martes, 31 de enero de 2017

TRESCIENTOS: MI VIDA ENTRE LAS TANGENTES Y LA SILLA MECEDORA



El mundo cambia incesantemente alrededor de mí. En este tiempo, uno de los cambios más significativos es la progresión del sistema métrico decimal, que sale de sus espacios convencionales para instalarse en todas las vidas, al servicio de un poder fundado en una tecnología en la que contar es primordial.  Este es el post número trescientos de Tránsitos Intrusos, en el que aprovecho para contar algo de mi vida que no se puede insertar en las centenas, decenas, unidades, los decimales y demás guarismos terminados en cero que rigen el mundo en que habito. Mi existencia transcurre construyendo lo cotidiano autónomo posible en los márgenes de los mundos invadidos por los ceros, los unos y sus acompañantes

En una situación adversa, en la que se está configurando  una nueva sociedad de control, me veo obligado a activar un mecanismo de defensa presente en toda mi biografía. Se trata de asentarse sobre las distintas tangentes que corresponden a las diversas esferas que conforman la  realidad social que me rodea. La tangente implica una relación inevitable con esa realidad, pero que se constituye sobre un punto en el que se puede ver guardando una distancia prudencial, en tanto que es relativamente sencilla la retirada para volver a los huecos ubicados entre las tangentes, que son los espacios de mi cotidianeidad liberados de la lógica del nuevo sistema que nos convierte en hipervisibles y sujetos obligados a responder a las comunicaciones de los dispositivos de poder portadores de patrones de normalidad. Así es posible preservar un espacio de vida personal gobernada por mí.



La primera tangente es la política. Cuando  en diciembre de 2012 comencé a escribir en este blog, me encontraba en un contexto extraño, en tanto que contrastaba la energía colectiva que se había suscitado con respecto al cambio político, con el avance de la nueva sociedad de control, que moldea las instituciones, los distintos contextos sociales y las personas. En estos tiempos, la ecuación que articula estas dos realidades ha modificado sus términos. En el último año se ha intensificado el avance de la nueva sociedad de la vigilancia y ha decrecido la energía política derivada del 15 M, transformada ahora en una piadosa esperanza de que el cambio político será realizado por algún comandante providencial, reduciendo así nuestro papel a aplaudirlo y votarlo.

La energía  movilizada para el cambio político se ha transformado en una fuerza débil y dispersa frente a la gran magnitud de las que se oponen al cambio, que se apoderan simbólicamente del mismo para conservar  lo esencial, pero añadiendo jergas lingüísticas sustraídas de los agentes de cambio, que contribuyen así a producir simulaciones institucionales, legislativas y mediáticas. Frente a la gran envergadura de los obstáculos al cambio, el complejo de fuerzas favorables al mismo se concentra progresivamente en muy pocos actores y decisores. Las voces múltiples del tiempo del 15 M ceden la palabra a unos pocos líderes mediatizados, cada vez más uniformes. Así se cumple el aserto de que los concentrados en las plazas - múltiples y heterogéneos - son sustituidos por un partido que los convierte en masa mediatizada de apoyo, para terminar en un liderazgo carismático sustentado en un aparato homogéneo y una masa gobernada mediante impactos emocionales discontinuos. En coherencia con este proceso, las élites convencionales recuperan la definición de lo que es posible.

Pero, por encima del estancamiento del cambio y la perversa continuidad, que se apodera de los lemas del ismo  enunciando un tétrico “sí se puede…seguir así”, el proceso de transformación neoliberal del mundo sigue su curso implacablemente. En mi cotidianeidad se presenta principalmente en la reforma de la universidad, en la que su reconversión neoliberal se produce a saltos y sin resistencia de sus desamparados y anestesiados destinatarios. Esta reforma converge con otras que tienen lugar en otras esferas, configurando una inquietante sociedad de control, que más allá de la esfera estatal y política se instala en la cotidianeidad, extendiéndose a toda la vida. 

Esta es mi segunda tangente que visito todos los días para encontrarme  con la jungla de disciplinas y subdisciplinas, cada vez más fragmentadas, deslocalizadas y autorreferenciales. Los sentidos que rigen la producción del conocimiento remiten a la cantidad de productos académicos manufacturados necesaria para defender las fronteras de las disciplinas, asegurando así la recepción de sus cuotas.  El mundo de las ciencias sociales es cada vez más distante de los acontecimientos y mundos que habitan el presente. 

Muchas veces me pregunto qué hace un chico como yo en un mundo como este. Porque, ahora revelo una de mis claves para quienes hayan sido alumnos míos: desde siempre, mi proyecto personal ha estado regido por ese concepto tan poderoso y ahora emergente, como es el “conocimiento situado”. Aquí está la clave de todo. Una parte muy importante de los investigadores se encuentran perdidos en campos empíricos escindidos de lo social global, carentes de una visión general. En estas condiciones no se formulan las preguntas claves ni se dialoga con la realidad social. La venerable maestra, la antropóloga argentina  Rosana Guber, me ayudó a comprender esta cuestión, con su acertada distinción entre investigación para legislar sobre la realidad social e investigación para desvelar la misma.

En esta tangente se hace visible la emergencia del nuevo cognitariado universitario, cuya subjetividad es modelada por varios procesos complementarios. Las maquinarias institucionales los formatean sin oposición. En este mundo, mantener una posición crítica se está convirtiendo en un nuevo frikismo. Desde esta posición se puede percibir la velocidad con la que ocurren los cambios y la dirección de estos. Esta esfera afecta a mis emociones, en tanto que mi presencia tantos años me permite ver las trayectorias y los destinos de muchos de los estudiantes modelados que desfilan por las clases.

Pero es desde las tangentes de los mundos de la vida donde percibo la eficacia me mis autodefensas. Así me configuro como un resistente a la normalización de la vida-consumo, la norma mediática y la informática. Frente a estas mantengo una distancia prudencial y una autonomía considerable. La nueva sociedad postdisciplinaria se caracteriza por desplazar el control de los individuos desde las instituciones convencionales que conforman la definición de “encierro” de Foucault, a nuevas instituciones dotadas de un formidable poder de definición, y, por consiguiente de producción de subjetividades flexibles. Estas son la gestión, el marketing y la publicidad, las mediáticas e informáticas que moldean la vida, generan modelos de comportamiento, de pensar y de estar que esculpen a sus destinatarios.

Confieso que no soy un ser normalizado en este tiempo y que he logrado  suavizar los impactos de las instituciones escultoras del mercado sobre mi vida diaria. Lo más importante es preservar una subjetividad personal inmune a las subjetividades normalizadas por estos dispositivos. Así, tanto en lo mediático como en las redes me mantengo en la distancia que me otorga permanecer en la tangente. De este modo, no me contagio de la velocidad ni de los ciclos constantes de euforias y depresiones que atraviesan esos espacios sociales. Puedo percibir los sucesivos estados de compulsión pero mantengo mi ritmo lento y mis prioridades. Por poner un ejemplo, contesto a los whatsapp con una semana de retraso.

Mantenerse en las tangentes favorece vivir el presente de una forma más creativa y original. Se trata de conseguir una posición marginal que haga posible la vida interior lenta y gratificante. Así se favorece al cuerpo, la mente y los sentidos, consiguiendo un acercamiento a un estado de equilibrio. Presumo de no ser afectado por el flujo imponente de representaciones, imágenes y sonidos que producen las instituciones que moldean y esculpen a las personas en este tiempo. Eso me permite tener una distancia personal que me protege del ruido estruendoso del novísimo mundo. En mi vida privada existen zonas de calma y me propongo que todos los días tengan su tiempo. Las conminaciones que recibo desde todas las esferas en las que me encuentro desde las tangentes pueden ser minimizadas y procesadas.


Por eso, la vieja y convencional silla mecedora es el símbolo de mi libertad. Allí es donde descanso, pienso, recuerdo, sueño y me relajo. Como los antepasados que pudieron disfrutar de ella. En su espacio no hay retos ni obligaciones ni velocidad. Es el gran momento de la vida, en el que puedo reparar los estragos de lo meteórico y del cambio continuo. La silla mecedora es el lugar sagrado de la buena vida, en donde puedo encontrarme a mí mismo en los espacios y tiempos diarios liberados de las obligaciones impuestas por las instituciones del crecimiento y del mercado. Este prodigioso objeto permite mecerse a un ritmo lento impulsado por uno mismo, de este modo representa la grandeza de las pequeñas cosas. 

Junto a la silla mecedora otras muchas cosas forman parte de mi vida no normalizada. Algunas de ellas han salido en este blog y otras también serán tratadas. La grandeza de lo minúsculo y lo cotidiano se sobrepone al relato de la época, que impone unos requisitos inalcanzables para la vida ordinaria.  Este artefacto es la sede de la imaginación y de la nostalgia. Representa la apoteosis de lo cotidiano entendido como sublime en minúsculas.

Para terminar, como las esferas gobernadas por la sociedad productivista imponen el imperativo de la alternativa, voy a proponer una. Ahí va¡  Propongo que cada cien horas transcurridas en la mecedora, ¡acreditadas por supuesto¡ sean convertidas en un premio o incentivo canjeable en puntos para la cesta de méritos de cada cual.



2 comentarios:

  1. El otro día vi un documental sobre Cuba en Youtube en que comentaban lo aficionados que son allí a las mecedoras, en casa teníamos una, pero ya no, fue mas o menos sustituida por un sillón de esos que se despliegan.

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  2. La silla mecedora es muy común en Cuba, en todo el Caribe y en algunos lugares de Latinoamérica. Se combina con el porhe de las casas y la vida en la calle. A eso le llamaría mirar en calma el espectáculo cotidiano de la calle.

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