jueves, 23 de marzo de 2017

LA CENA Y EL ESPÍRITU DEL LABORATORIO

                                              DERIVAS DIABÉTICAS



La cena es una práctica cotidiana que suscita distintas y contradictorias significaciones para los enfermos diabéticos. Los profesionales controladores de tan prosaica enfermedad la entienden como una ingesta de carbohidratos, proteínas, grasas y calorías que completa el ciclo diario de la nutrición, determinada por el riguroso tratamiento. Esta remite a su relación con las magnitudes que expresan el estado biológico de la enfermedad. Pero la cena no es siempre un acto mecánico, programado y racionalizado. En la vida diabética, siempre en cautividad insulínica, aparecen otras significaciones placenteras y sociales. Así, la cena puede adquirir, en ocasiones, dimensiones tan gratificantes que sustentan a una parte de las pequeñas maravillas de la vida. Así se invierten los significados nutricionales y se puede convertir en un espacio en el que lo patológico es relegado.

Pero la cena mecanizada y sometida al imperativo supremo del tratamiento se corresponde con la prescripción enunciada por los controladores profesionales. Estos obtienen su conocimiento en una situación de laboratorio. El hospital y la hospitalización es el espacio en donde el paciente es sometido a una situación experimental en la que los científicos controlan todas las variables, de modo que es posible programar “científicamente” las dosis cotidianas que conforman el tratamiento. El laboratorio es la matriz del imaginario profesional de la atención médica, el espacio que genera los supuestos y los sentidos de la atención. En él habitan los profesionales que se encuentran en la cima de la pirámide de profesiones que componen el dispositivo de los controladores de la diabetes y sus víctimas.

Pero la situación de laboratorio no es la misma que la de la vivencia de la enfermedad en un contexto abierto de libertad vigilada, en el que entre control y control, que significa inevitablemente el eterno retorno a la situación de laboratorio, en tanto que el paciente es ubicado en el mundo de las pruebas, los resultados y la supervisión subordinada al  imaginario profesional. Las consultas de revisión significan la estancia provisional en el mundo de la manufactura terapéutica, en el que la vida se detiene en un paréntesis breve, para volver a hacerse presente hasta el siguiente control. 

Pero si para el paciente la consulta de control es un momento de revivir el laboratorio, para los profesionales del dispositivo controlador ocurre justamente lo contrario. Para ellos es la vida quien puede comparecer fugazmente, aludida en una conversación generada por el resultado de alguna de las mediciones, en la que predomina el espíritu del laboratorio. Durante algún tiempo albergué la ilusión de que los médicos generalistas o las enfermeras fueran portadores de modelos asistenciales diferenciales al de los operadores de la factoría endocrinológica del tratamiento de la diabetes. La verdad es que la hegemonía endocrina  es absoluta. Estos especialistas son quienes fijan sus estándares y los modelos de atención. Los protocolos de atención a los diabéticos son escrituras endocrinas que los sistemas de información imponen sin contrapartida. 

La cena es uno de los acontecimientos de la vida cotidiana que adquiere una naturaleza fronteriza entre el mundo del laboratorio y el de la vida real. Porque la cena no puede ser entendida desde la perspectiva de sus componentes nutricionales y los cálculos del control metabólico. Se trata de una extraña ingesta de alimentos que precede a las horas de la noche, que se entiende como un tiempo muerto de reparación ubicado en el final de un día de luz, trabajo, obligaciones y prácticas de atención a la enfermedad. Este tiempo antecede al día siguiente rigurosamente inscrito en un ciclo temporal de ingestas sucesivas para controlar las glucemias y gestionar sus altibajos.

Esta perspectiva otorga a la cena una naturaleza que se puede sintetizar como ingesta nocturna. Esta se encuentra determinada por las cantidades parcas de alimentos y su composición ligera. Así, la cena es necesariamente una comida austera, cuyo contenido remite a las proporciones de las calorías diarias y otras magnitudes que detentan una preeminencia en el mundo de las significaciones del laboratorio. En el mundo de lo biológico-medido no existen excepciones. Todas las cenas son iguales, conformándose como ingestas de alimentos en un ciclo horario inmutable y recurrente. Cuando el enfermo regresa al laboratorio en la consulta de revisión, es frecuente la pregunta que alude a la hora en que se realiza esta prosaica ingesta de alimentos. Es altamente sugerente que los términos procedentes del laboratorio, tales como ingesta, no tengan sinónimos.

Pero la vida diaria es otra cosa completamente distinta. En las sociedades del presente la vida se ha escindido en dos períodos temporales contrapuestos. La estabilidad de los días laborales contrasta con el tiempo del fin de semana, que es gobernado por otras lógicas muy diferentes a la del cálculo racionalizado. Voy a decir una cosa muy impertinente para los médicos que lean este texto. Lo hago con la intención de que puedan reflexionar al respecto. Llevo casi veinte años de vida en compañía de la insulina. Pues bien, nunca, nunca me ha preguntado nadie por el fin de semana. Las preguntas en las consultas-laboratorio sobre la vida son tan rigoristas, que conforman este tiempo excepcional como un área extraña a la atención a la enfermedad. Desde hace muchos años pregunto a otros pacientes al respecto y todos compartimos la misma experiencia. El fin de semana es el largo tiempo vital que denota la separación de la atención médica y de la vida. Porque la pregunta a otro paciente en cualquier encuentro es ¿cómo te apañas el fin de semana?

El fin de semana altera los patrones horarios, las prácticas cotidianas y las relaciones sociales ordinarias de las prevalentes en los tiempos organizados por el trabajo y la obligación. La cena es un acontecimiento social, en la que concurren amistades, experiencias y emociones. En este encuentro se consumen alimentos especiales gobernados por el placer, que conforman un espacio de experimentación culinaria. Las cenas largas de los finde no son la antesala del descanso reparador de las noches ordinarias sino el comienzo de un tiempo activo que conforma el paradigma de lo nocturno, que despliega muchos posibles. Este tiempo vivo, gratificante para los cuerpos y los espíritus, se ubica en una frontera escarpada con la salud. Pero es un intervalo en la vida que no se encuentra regido por la racionalidad y el cálculo, sino por los sentidos, las sensibilidades, las pasiones y las subjetividades liberadas de racionalizaciones. Las sociabilidades que resultan del finde se asocian a climas eufóricos y celebrativos de la vida en distintos grados.

En este mundo polifónico del fin de semana se inserta la vida de los diabéticos. La incompatibilidad de los rigores del tratamiento con el ambiente social y sus requerimientos adquiere su máximo valor. La cena rutinaria deviene en múltiples cenas posibles. Las amistosas, las celebrativas, las asociadas a eventos mediáticos, las amorosas, las de exploración del gusto y otras muchas. En estas condiciones se suscita el problema de cómo puede un paciente negociar con su ambiente y los microacontecimientos que aparecen en su vida. Desde el laboratorio no hay respuesta a esta cuestión. Ni siquiera aparece en la conversación pautada en la consulta, ni en los protocolos, ni en las referencias profesionales. 

Entonces ¿debe abstenerse el paciente en el tiempo de finde y configurarse como un ser solitario asocial? ¿en el caso de integrarse en su mundo social, debe detentar un estatuto especial? ¿es posible eso? ¿la mejor solución es la creación de guetos diabéticos de los finde?  Estas preguntas, ajenas al mundo del laboratorio que entiende la cena como un acto de ingesta regido por el cálculo, ni siquiera están problematizadas en el mundo profesional. Se trata de un espacio mudo sin discursos que cada enfermo oculta. 

El estatuto de subordinación de los pacientes en el mundo del laboratorio de las consultas de revisión y los reingresos hospitalarios determina que la vida, que se presenta en estado de esplendor en las cenas especiales, sea desplazada al interior de cada cual y se conforme como un espacio vital no socializado. Termino aludiendo a una prescripción que me hicieron en el hospital, cuando estuve ingresado por cetoacidosis diabética. Me insistieron acerca de la importancia de pesar los alimentos en crudo para controlar las cantidades. Los dos primeros años de vida en cautividad insulínica lo hice. Un insigne diabético se rió mucho de mí cuando se lo confesé. Ahora me pregunto acerca de la incompatibilidad de los pesos pequeños y las cenas sociales y sus climas del fin de semana. Estas son cosas disparatadas derivadas del espíritu del laboratorio.



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