÍTICA

Las palabras de María del Mar Blanco a Manuela Carmena en el acto de homenaje a su hermano asesinado hace veinte años representan la cima de la manipulación política. En este campo, la escalada de la utilización de las víctimas como arma contra la izquierda, alcanzan niveles de sordidez inusitados. Este es un tema que proporciona al pepé una ventaja esencial, situando a la izquierda en una posición de indefensión. Sobre los sentimientos colectivos de miedo, impotencia y rabia, suscitados en los largos años de terrorismo de ETA, se fabrica un relato que no admite racionalización alguna. Así se conforma una zona oscura blindada a la reflexión y deliberación, desde la que se ejerce la condena a la pena máxima a cualquier voz que se aventure a una interpretación diferente.

El conflicto vasco adquiere una deriva fatal con el paso de los años, en tanto que las sucesivas direcciones de ETA van disminuyendo su capacidad de analizar el entorno y se orientan a unos objetivos imposibles de cumplir. De ahí resulta una escalada de terror indiscriminado que genera unas heridas que se van acumulando. Con el paso del tiempo los atentados múltiples van seleccionando víctimas cada vez más débiles y marginales. Los sucesivos climas de opinión pública que resultan de los mismos son volcánicos, concentrando y combinando todos los sentimientos negativos imaginables. De este modo, el conflicto de fondo se va difuminando para ceder el protagonismo a la acción terrorista, que adquiere una centralidad creciente en detrimento de las posibles salidas.

Aún a pesar de que las víctimas son múltiples y de toda condición, el pepé muestra su capacidad para asumir el protagonismo, reapropiándose de las emociones colectivas derivadas de los atentados, así como de las significaciones compartidas que se generan al respecto. En un clima de opinión pública dominado por el miedo, es factible introducir una interpretación definida por lo emocional, que se encuentre así blindado a los matices e interpretaciones. Cualquier voz que apele a una puntualización, es denostada con la sentencia inapelable de “cómplice de los terroristas”. De este modo cristaliza en la conciencia colectiva una zona oscura incompatible con la pluralidad de lecturas.

La izquierda política, en el sentido convencional y amplio, se encuentra desarmada ante una situación de esta naturaleza. En un clima así es arriesgado discutir la versión oficial, enunciada en unos términos tan simples que solo queda como factor diferenciador el tono. Así, muchos portavoces de la izquierda han sido desplazados en esa zona oscura por sus tonos de condena en tonos de baja intensidad, que se entendían como indicio de traición y condescendencia con el enemigo demonizado. El resultado es la cristalización de un campo tenebroso, en el que la inteligencia se acredita por su capacidad para eludirlo mediante frases de doble sentido. Esta situación lóbrega tiene un efecto perverso adicional. Se trata de que, al no existir distintas interpretaciones, el conocimiento generado se autorreproduce a sí mismo, constituyéndose como un sistema cerrado de representaciones, dando lugar a una situación que presenta rasgos de una neurosis colectiva en el límite de la histeria.

En la zona sombría de la cuestión del terrorismo, el conocimiento se reconstituye  otorgando un importante espacio a los conceptos defensivos, las fantasías y las distintas proyecciones irracionales. De los distintos procesos de respuesta a los terribles atentados, resultan unas cogniciones determinadas por las emociones negativas, en el que lo racional es desplazado. Este conocimiento se constituye como un conjunto cerrado de preceptos, que inevitablemente se encuentran determinados por la rigidez. Cualquier enunciado que no reproduzca ritualmente su propuesta, es descalificada severamente, asignándosele la etiqueta de la traición.

El paso del tiempo muestra que es imposible renovar ese conocimiento abriéndolo a las nuevas realidades. Cualquier proposición no encuadrada en el ritual de la condena apocalíptica reporta el estatuto de sospecha de colaboración con el enemigo encubierto. La deriva que adquiere esta situación acrecienta algunos rasgos verdaderamente paranoicos, que en un clima de emocionalidad intensa requiere de una sobreactuación manifiesta. Así se conforma un territorio clausurado a la inteligencia, en el que proliferan los gestos rudos y la repetición. El conocimiento se encuentra empaquetado en forma de dogmas, estereotipos, prejuicios y otras formas que perturban su inteligibilidad. En estas condiciones parece imposible escuchar o mirar hacia cualquier argumento nuevo. Así se cierra el círculo de la incomunicación y la capacidad de afrontar cualquier situación nueva.

La zona oscura derivada de la interpretación vigente del terrorismo y las respuestas que suscita, constituye un obstáculo muy relevante para el funcionamiento de la democracia. Una parte muy importante de la vida política no se encuentra racionalizada, sirviendo como base a la manipulación por parte, en este caso, de la derecha. Tras el cese de los atentados y la disolución fáctica de ETA se genera una situación completamente nueva que requiere de un tratamiento fundado en la inteligencia. Pero, por el contrario, la derecha mantiene un discurso que se inscribe en una espiral de histeria y que estimula el odio y el rencor. Las apelaciones en los medios audiovisuales a este tema adquieren la naturaleza de antológicos. Aquellos que no hagan suficiente énfasis en la condena son descalificados e insultados.

De este modo, la cuestión del terrorismo es realimentada continuamente. La razón principal que mantiene viva esta hoguera es que forma parte de una estrategia política que proporciona ventajas tangibles frente a la izquierda.  El frágil compromiso del 78 puso en segundo plano la reparación en la conciencia colectiva de las violencias de la guerra civil y de la larga posguerra. Esta cuestión es situada en la frontera de los consensos logrados en esta época. El terrorismo de ETA representa la oportunidad para la derecha de ocultar el pasado para comparecer como víctima en este nuevo ciclo de violencia. Así se cancela la cuestión de la posguerra y el franquismo, siendo reemplazada por la nueva guerra, esta vez contra la democracia liberada de cualquier origen.

El pepé acredita su fuerza en la vida política diaria. Así, frente a los quejidos y susurros de la izquierda con respecto a las víctimas del franquismo, desentierra las violencias ejercidas desde el campo republicano con un vigor inusitado. Cualquier apelación al pasado resucita el fantasma de Paracuellos, que es esgrimido con una contundencia extraordinaria. La intensidad de la respuesta del pepé se asocia a su determinación de defender su posición, manifestando su ausencia de temor a la escalada. Por el contrario, la izquierda muestra su ausencia de voluntad de remover las cuestiones de la memoria. Su estrategia se concentra en evitar la confrontación y el escalamiento de cualquier debate público.

De este modo el conocimiento oficial sobre los conflictos y violencias que han asolado en distintos tiempos históricos presenta una opacidad inquietante. En cualquier tema en el que no haya consenso se renuncia a la discusión. El resultado de este agujero negro en la conciencia colectiva es la debilitación de la misma. De este modo es factible cualquier manipulación basada en la movilización de los sentimientos. La historia oficial se define por su falta de verosimilitud. Cualquier incauto que pregunte por las víctimas del GAL o cualquier otro acontecimiento que no cuadre con los intereses de los manipuladores es remitido al limbo. Así se fabrica una narrativa indescifrable, que contribuye a la generación de un estado de confusión monumental. Como profesor de sociología durante tantos años he podido comprobar la debilidad de la conciencia colectiva acerca de cuestiones fundamentales.

Por esta razón me impresionan mucho las actuaciones de María del Mar Blanco, devenida en una profesional del dolor, que sirven a los intereses de su partido. Su función es debilitar a la izquierda mediante la manipulación de los símbolos del dolor de las víctimas. Me llama la atención su rostro y sus disposiciones corporales rutinizados y cristalizados en máscaras que son presentadas cuando la ocasión lo requiera. En el caso que comento aprovechó la oportunidad del vigésimo aniversario del asesinato de su hermano para embestir a Carmena ante las cámaras.

Una sociedad así es inevitablemente débil. La opinión pública no recibe las aportaciones de los que optan por el silencio, evitando las coacciones histéricas de los manipuladores del dolor. Es paradójica la convergencia entre la sociedad posmoderna, que representa la abolición del pasado, con los grupos de interés y partidos políticos que hacen del olvido una verdadera obra de arte. Así se produce la evocación selectiva del pasado y su difuminación. Como afirma el dirigente del pepé Pablo Casado “las cosas del pasado no interesan a nadie, solo a los abuelos”. Mejor síntesis imposible.