jueves, 23 de febrero de 2023

DESATORNILLAR Y DESCERRAJAR: LAS BELLAS ARTES PARA DEMOLER EL SISTEMA SANITARIO PÚBLICO



A Pablo Simón y tantos otros profesionales indóciles que he tenido la suerte de conocer.



Estamos asistiendo a una fase avanzada en la demolición del sistema sanitario público. Desde mis coordenadas biográficas se encadenan varios tiempos de signo antagónico. Fui participante en la construcción de un sistema público y universal que impulsó la reforma sanitaria del principio de los ochenta. Esta propició una expansión muy importante del sistema, pero, sobre todo, generó un espíritu que propició múltiples iniciativas a todos los niveles. En ese período se vivía una gran energía por parte de los reformadores. Tan sólo diez años después, en 1991, el Informe Abril inicia una contrarreforma en la línea de la gran reestructuración neoliberal de los estados de bienestar. Las dos reformas ensambladas generan una confusión y opacidad monumentales en el interior del sistema.

Las reformas neoliberales de este tiempo se fundamentan en la supresión de la deliberación pública. Son instituidas desde una red de instituciones globales que determinan los contenidos y los ritmos de las mismas. Las administraciones las implantan a toque de corneta sin consulta alguna, referenciadas en el mito de la modernización y la eficiencia. El agente primordial en su implementación es la institución gerencia, que desembarca en los centros sanitarios con sus contingentes nutridos de profesionales expertos en los métodos y saberes de la nueva empresa. Así, se multiplican las direcciones y sus staffs, que se insertan en las organizaciones de salud para impulsar los cambios requeridos. El resultado de esta contrarreforma es la disipación del espíritu de la reforma sanitaria, que es reemplazado por el sistema de supuestos y sentidos del gerencialismo. Durante las décadas siguientes al Informe Abril, muchos líderes profesionales médicos y enfermeros, así como la casi totalidad de las organizaciones científicas y profesionales, han sido absorbidas por la nueva contrarreforma, colaborado activamente en este proceso de reconversión. Este factor explica la debilidad de las respuestas en el presente.

Las reformas neoliberales actúan pausadamente, sin forzar los tiempos. La metáfora más adecuada para sintetizar su acción es la desatornillar. El PSOE representa el partido más competente en este arte durante largas décadas. Se trata de desenroscar, contraer, encoger, achicar, reducir moderadamente, debilitar, aflojar, achicar, sincopar. Así, la disminución de efectivos es incremental a lo que se suma la proletarización desbocada de las nuevas promociones. El aspecto principal del arte de desatornillar es la imposición de una cultura de empresa gerencialista extraña a las culturas asistenciales de los sanitarios. Así se va conformando una masa de profesionales desarraigada, atomizada y fácil de manejar por las legiones gerenciales. Se trata de generar una situación de anomia especial, caracterizada por un exceso de normatividad que termina por desprofesionalizar a los médicos y enfermeras, aturdidos por el torrente de reglamentaciones extrañas a sus culturas profesionales convencionales.

La segunda estrategia es la de descerrajar. Esta consiste en hacer saltar los cerrojos existentes para el proyecto de los reformadores, que porta finalidades extrañas a los profesionales asistenciales, debilitados por el extrañamiento cultual resultante de la acción de los desatornilladores. En el oficio de descerrajar muestran su competencia el PP de Madrid o de Andalucía, que practican una versión creativa de la doctrina del shock. Así pueden interpretarse la política audaz de consultorios sin médicos o centros vaciados. En este caso, la finalidad es avasallarlos, tras largos años de preparación mediante el arte de la maceración. Esta táctica implica saltos que son factibles por el estado de confusión, tanto de los profesionales como de los pacientes.

Una ventaja esencial de las reformas neoliberales en curso es que no necesitan convencer a sus destinatarios. Se trata más bien de imponer una situación de facto con la finalidad de obtener la aceptación de los destinatarios por agotamiento. Estos terminan por desistir ante las realidades propiciadas por las políticas de las gerencias. Los veranos son tiempos fértiles en el ensayo del nuevo orden asistencial, regido por la reformulación creativa del viejo precepto que se convierte en “ser realistas, aceptad lo imposible". Así, cada profesional puede experimentar su adaptación a la degradación asistencial por minimización de la oferta. He sido profesor universitario en los primeros años de la Reforma Bolonia y ese era el código: Aceptar lo imposible convirtiéndose en un maestro de la prestidigitación, la simulación y la chapuza.

De estas estrategias resulta un debilitamiento de los profesionales, que son expropiados de los resultados de su propia asistencia, siendo convertidos en cómplices en esta. La degradación resultante es incremental, creando las condiciones para su demolición controlada y silenciosa, facilitando la colonización gerencialista de los centros de salud y hospitales. Es menester generar una masa profesional semejante a la de los pueblos colonizados. Aturdida y confundida, huérfana de referentes y rigurosamente atomizada. Esta premisa facilita la privatización en marcha, que solo puede materializarse sobre un sistema público debilitado y domeñado.

Prefiero no exponer aquí lo que pienso de las organizaciones profesionales en estos años de erosión como efecto de la acción de los desatornilladores. Estas han facilitado el desembarco de los descerrajadores. En cualquier caso, celebro la dimensión que están alcanzando las resistencias. Pero no me llevo al engaño. Como sociólogo conozco la multidimensionalidad de los conflictos, que siempre son poliédricos y simultanean varias significaciones. La presencia prolífica en las incidencias de estos meses de los desatornilladores, apunta a un escenario incierto tras las próximas elecciones municipales y autonómicas, y las generales después. La hipótesis peor puede ser la de un conflicto sectorial entre los desatornilladores y los descerrajadores.

En coherencia con esta perspectiva, soy escéptico con respecto a la recuperación de un sistema público de salud en este escenario y con estos partidos. Toda la energía producida en estos meses puede disiparse si no se referencia en un proyecto ofensivo de recuperación del estado del bienestar. Aún siendo muy encomiables, las huelgas y manifestaciones en curso tienen sus efectos estrictamente limitados si se sustentan en un espíritu defensivo. Lo que se pide es sobrevivir, reforzar, o alcanzar mínimos asistenciales. Es decir, que se trata de un movimiento defensivo y reactivo a la demolición. Por el contrario, la privatización es una parte de un movimiento sustentado en fuerzas muy poderosas dotadas de un proyecto fuerte. Un movimiento de resistencia a los cerrajeros no basta, no se corresponde con la escala de desafío que implica la demolición.

Por esta razón, si la movilización no se acompaña con una verdadera ebullición cognitiva que desemboque en una refundación de este sistema debilitado, que haga girar los tornillos tan debilitados en la dirección contraria de las agujas del reloj, todo puede terminar siendo insuficiente. Es menester generar un nuevo espíritu colectivo con respecto al sistema de atención a la salud. Cuando, en las conversaciones públicas sanitarias, escucho la palabra “reforzar”, me echo a temblar. En mi esquema representa el abandono provisional de los descerrajadores para ceder la dirección a quienes van a dar otra vuelta más a los tornillos. Todavía recuerdo la emergencia de mil propuestas de reforma en el principio de los ochenta. Eso es.

 

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