domingo, 10 de diciembre de 2023

RANDOLPH BOURNE Y EL CONTROL AUTOCRÁTICO EN LA GUERRA DE LA COVID

 la guerra es la salud del estado-randolph bourne-9788412538694

 

 

Randolph Bourne es un escritor norteamericano que falleció a los 32 años en 1918. Ediciones Salmón acaba de publicar un libro suyo “La guerra es la salud del estado”, que acabo de leer. Me ha fascinado su lucidez, así como la permanencia en el tiempo de su argumento de oposición radical a la guerra. Su tesis principal es que la guerra tiene como consecuencia el reforzamiento del poder del estado y la eficacia de la uniformización social. Se trata de un momento glorioso para los dirigentes del estado. En las coordenadas de este tiempo, su lectura me ha suscitado vínculos con las guerras vigentes en la actualidad, pero, sobre todo, con la reciente pandemia, que fue definida por las autoridades como una guerra contra la Covid.

El libro de Bourne descifra las significaciones de las estrategias del estado en el momento de la pandemia, interpretada como una guerra contra el enemigo viral, lo que supone una activación de la conciencia colectiva, posibilitando así la manipulación de las acciones y las comunicaciones para unificar el cuerpo social, minimizando las disidencias y maximizando las energías en favor de la uniformidad y la obediencia. Las antológicas imágenes del estado mayor compareciendo en las televisiones, formado por la convergencia entre las autoridades políticas, epidemiológicas y policiales, son elocuentes acerca de los significados de este episodio, que trasciende con mucho a la mera significación en términos de salud.

Desde esta perspectiva se puede entender el rencor sordo y creciente de los partidos de la oposición hacia el presidente Sánchez, convertido en comandante jefe que comparece ante el pueblo encerrado y transformado en audiencia cautiva obligada a digerir las alocuciones épicas de tan distinguido prócer, así como de su ayudante de campo, el ínclito Fernando Simón. De este modo se puede descifrar el extraño evento de la movilización de las clases altas, que desafían el orden epidemiológico imperante en esos días, al ocupar el espacio sagrado de Núñez de Balboa para expresar sus temores. El texto de Bourne es elocuente con respecto a la relación entre la guerra y las clases altas. Estas perciben al gobierno como beneficiario de la energía colectiva proporcionada por la explosión de los temores colectivos inducidos, que actúa reforzando la unanimidad social en beneficio de los parásitos gubernamentales. El contrapunto institucional fue el homenaje de Ayuso a los médicos, desfilando marcialmente frente a estos en formación en la Puerta del Sol en un episodio de éxtasis simbólico.

El libro de Bourne incluye dos ensayos independientes. El primero, “La guerra y los intelectuales”, analiza el papel de la clase intelectual en el giro en favor de la intervención de los Estados Unidos en la primera guerra mundial. A pesar de las diferencias existentes entre los dos escenarios históricos del principio del siglo XX y el actual, las semejanzas son sorprendentes. La inteligencia se posiciona activamente en favor de la guerra fusionándose con los poderes estatales y conformándose unitariamente en favor de la misma. En el caso de la guerra Covid, la inteligencia guarda silencio, aceptando de facto la significación establecida por el estado revestido de ciencia epidemiológica, y sancionando la fatal división del conocimiento establecida según la pauta del viejo taylorismo, que atribuye a los sanitarios la competencia exclusiva de la respuesta.

 De este modo se refuerza una extraña fragmentación del conocimiento en favor de la consolidación de una nueva figura emergente en la que se sustenta el poder estatal, como es la del experto. Soy sociólogo y he sido profesor universitario, y desde entonces no he podido evitar sentir una vergüenza descomunal ante la conversión de mi disciplina en un segmento del nuevo mercado de los expertos, prestos a ser convocados por los poderes mediáticos y estatales cuando la ocasión lo reclame. Así se confirma la pauta de que ningún experto interviene en una cuestión que es definida por el poder mediático-estatal de forma que interpela a una sola clase de expertos. La autonomía de las viejas disciplinas es contundentemente cancelada. También la multidimensionalidad de los problemas.

El segundo de los ensayos, “El estado”, es el que proporciona el título del libro. La paradoja de la guerra estriba en que, junto a los efectos negativos de las bajas y las destrucciones, comporta efectos positivos para el Estado, tal y como es la uniformidad y homogeneidad social, que tiene como consecuencia la presión ejercida sobre las disidencias y los sectores autónomos de opinión. La apoteosis de unanimidad y disciplinamiento se manifestó nítidamente en los aplausos generalizados en los balcones a las ocho de la tarde por el crédulo pueblo que confiaba en ser salvado por tan eficiente ejército blanco. Sobre esa masa de aplaudidores, la suspensión de facto de las instituciones y la congelación mediática, se conformó un estado de excepción dotado de una eficacia letal. Nunca el poder estatal se encontró con una situación tan favorable de afección de sus súbditos. También en la aparición de los denominados “policías de balcón”, que desde sus ventanas vigilaban a los transeúntes y recriminaban sus salidas al espacio público, solicitando la acción policial contundente sobre los desobedientes.

Un estado respaldado unánimemente en esa energía social derivó hacia una suerte de borrachera epidemiológica, que generó un conjunto de reglamentaciones de la vida que roza el delirio. Fueron fijados los asistentes a comidas privadas y las distancias obligatorias entre los atribulados bañistas en las playas. El excedente de regulaciones imposibles de cumplir terminó por generar un estado de escepticismo ante las disposiciones de las autoridades. Fue inevitable la proliferación de “quintas columnas” que liberaban parcelas de la vida cotidiana de las quimeras de los epidemiólogos, devenidos en directores de la vida y asentados en sus púlpitos mediáticos para exponer sus sermones en favor de la salvación viral. Este desvarío en la conducción de la respuesta a la pandemia, fue posible por la cancelación estricta del pluralismo científico y el acallamiento de los profesionales que pensaban de forma diferente.

El libro de Bourne desarrolla una trama argumental en torno a su precepto central, que convierte en beneficiarios de la guerra a las autoridades que, precisamente, la han declarado. Así se teje una pequeña psico-sociología del comportamiento colectivo que trasciende el tiempo de la primera guerra mundial en la que fue escrito. Estos son algunos fragmentos del texto que ayudan a comprender el trasfondo de las guerras, y cómo no, la definición de la Covid como un conflicto bélico. Recomiendo la lectura del libro, principalmente a aquellos que entendieron el tiempo Covid como suspensión de facto de la democracia y advenimiento de una pesadilla mediática experta.

 

 

 

 

La guerra es la salud del Estado. Pone en marcha automáticamente, en el conjunto de la sociedad, esas fuerzas irresistibles a favor de la uniformidad, de la cooperación apasionada con el gobierno, para obligar a obedecer a los grupos minoritarios y a los individuos que carecen del sentido general del rebaño. La maquinaria del gobierno establece y hace cumplir la severidad de las penas; las minorías son silenciadas mediante la intimidación o se las hace entrar lentamente en razón mediante un sutil mecanismo de persuasión que acaba por convencerlas de que se han convertido por voluntad propia.

Los ciudadanos dejan de mostrar indiferencia ante su gobierno, y cada célula del cuerpo político rebosa vida y actividad. Avanzamos por fin hacia la plena realización de esa comunidad colectiva en la que cada individuo es, por así decirlo, la expresión virtual del todo. En una nación en guerra, cada ciudadano se identifica con el todo y se siente enormemente reforzado por esta identificación.

El impulso gregario se muestra tanto más virulento porque, cuando el grupo está en movimiento o emprende cualquier acción concreta, el sentimiento de pertenencia y de tener el apoyo del rebaño colectivo alimenta poderosamente la voluntad de poder, que el organismo individual exige constantemente alimentar. Nos sentimos poderosos cuando nos conformamos a la voluntad general, y abandonados y desarmados cuando estamos fuera de la masa. Aunque el mero hecho de pensar y sentir como todos los demás miembros del grupo no te dé acceso al poder, experimentas al menos la reconfortante sensación de estar obedeciendo, la tranquilizadora irresponsabilidad de la protección. Combinado con estas poderosísimas tendencias del individuo -el placer del poder y el placer de la obediencia-, este impulso gregario se vuelve irresistible en la sociedad. La guerra lo estimula en grado sumo, extendiendo la influencia de su misteriosa tendencia borreguil embriagada de poder y obediencia …..

Hay por supuesto, en el sentimiento hacia el Estado un gran elemento de pura mística filial.  El sentimiento de inseguridad y el deseo de protección se remontan al padre y a la madre, a quienes se asocian los primeros sentimientos de protección. No en vano se sigue considerando al Estado como la madre patria y nuestra relación con él se concibe en términos de afecto familiar […] El pueblo en guerra se ha convertido de nuevo, en el sentido más literal en niños obedientes, respetuosos y confiados, llenos de esa fe ingenua en la omnipotencia y sabiduría de los adultos que cuidan de ellos, que les imponen su misericordiosa pero necesaria tutela, y a quienes entregan sus responsabilidades y sus preocupaciones.

La historia dirá si estaba justificado, bajo la administración democrática más idealista que ha conocido nuestro país, aterrorizar a la opinión pública y organizar la vida de forma disciplinaria. Se verá que cuando esta nación tuvo la oportunidad de conducir la guerra noblemente y con escrupulosa consideración por la preservación de los valores democráticos en casa, prefirió adoptar todas las odiosas técnicas de coerción del enemigo y de los peores sistemas de gobierno de nuestro tiempo en el que atañe a la intimidación y la ferocidad punitiva

 


Como puede evidenciarse en estos fragmentos, la lectura del libro de Bourne me ha suscitado la sospecha de que lo había escrito este mismo  año, y no en 1918. Y es que, aún a pesar de tantas transformaciones, el estado es el estado y la guerra es la guerra. Lo más nuevo es que un virus pueda desencadenar tan formidable experimento de control social, homologándose, nada menos,  que con la guerra misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario