martes, 30 de agosto de 2016

LA TERCERA RECLUSIÓN DE LAS PERSONAS MAYORES




Las biografías de las personas mayores en el presente se rigen por una extraña lógica. En tanto que sus descendientes experimentan una vida en mejores condiciones materiales, en la que los incrementos de las movilidades, las experiencias vitales y las relaciones sociales son manifiestos, ellos son apartados gradualmente, terminando en la mayoría de los casos segregados de la vida social y almacenados en unas instituciones cuya  apariencia las distingue de los antiguos asilos, pero en la que no se puede ocultar el vínculo con estos. En estas la función residencial se subordina a la de control estricto sobre una población que no se puede evitar denominarla como los “internos”.

El declive inevitable de los mayores produce una cruel paradoja: En tanto que han legado un mundo mejor a sus herederos, son expulsados de los espacios domésticos para ser recluidos en instituciones que los custodian y cuidan. De este modo, el concepto organizador de estas sociedades, que se especifica en la idea de bienestar, no es universal. El incremento de la esperanza de vida tiene un efecto perverso: la configuración de una etapa para muchos ancianos de una vida de encierro y una cotidianeidad privada de los afectos de antaño. Me impresiona muchísimo contemplar los días de las elecciones a los ancianos movilizados y desplazados a los colegios electorales, con sus sobres cerrados en sus manos y custodiados por sus vigilantes. Esta es la penúltima utilidad en la que son exprimidos. 

La primera reclusión de estas generaciones es la que se asocia a distintos ámbitos en los que desarrollan sus vidas. El matrimonio estable; la vivienda en propiedad financiada en tiempos largos; los trabajos fijos duraderos  y las rutinas que presiden unas vidas estructuradas en torno a los hijos y los nietos. Este es el sentido organizador de la vida y del hogar, al que se encuentran subordinados todos los demás. Una buena vida es el laborar por progreso de los descendientes. Así transcurren largos periodos de tiempo, en el que  las actividades primordiales  son inversiones para mejorar el futuro del clan familiar. La impetuosa irrupción del consumo de masas no altera la movilización familiar para el futuro de los hijos y de los nietos, que se regula mediante el sacrificio, en mil versiones para esta generación.

El segundo encierro comienza tras la jubilación, la dispersión de los miembros de la familia, el extrañamiento creciente del medio que les rodea, la reclusión creciente en la viviendar y el distanciamiento con respecto a su entorno inmediato. Hace unos meses escribí un post “Mayores en arresto domiciliario”, en el que analizaba esta cuestión. En este periodo de reclusión doméstica creciente, las visitas y las relaciones familiares se producen en intervalos de tiempo cada vez mayores. Así instaura un proceso en el que se debilitan todos los lazos sociales del pasado y se incrementa la presencia de la familia pública, representada en un nexo creciente con los servicios sociales y de salud. 

Si bien el signo de este proceso es de creciente introversión, debilitación de capacidades para ejercitar las funciones de la vida cotidiana y dependencia progresiva, la vida tiene lugar en un espacio que fue un hogar. Todos los objetos, los muebles y los huecos representan la memoria de un pasado convivencial. Los seres queridos están siempre presentes allí. La materialidad y las vivencias están asociadas a la vivienda. El espacio es vivido desde su pasado, esplendoroso al ser reavivado en la memoria selectiva. El sentido de la vida es la espera de que comparezcan los ausentes. La promesa de la navidad, las felicitaciones por los cumpleaños, la llegada de noticias sobre acontecimientos de los descendientes o las visitas que terminan en salidas que se experimentan como una protección confortable frente a la hostilidad creciente del miedo urbano.

La casa es una fortaleza que alberga el espacio de la autonomía. El anciano come lo que le gusta, recrea el mundo a partir de los contenidos de las largas sesiones de televisión, decide los horarios y revive en soledad sus recuerdos. El declive termina por reforzar su autonomía en la decisión de sus actividades cotidianas. Se termina configurando como un solitario nostálgico, un robinson doméstico que crea su mundo, gestiona sus pequeñas satisfacciones y decide las excepciones. En el caso de presencia de animales domésticos desarrolla con estos una relación muy intensa que palia su soledad. En el silencio del hogar lo acompaña junto a sus nostalgias, sus sueños y sus amarguras en espera del siguiente episodio familiar.

En muchos casos los visitantes procedentes de la familia pública representan un alivio. Les proporcionan una compañía fundamental en el ciclo del día, así como en sus menguantes salidas. También las visitas a los médicos y enfermeras, que les proporcionan la oportunidad de expresar afectos y sentirse respetados. Los residentes solitarios que rememoran su pasado se proporcionan pequeñas gratificaciones cotidianas en las largas horas de soledad. Así compensan el dolor que en distintos grados los acompañan por su marginación familiar. El futuro es la espera del efímero retorno de los suyos, sea en forma de llamadas, de visitas o de noticias. El fin de semana tiene un sentido inverso al de la mayoría. Para ellos es un tiempo de suspensión de lo social, en el que las familias pública y privada se disipan.

Así se configura un ser social solitario, marcado por la pérdida cotidiana de los suyos y la constatación de las señales de su propio declive físico,  pero soberano en su hogar, en donde ejerce su autonomía mediante sus prácticas y decisiones de alivio de su soledad. La casa termina por ser un refugio en donde un ser soberano compensa sus adversidades y gestiona las relaciones menguantes con sus familias privadas y públicas. Así ejerce el control cotidiano sobre distintos aspectos de su vida. Las largas horas de soledad lo convierten en un activo oyente de la radio o en un voyeur televisivo. Sus carencias cognitivas y afectivas lo configuran como un damnificado por la comunicación audiovisual que recrea ficciones que se sobreponen a sus austeras vidas.

Un día aparece una señal nueva en términos de un accidente, un episodio de salud negativo, un estado psicológico percibido como deplorable, un examen de los peritos de la vida dictaminadores de riesgos o un acontecimiento familiar inesperado. Esta desencadena un proceso de decisión conjunta de sus familiares y los sistemas expertos que concluye en su ingreso en una institución de custodia. Así se inicia su tercer encierro o confinamiento final. La distancia entre el la etapa de reclusión abierta doméstica y la residencia es enorme. Representa una situación nueva en la que es convertido en un interno, despojándolo de las ventajas que conservaba en la etapa de clausura doméstica aliviada.

La residencia es inequívocamente una institución total en el sentido definido por Goffman. La función de control se sobrepone a todas las demás. Se trata de instituciones en las que reina el imaginario médico, que convierte a cada interno en un ente físico que es preciso conservar, así como la de las psicologías fundadas en el supuesto de que las emociones, las relaciones humanas y los entornos se pueden constituir artificialmente, mediante medios equivalentes a las prótesis. Estas instituciones son espacios segregados de la sociedad, donde se impone la lógica de una vida cotidiana estrictamente reglamentada que no admite excepciones. Este orden organiza toda la vida cotidiana. No existen tiempos o espacios en los que los internos dispongan de discrecionalidad. El territorio personal que representaba la antigua vivienda se disipa y la intimidad desaparece.

El internamiento suscita un conjunto de pérdidas traumáticas, que los expertos de esta “industria conservera” de los ancianos no alcanzan a comprender. Las ventajas de la segunda reclusión, las he expuesto anteriormente. El choque al aterrizar en la institución total es terrible. En muchos casos se producen resistencias, pero el estado de debilidad determina que estas se quiebren y el interno sea reducido al pragmatismo de que esa es su realidad. Así termina por asumir su propia identidad de persona disminuida. En un tiempo corto su yo debilitado es drásticamente remodelado. La sumisión e infantilización son promocionadas y recompensadas institucionalmente. Es inevitable que acepte finalmente ser un ser encerrado, alimentado, vigilado, medicado, escrutado, entretenido, alimentado afectivamente por pequeñas dosis intermitentes y objeto de ficciones amistosas. No ignoro que existen excepciones, pero la perspectiva de la gerontología es lamentable.

Unas vecinas mías muy mayores y en muy mal estado de salud fueron finalmente ingresadas en una residencia hace unos años. Una de las razones de la decisión familiar fue vender su casa en un buen momento del mercado inmobiliario. Estas vecinas resistieron la institucionalización manteniendo su rebeldía, a pesar de que perdían una a una todas las batallas. Entonces consiguieron fugarse. Fue su último acto creativo y vivo. Solo pudieron mantenerse un par de horas fuera de la residencia y fueron localizadas por la policía y devueltas al internado. Algunas veces he imaginado una fuga de internos y su comparecencia en el centro de la ciudad.

La fuga denota la naturaleza del encierro y el grado en el que es constituido como un inválido en grado supremo. Una amiga mía que canta en un coro en Madrid, llegó a dejarlo tras vivir la experiencia de actuar en varias residencias. La suma del declive y el cese de la resistencia propicia un cuadro insoportable para cualquier sensibilidad. El clima artificial de ocio celebrativo encubre la realidad  de reducción de la vida a su conservación. Desde hace años busco imágenes que ilustren este encierro. No me he atrevido a añadirlas aquí.

Entiendo perfectamente que el declive físico y mental es inevitable y que no es viable que sus costes recaigan en las familias. Pero una sociedad tan poderosa, en la que el desarrollo tecnológico y la producción de objetos y servicios se sustenta en una inteligencia y una creatividad formidable, se muestra incapaz de invertir una parte de estas en inventar una alternativa al encierro en instituciones totales. En este caso oculta las realidades críticas y asume que la última etapa de la vida tiene que representar un equivalente al misterioso purgatorio, confirmando la metáfora del valle de lágrimas.

¿no se puede explorar otro camino? ¿es inevitable este sufrimiento? y ¿podemos definir como progreso el curso de estas sociedades desentendiéndose de estas y otras víctimas? Mi respuesta es no. Se encuentran disponibles mejores armas, medicamentos, máquinas de uso individual y otros objetos. Pero la gente se muere en instituciones totales después de ser extirpada de su propio medio. Eso no es aceptable.




lunes, 29 de agosto de 2016

LAS MUSICAS DE LA TIERRA DE GRANÁ

Una buena amiga me reprocha los textos que escribo sobre Graná. Me hostiga con la cantinela de lo positivo y lo negativo. Le replico diciendo que frente a las toneladas de textos que aparecen en los medios, los estudios profesionales o en el material turístico, no existe ni un miligramo de crítica, conformando una realidad ficticia que contrasta con las vivencias de muchos de los que estamos asentados por aquí. Por eso me siento tan cómodo escribiendo estos textillos.
Pero es cierto que Graná no solo es una tierra de una riquísima diversidad de caciquismos y marginaciones. Junto a ello se puede identificar otra esfera que surge de sus suelos. Una de ellas son sus músicas. Para muchos de los lectores de este blog, alejados de esta tierra, nada mejor que aproximarse a su realidad que a a través de Enrique Morente y Estrella Morente. Para un bárbaro del norte como yo, el conocimiento del flamenco, que comenzó mediante el impacto que causaba en mí Camarón, se acrecentó con Enrique Morente. Ahora disfruto mucho con todos los flamencos y sus hibridaciones. Paso un video convencional que puede abriros a la indagación en los tesoros de sus músicas.
Volviendo a mi amiga, tan inteligente, pero formateada por el sistema, de modo que ha internalizado ese dogma de los puntos fuertes y débiles, estas músicas son, sin ningún género de duda, uno de los puntos fuertes de la tierra.


jueves, 25 de agosto de 2016

LA CONSULTA SITIADA



La consulta médica implica una relación entre un médico y un paciente. Pero la acumulación de cambios sociales ha transformado drásticamente su entorno. El antiguo sector de la salud, que agrupaba un complejo de industrias, organizaciones y profesiones, ha sido modificado profundamente mediante su inclusión en la economía global. De este cambio resulta una gran reorganización de todo el sistema sanitario para adaptarse  al nuevo entorno. Las mismas significaciones del producto de la asistencia, así como de la naturaleza de sus destinatarios, se ha modificado sustantivamente. Pero en las consultas, ese cambio se encuentra amortiguado por las inercias de profesionales y pacientes. Así, la consulta es un espacio sobre el que se ejercen presiones desde el complejo de la economía global. Por eso, se puede  afirmar que esta es una instancia asediada, en la que junto a los componentes tradicionales, el médico y el paciente, se hace presente el vigoroso sistema global.

Desde esta perspectiva la consulta puede ser representada como una pantalla de ordenador, en el que el encuentro entre las dos partes tiene lugar en una ventana. Pero junto a esta existen múltiples ventanas que pueden ser activadas en cualquier momento, incorporando nuevos elementos que interfieren en la relación asistencial. La espléndida película de Amenábar, Los Otros, puede servir como imagen para comprender la consulta como realidad cercada. Los otros están ahí, entrando y saliendo de las situaciones, así como introduciendo elementos en ambas partes. Así, la consulta termina siendo una relación a tres: el profesional, el paciente y los otros. Visto en una perspectiva temporal, se acrecienta la presencia de los terceros en esta relación.

Las maquinarias institucionales que alimentan a los otros, se fundamentan en una nueva medicalización desbocada, que se sustenta en el valor económico que representa la atención a la salud, que constituye una parte muy importante del consumo inmaterial en este tiempo. La sociedad postmediática es el vehículo para expandir las informaciones que cimientan las altas expectativas de los pacientes. De ellas resulta una infosfera saturada que invade toda la vida. Cada sujeto es estimulado para incrementar sus expectativas frente a las enfermedades convencionales. El complejo de dispositivos, organizaciones y medios de comunicación sobre el que se sustenta la economía global representa una explosiva y eficaz fábrica de expectativas. Estas son equivalentes a los afluentes que desembocan en la consulta.

La economía global se caracteriza por la sobreproducción y se regula mediante la gestión del exceso. Este se representa en la sofisticación de los servicios y en la generación de un imaginario explosivo, que disuelve las penalidades tradicionales que han acompañado a las vidas. La consulta representa en muchos casos el retorno a la presencia de las limitaciones, el dolor y los efectos perversos de las enfermedades. El imaginario positivo de la felicidad sin límites y la eterna juventud,  termina en el rompeolas de la consulta, en la que la realidad se hace presente. Así se configura una tensión inédita asociada a la asistencia sanitaria.

La consulta se encuentra sobredeterminada por los dispositivos generales de la nueva economía global. En este sentido, se parece cada vez más a un elemento tan relevante de la nueva sociedad como la encuesta. En esta, la relación entre las partes, entrevistador y entrevistado, se encuentra sometida rigurosamente a un cuestionario y unas normas técnicas que se sobreponen a la posibilidad de conversación. Los componentes de la relación no han participado e ignoran los objetivos del estudio. Pero tienen que cumplimentarlo, ateniéndose estrictamente a las instrucciones,  siendo su margen de iniciativa cero. Su encuentro significa una experiencia de finitud frente a un todopoderoso dispositivo externo.

Los contenidos, los rituales y la conversación de la consulta se han modificado con la impetuosa irrupción de los otros. Estos se hacen patentes mediante múltiples formas. El profesional es subordinado a las normativas elaboradas por tecnoburocracias externas. Pero la principal es la del paciente, que ahora es reconocido como un cliente que tiene la facultad de elegir, de hacer valer sus demandas, de juzgar el servicio y de sobreponer al proceso de su propia morbilidad su satisfacción. Se pueden identificar múltiples situaciones en las que estos preceptos no son verosímiles. Así se configura una relación gobernada por un régimen de excepción. Una buena parte de las consultas significan una vuelta a la tierra desde el imaginario que excluye el dolor.

El nuevo entorno caracterizado por la escalada de necesidades, que revaloriza la salud y refuerza su unión incondicional con el bienestar, se especifica en la nueva medicalización. Este sistema propicia la generalización de un nuevo arquetipo personal. El consumidor de servicios personales sofisticados se funda en la sospecha permanente. Este se encuentra en un estado de exaltación de su yo, así como de ebullición permanente, que estimula el recelo frente a cualquier proveedor. Los efectos sobre la consulta médica son muy importantes, modificando las bases convencionales de la relación asistencial.

La asistencia médica siempre se ha fundado sobre la asimetría entre las partes, otorgando un gran poder al médico. El paciente ha modelado su comportamiento mediante las virtudes de la fe y la esperanza. En este sentido, algunos autores han señalado las analogías entre la asistencia médica y las religiones. Thomas Szasz, en su libro de “La teología de la medicina”, desvela los secretos de lo que se ha denominado como “estado Clínico”, que se asemeja a una iglesia convencional. Los fieles pacientes son estimulados a tener fe en su terapeuta. La adhesión, la obediencia y la confianza ciega en una autoridad superior conforman sus comportamientos modelados por el desamparo derivado de su enfermedad. Los médicos son los propietarios del conocimiento y el arsenal terapéutico, inaccesible a los profanos.

La primera sociología médica sanciona esta situación mediante la teoría del rol del paciente de Talcott Parsons. Este debe obedecer incondicionalmente al médico en la esperanza de su curación. Pero los discursos predominantes hasta los años setenta entienden la asistencia como un orden, el orden médico, cuyo código esencial es ser guiado por una instancia superior. La asistencia y las consultas significan un estado de excepción en la vida, en la que las personas renuncian a su autonomía en la perspectiva de su mejora o curación.

Desde los años sesenta muchos procesos sociales han erosionado esta situación. Pero, en términos generales, la asistencia se ha sobrepuesto a muchos cambios sociales conservando sus códigos esenciales. La consulta ha sobrevivido a los cambios en el yo derivados de la contracultura, el feminismo y la personalización, así como la burocratización de la asistencia o los derivados de la tecnologización  acumulativa. Pero en los últimos años se registra el terremoto propiciado por la emergencia de la nueva sociedad global fundada en la economía global, que fabrican sujetos que corroen las viejas formas de gobierno del pueblo de los pacientes, articuladas en torno a la fe incondicional.

Este terremoto se registra diferencialmente en distintos entornos asistenciales. Los mayores siguen practicando las liturgias de la fe incondicional pero arriban a las consultas nuevas tribus bárbaras que movilizan sus expectativas desmesuradas. Las violencias crecientes en las consultas significan una señal que hace perceptible esta mutación. Los médicos han resuelto las diferencias movilizando su autoridad. Pero con los descreídos pacientes procedentes de los nuevos mundos de los imaginarios del bienestar infinito, la apelación a la autoridad no funciona. Muchos bienintencionados y desorientados profesionales apelan al diálogo, a las técnicas de mediación o a las ficciones amables del consentimiento informado. Pero eso tampocoes factible.

El cerco a la consulta no resulta de una racionalización constituida desde supuestos sólidos sino más bien desde flujos derivados del exceso, que dificulta su tratamiento. No me extraña que muchos de los cercados manifiesten sin pudor su preferencia por los contingentes de pacientes mayores, que mantienen la fe y la confianza sin límites en los terapeutas. Pero esa fe se articula con una tolerancia al dolor y la adversidad muy considerable. Las nuevas tribus allegadas a las consultas han eliminado el dolor de su imaginario. La predicción es segura: se producen secuencias de tormentas. No existe una forma alternativa de gobernar a los nuevos pacientes. Lo más engañoso es que estos representan una parte pequeña de la demanda total. La palabra ilimitado define a muchos de los nuevos yoes, representando el núcleo del cerco a la consulta, fundada en la fe, que se desvanece como resultado de la lógica imperante en su nuevo entorno.

domingo, 21 de agosto de 2016

LOS GERENTES UNIVERSITARIOS DE LOS RESIDUOS GASEOSOS



El neoliberalismo ha progresado muy velozmente en cuanto a la definición de las situaciones, que es un requisito para el control de las mentes de los colaborativos ciudadanos. Uno de los elementos más importantes para esta forma de gobierno es el establecimiento de los rankings. De este modo se impulsa la competencia permanente en todos los niveles, así como la eliminación de los peor dotados en los resultados derivados de los indicadores que los conforman. Las universidades españolas son objeto de una interminable discusión cateta en torno a la posición que ocupan en las clasificaciones de universidades en el mundo, que se renuevan incesantemente para captar la atención de la aturdida opinión pública.

Las universidades españolas se ubican en posiciones intermedias o retrasadas en los rankings publicados, pero supongo que son de las primeras en cuanto al desarrollo de una burocracia académica omnipotente, omnipresente y omnisciente. Esta resulta de la fusión de la vieja administración universitaria, cuya impronta corporativa y ancestral era patente, con la nueva tecnoburocracia derivada del proceso de reformas universitarias globales. Viejos y nuevos burócratas académicos tejen una red que atenaza la docencia y la investigación. La reconversión de muchos de los señores feudales universitarios a las realidades instituidas por las reformas neoliberales es asombrosa. Las agencias internas y externas son la base en torno a la que se construye un sistema de reglas y vínculos muy denso, de modo que se remodela drásticamente la función directiva en los departamentos, los centros y los grupos de investigación. 

El resultado de esta expansión directiva es la deslocalización de las actividades académicas, que quedan inscritas en el orden de significación de los indicadores que definen los resultados fijados por la trama de las agencias globales. Así los docentes son disciplinados mediante la fijación del menú de sus resultados, que recompensa a los cumplidores y penaliza a los incumplidores. Esta operación de ajuste a las finalidades definidas por las nuevas autoridades significa una desprofesionalización de los profesores e investigadores, que son convertidos en extensiones de un sistema informático al que es imprescindible alimentar para consolidar su centralidad.

En este contexto se produce la reestructuración de las plantillas de las universidades, que privilegian la expansión de los cargos directivos, investidos ahora de la función esencial de constituir el tejido imprescindible para que las agencias puedan cumplir sus funciones en la organización de la permanente batalla de los decimales entre las unidades y las personas. El viejo sentido de producir conocimiento para desarrollar la comunidad académica es reemplazado por el de producir para mejorar las posiciones relativas en los rankings, que ordenan los rangos siempre cambiantes, resultantes de las posiciones de los competidores. Así se pone fin a la vieja universidad que representaba una comunidad moral introvertida,  unificada por sus culturas académicas cerradas al exterior y controladas por sus élites internas.

En la universidad de Granada se registra nítidamente este proceso de transformación neoliberal. Según los datos proporcionados por el sindicato Comisiones Obreras, en el año de 2015, en el final del mandato del anterior rector González Lodeiro, se podían identificar 762 cargos remunerados. En 2007 estos eran 570. En ocho años el crecimiento era considerable, contrastando con el estancamiento de los profesores. Estos cargos representaban más del diez por cien de la plantilla total. Solo el vicerrectorado de Extensión Universitaria y Deporte tenía 27 cargos. El crecimiento de cargos directivos remunerados en el organigrama registra un imparable ascenso en el camino de los mil cargos. 

Si se mantiene el signo de estos procesos, pronto el organigrama será una pirámide invertida, en el que la trama de cargos y de directores de unidades adquirirá una preponderancia colosal respecto a los atribulados profesores, entre los que la proporción de precarizados crece inevitablemente. De este modo la docencia y la investigación se transforman en productos dotados de un valor determinado por la red global, que reafirma el protagonismo de los nuevos gestores, que conforman un aparato productivo que gestiona recursos humanos circulantes y de bajo coste. Este aparato de cargos se reapropia del trabajo de los profesores, ilustrando así la naturaleza del nuevo capitalismo cognitivo.

De este modo, los docentes e investigadores son rigurosamente desprofesionalizados o reprofesionalizados como contribuyentes a los resultados de los departamentos o grupos de investigación, que funcionan bajo la nueva autoridad de la gerencia del conocimiento en el mercado global de productos académicos y de investigación. La condición de profesor experimenta un retroceso impensable desde las coordenadas de tiempos atrás. La carrera profesional privilegia lo que se denomina la gestión, cuya función es la de ser un delegado del aparato de la producción de las agencias, las empresas y sus allegados. 

Es inevitable recordar a la socióloga Larson, que en los años setenta investigó el proceso de transformación de los maestros británicos, al que denominó como “intensificación”. Se multiplican las tareas, pero el profesor ya no trabaja solo para sus alumnos, sino para las tecnoburocracias de la educación. En los últimos quince años la he recordado casi diariamente cuando en mi correo se hacen presentes las agencias con sus conminaciones a realizar tareas cuyo sentido último es la relegación del aula o la investigación mediante la conversión de cada profesional en una pieza de un engranaje pilotado por la espesa trama directiva.

Esta explosión de la gestión encuentra en la universidad española buenas condiciones para su desarrollo. Desde el final del franquismo,  muchos catedráticos y profesores han abandonado sus carreras académicas para transitar a los ministerios o las empresas en múltiples versiones. Así, el proceso de producción de méritos académicos, característico de la primera etapa profesional, queda interrumpido por el salto a la política, la gestión o la administración. Tras este evento subyace un cuadro de valores y una idea de éxito muy alejada de la docencia e investigación. La cátedra es una plataforma sobre la que se accede a una posición de poder fuera de la universidad. Recuerdo a uno de mis profesores de los tiempos de estudiante, Rodríguez Aramberri, que suscitaba nuestra admiración en sus clases. Tras la victoria del pesoe en 1982, desapareció de las aulas para ser travestido en una autoridad turística estatal, confirmando que la universidad española es una estructura subalterna del dinero y del poder. 

Los efectos de la disolución de la inteligencia y la debilitación del pensamiento crítico son demoledores. La inteligencia crítica con el franquismo se disolvió en muy pocos años mediante la prodigiosa reconversión de los profesores en consejeros, asesores y directivos de organizaciones estatales y empresariales. Muchos de los problemas del presente solo son inteligibles desde el vacío generado por la mudanza de los académicos. Sobre su espacio abandonado converge la trama universitaria de las agencias, empresas, organismos especializados y la nueva tecnoburocracia académica enraizada en las distintas unidades universitarias.

He soñado que en mi universidad se había expandido el servicio de salud, de modo que se habían modificado las dietas de los docentes y los estudiantes incrementando el peso de las verduras. Como efecto de este cambio habían aparecido problemas en torno a la evacuación de gases en las aulas. El departamento de calidad estaba muy alarmado y se tomó la decisión de crear un laboratorio de diseño de la prevención y evacuación de gases. No sé cómo ocurrió pero me encontré al frente de este organismo. Así había dado un salto en mi carrera profesional abandonando la monotonía e insignificancia  de la docencia para inscribirme en el mundo de las utilidades de la gestión. El objetivo era tratar de intervenir reduciendo los ruidos y los olores. Entonces me desperté de una pesadilla en la que lo gaseoso y lo solido eran las caras de la misma moneda. Entre sudores decía “mierda, mierda…”.

miércoles, 17 de agosto de 2016

LAS TERRAZAS GRANAÍNAS Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO



Las terrazas granaínas constituyen un espacio insólito que representa uno de los lados ocultos de esta singular ciudad. El verano local propicia la huida del hogar al anochecer para aliviarse en la calle tras las interminables horas en las que el sol castiga a los edificios. La multiplicación de las terrazas es patente. Sin embargo, estas presentan grandes diferencias con respecto a otras ciudades. En Graná impera lo que en este blog he calificado como un sistema de capitalismo incompleto. Junto a algunas estructuras económicas y jurídicas propias del capitalismo del presente, sobreviven muchos elementos precapitalistas que se encuentran desconectados del conjunto. Precisamente, las terrazas de verano se encuentran regidas por una lógica que se corresponde con un pasado muy lejano, en el que los servicios se encontraban en un estado embrionario y relegado.

Existen distintos bares, restaurantes y establecimientos con terraza. En este post no me voy a referir a los que he denominado como “comunitarios”, que se encuentran en los barrios. Estos tienen una lógica en la que lo mercantil se encuentra subordinado en el negocio. Los horarios son restringidos y los públicos que lo visitan son los definidos por la vecindad. Allí impera una sociabilidad restringida al mundo de los conocidos habituales. Nunca he comprendido que estos negocios pongan una terraza, que cuesta mucho dinero, y no la maximicen. Así se confirma la ley precapitalista de trabajar poco y ganar poco, que se encuentra presente en muchas de las actividades locales. Estas se encuentran regidas por el principio del lucro moderado proporcional al esfuerzo modesto, a diferencia del lucro desmedido que rige el mercado inmobiliario u otras actividades económicas.

 En las terrazas del centro histórico y comercial la situación es diferente. Los clientes son los turistas, los distintos visitantes -principalmente por las distintas actividades económicas- o los locales desplazados desde sus casas-fuerte de la periferia para hacer compras o actividades de ocio. En este caso el negocio consiste en nutrirse del flujo de visitantes. Todos los días entran en la ciudad distintos contingentes de cuerpos que se distribuyen por los circuitos de los monumentos para terminar la agotadora jornada en sus hoteles. Muchas de las terrazas están concebidas para proporcionar un momento de descanso a los mismos, para reparar las fuerzas debilitadas por los rigores climáticos y el sobrecargado programa diario de actividades y visitas.

Sobre las terrazas granaínas sustentadas en la captura de los visitantes perecederos se hace presente el espíritu de la ciudad. Las actividades económicas que la sustentan tienen como destinatarios a clientes efímeros definidos por su movilidad: turistas y estudiantes principalmente. Estos son transformados en inquilinos o huéspedes de hoteles. En ambos casos se encuentran de cuerpo presente, pero siempre en un tránsito que excluye el mañana. Este factor configura una oferta de servicios de unas calidades pésimas. En tanto que las autoridades remodelan el espacio urbano que alberga los trayectos de los visitantes, mediante la creación de un escenario adecuado al rango de los monumentos visitados, los negocios de restauración y ocio no se corresponden con el mismo, y, aún a pesar de los cambios de fachada, constituyen un refugio para el espíritu inmanente de la ciudad.

Tras los nuevos frontispicios se reproducen algunos elementos fundamentales del imaginario tradicional de una sociedad preindustrial: el distanciamiento de los forasteros,  la austeridad radical de la vida - en la que las excepciones son consideradas como “vicio”-, así como la devaluación del concepto de servicio. De este modo, se conforma una extraña contramodernidad en la que estas gentes “de montaña” se asientan sobre una tierra con un patrimonio monumental insólito, ejerciendo de anfitriones de los visitantes. Con todas las excepciones que se puedan identificar, este es el espíritu granaíno que limita severamente las calidades de servicio. 

En este contexto se prodigan las terrazas en los territorios de tránsitos de los visitantes. Estas constituyen microsistemas sociales divorciados del macrosistema social, en el que el valor económico del turismo representa una cuota muy importante. Con excepciones tales como bares del centro histórico cuyos clientes son preferentemente locales, o los nuevos bares abiertos principalmente por extranjeros, dirigidos a los erasmus y la nueva humanidad que circula estimulada por la globalización de los máster, el modelo cultural que describo es generalizado en distintos grados. La convergencia del espíritu de la ciudad con la precarización española salvaje, tiene las propiedades de una fusión nuclear en cuanto a sus efectos sobre el servicio.

Con distintas variaciones horarias el microsistema social de las terrazas granaínas se puede sintetizar así. La recepción es fría. En ocasiones parece como si el recién llegado estuviera incomodando al personal. Puede pasar un tiempo en el que el camarero fluye por las mesas sin enviar una señal a los nuevos clientes. Pero el elemento más trascendente de este mundo radica en su temporalidad. Todo discurre a un ritmo lento y pausado que no tiene equivalencias con la agitada vida exterior. Sentarse en una mesa implica someterse a un tiempo bloqueado. Así, el ciclo --ocupación de la mesa/ser atendido/registrar el pedido/servir el mismo/pedir la cuenta/cobrar/ dar las vueltas—se hace eterno al estar sometido a una secuencia de pausas.

Pero todo empeora cuando existe alguna diferencia que tiene que resolverse mediante el acuerdo con el camarero o se hace una petición de segunda ronda. Entonces la respuesta se hace más lenta y se genera tensión si se solicita su presencia mediante gestos o tonos de voz. Las segundas rondas son penalizadas. Parece como si el establecimiento no tuviera la capacidad de modificar la cuenta registrada en un dispositivo informático.  En este caso el pasado se hace presente. El modelo subyacente es el de una boda, en el que el menú está estandarizado y la magnitud de los comensales restringe el servicio y limita las excepciones. La boda es la institución por excelencia en la restauración granaína.

En este blog he contado mi odisea cotidiana para que me sirvan un desayuno compuesto por –café cortado en taza con sacarina, tostada de pan integral con muy pocamantequilla--, en la casi totalidad de los establecimientos esta demanda es considerada como una frivolidad, de modo que me tengo que someter a la ración común de mantequilla, que es excesiva y significa una compensación de los tiempos de antaño en los que el déficit de calorías era la norma obligada. En las terrazas se hace patente la homogeneidad. Por poner un ejemplo. En algunas ocasiones pido mi tostada con pan de molde, siempre que en la carta se ofrezcan  sandwichsws. En la mayoría de los casos recibo moderadas reacciones de desaprobación porque me salgo de la norma.

El tiempo lento, el castigo a segundas rondas, la presión a la uniformidad, la deficiente atención personal entre otros elementos, conforman un servicio ubicado muy por debajo de los estándares imperantes en la atormentada hostelería, siempre en busca del cien por cien de ocupación. Puedo contar experiencias inverosímiles. Siempre que llego a Madrid experimento una sensación de alivio por la expectativa de servicio. En casi todos los sitios que visito me siento bien recibido y soy atendido en un tiempo razonable. Cuando cojo el autobús para retornar a Graná, me invade un sentimiento de pesadumbre en espera de mi próxima contienda hostelera. 

Parece extraña la situación que estoy describiendo. Un negocio de restauración con terraza en el capitalismo vigente depende de la rotación rápida de las mesas y de la intensidad de los consumos. Lo que interesa a la empresa es que cada mesa sirva de soporte a cuantos más servicios sea posible. Todo el negocio tiene que estar movilizado para el fin de imprimir un ritmo vivo. De esta cuestión depende el volumen de los ingresos. Entonces ¿cómo es posible que las terrazas granaínas tengan un ritmo tan lento y obstaculicen segundas rondas? 

La explicación radica en el tipo de propietarios de las mismas. En general son personas con economías domésticas mixtas, en la que los beneficios del negocio suman a otras partidas. De este modo no están interesados en explotar integralmente su negocio hostelero. Porque acelerar los ritmos de modo que se estimule a incrementos de consumo y a la rotación de las mesas implica la colaboración activa de los camareros. La única forma de lograrlo es incentivarlos económicamente, de modo que su interés coincida con el de la empresa. Estimular la producción, aumentar los ingresos y distribuir los beneficios para todas las partes. Este es el modelo de lo que aquí se sobreentiende como capitalismo. Pero los propietarios son más bien pequeños señores feudales que se conforman con un beneficio moderado y ausencia de riesgos. Así legan a sus negocios la naturaleza de los cortijos del pasado.

Los negocios de hostelería que despliegan sus terrazas se fundamentan justamente en lo contrario de una empresa de servicios. Sus cimientos son los salarios bajos de los empleados, así como sus condiciones de trabajo pésimas. Sobre el mercado de trabajo miserable se desarrollan estos negocios de baja productividad. La precariedad salvaje es la sustancia que los constituye. Así, un camarero sometido a estas condiciones laborales infames, termina por desarrollar la única respuesta posible: la instauración de un tiempo sosegado y flemático que se inscribe en la antesala del sabotaje. Los negocios de hostelería basados en la coacción laboral producen un servicio de baja calidad. Eso sí, un establecimiento de estas características no presenta riesgos. De este modo se reproduce el aspecto esencial de la clase dirigente granaína: beneficios bajos pero seguros. Alquiler de pisos, venta de inmuebles y servicios para los forasteros. Todos exentos de riesgos. Son lo que aquí se denominan como cortijillos.

Para muchos de los lectores de este texto puede parecer tan inverosímil como que la mayoría de bares y cafés se encuentren cerrados hasta después de las siete de la tarde. Este es el misterio consustancial a la ciudad: el chavico inmanente. Cuando se prodigan discursos que aluden a la innovación y la tecnología en Graná, siempre recuerdo a los empresarios de las actividades seguras y a los trabajadores semiesclavos sobre los que se sustentan. Muchos de mis alumnos han sido y son el material humano sobre el que sostienen muchos de estos negocios. Entonces sonrío y pienso en la paradoja de que, en tanto que algunos pedigüeños callejeros exhiben carteles con letras confeccionadas en un ordenador, muchos de los rótulos de establecimientos del centro y de barrios acomodados los presentan escritos a mano y con un desprecio monumental por la estética.

Lo dicho: las terrazas como microsistema social representativo del alma de la ciudad, que se contrapone al espíritu de la época, que es el espíritu del capitalismo donde hasta los productos pretenden ser servicios. Se trata de la perpetuación de los cortijos, ahora asentados también en el medio urbano.