jueves, 25 de agosto de 2016

LA CONSULTA SITIADA



La consulta médica implica una relación entre un médico y un paciente. Pero la acumulación de cambios sociales ha transformado drásticamente su entorno. El antiguo sector de la salud, que agrupaba un complejo de industrias, organizaciones y profesiones, ha sido modificado profundamente mediante su inclusión en la economía global. De este cambio resulta una gran reorganización de todo el sistema sanitario para adaptarse  al nuevo entorno. Las mismas significaciones del producto de la asistencia, así como de la naturaleza de sus destinatarios, se ha modificado sustantivamente. Pero en las consultas, ese cambio se encuentra amortiguado por las inercias de profesionales y pacientes. Así, la consulta es un espacio sobre el que se ejercen presiones desde el complejo de la economía global. Por eso, se puede  afirmar que esta es una instancia asediada, en la que junto a los componentes tradicionales, el médico y el paciente, se hace presente el vigoroso sistema global.

Desde esta perspectiva la consulta puede ser representada como una pantalla de ordenador, en el que el encuentro entre las dos partes tiene lugar en una ventana. Pero junto a esta existen múltiples ventanas que pueden ser activadas en cualquier momento, incorporando nuevos elementos que interfieren en la relación asistencial. La espléndida película de Amenábar, Los Otros, puede servir como imagen para comprender la consulta como realidad cercada. Los otros están ahí, entrando y saliendo de las situaciones, así como introduciendo elementos en ambas partes. Así, la consulta termina siendo una relación a tres: el profesional, el paciente y los otros. Visto en una perspectiva temporal, se acrecienta la presencia de los terceros en esta relación.

Las maquinarias institucionales que alimentan a los otros, se fundamentan en una nueva medicalización desbocada, que se sustenta en el valor económico que representa la atención a la salud, que constituye una parte muy importante del consumo inmaterial en este tiempo. La sociedad postmediática es el vehículo para expandir las informaciones que cimientan las altas expectativas de los pacientes. De ellas resulta una infosfera saturada que invade toda la vida. Cada sujeto es estimulado para incrementar sus expectativas frente a las enfermedades convencionales. El complejo de dispositivos, organizaciones y medios de comunicación sobre el que se sustenta la economía global representa una explosiva y eficaz fábrica de expectativas. Estas son equivalentes a los afluentes que desembocan en la consulta.

La economía global se caracteriza por la sobreproducción y se regula mediante la gestión del exceso. Este se representa en la sofisticación de los servicios y en la generación de un imaginario explosivo, que disuelve las penalidades tradicionales que han acompañado a las vidas. La consulta representa en muchos casos el retorno a la presencia de las limitaciones, el dolor y los efectos perversos de las enfermedades. El imaginario positivo de la felicidad sin límites y la eterna juventud,  termina en el rompeolas de la consulta, en la que la realidad se hace presente. Así se configura una tensión inédita asociada a la asistencia sanitaria.

La consulta se encuentra sobredeterminada por los dispositivos generales de la nueva economía global. En este sentido, se parece cada vez más a un elemento tan relevante de la nueva sociedad como la encuesta. En esta, la relación entre las partes, entrevistador y entrevistado, se encuentra sometida rigurosamente a un cuestionario y unas normas técnicas que se sobreponen a la posibilidad de conversación. Los componentes de la relación no han participado e ignoran los objetivos del estudio. Pero tienen que cumplimentarlo, ateniéndose estrictamente a las instrucciones,  siendo su margen de iniciativa cero. Su encuentro significa una experiencia de finitud frente a un todopoderoso dispositivo externo.

Los contenidos, los rituales y la conversación de la consulta se han modificado con la impetuosa irrupción de los otros. Estos se hacen patentes mediante múltiples formas. El profesional es subordinado a las normativas elaboradas por tecnoburocracias externas. Pero la principal es la del paciente, que ahora es reconocido como un cliente que tiene la facultad de elegir, de hacer valer sus demandas, de juzgar el servicio y de sobreponer al proceso de su propia morbilidad su satisfacción. Se pueden identificar múltiples situaciones en las que estos preceptos no son verosímiles. Así se configura una relación gobernada por un régimen de excepción. Una buena parte de las consultas significan una vuelta a la tierra desde el imaginario que excluye el dolor.

El nuevo entorno caracterizado por la escalada de necesidades, que revaloriza la salud y refuerza su unión incondicional con el bienestar, se especifica en la nueva medicalización. Este sistema propicia la generalización de un nuevo arquetipo personal. El consumidor de servicios personales sofisticados se funda en la sospecha permanente. Este se encuentra en un estado de exaltación de su yo, así como de ebullición permanente, que estimula el recelo frente a cualquier proveedor. Los efectos sobre la consulta médica son muy importantes, modificando las bases convencionales de la relación asistencial.

La asistencia médica siempre se ha fundado sobre la asimetría entre las partes, otorgando un gran poder al médico. El paciente ha modelado su comportamiento mediante las virtudes de la fe y la esperanza. En este sentido, algunos autores han señalado las analogías entre la asistencia médica y las religiones. Thomas Szasz, en su libro de “La teología de la medicina”, desvela los secretos de lo que se ha denominado como “estado Clínico”, que se asemeja a una iglesia convencional. Los fieles pacientes son estimulados a tener fe en su terapeuta. La adhesión, la obediencia y la confianza ciega en una autoridad superior conforman sus comportamientos modelados por el desamparo derivado de su enfermedad. Los médicos son los propietarios del conocimiento y el arsenal terapéutico, inaccesible a los profanos.

La primera sociología médica sanciona esta situación mediante la teoría del rol del paciente de Talcott Parsons. Este debe obedecer incondicionalmente al médico en la esperanza de su curación. Pero los discursos predominantes hasta los años setenta entienden la asistencia como un orden, el orden médico, cuyo código esencial es ser guiado por una instancia superior. La asistencia y las consultas significan un estado de excepción en la vida, en la que las personas renuncian a su autonomía en la perspectiva de su mejora o curación.

Desde los años sesenta muchos procesos sociales han erosionado esta situación. Pero, en términos generales, la asistencia se ha sobrepuesto a muchos cambios sociales conservando sus códigos esenciales. La consulta ha sobrevivido a los cambios en el yo derivados de la contracultura, el feminismo y la personalización, así como la burocratización de la asistencia o los derivados de la tecnologización  acumulativa. Pero en los últimos años se registra el terremoto propiciado por la emergencia de la nueva sociedad global fundada en la economía global, que fabrican sujetos que corroen las viejas formas de gobierno del pueblo de los pacientes, articuladas en torno a la fe incondicional.

Este terremoto se registra diferencialmente en distintos entornos asistenciales. Los mayores siguen practicando las liturgias de la fe incondicional pero arriban a las consultas nuevas tribus bárbaras que movilizan sus expectativas desmesuradas. Las violencias crecientes en las consultas significan una señal que hace perceptible esta mutación. Los médicos han resuelto las diferencias movilizando su autoridad. Pero con los descreídos pacientes procedentes de los nuevos mundos de los imaginarios del bienestar infinito, la apelación a la autoridad no funciona. Muchos bienintencionados y desorientados profesionales apelan al diálogo, a las técnicas de mediación o a las ficciones amables del consentimiento informado. Pero eso tampocoes factible.

El cerco a la consulta no resulta de una racionalización constituida desde supuestos sólidos sino más bien desde flujos derivados del exceso, que dificulta su tratamiento. No me extraña que muchos de los cercados manifiesten sin pudor su preferencia por los contingentes de pacientes mayores, que mantienen la fe y la confianza sin límites en los terapeutas. Pero esa fe se articula con una tolerancia al dolor y la adversidad muy considerable. Las nuevas tribus allegadas a las consultas han eliminado el dolor de su imaginario. La predicción es segura: se producen secuencias de tormentas. No existe una forma alternativa de gobernar a los nuevos pacientes. Lo más engañoso es que estos representan una parte pequeña de la demanda total. La palabra ilimitado define a muchos de los nuevos yoes, representando el núcleo del cerco a la consulta, fundada en la fe, que se desvanece como resultado de la lógica imperante en su nuevo entorno.

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