lunes, 19 de diciembre de 2022

COLAPSO POLÍTICO E INSTITUCIONAL

 

Un sistema político-institucional puede funcionar adecuadamente si se referencia en una sociedad que cumpla tres requisitos esenciales: Proyecto, tecnología y cohesión social. Los acontecimientos críticos que tienen lugar en estos meses expresan una crisis del sistema político que remite a un déficit de los actores principales que lo sustentan. Tanto sus decisiones, en muchas ocasiones en el límite del desvarío, como los saberes que referencian, muestran inequívocamente una obsolescencia letal, que mengua los resultados de las instituciones y genera las condiciones para un conflicto sórdido que termina en un colapso institucional.

Tras los compulsivos acontecimientos se pueden identificar dos elementos fundamentales que interactúan mutuamente: una descomposición de las instituciones de gran intensidad y un estado de frustración democrático acumulativo, devenido de los sucesivos fracasos de las reformas democráticas ensayadas desde la transición. He vivido este proceso de doble cara en la universidad durante muchos años, viéndolo avanzar inexorablemente hacia su neutralización institucional. Frente a esta adversidad, la respuesta invariablemente remite al perfeccionamiento de la simulación, que siempre es la antesala del desfondamiento institucional.

El efecto principal de este debilitamiento de las instituciones es la cristalización de una impotencia institucional para promover y asentar reformas sociales y económicas, que sólo pueden instaurarse sobre unas instituciones fuertes. Pero, al tiempo que crecen los presupuestos asignados a la administración, la sanidad, la educación o los servicios sociales, las organizaciones que sustentan a estos sistemas son debilitadas considerablemente por un conjunto de reformas neoliberales, cuya pretensión es, precisamente, marchitarlas mediante su reconversión a organizaciones que funcionen subordinadas al mercado. Así, al contrario de los resultados expresados en cifras, las escuelas, institutos, universidades, centros de salud, hospitales, centros de servicios sociales e instancias de la administración pública, han sido rebajados lentamente por las reformas gerencialistas de las últimas tres décadas, ensayando modelos que han resultado agotados.

En estas condiciones de desfallecimiento institucional general, la política deviene en un mecanismo duro de reparto de bienes materiales para clientelas electorales. La izquierda deviene en una versión del vetusto peronismo, reinventando ayudas en busca de respaldos frente a la derecha que abastece a sus caladeros sociales de sustanciosos reclamos. De este modo, en las instituciones políticas parece inevitable la cristalización de un conflicto sórdido, en el que lo oculto, -lo que no se dice, pero se sabe-, desempeña un papel fundamental. En este conflicto entre tratantes de favores la inteligencia se encuentra desterrada. Este juego requiere una mezcla de astucia y de fuerza, de dominio de la escena para proteger lo oculto propio desvelando lo oculto ajeno. El atributo principal de los contendientes radica en dominar el sentido de la escena para la representación mediática.

Esta situación se agrava en tanto que la descomposición de las instituciones afecta al estado, que recupera su atomización proverbial, propia de la España convencional. El caso de las instituciones judiciales es paradigmático. De este modo se generan distintos grupos de interés en las instituciones que terminan configurándose como verdaderas mafias. En las instituciones judiciales, en las fuerzas de seguridad, en el ejército, en las universidades controladas por cárteles académicos vinculados a un partido, en los medios de comunicación …..El efecto más importante de esta situación es la consolidación de la apoteosis de lo oculto, en tanto que tras los movimientos de los actores parlamentarios y gubernamentales se encuentran distintas tramas que conforman un verdadero estado paralelo.

La confluencia de estos factores produce un problema monumental que se sobrepone a cualquier actuación gubernamental y parlamentaria: la doble clandestinización del poder efectivo. De un lado, los influyentes locales -nacionales o regionales- ocultos. De otro, las fuerzas globales, que más allá del estado-nación, imponen unas reformas inexorables, cuyos efectos son los comentados anteriormente: la descomposición de las instituciones y la frustración de las clases subalternas. Desde esta perspectiva se hace inteligible la crispación radical de los desencuentros institucionales y la teatralización de las actuaciones de los actores. La mentira en distintas y sofisticadas versiones alcanza la condición de sublimidad en esta época. El clima existente en el mundo político y sus esferas, instituciones y extensiones mediáticas es irrespirable. Los influyentes invisibles formados por múltiples clanes enclavados en instituciones influyen, bien en el proceso de decisiones de gobierno, o bien en favorecer u obstaculizar su aplicación.

En estas condiciones, es inevitable la proliferación de inteligencias menguadas, más centradas en la administración de un conflicto con los rivales, definidos por sustentarse en otras clientelas, lo que requiere astucia, sentido de la oportunidad y dominio de los medios y sus escenificaciones. Se cumple así el precepto canónico de que la estructura condiciona al actor. Las instituciones resultan ser un campo en el que interactúan múltiples clanes y cadenas de relaciones en favor de objetivos particularistas. No cuento ahora cómo funcionan en la Universidad por respeto a algún lector incauto que puede desmayarse. El orden institucional contiene múltiples elementos feudales que condicionan sus dinámicas.

En este contexto se puede ubicar la revuelta judicial que pretende condicionar al Congreso y Senado. El poder judicial representa un formidable obstáculo a muchas de las reformas democráticas necesarias. El optimismo delirante prevaleciente en los primeros años de la frágil democracia española, se disipa gradualmente por la comparecencia de un estado paralelo dotado de una eficacia letal para condicionar muchas de las reformas, desviando de sus objetivos múltiples procesos con pretensión de cambio. En los primeros años de este blog utilicé la metáfora del pantano para definir los suelos sobre los que se asientan las instituciones. Cualquier decisión de gobierno encuentra múltiples obstáculos recombinados que la hacen desfallecer lenta, pero inexorablemente.

En este territorio del estado pantanoso habitado por los múltiples señores de las mafias corporativas, las reformas se estancan y la acción gubernamental se orienta inevitablemente a repartir ayudas a sus redes clientelares. En una situación así, cualquier proyecto de izquierdas que se escriba con mayúsculas tiende a ser minimizado  y recortado despiadadamente. La afirmación de que la política significa la transformación de la realidad es susceptible de ser problematizada. Porque transformar la realidad significa ineludiblemente mejorar el estado y sus sistemas organizativos. En un tiempo de debilitamiento de los mismos, proponer cambios en los productos es una quimera. Esta es la falacia sobre la que se asienta el vigente gobierno.

Vuelvo al comienzo de este texto para resaltar la importancia de los proyectos. La derecha apenas cuenta con un proyecto que trascienda los intereses inmediatos de sus propias bases sociales. Incluso se puede constatar que es el mejor gestor de las reformas propiciadas por el capitalismo global en favor de la centralidad del mercado y la reconfiguración del estado mínimo. La izquierda se encuentra huérfana tras el derrumbe de los países del socialismo real. Se encuentra privada de un horizonte y se ubica en las coordenadas fijadas por el Fin de la Historia de Fukuyama. Esto es una democracia y vamos a hacerla perfectible. Este es su lema operativo, que forma parte de los eslóganes vacíos tan representativos del tiempo del postfranquismo tan sobrecargado de excedente iconográfico.

Parece inevitable que se vaya fraguando el colapso institucional. Cuando la precaria y menguada mayoría parlamentaria procede con la finalidad de mejorar sus condiciones institucionales se encuentra con la respuesta desbocada de los señores del pantano. El vacío de proyecto se hace, entonces, patente. La consecuencia es el repliegue hacia comportamientos defensivos, carentes de cualquier horizonte. El instinto de conservación se sobrepone a todo y domina la acción política. De esta forma, se retroalimenta el colapso institucional. El problema de la izquierda es que piensa en un escenario que ya se ha disuelto, lo cual la ubica en un extrañamiento del presente, en una ausencia del escenario de hoy. Este factor determina una orfandad que se materializa en sus movimientos y sus acciones, que se producen favoreciendo a las reformas globales que destruyen los suelos sobre los que se ha asentado en el pasado. 

Colapso institucional, colapso del proyecto y colapso de los actores políticos.

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