miércoles, 31 de agosto de 2022

CASTAS PROFESIONALES, NOBLEZAS DE ESTADO Y TEMPORALIDADES

 

Toda mi vida se ha desarrollado en entornos profesionales en los que habitan múltiples castas. Y uno de las señales de distinción de las mismas radica en la capacidad de burlar en orden horario y conquistar una temporalidad a la carta para sus distinguidos miembros. Así se fragua una singular nobleza de estado, que tiene sus raíces en el pasado, que el franquismo canonizó y que la novísima democracia del 78 ha heredado y administrado con gran prudencia, conservando sus rasgos esenciales.

Recuerdo mis largos años de universidad, en los que se encontraba arraigada una práctica incontrovertible: la clase noble –catedráticos, decanos, directores departamento y otras categorías hidalgas- tenía sus tiempos preferentes y sus tiempos eximidos. Las clases de la primera hora de la mañana, estaban reservadas para profesores de rango inferior. También la tarde, en la que las clases correspondían, casi en su totalidad, a profesores plebeyos. Siempre fui habitante de las tardes de la facultad, en la que abundaban las malas gentes – estudiantes con trabajo, vividores y distintas clases de disconformes marginales-, así como profesores sin autoridad académica.

El cambio de ambiente entre la mañana y la tarde era extraordinario, en tanto que se conformaba un extraño mundo en el que la ausencia de autoridades y nobleza académica generaba un hábitat más convivencial, en el que las mismas trabajadoras de la limpieza ejercían una suerte de dictadura del proletariado, desalojándonos de las clases antes de su conclusión a las diez. Las relaciones en los pasillos eran diferentes. En el ambiente se encontraba presente un sistema de relaciones más informal, se podía identificar cierta espontaneidad en los comportamientos, y la jerarquía se aliviaba considerablemente. Estoy persuadido acerca de que mi larga estancia como profesor en la facultad fue posible mediante mi presencia en horarios en los que los principales depredadores académicos se encontraban ausentes.

Recuerdo que, en el tiempo que fui vicedecano, las reuniones para planificar los horarios estaban presididas por las tensiones, en tanto que se hacían por curso/grupo, y en algunos, había más de un catedrático, corriendo el riesgo de ser excluido de la hora noble –las clases de las doce y las horas siguientes. No puedo olvidar el problema suscitado por la presencia de varios catedráticos en un curso avanzado de la entonces licenciatura de ciencias políticas. Era imposible situar a todos en la zona de privilegio, y una catedrática tuvo que ser ubicada a las nueve de la mañana. Este episodio se vivió como un drama, y esta profesora suscitó entre sus iguales una solidaridad encomiable. En cualquier caso, esto se resuelve mediante profesores inestables que la sustituyen en las clases.

En la etapa de vicedecano, llegaba a la facultad a las nueve de la mañana, hora en que comenzaban a aparecer problemas de rutina que había que resolver. El decano llegaba a las doce o la una, y nos requería para reuniones o consultas. Solía decir –con cierta gracia, porque sintetizaba la cultura de la casta académica—que eran las doce de la madrugada. La mañana también era el tiempo de las conferencias de los ilustres profesores visitantes, a los que había que congregar una audiencia de estudiantes y profesores plebeyos  para su intervención.

Cuando trabajé en el INSALUD de Santander, también estaba arraigada la pauta horaria privilegiada para el director y el equipo directivo. Pero el entonces director, Fernando Lamata, renunciaba a ella y estaba activo en su despacho a las ocho todos los días, lo que suscitaba comentarios de muchos de los funcionarios mostrando su perplejidad La interpretación de su estricto cumplimiento horario, aludía a su naturaleza plebeya. Se sobreentendía que un director era un señor, y que tenía que ejercer como tal, también en la excepción horaria.  En los Hospitales, tanto los jefes de servicio como los directivos tenían su privilegio horario, pero no tan acusado como en la universidad. Me llamó poderosamente la atención en Valdecilla la prerrogativa de algunos de los sindicalistas liberados, que seguían la prodigiosa regla de incorporarse  no muy lejos de la hora mágica de las doce de la mañana.

Ahora vivo jubilado en Madrid, y puedo atisbar las pautas horarias de tan modernizada población, en la que se puede distinguir la movilización laboral de primera hora de la mañana, en contraste con la clase noble que comparece en el espacio público a media mañana. En los industriosos bares de desayuno se sirven a los contingentes madrugadores que reparan fuerzas a media jornada, junto a los más tempraneros miembros de las clases nobles, para los que madrugar representa un signo de devaluación de su posición social. Así, un contingente variado de señores  tales como superaccionistas, rentistas, inversores, empresarios y comerciantes de postín, así como distintas clases de gestores de sus patrimonios personales, arriban a los bares en la perspectiva del tiempo preferente para los negocios, que es el del aperitivo del medio día.

Estas castas económicas ejercen su privilegio horario abiertamente, sin complejos, mostrando sus prebendas horarias como signo de identidad. Así, madrugar implica una condena para la gran mayoría, con la excepción de los escuadrones humanos de la nueva empresa postfordista, con sus batallones de gerentes, expertos en recursos humanos y magos del marketing y la publicidad. Estas privilegiadas clases económicas se ven obligadas a compartir horarios con la mayoría madrugadora. De este modo se conforman como nuevos señores sometidos a temporalidades estrictas, lo que les distingue de los escuadrones del privilegio horario del comienzo a media mañana.

Otro elemento diferencial español radica en la excepción veraniega. El verano es un tiempo especial en el que numerosas castas económicas practican un vínculo laboral débil, en tanto que se desplazan a segundas residencias, lo que amplía los fines de semana, la reutilización de tiempos muertos y el descenso del ritmo de trabajo. El verano español es extraordinariamente dilatado y remite al imaginario del profesor, al que se supone liberado de su presencia en las aulas durante cuatro largos meses, sobreentendiendo que estos son, bien de vacaciones, bien de responsabilidades laborales débiles.

Entonces, una legión de profesiones nobles y directivas, practican sus privilegios de excepción horaria en el largo tiempo de verano. Los medios de comunicación representan el emblema de esta distinción. Los conductores mediáticos de programas con grandes audiencias, tanto de radio como de televisión, se ausentan desde la segunda semana de julio hasta entrado septiembre. Estos son sustituidos por segundas figuras, y en las redacciones por ese maná contemporáneo que aporta la precarización general, que se expresa en la multiplicación prodigiosa de los becarios. Así se asienta una extraña división del trabajo en las industrias del imaginario, la información y la cultura. En tanto que músicos y otros autores se desempeñan en un verano taylorista, realizando largas giras con presencias en múltiples lugares, el colectivo de la nobleza de los medios practica un largo verano de desvinculación y placer.

Cuando las Ana Rosas y semejantes arriban en septiembre a sus platós y afirman que comienza el curso, la gran mayoría de receptores ya ha empezado, en tanto que sus vacaciones se contraen a unas pocas semanas. El sistema escolar y los medios determinan los ciclos temporales y asignan valor a los tiempos. El verano actúa como tiempo de diferenciación social entre los contingentes de viajeros con encanto y gentes con segunda residencia, y la mayoría madrugadora y de vacaciones limitadas. Las distintas temporalidades estratifican las sociedades del presente, conformando un complejo mosaico que integra a los sectores dotados de privilegios temporales, como castas económicas, castas académicas y otras noblezas de estado,  y la sufrida mayoría madrugadora y con las vacaciones restringidas temporalmente.

Una de las castas más expuestas a las miradas es la política. Los tiempos de suspensión de actividades parlamentarias, se inspiran más bien en el vetusto imaginario de las vacaciones del maestro-profesor, que aguarda pacientemente el tiempo dilatado del siguiente ciclo. Asimismo, las castas políticas ejercen como beneficiarias de las vacaciones de invierno, compartiendo con distintas castas y noblezas de estado este privilegio. De esta forma, estas castas muestran su capacidad para autogobernar su propio calendario, estableciendo los ciclos y las pausas.

El conjunto de sectores con privilegios horarios y temporales aludidos hasta aquí, se referencia en el modo de vida de las viejas clases nobles del pasado: las jerarquías eclesiásticas, los aristócratas y las élites de las cúpulas del estado. Estos remiten a una actividad que tiene como modelo a los artistas, que compatibilizan tiempos de creación y activismo con prolongadas pausas compensatorias. Las sociedades industriales contemporáneas han determinado que estas temporalidades se reestructuren para acomodarse a las nuevas condiciones. Los fines de semana, los puentes, las ingenierías de calendario, la gran pausa veraniega, las vacaciones de Semana Santa, y ahora, tras las Navidades, las vacaciones de invierno.

La digitalización ha revolucionado las temporalidades y los vínculos. La factibilidad de las relaciones a distancia favorece la actividad en segundas residencias, pero, por el contrario, la hiperconexión generalizada interfiere los tiempos de semiocio de este conjunto de castas. Esta es la tensión más relevante en el presente. Pero, en la conciencia colectiva, apenas existe conciencia acerca de las desigualdades en las temporalidades entre el archipiélago de castas y noblezas de estado y la mayoría madrugadora y de vacaciones limitadas a lo estrictamente reglado. La gran aspiración de los madrugadores se manifiesta en lo que se entiende como conciliación entre la vida laboral y privada. Esto es lo que han logrado ya el conglomerado de castas y noblezas de estado.

 

 

 

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