domingo, 13 de septiembre de 2015

EL ENIGMA DE LA SOLIDARIDAD

En estos días comparecen en las pantallas las penalidades del terrible viaje de los refugiados sirios. Las cámaras y las redes focalizan su mirada en este acontecimiento, suscitando un clima de solidaridad que se hace patente. Las opiniones públicas se manifiestan mediante una secuencia de acciones e imágenes de reconocimiento y apoyo a los penúltimos contingentes de desplazados por la guerra o la miseria. Las estructuras mediáticas se llenan de energía que respalda a los nuevos parias, en tanto que cancelan la realidad de los contingentes de víctimas que les han precedido. Las cámaras se encienden sobre esta marcha, derogando  la atención y el recuerdo de las anteriores, que son congeladas y ubicadas en el almacén global de la solidaridad. Desde el mismo, pueden ser retomadas para ser presentadas y suscitar otro ciclo de energía efímera. El caso de los africanos y de Gaza es emblemático. Considero esta situación, como mínimo extraña. Así se constituye el enigma de la solidaridad.

Jean Duvignaud, uno de los sociólogos más fecundos, plantea el problema de la solidaridad en su libro La solidarité: liens du sang et liens de la raison  (Fayard, 1986). En él proporciona las claves para comprender la deriva paradójica de las sociedades industriales. El argumento que propone se funda en la decadencia de las estructuras convivenciales colectivas, de las que resulta una atomización de las personas. En estas condiciones de licuación de las mismas, se produce un impulso colectivo hacia las grandes causas sociales que rememora y reaviva provisionalmente los vínculos debilitados y manifiesta el deseo de estar juntos, compensatorio de los rigores de la individualización.

En los últimos años convergen varios procesos de los que resulta una nueva sociedad postmediática, en la que las múltiples estructuras de la comunicación interactúan mutuamente y se sobreponen a todas las estructuras e instituciones sociales. Estas se reconfiguran por el impacto de la actividad del conglomerado de medios y redes sociales. La solidaridad se adapta inevitablemente a esta situación. De esta resulta la emergencia de lo viral, de modo que un acontecimiento presentado en imágenes suscita un aluvión de apoyos, para desaparecer de este espacio comunicativo tan intenso y renovado, siendo relevado por uno nuevo en un proceso acelerado basado en la novedad, el impacto de las imágenes y la producción de emociones colectivas.

El enigma de la solidaridad radica precisamente en la configuración de una sociedad en la que los individuos conforman nuevas relaciones con los grupos y las instituciones. La movilidad de estos debilita cualquier estructura u organización. Pero, además, las instituciones centrales asociadas a los poderes son portadoras de un proyecto focalizado en la consecución de una persona dotada de una nueva socialidad, en la que los vínculos con otras personas son manifiestamente más débiles y efímeros. La ingeniería institucional fabrica el sujeto autosuficiente y en movimiento perpetuo, en donde su vida es un viaje continuo por lo social, en donde se renueva su lugar y sus relaciones.

En una sociedad así las viejas solidaridades de clase se disipan radicalmente. Lo social se reconfigura y lo mediático deviene en la estructura esencial. El resultado es la cristalización de una situación extraña en la que las víctimas de los procesos de reclasamiento derivados de la gran reestructuración productiva no suscitan ninguna solidaridad añadida a las reservas existentes. Los despedidos, los desempleados, los desplazados laborales, los precarizados severos, los expulsados del mercado laboral, los endeudados e hipotecados, los titulares de desventajas múltiples que los hacen tan vulnerables, los enfermos, los afectados por violencias múltiples, los candidatos a la penalización, los inmigrantes sin suerte, los desheredados de afectos, así como otros, suscitan el grado cero de solidaridad. Peor aún, producen miedo y una gama compleja de sentimientos negativos. El contraste entre la ausencia de solidaridad a los próximos y los estados de euforia provisional y mutante hacia los que ocupan el escaparate mediático es patente. Así la solidaridad adquiere una naturaleza enigmática.

La paradoja más importante que resulta de esta situación es que el mundo se vuelve más opaco e ininteligible. Porque la tragedia que es presentada en imágenes fragmentadas es la consecuencia de un proceso global que queda ocultado, siendo trivializado al ser despojado de su contexto histórico. Por el contrario,la diáspora de los sirios, iraquíes, afganos y otros es el resultado, bien de decisiones catastróficas por parte de los poderes globales, o bien el efecto de la guerra global permanente, que es un imperativo derivado de un sistema-mundo como el que nace en el principio de los años noventa.

Así, solidaridad administrada en ciclos de efervescencia a los que sucede el silencio mediático,  y la desinteligencia y desinformación invariable se abrazan para producir y mantener la tragedia permanente, que se reparte entre los múltiples candidatos, las poblaciones en riesgo de ser afectadas por la guerra global permanente. Porque ¿qué esperanzas fundadas podemos tener en que la situación va a mejorar en un futuro próximo? ¿quiénes serán los siguientes? ¿cuándo volverán los anteriores acumulados en el almacén global de la invisibilidad a la actualidad generadora de sentimientos solidarios? La única certeza es que los desplazamientos y los éxodos de las poblaciones comienzan con los bombardeos. Estos constituyen la señal del futuro.

Como la solidaridad efímera, que en las sociedades postmediáticas sube y baja como las mareas, manifiestándose en términos de la secuencia producción de imágenes-impacto visual-movilización de las emociones-intensificación mediática-disipación por reemplazo del siguiente evento, las situaciones que las suscitan tienden a ser trivializadas e integradas en el relato de la inevitabilidad de la guerra global permanente. Así, lo racional se disuelve en una explosión emocional. En un clima así es imposible introducir cualquier elemento reflexivo. La verdad es que no me atrevo a decir lo que pienso para no ser condenado por el clima de la pleamar solidaria. Pero la cuestión esencial radica en que los aviones han destruido varios estados, desestabilizando la zona y dejando en una situación imposible a muchas poblaciones. En este sentido interrogarse acerca de la posibilidad de reconstruir los estados pulverizados es pertinente. Si no es así, el inevitable pronóstico es el de intensificación y multiplicación de los contingentes humanos que traten de alcanzar Europa.

No, el acontecimiento de la diáspora siria, irakí y afgana es la expresión inequívoca de algo peor que una desgracia transitoria. Evidencia que el sistema-mundo actual es inviable y que el proyecto hegemónico que lo sustenta es perverso. Si esta afirmación fuera cierta estaríamos sólo ante los primeros signos de descomposición. Por esta razón, hacer apologías de las olas solidarias sin entender que en estas el problema es presentado arrancado de sus propias raíces y con formato televisivo, constituye un seguro de un futuro inestable y regresivo. No, lo decisivo es incrementar la inteligencia colectiva para neutralizar la preponderancia de los guerreros, que en este tiempo de extraño progreso pueblan el aire con sus máquinas destructivas.

El enigma de la solidaridad radica en que es un estado colectivo de éxtasis en la sensibilidad y en la comunicación. Este estado colectivo termina disipándose en espera del siguiente signo que genere uno nuevo. Mientras tanto, los sectores sociales mejor dotados se amurallan frente a los próximos desafortunados, situando la seguridad en el número uno de las agendas públicas. En una situación así el clima se puede revertir. De ahí el sentido oculto de las palabras pronunciadas por algunas autoridades acerca de la posibilidad de que en el flujo de refugiados se encuentren yihadistas. Una sociedad global que agota su inteligencia en la defensa de sus posiciones es muy peligrosa. Recuerdo las risas y rituales celebrativos de Aznar con respecto a la invasión de Irak. En todos los casos desmiente la ilusión de las tecnocracias que aspiran a las soluciones. Por el contrario son una endiablada maquinaria de crear problemas insolubles y expansivos. Este acontecimiento es efecto directo de esas decisiones fatales.

La extraña y enigmática solidaridad que adquiere la naturaleza de una epidemia que nace, se expande y concluye se encuentra asociada a las sociedades de opinión pública. Por eso concluyo con una frase de Jean Baudrillard escrita en 1976 y publicada en castellano en 1978, en un ensayo “A la sombra de las mayorías silenciosas”. Este texto me ha estimulado a pensar durante los últimos treinta años. Dice “Todo el montón confuso de lo social gira en torno a ese referente esponjoso, a esa realidad opaca y translúcida a la vez, a esa nada: las masas. Esa bola de cristal de las estadísticas, está atravesada por corrientes y flujos, a imagen de la materia y de los elementos naturales…..Aunque puedan estar magnetizadas y lo social pueda envolverlas como una electricidad estática, la mayor parte de las veces hacen tierra o masa precisamente, o sea que absorben toda la electricidad de lo social y lo político y la neutralizan sin retorno…..Todo las atraviesa, todo las imanta, pero todo se difunde en ellas sin dejar rastro…..Son la inercia, el poder de la inercia, el poder de lo neutro”.

Cuando el éxodo sirio sea desplazado de las imágenes de la actualidad y se disuelvan las emociones colectivas, en espera del siguiente episodio, me acordaré de los concentrados en el viejo y masivo almacén de la solidaridad. De los próximos múltiples; de los africanos, estigmatizados ahora bajo la etiqueta de inmigrantes económicos; de los participantes del ejército de reserva laboral del mercado mundo que pasan por aquí, y también de los próximos candidatos a diásporas porque la máquina de guerra se desplaza hacia Asia Central. Entonces reclamaré más inteligencia colectiva que trascienda a la de los mercaderes globales que gobiernan el mundo, y también volveré a pronunciar el viejo lema del “No a la guerra”, que ahora adquiere una forma de guerra global permanente.


2 comentarios:

  1. D. Juan, sigo su blog desde hace tiempo. Es excelente su capacidad de análisis.
    Gracias por estimularnos. Un saludo. JD.

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  2. Muchas gracias por el comentario. Pero creo que sobra el Don. Así se nombra a mucha de la peor gente que he conocido en mi vida. Eso es para Don Rodrigo, Don Jordi Puyol o Don Manuel Chaves.
    Saludos cordiales

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