domingo, 19 de marzo de 2023

MIRADAS SOBRE LA TELEVISIÓN: BAUDRILLARD

 

Baudrillard es un autor fundamental que releo permanentemente. El incremento de acontecimientos que carecen de lógica o explicación remiten a su pensamiento y reactualizan sus análisis. En 2005 pronunció una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, con el título de “Violencia de la imagen. Violencia contra la imagen. Esta fue publicada por el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1986, en un libro que contiene el texto de otra conferencia suya y que proporciona el título al libro “la agonía del poder”.

En esta entrada selecciono algunos de los fragmentos del texto de la conferencia, en los que muestra su posicionamiento con respecto a la televisión y la videoesfera. Su relectura en 2023 es estimulante, en tanto que tiempo en el que se ha consumado lo que él definió como “crimen perfecto”. Mi propio devenir digital me ha llevado en esta ultima etapa a Tik Tok, desde donde se hace perceptible el proceso de degradación de la videosfera. Ahí se hace patente la emergencia de lo irrelevante, lo insignificante y lo vacío, con su galaxia de arquetipos personales asociados, que desvelan la significación del medio: se trata de reproducir la orgía de banalidad y la satisfacción derivada de ser mirado, que constituye la esencia del tiempo en curso y de la poderosa sociedad postmediática.

 

VIOLENCIA DE LA IMAGEN. VIOLENCIA CONTRA LA IMAGEN

 

Podemos distinguir una forma primaria de violencia: la violencia de la agresión, de la opresión, de la violación, de la relación de fuerzas, de la humillación, de la expoliación: la violencia unilateral del más fuerte. A esta se puede responder mediante una violencia contradictoria: violencia histórica, violencia crítica, violencia de lo negativo. Violencia de ruptura, de transgresión (a la que podemos añadir violencia del análisis, la violencia de la interpretación, la violencia del sentido). Todas ellas son formas de violencia determinada, con origen y un fin, cuyas causas y efectos pueden establecerse y que se corresponde con una trascendencia, ya sea la del poder, la de la historia o la del sentido.

A esto se opone una forma propiamente contemporánea de violencia, más sutil que la agresión: es la violencia de la disuasión, de la pacificación, de la neutralización, del control, la violencia suave del exterminio. Violencia terapéutica, genética, comunicacional, violencia del consenso y de la convivencia forzada, que es como una cirugía estética de lo social. Violencia preventiva que -a fuerza de drogas, de profilaxis, de regulación psíquica y mediática- tiende a anular las raíces mismas del mal y, por tanto, toda radicalidad. Violencia de un sistema que persigue cualquier forma de negatividad, de singularidad (incluida la muerte como forma última de singularidad).  Violencia de una sociedad que nos prohíbe el conflicto, que nos prohíbe la muerte. Violencia que, en cierto modo, pone fin a la violencia en sí misma …….

Esta violencia es, por excelencia, la violencia de la información, de los medios de comunicación, de las imágenes, de lo espectacular.  Violencias ligadas a la transparencia, a la visibilidad total, a la desaparición de cualquier secreto. Violencia que también puede ser de orden neuronal, biológico y genético (en breve se descubrirá el gen de la rebelión…), auténtico secuestro biológico, del que en última instancia sólo quedarán los reciclados, los zombis: todos lobotomizados, como en La Naranja Mecánica. Hoy en día esa violencia adopta la forma de lo virtual, es decir, trabaja para establecer un mundo liberado de cualquier orden natural, ya sea del cuerpo, del sexo, del nacimiento y de la muerte. Más que de violencia habría que hablar de virulencia. Esta violencia es vírica, en el sentido de que no opera frontalmente sino por contigüidad, por contagio, por reacción en cadena […..] Esta violencia-virulencia opera por exceso de positividad, esto es, por analogía con las células cancerígenas, por proliferación indefinida, por excrecencias y metástasis.

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La violencia de la imagen (y, en general, la de la información y lo virtual) consiste en hacer desaparecer lo real. Todo debe ser visto, todo debe ser visible. La imagen es el lugar de esta visibilidad por excelencia. Todo lo real debe convertirse en imagen, aunque casi siempre a costa de su desaparición. Por otra parte, en esta pérdida reside tanto el poder de seducción y la fascinación que suscita la imagen como su ambigüedad, en particular si se trata de la imagen-reportaje, la imagen-mensaje, la imagen-testimonio. Al hacer aparecer la realidad, incluso la más violenta, en la imaginación, esta imagen hace desaparecer la sustancia real […..]

                    Un buen ejemplo de esta visibilidad forzada en donde (en principio) todo se muestra es Big Brother (Gran Hermano) y todos los programas semejantes, los reality shows, etc. Cuando se puede observar todo, nos damos cuenta de que ya no hay nada que ver. Es el espejo de la irrelevancia, del grado cero. La invención de una sociabilidad de síntesis, una sociabilidad virtual, permite comprobar la desaparición del otro e incluso, quizás, la naturaleza no esencialmente social del ser humano[…..]

Nos encontramos más allá del panóptico en el que la visibilidad era la fuente del poder y de control. Ya no se trata de conseguir que las cosas resulten visibles para un ojo exterior, sino de que sean transparentes, esto es, de borrar las huellas del control y lograr también que el operador sea invisible. La capacidad de control se interioriza y los hombres ya no pueden ser víctimas de las imágenes: ellos mismos se transforman inexorablemente en imágenes…Esto significa que son legibles en cualquier instante, están sobreexpuestos en todo momento a las luces de la información y sujetos a la exigencia de producirse, de expresarse. Es la expresión de sí mismo como fórmula única de confesión de la que hablaba Foucault.

Hacerse imagen es exponer por completo la propia vida cotidiana, todas las desgracias, todos los deseos, todas las posibilidades. Es no guardar ningún secreto. Hablar, hablar, comunicar incansablemente. Esta es la violencia más profunda de la imagen. Es una violencia penetrante que afecta al ser particular, a su secreto […..]

¿Se trata de un fenómeno de voyeurismo pornográfico? No, lo que la gente ansía no es sexo, sino espectáculo de la banalidad, que es el verdadero porno de hoy. la verdadera obscenidad está en la irrelevancia, la insignificancia y la nulidad, una especie de parodia de su polo opuesto, el Teatro de la crueldad de Antonin Artaud.

Pero quizás haya en eso una forma de crueldad, al menos virtual: desde el momento en que la televisión es cada vez más incapaz de ofrecer una imagen de los acontecimientos del mundo, desoculta la vida cotidiana, presenta la banalidad existencial como el acontecimiento más mortífero, como la actualidad más violenta, como el lugar mismo del crimen perfecto. Y, en efecto, eso es lo que es. Y la gente se queda fascinada y aterrorizada ante la indiferencia del nada que ver, nada que decir, la indiferencia de lo mismo, incluso de su propia existencia.

[…..] Asunción de la banalidad como destino, como nuevo rostro de la fatalidad. Transmisión inversa ilustrada por el hecho de que todos se han convertido en Gran Hermano. Perfusión del Superyó en la masa. No solamente los espectadores: todos están atrapados en la espiral de la Grande Gidouille (el vientre de Ubu). La contemplación del crimen perfecto de esta perpetración de la banalidad se ha convertido en una auténtica disciplina olímpica o en el último avatar de los deportes de riesgo.

En el fondo, todo esto hace justicia al derecho (y al deseo) incuestionable de no ser Nada y ser mirado como tal. Hay dos maneras de desaparecer: o bien se exige no ser visto…, o bien se cae en el exhibicionismo delirante de la propia nulidad. Uno se anula con el fin de ser visto y observado como tal, es la última protección contra la necesidad de existir y la obligación de ser uno mismo.

De ahí la exigencia contradictoria y simultánea de no ser visto y de ser permanentemente visible. Todo el mundo juega las dos bazas a la vez y no hay ninguna ética ni legislación que pueda poner fin al dilema que genera el derecho incondicional a ver y el derecho categórico como el primero, a no ser visto. La máxima información forma parte de los derechos del hombre, y, por tanto, también la visibilidad forzada, la sobreexposición a las luces de la información.

Y lo peor en este juego televisivo “interactivo” es la participación forzada, esta complicidad automática del espectador que cabe entender como un auténtico chantaje. Este sería el objetivo más claro de la operación: el servilismo, el sometimiento voluntario de unas víctimas que gozan del mal que se les inflige, de la vergüenza que se les impone. Toda la sociedad participa de este mecanismo fundamental: la abyección interactiva consensuada.

Finalmente todo acaba en la visibilidad que es como el calor en la teoría de la energía: la forma más degradada de existencia. La novedad de esta historia tiene que ver con el modo en que se ha logrado convertir la pérdida de todo espacio simbólico, el desencantamiento extremo de la vida, en un objeto de contemplación, de estremecimiento y de deseo perversos. La humanidad que en tiempos de Homero había sido objeto de contemplación para los dioses olímpicos, lo es ahora para sí misma. La autoalienación de sí misma ha alcanzado un grado que le hace vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.

Lo experimental reemplaza así por doquier a lo real y lo imaginario. Constantemente se nos inoculan los protocolos de la ciencia y la verificación. Con el escalpelo de la cámara, viviseccionamos y disecamos la dimensión relacional y social extirpándola de todo lenguaje y contexto simbólico.

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Doble asesinato simbólico: hoy todo toma forma de imagen, lo real ha desaparecido bajo la profusión de imágenes. Pero olvidamos que la imagen también desaparece bajo el peso de la realidad. La mayor parte del tiempo, la imagen está desposeída de su originalidad, de su existencia propia en tanto que imagen, condenada a una complicidad vergonzosa con lo real

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La última violencia contra la imagen -una violencia definitiva- es la de la imagen de síntesis y de todas las nuevas tecnologías mediáticas visuales.  Surgida ex nihilo del cálculo digital y el ordenador, -de las fotografías o reportajes trucados en laboratorios- ha acarreado el fin de la imaginación de la propia imagen, de su ilusión fundamental. En la operación de síntesis el referente no desempeña ningún papel y lo real no tiene ni siquiera tiempo detener lugar, de modo que es inmediatamente producido como realidad virtual.

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la regla fundamental es la dualidad, la alteridad y la distancia. Y esta es la que por doquier está en vías de desbaratarse en una confusión y promiscuidad generalizada. No solamente hemos engullido la distancia geográfica que separaba todas y cada una de las partes del mundo, o la distancia temporal, que separaba el pasado del futuro -y que ha dado paso a esa especie de colisión instantánea del tiempo llamada tiempo real- sino también la distancia mental que nos separaba de nuestra propia imagen e incluso de la distancia metafísica que nos separaba de la verdad y la realidad. Hemos engullido nuestra propia imagen, nuestra propia verdad y nuestra propia realidad.

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Realidad perfecta- en el sentido en que se realiza de principio a fin… en la que todo se identifica con el collage y con la confusión de la propia imagen. Este proceso afecta especialmente al universo  visual y mediático, pero también a la vida política e intelectual, , a la vida cotidiana e individual, a nuestros gestos y nuestros pensamientos.

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Paradójicamente …..las imágenes que nos llegan a través del canal mediático no son ya imágenes, no señalan el carácter reflectante de la representación sino el carácter de la pantalla…..Por tanto, no permiten ya la distancia ni el juicio crítico. Sin distancia no hay representación, y sin representación no hay juicio, y por tanto no hay mensaje del que propiamente hablar, ni información objetiva, ni sensibilización política o de cualquier otro tipo. Sin ir más lejos, la confianza de Susan Sontag en el reportaje fotográfico como medio para movilizar a la opinión pública constituye un buen ejemplo de ilusión realista y racional, de la fantasía de que existe una realidad que las imágenes nos trasmiten fielmente. Creemos ver en la fotografía el reflejo de nuestro mundo, pero, al contrario, son las imágenes a tiempo real las que exorcizan este mundo mediante la ficción instantánea de su representación.

Para que el mensaje se transmita, para que la imagen tenga eficacia sensible, hace falta una transferencia de la imagen, se precisa una distancia.  Pero los mass media y el tiempo real nos ha sumergido en una promiscuidad total. En este punto cabe recordar una anécdota de la propia Susan Sontag. Según cuenta Sontag, cuando estaba viendo la retransmisión televisiva de la llegada del hombre a la Luna, algunos de los presentes afirmaron que aquello no era más que una escenificación. Entonces les preguntó “Pero entonces ¿qué es lo que estáis viendo?” y ellos le respondieron “¡estamos viendo la tele¡”. Habían comprendido todo[…..] De igual manera que hemos podido decir que quien a hierro mata a hierro muere, hoy podemos decir que quien apuesta por el espectáculo perecerá por el espectáculo. Y quien aspire al poder a través de la imagen, entonces perecerá por la imagen retornante.

 

 

 

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