domingo, 3 de marzo de 2024

EL LARGO EPÍLOGO DE LA PANDEMIA. EL AFLORAMIENTO DE LOS SECRETOS

 

No hay secreto que el tiempo no revele

Jean- Baptiste Racine

Si la interacción humana está condicionada por la capacidad de hablar, está moldeada por la capacidad de guardar silencio

Georg Simmel

 

La pandemia de la Covid 19 ha sido un acontecimiento poliédrico que ha mantenido una parte esencial de su naturaleza efectivamente oculta.  En tanto que por los medios de comunicación y los poderes políticos se define como un evento sanitario que introduce nuevas formas de gestión de las poblaciones, se evidencia que ha representado el ensayo de una nueva forma de gobierno, así como un colosal experimento de control social.  Así, la pandemia ha generado la intensificación de las barreras entre las élites y poblaciones, expandiendo el área oculta del sistema de decisiones. De este modo, se ha fraguado un acervo nutrido de secretos inaccesibles a la gran mayoría de ciudadanos. En estos días comparece una de las más sólidas dimensiones ocultas: la frenética actividad de distintos grupos enclavados en ese espacio gris formado por la intersección entre el estado y el mercado, para obtener lucro en el tráfico de las mascarillas.

Tras la decisión de enmascararnos a todos, además de las motivaciones sanitarias -en abierta discusión hoy- se encontraba un inédito y floreciente mercado que privilegiaba a distintos grupos ubicados en los gobiernos, que poseían la información y los medios para materializar el negocio. Llama la atención la agilidad y competencia de estos clanes político-empresariales, para detectar el negocio y materializarlo en un tiempo récord. Así se consuma la paradoja de que en el tiempo en que nos encontrábamos recluidos en los domicilios, estas élites acreditaron una movilidad formidable.  En un reciente tuit, Juan Gérvas decía que “En la pandemia covid19 unos murieron (sobre todo pobres y viejos) y otros se enriquecieron (sobre todo ricos y del entorno político). Si esto es la calderilla, las mascarillas, podemos imaginar el negocio corrupto de las vacunas, de los test de diagnóstico, de medicamentos, etc”. Suscribo esta afirmación. Se ha desvelado una parte de la actividad del estado/mercado con respecto a la calderilla, pero lo fuerte lucrativo permanece en riguroso secreto.

Ciertamente, la pandemia ha estimulado la imaginación para los negocios, que contrasta con las rutinas que rigen los decires y haceres de los próceres políticos para los asuntos públicos. Los acontecimientos de estos días, muestran la ebullición de una parte sustancial de las cúpulas partidarias, convertidas ahora en directivos estatales, para detectar y ejecutar operaciones que les obsequian con unos beneficios más que generosos. Lo que me pregunto en mi intimidad es qué porcentaje de energía y tiempo queda para la función de gobierno, una vez que los negocios tan fluidos se materializan en tan corto tiempo, y se renuevan vertiginosamente, consumiendo energías de tan laboriosos dirigentes.

La significación de estas actividades es inequívoca: se trata de una corrupción de grandes dimensiones. Sin ánimo de definirla en este texto sí quiero enunciar un enfoque sociológico. La cuestión no es sólo jurídica, que estriba en determinar qué preceptos penales han violado, sino que, desde mi perspectiva, se magnifican dos cuestiones esenciales: la desviación de fines y la sofisticación del arte de ocultar. Después de estas operaciones, los grupos de activistas del estado y del mercado, comparten una red de secretos formidable. La resultante de estas actividades es la magnificación de la mentira, que ocupa un lugar estelar en los discursos políticos y mediáticos. En este sistema mediático-político se ha asentado un fondo denso y pantanoso, que, al igual que el marino, enturbia las aguas, aún a pesar del buen hacer de los operadores televisivos para ocultar, o, cuando es inevitable que salgan, tratarlas disolviéndolas en el flujo informativo. Esta es la época de oro del arte de ocultar mostrando.

Otra cuestión axial remite a los protagonistas. Las imágenes de Ábalos y Koldo son inigualables. Los arquetipos de los traficantes de mascarillas enlazan con otros “casos” de corrupción detectados en el largo postfranquismo, confirmando un patrón estético.  Lo cutre alcanza un nivel cosmológico. En torno a Jesús Gil se puede enlistar a una serie de personajes antológicos que comparecen en todas las ocasiones. El último iceberg mediático fue el de el “henmano” de Ayuso, que ahora es reemplazado por los protegidos por el fornido Koldo. Pero insisto, la pregunta que formularía a los investigados se refiere a cuánto tiempo han dedicado a los contactos, a los encuentros, a los cálculos, a las operaciones asociadas a estas actividades estatales/empresariales.

No obstante, es justo reconocer la competencia sublime de estos clanes políticos y empresariales, para producir, acumular y preservar las numerosas acciones que protagonizan e instituyen como secretos, de modo que sus discursos públicos devienen en mentiras. En estos días, se visibiliza una verdadera sinfonía de silencios, así como una formidable exposición del noble arte de mentir, que es interpretado por la orquesta del estado/mercado con una competencia exquisita. Desde siempre he admirado a los grandes actores de mi época, como Mario Conde o Ruiz Mateos, capaces de desempeñar papeles que minimicen sus fechorías financieras. Tengo que admitir que Ábalos no defrauda en la creación del personaje desventurado, que llega a llorar cuando recuerda a sus compañeros de partido.

Así como, tras más de cuarenta años de este régimen, tengo la convicción de que los actores políticos tienen un nivel intelectivo cada vez menor, se evidencia que sus competencias teatrales han experimentado un salto prodigioso. De todos. No es de extrañar que, como actores, se prodigan en videos en las redes en tanto que desaparecen los discursos escritos. En un ecosistema de esta naturaleza, el secreto y la mentira brillan esplendorosamente. El resultado es que las discusiones en las instituciones se polarizan en desmontar los secretos y las mentiras de los adversarios, en detrimento de proyectos propositivos.

Pero, el hecho más flagrante de esta historia, radica en el silencio monacal de la profesión médica, y, en particular, de las legiones de epidemiólogos y salubristas que avalaron el encierro y las medidas de restricción de la vida cotidiana. No puedo evitar un sentimiento de vergüenza, en tanto que participante durante tantos años en el sistema sanitario. Algunas personas que conocí y que representaban posiciones del progresismo sanitario, están hoy en los centros de decisión, que son los de la intersección con el mercado, y que los define como guardianes de los secretos y cómplices de los discursos de ocultación, es decir, de las mentiras oficiales. Después de emplazarnos a renunciar a nuestra vida y movilidad en la pandemia, mediante una catarata de sermones salubristas en las televisiones, han seguido el modelo del maestro Fernando Simón, que él mismo se oculta con la esperanza de ser olvidado. Pues bien, no dicen una palabra acerca de los traficantes de mascarillas.

La mayor paradoja de este asunto, es que, mientras que nos han despersonalizado y silenciado en nombre de la salud, obligándonos a ocultar nuestro rostro, cuando el mercado oculto sanitario sale a flote, se mantienen las pautas de la estrecha relación existente entre la corrupción y los rostros de sus arquetipos personales. Los rostros de los guapos (Zaplana, Camps, Chaves, Urdangarín); los de los que denomino como los franceses, por similitud con los prodigiosos hampones del cine negro francés (Barrionuevo, Vera, Jaume Matas, hijos de Ruiz Mateos…) y los de serie negra dura (Koldo, Juan Guerra, Roldán, Álvaro Pérez el bigotes, Granados, González…). Es insuperable la presencia pública de Ábalos escoltado por Koldo, que conforma un cuadro iconográfico que no veíamos desde El Padrino de Coppola.

Tantas transformaciones esenciales en las sociedades contemporáneas y se mantienen incólumes los modelos de interacción en la zona gris de intersección entre el mercado y el estado. Eso ni siquiera está en trance de ser digitalizado.  Así, los encuentros entre los altos dirigentes de los ministerios y los empresarios, con objeto de identificar las áreas de negocio y acordar, tienen lugar en un lugar tan emblemático como son las marisquerías. Estas se localizan en reservados aislados y protegidos de las miradas. Las marisquerías devienen en las sedes de los secretos compartidos incubados en sus encuentros. Hace un par de años protesté reiteradamente en twitter porque el alcalde de Madrid cerraba los parques al tiempo que frecuentaba una marisquería próxima a mi casa, dotada no solo de reservados, sino incluso de salidas distintas.

Las actividades secretas de los próceres políticos y empresariales van a ir saliendo pausadamente. Por eso es previsible que el epílogo de la pandemia se dilate en el tiempo. Yo espero ver la emergencia de lo grueso, las vacunas los test y medicamentos. Para ello tiene que producirse una circunstancia que quiebre lo que, en palabras de Simmel, es la capacidad de guardar silencio. Pero si esto se produce, estoy persuadido que reflotará un rostro especial, al estilo de toda la saga del régimen del 78.

 

 

 

2 comentarios:

  1. Y como y ppr qué se ha roto el silencio. Seria interesante saberlo porque ahi esta el fondo de la cuestion

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  2. https://elarcondondecabetodo.blogspot.com/2024/03/un-poco-de-todo.html

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