viernes, 15 de marzo de 2024

UN VIAJE SUBTERRÁNEO A LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

 

Jamás deberíamos hablar de nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos.

Julio Cortázar

Siguiendo la recomendación de Cortázar no escribo este texto como ejercicio de mi memoria. Lo que relato aquí es una excursión a la Universidad Complutense en una mañana primaveral del 2024, para acompañar a los contingentes de alumnos que van a las clases utilizando el Metro. Este fue uno de los escenarios en los que se desenvolvió una parte de mi juventud. Aún a pesar de que la comparación siempre termina por interferirse, este es un texto que se ciñe a la realidad vivida a día de hoy. Cada momento de esta incursión me ha producido distintas fascinaciones y perplejidades, que han contribuido, simultáneamente, a movilizar y reducir mi nostalgia.

Empecé este viaje a las diez de la mañana sumergiéndome en el Metro, en la estación de Sáinz de Baranda, en la línea 6 en dirección a Moncloa. El Metro es un espacio sumergido por el que transitan distintas multitudes según los horarios. Hasta las nueve de la mañana comparecen los inscritos en eso que se denomina como mercado de trabajo, prestos a realizar su jornada. Los acompañan las legiones de gentes que se desempeñan en el trabajo desregulado, muchos de ellos extranjeros. Pero, el Metro es un dispositivo en el que entran y salen distintos contingentes humanos unificados por sus horarios.

Después de las diez disminuye la afluencia y cambia el público. En este tramo horario se desplazan principalmente estudiantes; gentes ocupadas en los cuidados mercantilizados; múltiples personas ubicadas en chapuzas y labores ocasionales; laboradores de currículums que recorren el espacio urbano para ofrecerse como candidatos, o gentes que visitan familiares mayores realizando trabajos informales. Estas multitudes habitan en los confines del mercado de trabajo y no son reconocidas por el sistema, el estado, y, en particular, la izquierda, que vive en la nostalgia del fordismo, la vieja fábrica y los conglomerados de trabajadores estables. En estos públicos viajeros, la soberana precariedad, el hecho más determinante de este tiempo, unifica esa nutrida red de categorías específicas de ocupaciones secundarias.

El Metro es la institución de la movilidad que recibe partículas humanas que se conglomeran durante el viaje para diseminarse en las sucesivas estaciones, según el principio de la disgregación de los itinerarios individuales. En la era vigente del capitalismo neoliberal, el diagrama institucional del Metro deviene como modelo para todas las instituciones, incluida la Universidad misma. El principio de individuación que rige entre los viajeros ocasionales se instaura para la gestión de la población de compradores de créditos. Estos acuden a las actividades presenciales según el principio de cada uno según su menú, de modo que se integran en distintos grupos de docencia correspondientes a distintas asignaturas.

Cada cual construye así su horario, que es radicalmente personal, implicando su entrada en distintas clases o seminarios, de los que resulta una trayectoria personal dentro de la institución. El estudiante actual es un nómada que fluye en la red de actividades académicas establecidas, asemejándose a los viajeros subterráneos. Los grupos correspondientes a las clases devienen así en una versión de un vagón del metro, conformando grupos que desde la sociología se han definido como de “cola de autobús”. Contigüidad física con ausencia de relación personal, y, sobre todo, una relación personal provisional, en la que, en cada estación se recompone de nuevo el grupo de viajeros con los que han entrado y los que han salido.

El Metro y la Universidad representan modelos sociales e institucionales que presentan coherencias con la institución central de la precariedad, al producir sujetos individuales dotados de objetivos diferenciados, de modo que no pueden ser aglomerados en nada estable. Lo más relevante radica en los efectos sobre la subjetividad, que es modelada mediante lazos débiles y provisionales, y nunca asentada en un espacio. El sujeto precario es una entidad autónoma que fluye en un diagrama social, al igual que el sujeto de las instituciones de la movilidad, bien el automóvil -cada cual encerrado en su cabina- o el metro. Desde algunas sociologías críticas se explica este proceso de individuación como capitalismo postfordista. El primer conglomerado estable que se disuelve es la vieja fábrica fordista.

Una vez que accedí al vagón me encontré con un espacio en el que rige el principio de individuación más radical, en tanto que los viajeros se ignoran mutuamente al estar concentrados en las pantallas de sus sagrados smartphones. Siempre que vivo esta situación no puedo evitar un elogio a la capacidad de concentración de tan laboriosos hiperconectados. No se ve ni una distracción. Se puede identificar una disciplina encomiable. Recuerdo que en alguna ocasión fui a mi facultad de Granada a las aulas que abrían por las noches en tiempo de exámenes. Cada estudiante se asentaba en una mesa. Una vez resuelta su ubicación, la gente salía a aprovisionarse de viandas y bebidas, además de cultivar los encuentros con otros esforzados preparadores de exámenes. Una vez vueltos a su lugar comparecía su sistema relacional que demandaba atención en el móvil. El resultado era que una persona que había estado cuatro horas allí, había estudiado solo dos. De ahí mi elogio a los viajeros subterráneos que aprovechan todo su tiempo de viaje en los deberes digitales.

En la tercera estación, en ese sistema congelado del vagón, aparece un músico que instala su altavoz y nos obsequia con una canción, solicitando al final una ayuda. Después, apareció un hombre de unos sesenta años pidiendo una ayuda, dada su situación desesperada. Al llegar a la estación de Cuatro Caminos otro hombre, extraordinariamente flaco y desaliñado, pidió para desayunar. En los tres casos, nadie prestó atención alguna, practicando el arte de no mirar. En cualquier caso, en un sistema social como un vagón parece imposible practicar la mendicidad. Cada cual está pensando en la estación de destino, y, además, entre los cuerpos presentes parece imposible cualquier conexión. Pero el sistema social dualizado produce unas grandes reservas humanas en situación de miseria extrema, de modo que se hace presente en todos los espacios que carezcan de barreras de entrada.

Al llegar a la estación de Ciudad Universitaria abandoné el vagón y me integré en la multitud andante de camino a las facultades. Me encanta vivir este sistema de individuación tan radical. La gente sale de sus vagones y se aglomera en la dirección de las escaleras mecánicas de la salida. Allí se integra en otra forma social dotada de una geometría peculiar: la fila o la cola. Esta adopta la forma de cada cual antes del siguiente y después del anterior. En la salida de nuevo se dispersan en distintas direcciones, aunque todas unificadas por el destino final común: desembocar en un aula en la que son aglomerados en filas y columnas. En la dirección de mi vieja facultad, pude meditar acerca de la perfección del sistema de poder. Un sujeto gobernable y gobernado, móvil, que transita entre distintos contenedores espaciales y se encuentra conectado a un sistema hipermóvil de contenidos: mensajes, videos y fragmentos audiovisuales.

Esta excursión vivida concluyó con el retorno de una vieja idea personal que incubé en los años del 15 M y siguientes, en la que tuvieron lugar muchos textos, interacciones, movilizaciones y estados de efervescencia política, hasta que el sistema recuperó su viejo equilibrio reabsorbiendo los contenidos críticos, mediatizándolos en las televisiones como simulacro, y haciendo ministros, consejeros, concejales o asesores a una parte de los contestatarios. Se trata de utilizar la fila de modo inverso a su significación. La fila es un medio de organizar un conjunto de personas de modo que se dificulte su interacción, lo cual favorece a quien las gestiona. Por eso es universal en medios educativos, militares, industriales y otros.

Esta idea se basa en constituir filas que adopten las formas de los ciempiés, fluyendo por las aceras en múltiples trayectorias visibilizando una disidencia. Estas no requieren convocatoria, ni dimensión, ni se encuentran fuera de la legalidad. Desde siempre he imaginado la potencialidad de esta forma de acción y he imaginado una ciudad en la que aparecen distintas culebras en diversos espacios. Pero, a día de hoy, me parece imposible renovar los repertorios de acción de unos movimientos sociales subordinados a las televisiones o los partidos políticos. Las élites partidarias viven un momento de declive cognoscitivo manifiesto y la mayoría de los sujetos políticos se encuentran determinados por la supervivencia.

Esta fue una mañana vivida entre una nube de conectados que se encontraban desconectados entre sí, así como estudiantes prestos a vivir su mañana en las formaciones sociales del vagón de metro, las filas y las aulas. El estado de las zonas ajardinadas de la Complutense, contiguas al Parque del Oeste, se mostraban desoladas, desiertas. Estaban esperando revivir las noches del largo finde, recibiendo a los fugados de los tránsitos entre los vagones, las filas y las aulas que conforman lo que se entiende como botellón. Este adopta una configuración espacial de grupos compactos de sujetos huidos de sus severos contenedores sociales. En este conglomerado humano tienen lugar, también, múltiples trayectorias individuales.

 

 

 

 

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