martes, 24 de noviembre de 2015

LOS MILAGROS ACADÉMICOS DE LA INFANTA CRISTINA

La monarquía española es una institución especial. Su singularidad se deriva de su sincronización con un país cuyas instituciones se modifican manteniendo un núcleo invariante que remite a determinados elementos del pasado que sobreviven a los cambios. Uno de ellos es la alta tasa de favoritismo y trato preferencial a los poderosos. En los guiones institucionales el vasallaje adopta una rica gama de variedades que van modificándose para adaptarse a los entornos cambiantes, pero manteniendo los códigos básicos inmutables. El caso de la universidad es patente. De este modo, tanto Juan Carlos como sus hijos,  han acumulado numerosos  títulos académicos en un tiempo récord,  mediante la realización de un portentoso milagro académico.

 Pero en el caso de una persona tan emprendedora como la Infanta Cristina, su alto rendimiento académico no me es extraño, en tanto que cursó estudios en  Ciencias Políticas en mi facultad de la Universidad Complutense de Madrid. Tras finalizar sus estudios fue nombrada presidenta de honor o un cargo similar  en el colegio profesional de politólogos y sociólogos, que a día de hoy mantiene. No es de extrañar, en tanto que ambas instituciones siguen trayectorias convergentes en la búsqueda de la excelencia. La biografía profesional de la infanta ilustra el ejemplo de una trayectoria emprendedora, que contrasta con el de muchos de los licenciados y ahora graduados, que se encuentran agarrotados y desprovistos de la capacidad de seguir la estela emprendedora de doña Cristina. Así se confirma la ponderación en las decisiones de  los premios institucionales y los cargos honoríficos.

La infanta estudió en la Complutense en los años ochenta.  La Facultad se encontraba en un proceso de transformación. Fue fundada como facultad autónoma de Económicas en 1969. En los primeros años albergó un movimiento estudiantil muy poderoso. En el final de la dictadura y los primeros años de la transición, numerosos activistas de este tiempo de oposición se ubicaron en las nuevas instituciones. Algunos de estos accedieron a la condición de profesores. No cabe duda de la capacidad de la nueva democracia para instalar en sus instituciones a muchos de los contingentes críticos al franquismo. Este factor modificó radicalmente los discursos y las prácticas de esta exitosa generación militante.

En este entorno, la presencia de la entonces princesa fue cómoda. Tuvo el privilegio de tener una profesora del máximo prestigio como tutora, lo cual facilitaba la relación con los distintos profesores. En algunas ocasiones visitaba las clases y se desempeñaba como una estudiante corriente. Pero su condición real determinaba unos privilegios muy acentuados. Me refiero a los exámenes, muchos de los cuales no los hacía con sus compañeros sino individualmente mediados por su tutora. Así se genera una situación académica cuanto menos opaca.

Los estudios de la infanta están revestidos de un espeso silencio. Los activistas convertidos en profesores se encontraban en una situación difícil, en tanto que tenían que resolver con prudencia y discreción este embarazoso trámite. Pero el régimen de excepción de la infanta los situaba en una frontera en la que el vasallaje académico, en tanto que tenían que avalar sus calificaciones, al tiempo que ser prudentes en sus comunicaciones. Así, la princesa completó todas las asignaturas sin problemas, compatibilizando sus estudios con las obligaciones derivadas de su vida institucional. Año a año acumuló su capital académico en una situación opaca, en la que la hipótesis del privilegio es factible.

Una de las tradiciones de las instituciones españolas a las que aludía al comienzo es el secreto. Los poderosos mantienen sigilosamente sus asuntos en estado de silencio. En la crisis política vigente, un factor relevante es la ruptura de esta pauta. No se sabe con certeza las transacciones académicas de Doña Cristina. Pero lo que sí es cierto es que, al menos en un caso, un profesor, antiguo activista en la facultad, la suspendió, lo cual desencadenó una tormenta de presiones hacia el mismo que terminó con la rectificación de la calificación.

Se trata de la asignatura de Economía. La hipótesis de que la infanta no se esforzaba en la preparación de los exámenes se hace verosímil. Esta compareció a la prueba segura de que se trataba de un trámite. Pero este profesor fue fiel a sí mismo y la suspendió. Así se reafirmaba como un docente-vasallo incompleto. Este profesor que rompió el consenso sólido imperante en el postfranquismo, que ha desempeñado la recuperación de las élites del viejo régimen, las cuales controlan los mecanismos esenciales de las instituciones. Es la excepción inesperada en un orden institucional que no necesita verbalizar el consenso monolítico existente en las cuestiones fundamentales.

Pero este profesor, que después llegó a catedrático en su especialidad, tras obtener la absolución a su pecado y evidenciar el propósito de enmienda, era una persona especial. Lo conocí en el curso 69-70 en la facultad, en la que ambos cursábamos los estudios. Él estudiaba segundo curso. Era una persona muy comprometida con el movimiento estudiantil y tenía un grado de liderazgo muy importante en la clase, así como una interlocución muy intensa con los profesores. En este curso ingresó en el partido comunista donde desempeñó también un papel relevante.

Era una persona  cumplidora estricta de sus tareas y  meticuloso en los detalles. Atribuía una importancia desmesurada al cumplimiento de las normas y lo programado. En la vida interna del partido mantenía sus puntos de vista en las reuniones, cosa poco frecuente en este tiempo. Su aportación a la vida de la facultad y de la organización fue muy relevante. Todos los que convivimos con él lo recordamos con agrado. Además simultaneaba la militancia y los estudios, constituyendo aquí también una excepción. Pero su forma de ser tenía como contrapartida su rigidez, que podía llegar a la obstinación. Con el paso de los años su presencia en la facultad y su sistema humano fue muy importante.

Por esta razón, enfrentado a una prueba con tan distinguida alumna obró siguiendo su conciencia, ignorando las determinaciones institucionales suspendiéndola. Entonces tuvo que vivir la reacción de la institución que movilizó todo su potencial coactivo. El resultado fue su rectificación, en tanto que la convocatoria de septiembre es incompatible con los intensos veraneos naúticos de la familia real congregada en las regatas. Visto desde el tiempo vigente le faltó flexibilidad, un ingrediente tan determinante en las instituciones del postfranquismo.

Imagino la reacción de la infanta, ofendida por un profesor vasallo, un don nadie que no supo estar a la altura de comprender que el ejercicio de la evaluación tiene excepciones. Inevitablemente, haría su aparición el enunciado principal que reza así “pero este ¿quién se ha creído que es?”.  La respuesta de la institución no concluyó con la obligación de la rectificación sino que denigró al extraño profesor, descalificándolo profesional y personalmente. Ya se sabe que cualquier crítico a un poder de este rango es etiquetado negativamente, estigmatizado y objeto de una leyenda negra. Porque las narrativas que acompañan a ese poder se fundan en que la crítica no se incardina en la realidad sino en la mente del que las formula.

Años después esta información contribuye a la comprensión del modo de estar en el mundo de la susodicha princesa. Habiendo vivido tantos años rodeada de vasallos, no comprendió que sus acciones podían tener límites. De nuevo se encontró con un juez raro que siguió el dictamen de su conciencia profesional. El nuevo contexto favoreció la mediatización de sus actividades emprendedoras extendidas a territorios del más allá de la ley. Pero inevitablemente las fuerzas de la excepción se han puesto de nuevo en marcha para protegerla. Este caso que cuento es un antecedente.

Esta información la he obtenido por distintas fuentes de personas que estuvieron presentes en los hechos. Aún y así, el silencio es una fuerza muy poderosa. Hace dos años me reencontré con este profesor héroe por un día. Comimos juntos en Madrid, ciudad en la que según Joaquín Sabina “las niñas ya no quieren ser princesas, y a los niños les da por perseguir” y pudimos rememorar otros tiempos.   No se prodigaba en detalles en esta cuestión que yo conocía hacía ya varios años. Después de nuestro agradable encuentro volví a pensar sobre este asunto y me invadió un temor por la impunidad de estas instituciones y sus relaciones con los poderosos. Estoy  en un estado de duda porque no le he dicho nada acerca de la publicación de este post. En cualquier caso le pido disculpas por mi decisión de contarlo.

Un abrazo para él, para el juez Castro y otros ciudadanos anónimos en las instituciones españolas eternas.

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