domingo, 9 de octubre de 2022

UNA MIRADA ROBADA SOBRE LA TELEVISIÓN Y LA VIDEOSFERA

 

La televisión es un encuentro con la nada

Octavio Paz

La televisión no es sólo un sistema de comunicación. Por el contrario, representa una transformación de todo el orden social. Esta pantalla mágica ha modificado drásticamente la sociedad, las instituciones y la vida. Junto con el automóvil, conforman los dos elementos verdaderamente transversales que han establecido un orden radicalmente diferente, rompiendo, además, la noción lineal de progreso. Durante la mayor parte de mi vida he ejercido como profesor de sociología. Ambos factores de cambios sociales cósmicos eran minimizados mediante su inserción en sociologías parciales. La televisión se correspondía a la “Sociología de la Comunicación”, en tanto que el automóvil, en el mejor de los casos, podía comparecer fugazmente en algún rincón de la “Sociología del Consumo” o bien en la “Sociología Urbana”.

En coherencia, y en tanto que ambos han sido las fuentes de las preguntas que han guiado mi búsqueda de conocimiento, así como mi reflexión, han estado presentes con estatuto de protagonista en mis clases de “Cambio Social” y “Estructura y Cambio de las Sociedades, en los largos años que anteceden a la reforma de Bolonia. Con la llegada de esta se instituyen programas comunes obligatorios para facilitar los intercambios de estudiantes entre tan misteriosas instituciones, lo cual implicaba una homogeneización que expulsaba cualquier singularidad. Al tratar ambos artilugios, comparecen todos sus vínculos sociales y su multipresencia determinante en todas las esferas. Esta aparente microdiferencia me ha conducido a reforzar mi espíritu crítico con respecto a la institución universidad, así como a la de la Sociología, cuyas divisiones y especializaciones crecientes refuerzan su distanciamiento con las realidades sociales del tiempo presente.

Desde la perspectiva del tiempo transcurrido, tengo la sensación de haber predicado en el desierto, en tanto que estas máquinas de creación de conocimiento continúan sus tenebrosos caminos hiperespecializados, lo que les confiere unas cegueras considerables. Una de ellas es, precisamente, la de mirar al automóvil como una simple máquina funcional para la movilidad, y a la televisión como un electrodoméstico inocente por el que circulan las imágenes que consumen los mirones ubicados en el espacio doméstico. La hipermiopía derivada de la separación entre áreas de conocimiento, acompañada de la explosión en múltiples subdisciplinas tiene como consecuencia la incomprensión de ambas como factores de cambio macroscópico que se extienden a todo el campo social.

Ahora que me encuentro en una edad final, he tomado la decisión de subir aquí mis propias reflexiones, así como una recopilación de los autores que me han aportado en la comprensión de la televisión, que, contradiciendo las miradas exiguas universitarias y sociológicas, no existe como objeto o sistema aislado, sino que es portadora de un conjunto de vínculos y efectos de gran envergadura. Se puede recurrir, para designar su lugar en el espacio social, que se encuentra en el centro. Entonces, una mirada completa sobre la televisión implica trascenderla, de modo que es imprescindible comprender los contextos en los que se integra, así como las dinámicas en las que se encuentra inscrita. De este modo, mirar la institución televisión como el automóvil, conduce a una cierta heterodoxia con respecto a las instituciones que conservan, a pesar de todos los cambios, el espíritu del taylorismo y la ciencia newtoniana, que se referencia en el principio de la fragmentación de la realidad para poder analizar sus partes aisladas.

Esta heterodoxia implica que la mirada sobre la televisión sea oblicua, distanciada, o incluso, robada, es decir, distraída, de reojo, superando el laberinto de conceptos disciplinares que la envuelven en su misterio, asignándole un estatuto subalterno con respecto a la centralidad. Se trata de una tarea que entraña una dificultad considerable, en tanto que la gran mayoría de lectores son televidentes en algún grado, y aceptan la comunicación desde este medio como desproblematizada. Así, mi mirada robada, significa una problematización de la comunicación misma que emana de esta pantalla ubicua, que constituye una comunidad audiovisual inmensa que termina por sobreponerse a las demás, detentando la hegemonía absoluta como modo de conocer.

La televisión nace en los años cuarenta del pasado siglo, determinada por el desarrollo del sistema tecnológico nacido en el final del XIX. El progreso de la electrónica, junto con el de la mecánica, va a proporcionar un conjunto de máquinas destinadas al consumo individual. Tras la generalización de la radio, la televisión se instala en los hogares junto con un conjunto de máquinas electrodomésticas, que remodelan el espacio privado y las relaciones familiares y vecinales. El hogar experimenta un salto hacia su aislamiento, en tanto que las fuentes de energía se instalan en su interior. Así se refuerza como espacio que alberga múltiples funciones. El nuevo mercado de televisores impulsa la generalización del entonces incipiente ocio, en sus comienzos, rigurosamente familiar.

Uno de los aspectos más perniciosos de la expansión infinita de la televisión remite a que no sólo fortifica los hogares, sino que remodela todos los espacios públicos. Uno de los más importantes como sede de la socialidad, la taberna, es transformado drásticamente con su presencia. La taberna, espacio social en el que concurren los seres sociales para expansionarse y compensar los estragos causados por la vida laboral y social maquinizada por las todopoderosas tecnoburocracias, muta inevitablemente por la impertinente presencia de pantallas múltiples que introducen sus imágenes y audios que interrumpen las conversaciones de los refugiados en este lugar mágico. Crecen y se multiplican los bares especializados, contagiados irremediablemente por la macdonalización imperante.

Pero el aspecto más importante de la televisión radica en que su reinado instituye una nueva era. Un autor de culto como Regis Debray, distingue entre la grafosfera, la era que comienza con la invención de la imprenta , y que inventa el ciudadano político; materializa el sistema de comunicación en el estrado, lugar simbólico desde el que los maestros, los líderes económicos o las élites del estado protagonizan un sistema de comunicaciones cuyo producto es el discurso articulado materializado en un alud de periódicos, libros y textos escritos; esta clase de comunicaciones generan una opinión pública de lectores ilustrados, que se referencian en la razón; la institución central en este sistema es la escuela y el sistema educativo.

Debray señala que la grafosfera se debilita en el tiempo presente por la emergencia de una nueva era, la videoesfera, que se puede sintetizar en el predominio del telespectador, que se puede definir como un sujeto determinado por el dominio creciente del mercado; la televisión constituye el centro del sistema de comunicaciones, concertada con las pantallas de ordenadores y dispositivos portátiles como los smartphones; la vieja institución de la escuela cede su lugar de privilegio a la publicidad, en un tránsito entre el convencer como móvil del viejo imperio de letra escrita a seducir, la finalidad primordial de las comunicaciones mediadas por la imagen; el adoctrinamiento de las clases asentadas sobre los estrados cede el lugar a la manipulación, desempeñada por los brujos de la imagen; el objetivo de las comunicaciones es distraer al personal sin compromisos; las encuestas terminan por sustituir a las publicaciones; el público en que se referencia el sistema ya no es una minoría ilustrada sino la audiencia; la razón cede el paso a la libertad individual definida como desvinculación, y las empresas ocupan el centro simbólico desplazando a las instituciones educativas.

La perspectiva de Debray restituye la televisión a su verdadero lugar, asignándole el estatuto de factor primordial de un cambio de época. Esta lectura es compartida por otros autores que van a comparecer en estas reflexiones, entre los que destaco a Eduardo Subirats, que defiende que la televisión cuestiona a la Modernidad misma, al reemplazar al sujeto individual referenciado en la razón. La televisión, entonces, detenta la capacidad de erosionar todo el orden social de la grafosfera, sus instituciones políticas y educativas, reemplazándolas por el mercado, que impone su sistema de comunicaciones mediante la centralidad del binomio empresas/publicidad, que terminan constituyendo lo que Debray denomina como el “estado seductor”. Mientras escribo este texto me ha asombrado conocer cómo una presentadora de la televisión más pueril, Sandra Daviú, ha ganado una plaza de profesora en un departamento de Comunicación a Pablo Iglesias. Este acontecimiento es representativo de las leyes inexorables de la videosfera.

Una perspectiva fecunda acerca de la televisión es la de Miguel Ibáñez, que en 1995 publica un libro extremadamente lúcido “Caos, Capitalismo, Televisión”. En este expone su perspectiva, otorgando a esta el estatuto de factor de descomposición y organización social. Todos los órdenes sociales son afectados por su funcionamiento, generando un caos consustancial al capitalismo desorganizado del presente. La singularidad y la brillantez de Ibáñez sustentan este texto formidable, en el que se deconstruye integralmente esta institución central del presente. La etiqueta que se puede asignar a este libro remite inequívocamente al término “regresión”. La tele desorganiza radicalmente las líneas imaginarias del progreso continuado.

Todos los autores críticos con la tv convergen en un punto: este es un medio que genera un estado de dispersión en el espectador. Los estudios empíricos múltiples sobre los espectadores muestran cómo la gran mayoría no recuerda los contenidos de los informativos que ha visionado. Así, se configura un extraño medio que un autor definió como “el budismo occidental”. Ibañez lo denomina como “tormenta en la mente”., aludiendo a un estado de hipnosis en el que coinciden varios autores. Esta es su definición

La actividad cerebral se desarrolla en dos hemisferios. En el izquierdo se concentran los procesos digamos racionales: las áreas de la lógica, el análisis, la memoria. Base de las acciones conscientes, de la función crítica. Ante la tele, acostumbrados al espíritu repetitivo de la luz (red de puntos, luz vacilante, ausencia casi total de parpadeo), el cerebro decide que no pasa nada relevante y deja de procesar información, inhibiéndose el área integrativa. Entramos en un nivel consciente de sonambulismo: tiene sueño, mucho sueño…

Por su parte, el hemisferio derecho sigue recibiendo imágenes visuales. En este hemisferio encontramos los procesos más subjetivos (sueños, fantasía…). Como hemos dicho, sigue recibiendo imágenes, el proceso de hacer conscientes los datos inconscientes cuesta mucho. Se ha eliminado el enlace entre ambos hemisferios. La información entra pero es difícil pensarla. La información televisiva entra sin filtro alguno en los bancos de memoria pero no está disponible para su análisis y comprensión. Cierta hipnosis, algo así como aquello de “aprenda mientras duerme”.

A estas alturas ya tenemos al televidente bañado estroboscópicamente medio atontado ante la pantalla, en un estado alfa alfa, en una tierra de nadie entre la consciencia y la inconsciencia, procesando de modo consciente pero sin filtro de lo que le llega. Ahora veremos si ya lo podemos atontar del todo, haciéndole archivar material que se dirige directamente al inconsciente. Volvamos al ojo”.

Las miradas de Debray e Ibáñez restituyen la complejidad a la televisión y sus públicos. Se trata de una institución central que determina un estado colectivo de dispersión, que resulta de una cadena de estados emocionales colectivos de excitación catódica que confieren a los poderes del mercado y del nuevo estado seductor de un poder extraordinario en la gestión de la conciencia colectiva. Así se hace inteligible el estado de sonambulismo que explica el distanciamiento con la guerra de Ucrania en curso, los desvaríos del pepé bajando los impuestos a los ricos respaldados por una gran masa de unidades muestrales o el proyecto hiperpersonalista de Yolanda Díaz con rostro de iniciativa ciudadana. El medio genera un estado de distanciamiento y adormecimiento que hace factible su gestión por los operadores, hipnotizadores o anestesistas. La opinión pública es una cadena de explosiones emocionales, aisladas unas de otras, que se presentan como erupciones que cesan para ser reemplazadas por sus relevos.

Cuando comencé a escribir en este blog, un catedrático de universidad me dijo que era lector y que le encantaba, pero que escribía mucho y en “tacos de texto”. La conversación no logró clarificar qué era eso de los tacos de texto, aunque creo que se refería a los párrafos. Sin ser consciente, este catedrático estaba sintetizando el cambio de la grafosfera a la videosfera. Muchos amigos involucrados en la videopolítica son arrastrados a grandes decepciones cíclicas, de las que se recuperan hasta las inevitables siguientes. Cuando las autoridades del Estado Seductor dicen que los problemas son de educación, en tanto que sus comunicaciones tienen la forma de spots publicitarios, no puedo evitar sonreír. El ínclito fernando Simón y su corte epidemiológica, en la pandemia, pretendió reforzar sus mensajes constrictivos movilizando a los influencers o youtubers. Las campañas de publicidad a favor de causas solidarias nobles son protagonizadas por cantantes o deportistas de postín. Esto es la videosfera, damas y caballeros.

 

 

 

 

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